LAS MANOS DEL SABIO AUTOR: DAVID BONACHÍA GALLO Cuenta la leyenda que hubo una vez un anciano al que todos llamaban “El sabio” cuyo hermano, siendo niño, paseaba por la montaña y se encontró una moneda en la que aparecía escrito “$%&&/”, que traducido significaba “la moneda de los tres deseos”. No había que frotarla como en Aladino, simplemente había que soplar, como indicaba en la parte inferior de la inscripción. Una vez que él llegó a su casa, se lo contó a su hermano “El sabio” y a su madre María. María sopló la moneda y por arte de magia apareció un duende; no era verde, simplemente era bajito y con las orejas puntiagudas. El duende le dijo que tenía que pedir tres deseos; solo uno por persona, así que María pediría uno, su hermano otro y el que quedaba “El Sabio”. María pidió el primero, que consistía en tener todas riquezas del país y convertirse en reina. Pero el duende avisó: “los deseos más grandes son los más peligrosos”. Durante unos días estuvieron viviendo muy bien, pero luego María pensó que su hijo mayor debería pedir el segundo deseo .Y así se lo pidió. Su hijo deseó adueñarse del país y el duende repitió “los deseos más grandes son los más peligrosos” Pero el hijo mayor no escuchó. Pasaron tres años y la desgracia llegó a la rica y famosa familia; María enfermó gravemente y al cabo de una semana murió. Dos semanas y media más tarde, el hermano mayor tuvo un accidente con un caballo y se quedó paralítico. Finalmente, el menor de la familia -“El Sabio”- se quedó con todas las riquezas y con la oportunidad de pedir el tercer y último deseo al duende. Estuvo semanas pensando qué pedir sin saber muy bien qué desear. Tras pensar y pensar, enterró la moneda tan profundamente que, aún hoy, después de varios siglos de búsqueda, nadie ha conseguido encontrar la moneda de los tres deseos. Es así, como el duende concedió el último deseo al único superviviente de la desafortunada familia: “evitar que la avaricia arruinase para siempre la fortuna a otras familias”. Por eso le llaman “el sabio” y lo de las manos porque enterró la moneda con sus propias manos.