los padres siempre quieren a sus hijos

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ORIGINALES
Rev. Logop., Fon., Audiol., vol. X, n.º 1 (15-21), 1990
LOS PADRES SIEMPRE QUIEREN
A SUS HIJOS
Por Xana Barlet
Pedagoga. Logopeda
lo largo de estos años de acción terapéutica
con los niños sordos, de búsqueda de alternativas educativas que facilitaran su integración en un marco escolar ordinario y de investigación psicopedagógica y técnica para avanzar en el conocimiento del déficit auditivo, el C.P.E.D.S. ha
mantenido una estrechísima relación con los padres
de estos niños, teniéndoles en cuenta y consultando
para elaborar el programa de intervención psicopedagógica y haciéndoles protagonistas de su propia
experiencia educativa.
Nuestra práctica clínica a través de estos años de
trabajo con padres nos ha permitido reflexionar y
analizar esta relación.
Si el papel de los padres es relevante en la tarea de
educar a los hijos, ¿cómo no lo será ante la presencia
del déficit en uno de ellos?
Quisiera, a través de este artículo, describir los
fundamentos de esta relación que surgen de nuestro
quehacer con padres, y que nos parecen instrumentos útiles para guiarlos en sus sentimientos y sus
ideas de cómo educar a sus hijos.
No se pretende —a pesar del título— juzgar el
amor de estos padres hacia sus hijos, ni postulamos
que los padres deban quererles de forma única, modélica ni ejemplar.
A través de nuestra práctica hemos observado que
el rechazo, la incomprensión, la decepción, la ira o el
odio que pueda provocar la diferencia, son sentimientos aislados que aparecen entre estos padres y
sus hijos a lo largo de toda su relación, como conse-
A
cuencia del estado de crisis en que se encuentran o
de las frustraciones que deben afrontar. Sin embargo,
los lazos de «amor» entre padres e hijos no son simples sino que están formados de esta ambivalencia
profunda y pasional (Bettleiheim, 1978), y esto, no
sólo en el caso de los padres de niños con déficit.
Los sentimientos de los padres
¿Qué pueden hacer los padres con sus sentimientos, con sus proyectos, con todas aquellas ideas
preconcebidas de como educar a sus hijos? ¿Cómo
ayudar a sus hijos a construirse como personas, compensar su déficit y enfrentarse dignamente a su hándicap?
En toda familia la llegada de un hijo suele ser
fuente de especulaciones y de expectativas de futuro
donde se proyectan deseos personales (satisfechos o
no), miedos y esperanzas. Esperados con ilusión
o llegados por sorpresa, todos los padres sienten
apego y vinculación hacia sus hijos, interés que paulatinamente va transformándose en una pulsión afectiva («amor») (Freud 1950), que se entremezcla, en
la relación cotidiana, con las funciones básicas de la
familia.1
(1) Osterrieth destaca que las funciones básicas de la familia
son la protección, la enseñanza de sentimientos, el aprendizaje de
los roles sociales y la transmisión de la cultura.
Correspondencia: Xana Barlet. Centre Psicopedagogic. Fundació Caixa de Pensions. Sant Pere més Alt, 4. 08003 Barcelona.
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ORIGINALES
Pero cuando el hijo es distinto a lo esperado y no
evoluciona como uno se había imaginado, cuando se
sospecha y se diagnostica el déficit, ¿qué sucede con
el amor?,¿se quiere más o se quiere menos a este
niño en quien se agudizan los sentimientos contradictorios de sobreprotección y rechazo, de alegría y
dolor, de entusiasmo y decepción?
Nuestro título pretende ser polémico frente a
aquellos especialistas que en algunas ocasiones han
acusado a los padres de no «investir» el déficit de sus
hijos, y que incluso los clasifican en «buenos o malos» padres según la dedicación que manifiestan
frente a este hijo o si colaboran o no en las tareas de
reeducación. Estas atribuciones apenas encubren un
juicio de valor desconociendo las actitudes y sentimientos de estos padres, así como sus propias ideas
de cómo educar a sus hijos; es más, les asignan con
frecuencia un papel secundario como ejecutores de
programas ya diseñados que no tienen en cuenta la
idiosincrasia de cada familia. Nos parece, con Winnicot, que «todos los padres son bastante buenos»
(Winnicot, 1976), o como dice Bettleiheim (op. cit.),
«no hay padres perfectos».
De esta manera, consideramos que un aspecto importante de la relación clínica que se establece con
los padres consiste en darles la oportunidad de expresar la ambivalencia de sus sentimientos con respecto a los hijos; ello les permitirá disminuir su ansiedad y les ayudará a aceptarlos con su déficit. Este
proceso es particularmente necesario en un comienzo, cuando los padres se sienten aturdidos por
el diagnóstico, inseguros e incompetentes para asumir una situación sobre la que no ejercen ningún
control.
La experiencia que hemos desarrollado desde el
C.P.E.D.S. nos ha permitido analizar lo que sucede
en las primeras entrevistas con los padres. En efecto,
cuando iniciamos este trabajo, en nuestros primeros
contactos con los padres considerábamos prioritario
el facilitarles mucha información acerca de la naturaleza del déficit: pensábamos que así los ayudábamos
a entender que el déficit no tenía por qué repercutir
negativamente en el desarrollo de su hijo, y que esta
comprensión era el pivote que les permitiría asumir
más rápidamente al niño sordo. Sin embargo, la experiencia nos ha mostrado que cuando las emociones
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y sentimientos de los padres están trastornados ante
el impacto del diagnóstico médico y la verificación
de sus sospechas, no están psicológicamente preparados para «escuchar» esta información. Se corre el
riesgo entonces de que puedan aumentar sus sentimientos de confusión y de culpa. Es así como, no
sólo es recomendable sino necesario que, desde el
primer contacto, el especialista posibilite la expresión de las emociones y sentimientos de los padres,
aun cuando éstos aparezcan como «moralmente» criticables, tal como dice Luterman (1985), «...lo que
los padres necesitan es tiempo y espacio para “sentirse mal” en un ambiente en el cual sus sentimientos
sean aceptados». Ello no quiere decir que la información no deba darse, sino que es necesario crear las
condiciones de recepción adecuadas para que los padres puedan asimilarla; en otros términos, debemos
estimularlos a que pregunten e insistan una y otra
vez, sin pudor ni vergüenza, para que por una parte
reciban y comprendan la información, y por otra, expresen sus temores y sus dudas.
Reacciones emocionales de los padres
A través de nuestra práctica clínica, hemos podido
verificar que las reacciones emocionales al diagnóstico y la crisis consecutiva son similares a las de los
padres de niños con otros déficit, tal como han sido
descritas por Shontz (1967), Klaus y Kennell (1978)
y por Luterman (1985).
Tomando como referencia los autores citados, y
sobre la base del análisis de nuestra experiencia, hemos agrupado las distintas reacciones de los padres
en dos grandes bloques sucesivos, en los que diferenciamos las reacciones consecutivas a un estado de
crisis producido por el diagnóstico, de las reacciones
derivadas de un proceso dinámico de adaptación a la
nueva situación. Como toda caracterización y sistematización de etapas, esta presentación debe leerse
con las reservas del caso. Evidentemente no todos
los padres pasan por estas etapas del mismo modo ni
con la misma intensidad. Al final de la presentación
de cada bloque agregaremos comentarios sobre la relación entre los padres y el logopeda, ya que las reacciones emocionales que describiremos se manifiestan
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por una parte a través de esta relación; por otra
parte, el logopeda ha de tener conciencia que es normal que reciba estas reacciones. Al mismo tiempo
que las elabora y canaliza, en tanto clínico, ha de disponer de mecanismos de protección como para poder establecer la distancia psicológica necesaria.2
Primer bloque, la crisis
Primera etapa. Al conocer el diagnóstico médico se produce generalmente una reacción de conmoción o choque emocional. Es el momento en que
los padres verifican sus dudas respecto a las diferencias de su hijo cuando lo que buscaban era la confirmación de que estaban equivocados. En el caso de la
sordera, específicamente, los padres «notan» (en un
nivel preconsciente) que algo le está sucediendo a su
hijo, de alguna manera «lo saben» sin querer saberlo,
de tal modo que cuando reciben el diagnóstico de
sordera, pasan por un estado de conmoción, pudiendo caracterizarse esta primera etapa por una
sensación de dolor y aturdimiento en que pareciera,
tal como hemos dicho más arriba, que la información
«no llega». A partir de nuestra experiencia, coincidimos con los autores citados en considerar estas reacciones como características de la primera etapa, tratándose de un momento breve e intenso. A veces
cuando los padres consultan al logopeda, ya la han
superado, aun cuando la mayoría de ellos no olvida
estos momentos, evocándolos con gran amargura.
Como veremos más adelante y a diferencia de otras
etapas, podríamos decir que este primer momento
no es recurrente, aunque deja una huella muy dolorosa (Barlet, 1989).3
(2) Véase en este mismo número, el artículo «Las angustias
del logopeda, o donde la teoría se integra en la práctica cotidiana».
(3) Ejemplos de algunas expresiones de padres de los niños
que hemos tratado: «El peor momento de mi vida fue cuando el
médico me dijo que mi hijo era sordo». «Jamás olvidaré la manera
cómo me comunicaron el déficit de mi hijo.» «Su hijo es sordomudo, nunca podrá hablar y nesesitará educación especial, me
dijo el médico sin darme esperanzas.»
Segunda etapa. Después del choque emocional,
los padres reconocen la situación e inician un proceso de enfrentamiento de los problemas que conlleva (Luterman, op. cit.). En un primer momento,
cuando los padres se dan cuenta de lo que pasa, no
entienden por qué esto les ha de suceder a ellos,4 y
sufren un estado de ansiedad intenso con sentimientos de frustración y culpabilidad. Sentimientos de
frustración por no tener al hijo ideal y por sentirse incapaces de poder educarlo sin ayuda de otros; sentimientos de culpabilidad proyectados hacia otras personas (familiares del consorte, médicos) o hacia uno
mismo (por lo que fui, o por lo que hice o no hice), o
por experimentar estas emociones ante su hijo tras el
conocimiento del diagnóstico.5 Nuestro trabajo
como especialistas que establecemos un programa de
ayuda a estos padres, ha de permitir recoger estas
emociones que ellos pueden sentir como negativas, y
darles salida a través de acciones inmediatas y de una
participación activa en la difícil tarea de «hacer crecer» a sus hijos.
Es posible que, aun cuando se haya superado esta
etapa, los padres vuelvan a tener estos sentimientos
intensos de ansiedad y frustración, cada vez que se
enfrentan a nuevas situaciones que ponen en evidencia el déficit del hijo, como por ejemplo, cuando el
niño termina sus estudios y debe enfrentarse al
mundo laboral o cuando, simplemente, se cambian
de barrio y debe entablar otras relaciones sociales.
En esta etapa, frecuentemente hemos notado con
Wattier,6 que la culpa puede provocar rechazo y resentimiento hacia el hijo, lo que se manifiesta con
una sobreprotección excesiva y consecutivamente,
con una alteración de las relaciones con otros miem-
(4) Expresiones que hemos encontrado frecuentemente a
través de nuestro contacto prolongado con los padres y que
muestran su desconcierto: «¿Por qué me tiene que pasar esto a
mí, si en mi familia no hay sordos?»... «¿Qué he hecho yo para
merecer una cosa así?»
(5) Recordamos numerosos casos de madres y padres que
hablan de sus hijos con lágrimas en los ojos, así como el relato
dramático de una madre que ante la sospecha de que su hijita
fuera sorda, se veía a sí misma saltando con ella por la ventana.
(6) Citado en «L’enfant et la famille» de Osterrieth, op.
cit. 3.
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bros de la familia, especialmente los hermanos
(Bowlby, 1985).
Tercera etapa. Ya sea como defensa ante el estado de ansiedad intenso que hemos descrito en la
etapa precedente, ya sea consecutivamente a la conmoción inicial, puede producirse una etapa de negación donde no se admite la sordera del hijo. Se expresa frecuentemente por la búsqueda de otros diagnósticos que puedan contradecir el anterior, o si no,
una resolución del problema a través de curanderos,
de tratamientos milagrosos e incluso de formas de
medicina que pueden, en una primera aproximación,
aparecer como «mágicas» (acupuntura, homeopatía, etc.).7
Aunque la mayoría de los autores consultados hacen mención de esta etapa, nos parece que no todos
los padres pasan por ella de una manera evidente. Sin
embargo, cuando esto sucede, procuramos ayudarles
a superarla, analizando las limitaciones inherentes a
la sordera, pero mostrándoles al mismo tiempo las
posibilidades de desarrollo del niño con el déficit.
En lo que se refiere a la relación que el logopeda
establece con los padres, es especialmente importante en estas etapas que seamos capaces de conocer
y controlar nuestros sentimientos. Puede ser muy
frustrante, por ejemplo, cuando los padres repiten
siempre las mismas preguntas, e irritante también, su
incapacidad de comprender el problema a pesar de
nuestras explicaciones. Sin embargo, los padres se
encuentran en un proceso intenso de aflicción y
nuestro rol consiste en ayudarles a superarlo.
Segundo bloque, proceso de adaptación
Primera etapa. Podemos caracterizar esta etapa
porque en ella los padres se enfrentan a la situación,
iniciándose el proceso de aceptación del déficit. Es
una etapa en la cual disminuye el grado de ansiedad,
y los padres pueden hablar del problema de su hijo
(7) «Sería capaz de pactar con Dios y con el Diablo para no
ver a mi hijo así»: esta afirmación del padre de un niño sordo,
ilustra esta etapa.
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con otros padres, amigos o vecinos. Depositan su
confianza en los profesionales que se hacen cargo del
niño, pero sobre todo y, es lo más importante, en las
posibilidades de desarrollo personal y humano de su
hijo.
Es cuando los padres empiezan a apreciar las capacidades del niño en lo que se refiere al aprendizaje
de respuestas auditivas, formas de comunicación así
como sus primeros intercambios sociales. Al ir construyendo este equilibrio, les es posible valorar el desarrollo de su hijo —con el déficit— y de establecer
relaciones gratificantes con el niño y con el entorno.
Segunda etapa. Puede caracterizarse como una
etapa de reorganización donde se destaca una adaptación a la nueva situación. Es una etapa que los padres perciben como «positiva» ya que superan la
culpabilización inicial y favorece su autoestima. En
algunos de ellos se produce incluso un cambio radical de valores: si antes del nacimiento del hijo tenían
una actitud de compasión/rechazo hacia las personas
con distintos hándicaps, ahora pueden abordarlas
desde otro punto de vista (Goffman, 1973). En esta
etapa puede decirse que los padres comprenden el
déficit de sus hijos y asumen su nueva tarea de «padres de un niño sordo». En otros términos, conciben
la diferencia y la aceptan en sus limitaciones sin tratar de disimularla. Queremos ilustrar esto con la experiencia de una madre que estuvo durante meses
sumida en una profunda depresión, de tal modo que
cuando la conocimos presentaba una imagen descuidada, triste y llorosa. Un día llegó sonriente, distinta.
Nos comunicó que venía de la peluquería y, al preguntarle a qué se debía el cambio, dijo: «He comprendido que por mucho que llore no ayudaré a mi
hijo... Si él me ve triste pensará que no le quiero. Por
eso, he decidido ponerme en marcha para enseñarle
todo lo que esté a mi alcance».
En algunas ocasiones puede suceder que en algunas familias esta etapa de reorganización se presente
bajo el aspecto de una crisis desde el punto de vista
de los valores sociales compartidos. Por ejemplo, a
veces, el déficit de un hijo hace emerger problemas
entre la pareja que existían ya, aunque en forma distinta, antes de su nacimiento. La sordera hace entonces de revelador, que se manifiesta, en un comienzo,
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por diferencias de criterios entre los padres de cómo
deben actuar ante el hijo y ante el especialista. Se
producen separaciones y divorcios, pero desde nuestra experiencia podemos afirmar que el niño sordo
no es causa sino pretexto.
Aunque estas etapas son secuenciales, un proceso
de recurrencia es posible, e igual como lo dijimos en
la presentación del primer bloque, cada vez que los
padres se enfrentan a nuevas situaciones, la dimensión limitante del déficit se les hace presente obligándoles a un proceso constante de dominio de sí mismos y a un abanico de reorganizaciones que van
desde los ritmos de la vida cotidiana hasta sus expectativas para ese hijo.
Es en las etapas del período de adaptación que los
padres están mejor preparados para recibir y asimilar la información de contenido acerca de las características del déficit, tanto en lo que se refiere al desarrollo psicológico y social de su hijo como en lo que
concierne los aspectos técnicos (prótesis, audiometrías, etc.). Habiendo superado las etapas iniciales de
crisis, se establece una relación de confianza recíproca entre los padres y el logopeda, lo que permite,
en general, proporcionar adecuadamente la información que hemos mencionado. Sin embargo, ninguna
relación es estable y definitiva, y a veces por problemas de la propia historia personal de los padres (o
del logopeda) esta relación sufre altibajos. En tanto
profesional, el logopeda debe de tener en cuenta
la posibilidad de estas variaciones para poder manejarlas.
La diversidad de los padres
En la relación terapéutica que establecemos con
los padres de niños sordos nos encontramos con una
diversidad de familias, consecuencia de circunstancias culturales y medios socioeconómicos determinados, pero también de las diferencias entre los seres
humanos. Sin ninguna pretensión de clasificación,
queremos mencionar, por ejemplo, a los padres que
conciben expectativas de superación a través de sus
hijos en cuanto a categoría laboral y hábitat. Estos
padres generalmente han tenido una escolarización
insuficiente o son analfabetos, y desean para sus hijos
un oficio o profesión mejor o superior a la suya (Garrido, Vásquez, Martínez, 1990). Junto a ellos, hay
otros que sólo conciben como meta de superación
para sus hijos el que sean capaces de realizar estudios superiores y lo único que les obsesiona es si llegarán a hablar bien o no. El logopeda debe hacer que
los padres tomen conciencia de que les están imponiendo a sus hijos (sordos o no) sus propias expectativas (reflejo de sus ilusiones y frustraciones), y que
cada niño, según sus posibilidades, ha de construirse
a sí mismo, elaborando sus propias expectativas.
También las ideas que tienen los padres respecto a
la educación de sus hijos son diversas. Así nos encontramos con padres que piensan que la inteligencia
depende de la educación recibida y de las capacidades de razonamiento, y otros piensan que está directamente relacionada con la herencia. Unos creen que
los valores a fomentar son los «buenos modales», la
obediencia y la perseverancia, y otros opinan que los
valores más importantes inciden en la afirmación de
sí mismos, los intentos de superación y experiencias
de independencia.8
Otro punto de vista para analizar la diversidad de
los padres se refiere a sus rasgos de personalidad y su
forma de ser. Sólo mencionaremos aquí ciertos casos
derivados de nuestra experiencia:
Hemos encontrado algunos padres que antes de
tener el hijo sordo habían presentado cuadros
de inestabilidad emocional o de otras alteraciones
psíquicas; estos padres tienden a establecer una relación conflictiva con el logopeda, presentándose
como víctimas de diagnósticos y métodos de tratamiento contradictorios. Son padres a quienes el logopeda puede ayudar demostrando capacidad para escucharlos con comprensión y paciencia, ofreciéndoles un programa con objetivos a corto plazo como
manera de segurizarlos con pequeños resultados inmediatos. Por último, si no se logra disminuir el nivel
de ansiedad, es recomendable prescribir una ayuda
psicoterapéutica externa.
Sin embargo, otros padres son capaces de hacer
frente a la nueva situación con una acción constructiva constante a lo largo del proceso educativo. Son
(8) Véase en este mismo número el artículo de Pardo, A. M.
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padres con los que el logopeda comparte desde un
inicio la responsabilidad del tratamiento, pero con
quienes se debe tener una vigilancia especial para
evitar que se formen falsas esperanzas en cuanto a las
posibilidades del hijo sordo. Éste sería el caso de los
padres que, haciendo la opción de integrar al niño en
la escuela común, olvidan que el déficit marcará
siempre unas diferencias. El éxito del inicio de la integración puede producir este espejismo, al comprobar por una parte los progresos del hijo en cuanto al
aprovechamiento de los restos auditivos mediante la
prótesis, y por otra, en lo que se refiere al aprendizaje de un léxico y de una estructura gramatical que
le permite adquirir un buen lenguaje oral. De esta
manera, aun habiendo comprendido la naturaleza
del déficit y establecido una relación de colaboración
con el logopeda, en el devenir del proceso educativo,
los «éxitos» obtenidos pueden llevar a algunos padres a olvidar las limitaciones de la sordera.
Ante tal diversidad de padres, nuestro objetivo
será conocer sus expectativas, sus ideas y sus posibilidades, valorarlas adecuadamente con cada uno de
los padres, proporcionarles la información que necesiten y puedan asimilar, y crear una atmósfera que facilite el desarrollo de una eficaz relación terapéutica
y de orientación. Por último, no sólo hay que conocer cómo son los padres, sino respetarlos en su diferencia.
Estrategias de orientación a los padres
Nuestra experiencia profesional en tanto especialistas que realizamos un trabajo de orientación a padres incluido en un programa de educación temprana para el deficiente auditivo, nos ha llevado a valorar qué aspectos deben tenerse en cuenta para
iniciar una relación terapéutica de orientación.
En primer lugar, se han de conocer las reacciones
emocionales de los padres ante el diagnóstico del déficit de sus hijos, y los sentimientos que se originan a
partir de este momento. Ello nos permitirá ayudarles
a identificarlos como naturales y canalizarlos hacia la
consecución de un objetivo prioritario que será el desarrollo del máximo potencial de sus hijos en cuanto
que seres humanos en formación.
20
Sin embargo, ésta no es tarea fácil para el especialista, pues debe asumir la angustia de los padres y
elaborarla conjuntamente con ellos, sin forzar procesos de adaptación al déficit de sus hijos. Para ello una
estrategia puede ser el facilitar encuentros con otros
padres con quienes compartan estos sentimientos
«de igual a igual», lo que puede favorecer la expresión de sus emociones.
Fomentamos la autoestima de los padres sin propiciar relaciones de dependencia. Es muy fácil para
los padres depositar en el logopeda o terapeuta que
se hace cargo del programa de intervención toda la
responsabilidad de la acción educativa, pues ellos se
sienten desorientados e incapaces de asumirlo. También puede suceder que el profesional encargado del
caso se sienta obligado o presionado a dar una respuesta a todas las preguntas de los padres y a tomar
decisiones por ellos, lo que a la larga pueden crear
resentimientos por parte de los padres, pues acusan
su incapacidad, y por parte del profesional porque
puede sentirse agobiado por la responsabilidad.
Valorar las aportaciones de los padres, sus iniciativas y hacerles sentirse protagonistas del programa de
intervención, son formas de incrementar su autoestima y capacidad de afrontar el proceso de desarrollo
de sus hijos.
Retornando los elementos que ya hemos presentado más arriba en lo que se refiere a los momentos
adecuados para proporcionar información, ésta,
como es evidente, constituye un aspecto importante
de la relación del logopeda con los padres. En efecto,
debemos ofrecer la información necesaria para que
los padres puedan entender el déficit de sus hijos y la
manera cómo éste incidirá en su desarrollo. Igualmente, los padres deben estar informados de las dificultades que supone aprender a hablar y comunicarse para un niño que carece de audición, así como
de los beneficios del uso precoz de la prótesis auditiva para mejorar la voz, facilitar la comprensión y
desarrollar la memoria auditiva. Repetimos que esta
información, imprescindible para orientar a los padres y conseguir su colaboración, debe darse de
forma paulatina para que puedan asimilarla, y teniendo siempre en cuenta el estado emocional en que
se encuentran.
Por último, existen dos importantes estrategias de
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orientación que se complementan. Por una parte, la
observación de la relación de los padres con su hijo,9
lo que nos permite conocer y valorar esta relación a
la vez que evaluamos las capacidades y prácticas comunicativas de la dinámica familiar, junto a los prerrequisitos lingüísticos que permitirán a este niño el
acceso al lenguaje (Barlet, Silvestre, Prats, 1985).
Por otra parte, al hacer participar a los padres desde
un comienzo en las sesiones de tratamiento e intervención temprana, les estamos ofreciendo un modelo. De esta manera, los padres conocen el programa
a través de su puesta en práctica. Subrayamos este
aspecto porque antes de entrar en contacto con nosotros, «el programa» de tratamiento de su hijo les
parece a los padre una entidad altamente compleja,
donde ellos no tienen la competencia suficiente para
intervenir; al presenciar el tratamiento, el «programa» se transforma en un instrumento accesible para
ellos.
En síntesis, nos parece que el papel de los padres
en el proceso educativo de su hijo (sea sordo o no)
es indiscutible. Al terapeuta le corresponde ayudarles a asumir este protagonismo.
RESUMEN
La relación que surge de nuestro quehacer con padres, nos permite conocer sus distintas reacciones
ante el diagnóstico del déficit de sus hijos y la ambivalencia de sus sentimientos hacia los mismos, que
se manifiestan, en parte, a través de dicha relación.
Conocer, además, las ideas de los padres respecto
al desarrollo y educación de los hijos y respetarlo en
(9) Véase en este mismo número el artículo, «¿Quién enseña a hablar al niño sordo? Anti-Programa de lenguaje».
su diferencia, facilitará el desarrollo de una adecuada y eficaz relación terapéutica y de orientación.
Finalmente, presentamos algunas estrategias de
orientación a padres, derivadas de nuestra experiencia profesional.
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