COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán JUAN CRISÓSTOMO DE ARRIAGA (1806-1826): Cuarteto para cuerdas nº 1 en Re menor Un resuelto gesto inquisitivo inaugura uno de los más notables legados de Juan Crisóstomo de Arriaga 1806-1826), la gran promesa de la creación musical española de inicios del siglo XIX. Entre el puñado de obras escritas por este joven oriundo de Bilbao, el primero de los tres Cuartetos para cuerdas, editados en conjunto en el año 1924 en París, destaca el gran oficio de este violinista y compositor de tan solo dieciocho años de edad, que por entonces completaba su formación en la capital francesa. De estirpe musical, con su padre y su hermano estrechamente vinculados a la actividad artística de la corte madrileña, Juan Crisóstomo se destacó desde su niñez como un prodigio de la composición con obras como el divertimento “Nada y mucho”, surgido de su pluma cuando contaba once años de edad, o con una obra de envergadura para un joven de trece años, como fuera la ópera en dos actos “Los Esclavos felices”. Luego de cosechar tempranos éxitos en su tierra natal, se trasladó en el año 1821 a París para proseguir sus estudios en la que por entonces era la meca de las instituciones de formación musical en el mundo: el Conservatorio Superior de Música y Danza. Allí, bajo la tutela de Luigi Cherubini, y como discípulo de profesores tan destacados como Pierre Baillot, en violín, y Francois-Joseph Fétis en contrapunto y fuga, Arriaga sobresalió pronto entre los músicos de su generación. Fue por entonces cuando se dedicó a la creación de sus tres cuartetos para cuerdas, una Sinfonía en Re mayor y la Juan Crisóstomo de Arriaga música incidental para la obra “Agar dans le desert”, entre otras. Esos tres cuartetos para cuerdas serían las únicas obras publicadas en vida del compositor, quien falleció víctima de una infección pulmonar diez días antes de su vigésimo cumpleaños. A través de los cuatro movimientos que lo integran, este Cuarteto en Re menor expone un formato respetuoso del modelo y del equilibrio clásico conjugado con un anhelante impulso teñido de nostalgia, atisbo de las primeras brisas románticas que alcanzaban a los géneros instrumentales en esa Francia de comienzos de siglo. El primer movimiento, un Allegro de forma sonata pleno de impulso, relaciona en su transcurrir un primer tema de rasgos trágicos con un segundo tema tan luminoso como melancólico. Un delicado y exquisito Adagio con espressione, que destila una clara influencia de la transfiguración del estilo galante presente en las últimas creaciones camarísticas de Mozart y Haydn, ocupa el segundo momento de este cuarteto, cual un espacio de introspección entre la conmoción y la mesura. El elemento rítmico se enseñorea, por su parte, del Minuet que abarca el tercer movimiento de este cuarteto. La enérgica sagacidad contrapuntística de Arriaga se afirma aquí a través de una escritura refinada y vivaz, dejando entrever sus raíces españolas en la sección intermedia, el Trío, mediante la aparición de los motivos y el acompañamiento característico del bolero andaluz. El final del Cuarteto en Re menor se inicia, al igual que el principio de la obra, con una interrogación, suspensivo Adagio que dará paso a un jovial Allegretto desplegado en forma de variaciones, que se verá interrumpido en su transcurrir por la reaparición de ese decisivo espacio reflexivo en torno al cual parece emerger la totalidad de esta creación. Rescatado del olvido hacia finales del siglo XIX bajo el seudónimo “el Mozart español” y ensalzado en la actualidad como uno de los compositores notables de la historia musical vasca, Juan Crisóstomo de Arriaga, dejó tras su fugaz paso por este mundo, un acabado testimonio de su transitar entre la era clásica y la romántica. ERNST CHAUSSON (1855-1899): Concierto para piano, violín y cuarteto de cuerdas en Re mayor, Op. 21 Embriagante en sus envolventes líneas melódicas de fin de siècle, el Concierto para piano, violín y cuarteto de cuerdas se revela como una valiosa creación de madurez del compositor parisino Ernst Chausson (1855-1899). La idea misma de una obra que conjuga en su transcurso la escritura camarística con el planteo de un doble concierto para violín y piano resulta innovadora. El hombre que continuaba la línea formativa de César Franck escribió esta singular creación entre los años 1889 y 1891. Él, quien junto a su esposa Jeanne Escudier, organizaba reuniones en su domicilio a las que asistían Manet, Chabrier, Degas, Dukas, Rodin, Satie, Mallarmé, Debussy y el mismo Franck, fruto de las cuales surgieran geniales interacciones artísticas, eligió estrenar esta creación singular en Bruselas, bajo los auspicios de Octave Maus. Frecuente visitante del Salón de Chausson, Maus había fundado en 1884 el “Salons des XX” en Bruselas con el objetivo de dar a conocer a sus contemporáneos. Tal como sucedía con promotor Chausson, de fundamental arte la el belga crítico y consideraba convivencia entre los diversos lenguajes artísticos, auspiciando a plásticos de tan diversas tendencias como Paul Gauguin, William Morris, Auguste Renoir, Aubrey Beardsley, Camille Pissarro como conciertos con obras de los compositores de su tiempo. Ernst Chausson y su esposa en una fotografía del año 1890 Fue en ese ámbito que, en el año 1891, inaugurando la última década del siglo XIX, Chausson dio a conocer su Concierto eligiendo para el estreno a un eminente puñado de músicos. El célebre violinista belga Eugène Ysaÿe (a quien el compositor dedicó la obra), el pianista Auguste Pierret y el Cuarteto Crickboom, encabezado por el virtuoso violinista Mathieu Crickboom (también belga y discípulo de Ysaÿe) tuvieron a su cargo la primera audición de la obra, la cual resultó un éxito absoluto. La obra se inicia con un primer movimiento señalado como Decidido. Se trata de una monumental forma sonata que no desarrolla dos sino tres temas. Luego del llamado de atención que constituyen los tres poderosos acordes del piano replicados por las cuerdas es el violín solo quien presenta el primero de los temas que integran este movimiento mientras el piano despliega amplios e impetuosos arpegios a través de todo su registro. El violonchelo se sumará al violín solista para dar lugar al lírico segundo tema mientras que la tercera de las ideas temáticas de este primer movimiento será nuevamente encabezada por el violín solo por sobre el acompañamiento de los restantes instrumentos. La amplitud del movimiento, lo virtuoso de la escritura para cada una de las partes, las dinámicas variaciones texturales nos informan, una y otra vez, que se trata de una obra surgida en ese vertiginoso, apasionante e inquietante fin del siglo XIX. Chausson denominó Siciliana al segundo movimiento y es que, al igual que otros de sus colegas compatriotas como Fauré, Satie, Debussy, el compositor estaba interesado en el estudio y la revalorización del pasado musical galo. Danza de ritmo binario compuesto bailada durante el siglo XVII en la corte francesa, fue estilizada y reinterpretada instrumentalmente por grandes compositores del siglo XVIIII como François Couperin y Jean-Philippe Rameau. Aquí, sus orígenes del sur italiano se manifiestan mediante el uso de los pizzicatti imitando la sonoridad de instrumentos de cuerda punteada, como la mandolina. Es evocando a aquellos compositores del Barroco francés que Chausson eligió titular la obra “Concierto”. Así denominaban ellos a sus grandes piezas camarísticas, utilizando la palabra con su sentido original de concertación, acuerdo entre un determinado número de instrumentos. Por su parte, de forma ternaria, el tercer movimiento, de tempo Grave, se presenta oscuro y turbulento, con una densidad en el centro de la cual emergen trazos mínimos de luz mediante intermitentes pero breves modulaciones al modo mayor alcanzando, sin embargo, el paroxismo climático de un anhelo que parece arrasarlo todo y para el cual no hay palabra posible. Desde esa cima que es pura intensidad el movimiento decantará hasta el silencio. El violinista Eugène Ysaÿe a quien el compositor dedicó la obra. Con decidida gestualidad se inicia el final de esta obra inmensa, de tempo Muy animado. En este último movimiento Chausson reúne el formato del tema con variaciones con el del rondó, en el cual un refrán hace su aparición, una y otra vez, entre diversos episodios. Mareas impetuosas se alternarán entonces con pintorescos paisajes sonoros signados por motivos claramente definidos, basados en ritmos de danzas, todo en el contexto de un discurso apasionadamente arrollador.