É Edad Media La Torre en época medieval Durante la Alta Edad Media el faro inició un dilatado proceso de abandono, expoliación y ruina. El declive del Imperio romano y de sus redes comerciales supuso la decadencia de las grandes rutas marítimas, que dejaron paso a una navegación de cabotaje de bajo tonelaje muy intensa en aguas interiores como las rías gallegas. En esta época, es posible que el faro ya no alumbrara el horizonte pero su simple presencia sobre la península en la que se asienta sería suficiente para convertirse en una imponente baliza diurna para la orientación de los navegantes, cuando accedían al puerto coruñés desde barlovento. Tal debió ser su relevancia que, desde época muy temprana, aparecen relacionados con los restos del faro una seri e de topónimos como “Farum Brecantium”, “Farum Pregantium” o simplemente “Faro”. Es más, desde el siglo IX o X la antigua población de Brigantium pasó a llamarse Faro, prueba de la importancia que éste seguía teniendo. Durante la época de las invasiones normandas, en varias ocasiones, se recogieron referencias al faro. Concretamente en la Crónica del rey Alfonso III se habla de una batalla en el año 846 en la que las tropas asturianas se impusieron a las huestes normandas junto al Farum Brecantium. En relatos posteriores se conservan otras alusiones similares. Debido a las amenazas externas y al declive de la actividad portuaria y comercial, el núcleo de Brigantium decreció casi hasta desaparecer porque su población se trasladó a un asentamiento más seguro, el llamado Burgo del Faro, situado al fondo de la ría, en el actual ayuntamiento de Culleredo, una zona resguardada de posibles ataques externos. En ese momento los restos del faro constituían una torre de vigilancia con un marcado carácter militar y defensivo. En el siglo X, en el año 991, el distrito administrativo de Faro, que era una tierra de realengo, pasó a manos del obispo de Santiago de Compostela porque el rey Bermudo II le confió al prelado la defensa de las costas de Galicia. En el documento de donación se cita expresamente la “Pinnam fabricatam ab antiquis hominibus farum Precantium”, es decir, un faro construido por hombres antiguos al que define como “pinnam” que según Bello Diéguez hace alusión a una edificación en ruinas. Desde finales del siglo X, según Díaz y Díaz, el núcleo de Brigantium, pasó a denominarse Cesarea, nombre que aparece en la Crónica Rotense (X-XI), porque se identifica a César como el fundador de la población y del faro. Para Moralejo Álvarez, el nombre de Cesarea se basa en una geografía libresca que intenta prestigiar las ruinas del faro. La imagen más antigua de esa torre la encontramos en el mapamundi del Beato de Girona, que data de finales del siglo X y que incluye la reproducción de los dos faros más importantes de la época: el faro de Alejandría y el faro de la Gallaecia. Además de las referencias al monumento, en la documentación castellana de la época se conservan alusiones en crónicas musulmanas, lo que pone de relieve la importancia que en el ámbito medieval seguía teniendo el faro como un elemento defensivo que traspasaba por su singularidad las fronteras del mundo cristiano. Así, en la Descripción de España de al-Idrisi, una obra del siglo XII, se habla de los restos del faro como de una “atalaya grande” y de un “castillo del faro” que presidía la población y ría del Burgo, y en los mapamundi de la cartografía árabe se señala la existencia de una construcción importante en el cuadrante noroccidental de la península Ibérica, que puede identificarse como los restos del faro. Durante la Baja Edad Media las fuentes historiográficas siguen aportando datos interesantes que demuestran la relevancia del monumento. En época de Alfonso V se menciona a los hominies de alumenariis, que serían probablemente los vigías que con sus señales luminosas anunciaban desde la Torre los avistamientos en el mar; y en la Historia Compostelana, de época de Gelmírez, se alude a los “caballeros estipendiarios” como los encargados de vigilar y guardar el faro (Lib. II, cap. LXXXII). Bajo el reinado de Fernando II y Alfonso IX, el temor a una invasión por mar decrece y eso contribuye a que se produzca una reactivación del comercio marítimo y una repoblación del litoral, que en este caso se fragua con la Carta Puebla de 1208 de Alfonso IX que supuso la fundación de una nueva ciudad “apud turrin de Faro”. En ese nuevo escenario, la peregrinación a Santiago de Compostela cobra un papel que hasta entonces no había tenido y el Camino del Norte, que unía por mar Inglaterra y A Coruña, se consolida. Como consecuencia de ello, el faro vuelve a tener una función y se recupera como elemento de apoyo a la navegación. De hecho aparece recogido en los portulanos, que eran las cartas náuticas del momento, donde se habla de una “torre de la guarda”, en un portulano veneciano de hacia 1400, y de “torre sublime”, en la Crónica de Emo. É Coincidiendo con esta revitalización del faro, Alfonso X publica hacia 1270 su Historia de España, en la que recoge un pasaje en el que mezcla la realidad, la leyenda y el mito clásico que tuvo una gran difusión porque actualmente el faro Brigantium es para nosotros la Torre de Hércules, es decir, todos la conocemos por el nombre que se acuñó en el siglo XIII. Tomando como punto de partida la tradición isidoriana, Alfonso X recupera el mito de Hércules y su relación con la península Ibérica, donde sitúa el enfrentamiento con Gerión. Un lucha a muerte que se libra en el finis terrae atlántico y que concluye con el triunfo del héroe clásico quien, tras matar a su enemigo, decide enterrarlo a la orilla del mar, construir sobre su tumba una torre-faro y fundar una ciudad a la que puso el nombre de Crunia, en recuerdo de la primera mujer que la habitó y de la que se enamoró. La relevancia de este relato es muy grande y condicionó la iconografía del propio faro. Al menos desde finales del siglo XV, la Torre de Hércules pasó a convertirse en la imagen de A Coruña, al tomarla el Ayuntamiento como tema de su escudo. Las primeras representaciones conocidas, en torno a 1448, son muy sumarias pero a lo largo del siglo XVI se completaron con la incorporación de todos los elementos claves para la interpretación de la leyenda de Hércules, es decir, el faro sobre un alto promontorio que ocultaba la cabeza coronada de Gerión, el candil que colocó Espán y el espejo que permitía descubrir las naves enemigas. La formulación más completa de la leyenda aparece en la Ejecutoria de 1552 del emperador Carlos V. A partir de aquí las modificaciones en la imagen serán mínimas hasta finales del siglo XVIII, cuando después de la restauración de Eustaquio Giannini se incorpore al escudo la nueva imagen de la Torre.