Cenicienta Había una vez un matrimonio que tenía una hija, Cenicienta. Un día, la madre de Cenicienta murió. Su padre estaba profundamente entristecido hasta que reemplazó a su difunta esposa por otra mujer aproximadamente dos días después de su muerte. Esta mujer tenía dos hijas, que eran bellas por fuera, pero feas por dentro (suecas por fuera, peruanas por dentro). Además, eran frías y crueles. La madrastra y las hermanastras de Cenicienta la convirtieron en su sierva y la obligaban a barrer y a fregar. Cenicienta se pasaba todo el día barriendo y fregando. Un día, para que el príncipe consiguiera esposa, el rey invitó a todas las muchachas del reino a una fiesta que duraría tres días. Cenicienta quería ir, pero su madrastra se oponía. Cada vez que pedía ir a la fiesta, la madrastra le respondía: “¡A fregar!” La madrastra y sus hijas fueron al festejo, mientras Cenicienta se quedó en casa barriendo y fregando, como siempre, mientras se lamentaba por no poder ir a la fiesta. En ese momento, apareció un hada madrina, que dio a Cenicienta un vestido, unos zapatos de cristal y otras cosas que no vienen a cuento. El caso es que se tenía que volver antes de las 12 de la noche. Cenicienta se escapó de casa y fue a la fiesta. El príncipe, al observar su belleza, la sacó a bailar. Cenicienta se puso a bailar toa entregá con el príncipe durante horas. Tras tan intenso baile, salieron a la puerta del castillo a tomar el aire. Cenicienta miró al reloj del castillo y vio que quedaba tan solo un minuto para las 12. Se despidió apresuradamente del príncipe y empezó a bajar las escaleras rápidamente, con tan mala suerte de que uno de sus zapatos se quedó enganchado en uno de los escalones y Cenicienta tropezó. El príncipe intentó detenerla, pero Cenicienta rodaba por las escaleras más rápido de lo que él podía correr. El príncipe se dio cuenta de que la muchacha había perdido uno de sus zapatos al tropezar. Decidió que iría por todo el reino a buscar a la joven cuyo pie encajara perfectamente en el zapato. Fue casa por casa, intentando encontrar a la muchacha con la que había estado bailando, pero no conseguía dar con ella. Así, llegó a la casa de Cenicienta. Las dos hermanastras se ofrecieron para probarse el zapato. A una le quedaba demasiado estrecho, y a la otra, demasiado ancho. Entonces apareció Cenicienta, toda llena de polvo, ya que había estado barriendo y fregando, y pidió que le dejaran probarse el zapato. El príncipe se sorprendió de que esa chica polvorienta se ofreciera para la prueba. Tal fue su sorpresa que dejó caer el zapato de cristal. Lo recogió del suelo y, aunque estaba bastante roto y con bordes afilados, permitió a Cenicienta probárselo. Cenicienta se lo puso, y al ver que le encajaba perfectamente, comenzó a gritar de la alegría. El príncipe se la llevó a su castillo y se casó con ella en una gran ceremonia. Y así fue como Cenicienta se convirtió en princesa y pasó el resto de su vida barriendo y fregando el castillo. FIN