Fraternidad Alberto Ruiz* Como idea política, según la concibieron los teóricos de la Ilustración, el término «fraternidad» implica relaciones entre ciudadanos o en el seno de un grupo específico que, como la relación ideal entre hermanos, se caracteriza por entrañar sentimientos afectuosos y comunitarios y por perseguir objetivos comunes o compartidos. La fraternidad, como la política, ni es automática ni está libre de conflicto: la relación entre hermanos implica una gran rivalidad así como un gran afecto. Esta tensión «amor-odio» trata de conseguir que los impulsos fratricidas estén sometidos y regidos por valores y afectos positivos compartidos. Señala Wilson C. McWilliams, de la Rutgers Unerversity, que el modelo ejemplar de esta relación está contenido desde hace siglos en relatos como los del Génesis (4,7; 33,1-11; 50,19-20). En ese modelo, la voluntad es un elemento crucial: los rituales fraternales, antiguos y modernos, suponen que, mientras el potencial de la fraternidad se origina en el nacimiento y la crianza, la realidad es que depende de los compromisos deseados o elegidos. Tener voluntad de conseguir la fraternidad es algo más que un principio, más que un lema o “motto progresista”, como lo son la libertad y la igualdad…Fraternidad es todo un método de vivencia y convivencia que –eso sí– precisa “dedicación”. Para alcanzar la libertad de cada uno y la igualdad de todos venimos empujando una larga historia de principios éticos y de derechos reconocidos, una historia progresiva de aproximación a la justicia; progreso que, como deja claro Bertold Brecht (por ejemplo, en La buena persona de Sezuán), tiene sus regresiones. Para alcanzar la fraternidad, sin embargo, la historia es interminable y los logros apenas perceptibles, por lo que se nos antoja como un objetivo utópico: ¿cómo, con nuestros principios éticos y nuestros derechos ejercidos, conseguiremos más justicia? ¿Cómo conseguiremos “hacer” justicia total a las víctimas de la marginación, de la exclusión social, del crimen, de la indiferencia política? Nos preocupa la justicia –auténtica y plena– para con las víctimas del 11-M, para con las de cada acto terrorista, para con los sufridores de la riqueza opulenta y displicente, para con todos los agraviados a causa de cualquier clase de despilfarros e incluso de progresos discriminatorios. En un texto, mitad marxista y mitad cristiano, de Ernst Bloch (Derecho natural y dignidad humana), uno de los pocos filósofos que han meditado sobre la fraternidad, ésta se determina así: «Es lo opuesto a la simple fraternización sin condiciones y a la mentira de la armonización, o sea, a la comunidad del pueblo con los asesinos del pueblo. En la fraternidad se trata de abrazar no a bestias, sino a hermanos». Merece la pena ejercitar un buen método para alcanzar un objetivo compartido en aras del bien general. Muchos ciudadanos que practican la fraternidad como método son conscientes de que hay individuos que han matado, pero para aquéllos no basta con calificarl a éstos para siempre de asesinos, como si tal hecho, por grave que sea, definiera por sí solo y de una vez por todas a un ser humano. El homicida de ayer puede ser el “hermano” de hoy o de mañana. Puede y debe serlo. El ciudadano que persigue el objetivo –¿utópico?– de la fraternidad, anticipa ese objetivo como método en su manera de vivir ética, política y socialmente, en su ciencia y en su conciencia, en una palabra, en su conducta integral, desde la que no desea padecer de esquizofrenia. No padecer de esquizofrenia, ni lo contrario, que sería vivir complacido «a verlas venir», esto es, en la simple espera, que es bien distinto de vivir la esperanza en el crecer humano. La fraternidad, como condición definitiva de una justicia mayor, precisa ser trabajada de manera irrenunciable, aunque no incondicional. Habrá que intentarla a todo precio, aunque no a expensas de ella misma. Se ha de buscar a toda costa con tal de no desvirtuarla. El lobo habitará con el cordero y la pantera dormirá con el ternero… (Isaías; ca. año 600 a.C.). Es cierto que sólo cabe abrazo fraterno con los hermanos, no con las fieras. Todo humano puede ser lo uno y lo otro, pero en cuanto enemigo se han de deponer las armas para recibir la prenda de la fraternidad.