EL PENSAMIENTO REACCIONARIO DE HOY

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La pensée réactionnaire aujourd’hui < Théorie radicale
(EL PENSAMIENTO REACCIONARIO DE HOY< THERIA
RADICALE)
¿Hay un uso de izquierda del pensamiento reaccionario ?
Mise en ligne le dimanche 11 janvier 2004
par Yann Moulier Boutang
"Los extremos siempre son fastidiosos, pero son sensatos
cuando son necesarios. Lo que tienen de lenitivo consiste en
que nunca son mediocres y en que resultan decisivos cuando
son buenos" (Cardenal de Retz, Mémoires, Segunda parte,
Édition Pléiade, p. 108).
Una anécdota para entrar en materia : la publicación de
un libro de Carl Schmitt en la editorial Seuil
Dos acontecimientos recientes han colocado en el centro de
la escena el examen del pensamiento reaccionario. En
noviembre de 2002 aparecía en Seuil, en la colección "L’ordre
philosophique", dirigida por Barbara Cassin, un libro de 122
páginas de Carl Schmitt sobre el Leviathan de Hobbes
(1938)1. De poco sirvió que en el libro figurara un prefacio de
Étienne Balibar2 y un posfacio de Wolfgang Palaver, dos
autores poco susceptibles de complacencia hacia ese
pensador, ni que decir tiene bastante de derechas : ello no
impidió que el libro suscitara uno o dos artículos llenos de hiel
en Le Monde. Uno llevaba la firma de un periodista, bastante
superficial ; en él se explicaba lo problemático que resultaba
incluir en una prestigiosa colección de filosofía a un autor
comprometido con el régimen nazi, lo que venía a ilustrar una
"atmósfera" magistralmente descrita en una obra que era
publicada al mismo tiempo, Rappel à l’ordre de Daniel
Lindenberg. El otro, más imperdonable, ya que procedía del
gran especialista francés en Hobbes, declaraba fríamente que
no se podía tomar en consideración cualquier texto de
Schmitt sino como testimonio histórico, pero que bajo ninguna
circunstancia se le debía conceder el honor de adjudicarle un
estatuto filosófico. Barbara Cassin respondió a aquella
pseudo-argumentación, señalando que, con arreglo a ese
criterio, no quedarían muchos filósofos dignos de
publicación : el reaccionario Platón, el ambiguo Maquiavelo e
incluso el tan absolutista y antirrevolucionario Hobbes. No se
tomó la molestia de responder a la acusación de hacer el
juego a los "nuevos reaccionarios". Por otra parte, el artículo
se apoyaba en un inciso del libro de Lindenberg que señalaba
el deslizamiento de referencias de Tocqueville a Schmitt y
tachaba de "schmittianos de izquierda" a la revista Multitudes,
de la que también forma parte Barbara Cassin. He de precisar
que en Multitudes nadie se considera tal. Sin embargo, esta
"inexactitud" es interesante, ya que permite esclarecer una
cuestión importante para la izquierda : ¿hay que leer a los
pensadores reaccionarios ?
El asunto de los "nuevos reaccionarios"
El libro de Daniel Lindenberg, Rappel à l’ordre. Enquête sur
les nouveaux réactionnaire3, ha causado furor. Lindenberg
busca la genealogía intelectual de esta resurrección política,
subrayando, siguiendo la estela de Julien Benda, una nueva
"trahison des clercs". El ataque generalizado contra la
"modernidad" se produce por acumulación de ideas ultrareaccionarias : éstas comprenden desde el proceso
generalizado a los intelectuales, a las ideas de mayo de 1968,
a la democracia parlamentaria, a la igualdad, al contrapeso
de la autoridad, de la ley y al debilitamiento de la figura del
padre. En el banquillo se sienta también la doctrina de los
derechos humanos, la sociedad "mestizada" por la
inmigración, el feminismo, la ecología, el "comunitarismo", la
affirmative action, los "minority studies", que destruyen el
republicanismo, para terminar con el Islam a secas. Estas
ideas dan razón de los impresionantes resultados de JeanMarie Le Pen en las últimas presidenciales. La reintegración
de la extrema derecha en la derecha "presentable" no es tan
sólo un compromiso oportunista y digno de politicastros : se
ve auspiciada por la banalización de enunciados que ya no
gozaban de derecho de ciudadanía. Para D. Lindenberg
presenta un particular interés la circunstancia de que
intelectuales de izquierda o procedentes de la izquierda (a
veces extrema) hayan favorecido esta transformación : Michel
Houellebecq, Maurice Dantec, Philippe Muray, Marcel
Gauchet, Alain Finkilekraut, Pierre-André Targuieff, Régis
Débray, Jean-Claude Milner y Alain Badiou, principalmente.
Digamos sin ambages que, con independencia de que el libro
de Lindenberg no esté tan bien apuntalado, no sea tan erudito
y, por lo tanto, con frecuencia sea discutible en sus
pormenores, presenta a menudo el mérito de llamar al pan
pan y al vino vino y de dar una estocada al manido y
generalizado desplazamiento a la derecha con el "paso de los
años" de no pocos intelectuales, así como a una dudosa
convergencia de distintos campos (literario, cultural,
periodístico, filosófico y político). Muchos movimientos
sociales (empezando por los sans-papiers, los sin-derechos,
pero también los "beurs") sufren cotidianamente una política
marcadamente racista, reaccionaria o sencillamente
profundamente estúpida porque no comprenden lo que
significa la "reacción" caso por caso. Así, pues, hay cosas
que uno no puede ponerse a defender sin cambiar de campo,
mal que le pese al sentido de los "matices".
La debilidad conceptual del Rappel à l’ordre
No obstante, hay algo que no funciona en este libro, hasta el
punto de que cabe prever que sus consecuencias no superen
las que tendría un puñetazo al aire. No hablamos de los
efectos de viraje radical que auspiciará, precipitando
cabalmente hacia la derecha o la extrema derecha a
intelectuales que no se atrevían a dar el paso por sí solos.
Después de todo, es mejor así : más vale tener adversarios
que falsos amigos. La política no es una parroquia dirigida por
un buen pastor, encargado de conducir a todos sus fieles al
redil de la salvación. Por el contrario, funciona con arreglo a
líneas de demarcación que se trazan continuamente,
conforme a nuevas divisiones que recubren antiguas líneas
de separación.
El problema reside en otro aspecto. Tiene que ver con una
vaguedad casi total en la definición tanto de los reaccionarios
como de los nuevos reaccionarios. Examinemos, en primer
lugar, la definición que Daniel Lindenberg da al respecto en
una entrevista con el diario Libération4 : "Un reaccionario es
aquel que piensa que antes todo estaba mejor. Un nuevo
reaccionario es aquel que, no habiendo expresado semejante
actitud hasta el momento, comienza subrepticiamente a
pensar de ese modo". En tal caso, toda suerte de pesar, de
nostalgia y de futuro anterior serían reaccionarios. Los
programas de corrección gramatical de Microsoft rechazan
lisa y llanamente el pretérito indefinido en francés. Sin
embargo, en este caso, el que se ve cabalmente expulsado
es el imperfecto. El pesar por el pasado no basta para
caracterizar a la reacción. ¿Qué decir, por otra parte, de la
imprecisión de la expresión "aquel que piensa" : opinión,
actitud, concepto, acción ?
Ahora bien, distinguir entre carácter, actitud, prejuicios,
ideología, valores, pensamiento y política reaccionaria tal vez
no sea un lujo. Como tampoco, por lo demás, entre
pensamiento consciente e inconsciente y pulsiones. La
brutalidad de la adscripción a un pensamiento reaccionario o
su carácter oculto (subrepticio) resulta mucho menos
interesante que la superposición en la misma persona de
enunciados manifiestos de carácter progresista y de un
contenido latente completamente reactivo o reaccionario (que
no tienen porqué ser lo mismo). De suyo, en el término
"reaccionario" no hay tan sólo una subestimación del presente
frente al pasado (que puede ser obtenida mediante diferentes
combinaciones que respaldan cada vez más al pasado,
conforme a cuanto escribe Lindenberg), sino sobre todo una
voluntad fuerte (puesta o no en práctica) de volver atrás, de
devolver a la vida el pasado contra el presente.
No obstante, dejemos a un lado los caracteres, los
inconscientes, los prejuicios y la ideología como sistema de
representación colectiva, para concentrarnos en dos estados
cruciales de la "Reacción" : la política como práctica y
realización de un programa y el pensamiento como posición
en la teoría.
Para qué sirven los reaccionarios en política
En un campo de fuerzas y en su composición, no hay razón
para conceder un estatuto ontológico más favorable a la
acción y no a la reacción. La acción puede ser un pretexto,
una ocasión aleatoria (la gota que desborda el vaso, la
sobredeterminación). Por otra parte, la citada acción, en una
nueva concatenación, se demuestra reacción y viceversa.
Para introducir una jerarquía de valor entre acción y reacción,
es precisa una teleología lineal (el progreso), un proceso
dialéctico (con la dependencia ostensible de la antítesis con
respecto a la síntesis como posición inicial), o bien la
distinción radical entre un plan de inmanencia y de
transcendencia. Es el caso, por ejemplo, de la devaluación
radical de la inmanencia de la que Nietzsche acusa, por
ejemplo, al platonismo y al cristianismo cuando distingue
entre afirmación y resentimiento.
Sin embargo, la orientación en la escala de valores se
presenta con particular nitidez en la división del espacio
político desde la representación del pueblo constituido en
torno a un hemiciclo cuya posición queda caracterizada con
arreglo al presidente de la asamblea que se sitúa frente a ella.
La división derecha/izquierda, esencial en política, se
presenta enormemente acentuada en transversal y evolutiva
con arreglo a la duración, se duplica con otra división, a su
vez evolutiva, entre demócrata y antidemócrata. Si por
democracia se entiende democracia representativa (y no tan
sólo parlamentaria), los adversarios de ese régimen, ya sean
de derecha o de izquierda, se encuentran en los extremos.
Una separación sustancial que a su vez se ve especificada :
en democracia, querer cambiar el régimen de la constitución,
aun sosteniendo que ello sólo se podrá hacer mediante la
fuerza (la revolución o la contrarrevolución), no puede
constituir un delito, la práctica de actos de violencia (posesión
de armas, robos, extorsiones de fondos, secuestros y
asesinatos) no merece tan sólo la calificación de extrema,
sino de extrema derecha o de izquierda dura. Esta segunda
separación en el seno de los regímenes democráticos no es
accesoria, toda vez que la confusión entre ambas (hasta tal
punto que toda opinión política extrema hacia el orden
democrático actualmente existente equivale a una
colaboración moral o material con el extremismo duro) puede
poner en peligro rápidamente la libertad de opinión y el
derecho de reunión. Por otra parte, no otra cosa sucede
cuando se proclama un estado de excepción permanente
para luchar contra el "terrorismo" o la "inmigración
clandestina" y cuando mediante decretos o leyes se limita el
ejercicio de facto de las libertades constitucionales.
Añadamos, para terminar y complicar el derecho de un
régimen "democrático" a defenderse de sus enemigos, que
toda democracia introduce un derecho implícito a la
insurrección o a la rebelión si el régimen constituido falta a la
defensa real del cuerpo político (con independencia de que lo
hiciera de forma legal, como sucediera, por ejemplo, con el
voto de plenos poderes al mariscal Pétain por parte de la
aplastante mayoría de los parlamentarios de las Tercera
República). Sin embargo, el lema de los periodos
revolucionarios : "No hay libertad para los enemigos de la
libertad" no es sostenible en tanto que principio sin abrir las
puertas al terror. Por lo demás, cuántos actos de violencia
calificados en su momento de "terrorismo" o de "criminalidad
de derecho común" son más tarde amnistiados e incluso
integrados en la historia como "fundadores" de un nuevo
régimen.
En la representación parlamentaria de las democracias,
representación circular y centrípeta, lo que importa no es la
acción ni la reacción, sino la intensidad de las fuerzas, que
sirve de discriminante. Tanto las fuerzas revolucionarias
como las contrarrevolucionarias quedan descalificadas a
causa del peligro de que provoquen no sólo un mero
desplazamiento, sino un equilibrio acumulativo que pudiera
conducir a una implosión. Se trata de la metáfora de las
oscilaciones del balancín durante las revoluciones. En cuyo
caso, toda vez que la izquierda o la derecha tienen vocación
a ocupar lo que ellas denominan el centro de equilibrio, éstas
pueden servirse de los extremos (provocándoles,
favoreciéndoles y manipulándoles) para inmunizar al cuerpo
social y provocar una reacción hacia el orden (la derecha) o
hacia un movimiento controlado (la izquierda), o bien para
descalificar y comprometer al adversario real sobre el tablero.
¿Para qué sirve la Fronda bajo Luis XIV (y de Retz en
particular) ? Para vencer la resistencia de los embriones de
parlamento contra la instalación del absolutismo. Hace bien
poco, la izquierda mitterandiana utilizó al Frente Nacional
para dividir a la derecha, del mismo modo que ésta última
utilizara al Partido Comunista para excluir a la izquierda del
poder durante treinta años en Francia.
Asimismo, en lo que atañe a los extremos políticos existe un
uso paradójico de la inestabilidad, denominada la "política de
lo peor" : ¿para qué son útiles los reaccionarios ? Para
desencadenar las revoluciones. Chateaubriand explica en sus
Mémoires cuánto debe la Revolución francesa, en tanto que
movimiento de masas en el campo y rebelión en la Corte de
Versalles, a la reacción patricia de la pequeña nobleza, que
se dedicó a exhumar costumbres señoriales que desde hacía
mucho tiempo habían caído en desherencia, reclamando el
reestablecimiento de todos sus privilegios y acelerando la
crisis global del Antiguo Régimen. Para Lenin, profundamente
convencido de la existencia de un sentido de la historia y de
las horcas caudinas de la acumulación capitalista, un
reaccionario (condenado al fracaso a largo plazo) valía más
que un reformista capaz de introducirse en el sentido de la
historia para traicionar los intereses del proletariado después
de haberse servido de él como de una palanca para acceder
al poder. Frente al fascismo, después de 1921 hasta 1924,
los bolcheviques y luego la Tercera Internacional decidieron
que la socialdemocracia era el enemigo principal y se
negaron a toda alianza con la burguesía liberal.
La izquierda parlamentaria acepta la separación entre el
progresismo y el conservadurismo, pero rechaza la
perspectiva de un derrocamiento global como la única eficaz.
Puede hacer un uso táctico y circunstancial de la derecha
reaccionaria, pero por lo general deja de hacerlo cuando le
parece que la reacción amenaza con inclinar la balanza a
favor de los conservadores. En la medida en que el beneficio
esperado consiste más bien en la conservación del poder
antes que en el acceso al mismo, la izquierda no procede de
este modo sino una vez que se encuentra dentro del Estado.
De tal suerte que, contrariamente a las matemáticas, la regla
consiste en que el producto de los extremos siempre debe ser
inferior al producto de los medios.
La izquierda revolucionaria, que no excluye una crisis violenta
del sistema político, puede hacer un uso más intensivo de las
políticas reaccionarias. El beneficio esperado consiste en la
conquista del poder o sencillamente en la caída de aquellos
que se considera que constituyen el principal obstáculo para
el derrumbe del sistema capitalista o del Estado. La forma
que cobra este uso consiste en una connivencia objetiva o en
una neutralidad. Sin embargo, también existe un límite : si la
naturaleza del desequilibrio auspiciado no se limita a
perjudicar a la supervivencia del capitalismo, sino que corre el
peligro de afectar a la suerte de la humanidad a secas, la
política de lo peor pasa a ser condenable, tras lo cual se trata
de regresar a las reglas de funcionamiento de la
socialdemocracia parlamentaria. Lo que explica el giro
antifascista de la Tercera Internacional.
Añadamos, no obstante, que el uso de las políticas
reaccionarias sigue siendo un expediente táctico consciente y
cínico. Puede haber fallos de cálculo, pero los protagonistas
de esos compromisos, por más que puedan dejarse engañar
[être dupés] con motivo de una "jornada de los engaños
[dupes]5, nunca son las víctimas [dupes]. En griego, diríamos
que no se trata de un verbo que se utilice en voz pasiva sino
en voz media.
Bien distintos son los frutos tanto benéficos como venenosos
del uso (en el sentido del trato familiar) del pensamiento
reaccionario, ya sea político o metafísico, en un sentido más
lato -si aceptamos la poderosa idea de A. Negri según la cual
a menudo no es sino en ese ámbito en el que se encuentra la
verdadera política de los autores clásicos de la filosofía.
El uso saludable del pensamiento reaccionario
Con independencia de todo cálculo de "política inmediata",
¿podemos rastrear en el universo del pensamiento esta
jerarquía de la acción y la reacción ? La ética desconfía de
las "buenas intenciones", de las que está lleno el infierno, del
mismo modo que la política desconfía de la virtud moral.
Hemos visto cómo las valencias respectivas del par
acción/reacción dependen del espacio en el que éste se
inscribe. En el espacio lineal del "sentido de la historia", de la
temporalidad de las sociedades calientes, el revolucionario y
el progresismo de ayer, abandonadas a su propia inercia, se
tornarán en el conservadurismo más reaccionario. En el
movimiento de la dialéctica de lo real y de lo racional, de la
que Hegel pretende ser el solo intérprete e intermediario, la
reacción (el no del rechazo, que es la posición de siervoesclavo frente al señor) no cuenta sino como momento
destinado a morir : tan sólo el resultado, como movimiento
restituido del todo, rescata del olvido a la reacción sin volver a
poner en tela de juicio la primacía ontológica del señor.
Sabemos cómo se las arreglará Heidegger para sacar partido
(siguiendo en esto a Nietzsche y su crítica intransigente del
pensamiento dialéctico de Platón a Hegel) de la dependencia
interminable de la metafísica. Poco importa, a este respecto,
su nazismo, toda vez que él señala las fallas del campo
constituido, lleno y saturado, así como sus intentos de saturar
"poéticamente", dentro de un retorno mítico a los
presocráticos, las lagunas del nuevo campo que él traza fuera
del principio onto-teológico. Fijémonos en el plan de
inmanencia total, que Heidegger lee en la experiencia de la
vida facticia de los primeros cristianos, o en el modo en que
arrastra a Kant más bien del lado del esquematismo de la
imaginación transcendental que del de la analítica de las
Ideas de la Razón de los neokantianos : su adversario es el
idealismo en su forma fuerte (Platón, Hegel), pero también
todas las formas de idealismo débiles.
Paradójicamente, a pesar de sus reiteradas protestas, la
cultura republicana del justo medio, no obstante su rechazo
indignado del cinismo formal del hegelianismo y de su hijo
natural, el materialismo histórico, llega al mismo resultado :
de la violencia del no revolucionario al capitalismo no será
validado sino lo que triunfa (la reforma, es decir, un
capitalismo temperado), todo lo demás, la subjetividad (el
deseo de ruptura absoluta, de otro mundo) será adjudicado al
romanticismo, al sentimiento religioso, al mesianismo y, en
definitiva, a un plan de transcendencia ilícito en política por
reaccionario en los planos político y psicológico.
Así, pues, cabe pensar que la alianza del racionalismo
neokantiano (de esta política y del pensamiento dentro de los
límites de la mera razón) con el seguidismo más chato (la
realización del Plan en los estalinianos totalitarios, el
capitalismo en nuestros días como horizonte "insuperable" en
el socialiberalismo) no estriba sino en una reclasificación en
el conservadurismo más obtuso y sobre todo más estéril.
Desde los extremos (en el espacio, en el tiempo, en la
"gigantomaquia" o la "feria" de la filosofía) el punto de vista es
menos cautivo. ¿Por qué Althusser recomendaba "pensar en
los extremos", buscando en Pascal, antes que en Kant y a
fortiori en Benjamin Constant, consejos de trabajo ? Porque
encontraba en los pensadores reaccionarios por esencia o
por accidente (lo que no implica ni el mismo modo de lectura,
ni el mismo tipo de uso) más elementos de comprensión del
mundo, o más elementos que funcionaban como disparador
de pensamiento nuevos que tal o cual pensador de su "propio
campo".
En la inteligencia encontramos la invención, la facultad de
encontrar. Gracias a Feyerabend, sabemos que el paradigma
de Kuhn o el programa de investigación de Lakatos legitiman
a posteriori de forma distinta (sistémica o constructivista) la
ruptura que constituye la invención, pero no permiten en
absoluto discernir en cuanto tal el momento revolucionario del
descubrimiento. Éste último sigue siendo aleatorio,
sobredeterminado, al abrigo de las combinatorias más o
menos sofisticadas. Dicho de otra manera, "para encontrar
todo sirve" (Feyerabend). En materia de pensamiento político,
a la hora de imaginar un más allá del capitalismo (que no
tiene rigurosamente nada que ver con el socialismo), no se
trata de buscar, como cuentan los curas kantianos de la
decencia republicana (por no hablar del aspecto absoluto y
simpático de los místicos de la Tercera República, por lo
demás reaccionario), sino de encontrar, como proclamaba
con su potencia caótica Picasso, una especie de Goethe del
siglo XX.
Ésta es la razón de que el pensamiento no pueda gobernarse
como el Parlamento de la democracia parlamentaria
representativa, el menos malo de todos los regímenes, en
palabras de un conservador (que comenzó su carrera con el
reestablecimiento reaccionario de la paridad con el oro de la
libra esterlina en 1925), Winston Churchill, adoptadas más
tarde por muchos demócratas de izquierda desencantados.
En el pensamiento, uno no está en el reino "prudente" de la
solución menos mala, sino en la búsqueda libre de toda
atadura, de toda prudencia, de lo "mejor", ya sea lo verdadero,
lo justo, la posición correcta, etc., con independencia de la
definición que adoptemos. En el pensamiento rige
exactamente lo contrario de la regla que se impuso en la
política : las desviaciones, las fuerzas centrífugas, las
diferencias de potencial y las líneas de fuga se descubren
como las estrellas del cielo con arreglo a las cuales se orienta
la navegación. El carácter revolucionario es el régimen
normal de funcionamiento de las neuronas humanas.
Razón por la cual la aclimatación a las reglas de la medida,
de la cortesía, del compromiso, de la mediación, de la
fidelidad y de la reproducción de lo idéntico gozan de tan
mala prensa.
Tan limitada y controlada como cabe pensar que deba ser la
frase del firme partidario de la Fronda y "objetivamente"
reaccionario Cardenal de Retz, frente al pensamiento
Richelieu o Mazarino, citada en el encabezamiento de este
artículo, parece no obstante que no tiene por qué ser
"consumida con moderación" en el dominio del pensamiento.
Para "pensar en los extremos", el trato con los extremos del
pensamiento es más útil que los consejos de Monsieur
Prudhomme o la masticación de la papilla humanista llena de
buenos sentimientos, que disimula los funcionamientos reales
y agarrota la agilidad de las neuronas.
Si nos interesamos por Carl Schmitt, auténtico pensador
reaccionario cristiano, ocasionalmente nazi y antisemita
nunca retractado, se debe a que, como todos los grandes
reaccionarios que creen describir lo que debería ser y para él
no es (salvo en los momentos de la teocracia monárquica
católica o en el führerprinzip nazi), al principio describe (o se
ve atravesado por la intuición poética -Platón habría dicho
que, como los poetas, no sabe de lo que habla ; el Zeitgeist le
hace desvariar) momentos absolutamente constitutivos de la
dictadura burguesa en la forma-Estado. Este pensamiento,
que cabría considerar (y que a menudo se cree) apologético
de la dictadura de antaño o que toma a ésta como objeto de
los mejores deseos de resurrección, dice, en realidad, la
realidad más contemporánea ya en marcha, la modernidad.
No tengamos la crueldad -en estos tiempos de guerra de la
democracia más grande del mundo contra la peor y más
atrasada dictadura del planeta, Iraq, de puesta en tela de
juicio de la ONU kelseniana por parte de los halcones pilotos
del águila estadounidense, de retorno a la decisión unilateral
en un estado de excepción permanente, a la guerra
preventiva- de demostrar hasta qué punto encontraremos
mucho más acerca del funcionamiento actual de nuestro siglo
en Carl Schmitt6 que en John Rawls (cuya utilidad no se pone
en duda, pero que atañe a otros dominios).
Sin embargo, las razones por las cuales podemos
interesarnos de cerca por los pensadores reaccionarios no se
limitan al conocimiento del enemigo o del adversario. De este
modo si J. Von Hayek, tan insoportable en algunos de sus
enunciados, al igual que Céline cuando habla de los judíos,
son un extremo útil, una baliza útil para la navegación, lo son
conforme a una perspectiva distinta que la de Schmitt. De te
fabula narratur, podríamos decir, citando a un autor célebre.
En efecto, ¿qué hace Hayek ? Denuncia incansablemente,
desde El camino de la libertad (1944), la perversión del
funcionamiento real del mercado por parte del Estado y de
todas las formas de abdicación del pensamiento liberal
auténtico ante un keynesianismo enfeudado, aunque no sea
consciente de ello, al comunismo colectivista. Este rasgo
hace de Hayek el gran reaccionario del pensamiento
económico (el único que se niega a admitir la idea de que el
estado general de todas las economías mundiales es el
régimen de economía mixta), mientras que Milton Friedman,
que inspirara la contrarrevolución keynesiana y diera forma a
la contrarrevolución política de los Chicago Boys de Santiago
de Chile, es un político que quiere menos Estado, un Estado
mínimo (y no ningún Estado, como Hayek7). Sin embargo, el
interés de Hayek consiste en que, cuando describe el
funcionamiento ideal del mercado y del liberalismo puro, hace
hincapié en la potencia constituyente del mercado en tanto
que mercado de la libertad. En efecto, cabe leer el mercado
de dos
maneras : bien como orden construido
autoinstituyente y productivo in se de un orden cataléctico y
espontáneo, contrapuesto al artificialismo y el constructivismo
del orden tributario (institucional). Ante este umbral se
detienen las lecturas de los economistas de las convenciones
o de los epistemólogos de los sistemas de regulación. Sin
embargo, podemos ver también en ese mercado mítico de
Hayek, verdadero deus ex machina, el reconocimiento
involuntario, como si respondiera a los movimientos de un
ventrílocuo, de la potencia de la cooperación de las
multitudes. He intentado8 demostrar que el poderoso ascenso
de un liberalismo extremista (y no sólo de una ideología
liberal que recubre prácticas neomercantilistas) correspondía
al surgimiento de un poder constituyente de las multitudes.
Para que funcione el mercado, es preciso que ofrezca la
ocasión de emprender una marcha hacia la libertad. De tal
suerte que el capitalismo que tiende al monopolio y no al
mercado de los pequeños productores libres e
independientes, no hace más que un uso táctico del mercado
para establecer nuevos espacios de dominio con arreglo a
instituciones poderosas : el Estado, la gran empresa.
No se trata de hacerse ilusiones sobre el carácter
contrarrevolucionario de Hayek o de Schmitt y, por lo tanto,
sobre la enorme probabilidad de que tengamos que
combatirles en el plano de las políticas jurídicas y económicas
que se desprenden de su pensamiento. Sin embargo, el
hecho es que estos pensamientos (como el de Heidegger en
otros dominios o el de Thomas Hobbes, mil veces más
interesante que John Locke -redomado esclavista, lo que
equivale al fascismo contemporáneo) nos dicen más sobre la
realidad que los ensayos llenos de buenas intenciones y de
pensamientos virtuosos o incluso de las encendidas
declaraciones revolucionarias de un Rousseau sobre el
Pueblo -cuidadosamente maniatado por la voluntad general.
Así, pues, el problema no consiste en desmistificar a Schmitt,
Heidegger, Hobbes, Burke, de Maistre o Hayek. ¿Nos toman
por imbéciles ? Por el contrario, es preciso aprender a
conocer los pensamientos de los adversarios, leer a su través
(una lectura analítica de sus lagunas, una lectura clínica, pero
también una lectura de los dispositivos que permite
vislumbrar). Es preciso también y sobre todo ver la formidable
apertura e inquietud anti-ideológica que constituyen, contra
todos los lloriqueos, las buenas intenciones y las malas
literatura y filosofía, que no ayudan en absoluto a forjarse un
pensamiento. El ejercicio del pensamiento no consiste en
mascar un caramelo ácido. Si Blandine Kriegel o Pierre-Yves
Zarka pretender fijarse reglas de los autores "tratables" o con
marchamo democrático, ¡allá ellos ! Serán juzgados con
arreglo, no a tales criterios de gusto, sino a los pensamientos
nuevos que hayan sido capaces de producir a partir de sus
intercesores (Baudelaire). Pero, por caridad, que no las fijen
para los demás en el dominio del pensamiento, de lo que ha
de ser leído y lo que ha de servir de cuerpo del delito.
El pensamiento no es ni una arena parlamentaria ni una
antesala ministerial, ni mucho menos un tribunal de justicia
improvisada desde las columnas precipitadas de los
periódicos. Las reglas que el pensamiento se da a sí mismo,
y no a otro, son infinitamente más libres, pero también mucho
más exigentes. No soporta la mediocridad. Y en su reino, dan
ganas por una vez de aplicar esta fórmula a otro reaccionario
de talento, pero no de genio, Henri de Montherlant (en Le
Maître de Santiago) : "¡En prisión por mediocridad !". Daniel
Lindenberg no tiene el monopolio del pensamiento
democrático. Hoy, defender la democracia, tal vez signifique
salir de la democracia "incompleta". Y, a tal fin, para
comprender la naturaleza de esta incompletitud e inventar los
medios para ponerle remedio, es conveniente meditar a los
autores "malvados".
1. Carl Schmitt, Le Leviathan dans la doctrine de l’État de
Thomas Hobbes ; sens et échec d’un symbole politique ;
colección "L’ordre philosophique", París, Seuil, 2002. Hay
traducción castellana : El Leviatán en la doctrina del Estado
de Thomas Hobbes ; sentido y fracaso de un símbolo político,
UAM, Méjico, 1997.
2. Étienne Balibar, "Le Hobbes de Schmitt, le Schmitt de
Hobbes", "Préface" a Le Leviatán... (2002), op. cit., pp. 7-65.
3. Daniel Lindenberg, Rappel à l’ordre. Enquête sur les
nouveaux réactionnaires, París, La République des Idées,
Seuil, octubre de 2002.
4. Libération, 30 de noviembre-1 de diciembre de 2002.
5. Se trata de un juego de palabras basado en los distintos
significados de la expresión dupe [engaño, estafa, pero
también "víctima"] y del verbo duper [engañar, estafar,
embaucar]. La "Journée des dupes" remite a la expresión con
la que un cortesano, el conde de Serrant, bautizara la serie
de vicisitudes de resultas de las cuales el Cardenal Richelieu
recuperó, el 10 de noviembre de 1630, el favor del joven
Louis XIII, en detrimento de la regente Maria de Medicis. Se
abría así el paso para la intervención del Reino de Francia en
la "Guerra de los Treinta Años" contra los Ausburgo, que
comenzaría
en
mayo
de
1635.
NdT
6. Por supuesto, M. Hardt y A. Negri, en su descripción de las
transformaciones del poder, de las naciones y de la
globalización (en Imperio), se ven llevados a tener en cuenta
a C. Schmitt tanto como a Kelsen ; sin embargo,
encontraremos una comprensión más completa y que permite
desprenderse de la eventual fascinación que podría suscitar
el realismo de los reaccionarios, en el magistral estudio de A.
Negri, El poder constituyente [edición española en Madrid,
Libertarias/Prodhufi, 1994].
7. Dicho sea de paso, Hayek es un reaccionario
revolucionario (no hay más que ver sus posiciones sobre la
formalización matemática), mientras que Friedman es más
bien un conservador-reaccionario : sigue siendo un
conservador en el plano epistemológico y, por lo tanto, sin
interés al menos en ese plano. Diría que Hayek es, en
economía, un reaccionario total o planetario (si hablamos del
planeta economía), mientras que Friedman es un reaccionario
de interés regional.
8. Véase Y. Moulier Boutang, "Marché, marcher. Pourquoi le
libéralisme est intéressant malgré tout", en Vacarme, octubre,
núm
17,
pp.
23-27
(disponible
en
http://www.vacarme.eu.org/article20...) y también Yann
Moulier Boutang, "L’art de la fugue", entrevista en Vacarme,
núm 8, mayo de 1999, pp. 3-8 [disponible en
http://www.vacarme.eu.org/. Publicada en español en la
revista Contrapoder, núm. 6, Madrid, 2002.
Traducido del francés por Raúl Sánchez Cedillo
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