La disolución del mundo de Josef Koudelka.1 Por Víctor Flores Olea. El triángulo Negro: al pie de las montañas del Ore es el último libro de Josef Koudelka. En esta obra, el fotógrafo nos muestra la devastación de un amplio territorio de Europa central que se extiende entre Sajona y Polonia, una región de enorme riqueza en minerales, y sobre todo en carbón, que probablemente se formaron hace doce millones de años. En la introducción al libro, su compatriota Josef Vavrousek nos recuerda que esa región, que un día fue cercana al paraíso, ha sido implacablemente devastada desde hace más de ciento cincuenta años con la aparición de la revolución industrial, lo mismo por el régimen capitalista que por el socialista, que un día prevaleció en esas desdichadas tierras. El libro, implacablemente publicado en inglés, y en checo, tiene el acierto y la originalidad alusiva de una pasta hecha con papel reciclado. Las fotografías de Koudelka están realizadas en formato panorámico, lo cual resulta un atractivo adicional, considerando el tema y el estilo que a estas imágenes imprimió su autor. Debe decirse que, a pesar del tema específico, en este libro Koudelka no es nunca descriptivo o documentalista, sino algo más profundo y a la vez más concreto: el fotógrafo no se conforma con registrar la apariencia de las cosas sino que va a su entraña, a su verdad última. Como siempre, lejos de su intención y estilo la mera narración externa: Koudelka se dirige a la esencia, no al fenómeno y a sus manifestaciones sino al ser, a la real constitución inequívoca y original de las cosas y las personas. Si hubiera necesidad de compararlo debería pensarse en Van Gogh, cuyo arte, como dijo Heidegger, tenía la capacidad ontológica y no únicamente fenoménica. Este libro de Koudelka (seguramente como todos los que ha publicado, como su obra entera), se refiere de manera directa o indirecta a la destrucción del mundo. Koudelka parece tener una poderosa vocación para aludir significativamente al fin de los tiempos, a su disolución última, sus rasgos finales. Porque viéndolo bien, éste es el caso de Gitanos y el de sus fotografías en que muestra la ocupación de las calles de Praga, en 1968, por los tanques del ejército rojo. El tema profundo de Koudelka se refiere al fin de esos mundos, al agotamiento de sus posibilidades, a las postrimerías de ciertas formas de vida que se hacen imposibles y se clausuran. En el caso de Gitanos, Koudelka nos habla del fin de una raza, mejor dicho del ocaso de ciertas formas culturales, precisamente las que corresponden a esos grupos humanos. En el otro caso, el tema es el fin de la “Primavera de Praga”, la terminación del sueño de un socialismo democrático, el despertar a una realidad más banal y más dura; la dictadura de los hombres, de sus sistemas y aparatos sobre otros hombres, el encadenamiento y la liquidación de la libertad. 1 Flores Olea, V. (1994). La disolución del mundo de Josef Koudelka. Luna Córnea núm. 6, Paisaje, pp. 23-29. México D.F.: CONACULTA. En el caso de El triángulo negro Koudelka alude al fin de la armonía entre el hombre y la naturaleza y al fin de las posibilidades mismas del Edén (que es otra forma de pérdida de la libertad). Así, nuevamente Koudelka tiene el genio de “tocar”, de percibir con lucidez el último instante de un universo, de las personas entre las cuales Koudelka se sumerge intensamente. Me refiero a ese genio especial para percibir el minuto postrero en que los objetos y los seres hacen su eclosión final, reúnen y concentran sus energías acumuladas antes de desaparecer para siempre del universo. Hablo de ese genio suyo para captar el supremo instante de tensión en que los seres y las cosas concentran su máxima presencia antes de desvanecerse definitivamente, fotografías que nos entregan una culminación y un final. Otra vez sería pertinente una alusión a Van Gogh: éste habría pintado la persistencia del ser, mientras que Koudelka fotografía su último grito, su última mueca y ademán, que no sólo resulta emocionante por ser el postrero sino que de alguna manera es síntesis y apogeo de todos sus instantes anteriores: ese instante en que las biografías y las historias cobran un nombre y se congelan para siempre, se hacen irreversibles sin posibilidad ulterior de variación o corrección. Tal es el tema, y sobre todo el carácter del El triángulo Negro, ese nuevo e impresionante libro de fotografías en que Koudelka registra el efecto devastador de la explotación de las minas del carbón, que ha dejado exhausta a la tierra y a los hombre de la región. Sí, la civilización industrial, el confort y los avances, las maravillas de la técnica, pero al mismo tiempo (nos recuerda el fotógrafo) el desgarramiento de las entrañas de la tierra y la masacre de nuestro hábitat. Sí, la comodidad que ofrecen las herramientas y las máquinas, pero al mismo tiempo las irreparables heridas que en definitiva nos infligimos a nosotros mismos. Pero Koudelka no sólo ha querido mostrar esta paradoja, sino algo más: la ambición de los hombres, lo mismo bajo el sistema capitalista que bajo el socialista, tratándose en ambos casos de una suerte de suicidio y de negación de la propia vida, del propio ser. Sus fotografías: el hecho en primer lugar de que sean panorámicas resulta una novedad. Como si al fotógrafo no le fuera suficiente la concentración y su mirada persiguiera la dispersión. O mejor dicho, buscara una nueva concentración que no se refiere al detalle cercano, sino al más amplio espacio del horizonte. Una fotografía de panoramas, de miradas a vuelo de pájaro que, en su distancia abarcadora, nos hacen sentir el impacto de lo lejano que es cercano, de lo general que es concreto, de lo amplio que se concentra. Las fotografías de Koudelka no documentan la destrucción, sino que son el testimonio mismo de la destrucción de la naturaleza, llagas y heridas sangrantes en la piel de la tierra, como protuberancias malignas en una piel envejecida por el mal trato y corrompida por la codicia. Con una fuerza estética, con una plástica soberbia, contundente. Contundente porque no admite apelaciones, porque no se refiere al encadenamiento de las razones sino a la explosión de las sensaciones; porque no se refiere a la lógica sino a la emoción, el asombro e inclusive a la capacidad de indignación de cada uno. Soberbia su fuerza plástica porque nos hace soñar en la fuerza viva que pueden tener los objetos aparentemente muertos, inertes. En una fácil clasificación, las fotografías de Josef Koudelka pudieran ser consideradas como “ecológicas”, como parte de la batalla en que tantos humanos están empeñados, luchando a favor de un medio ambiente más sano, por la salvación de los recursos del mundo, que es lo mismo que decir por la salvación de la especie, por la propia salvación. En este sentido, sus fotografías pueden ser utilizadas con enorme eficacia en la batalla por un mundo mejor. Pero obviamente su significado y alcance no se detiene en el aspecto de contribuir a la “toma de conciencia” sobre una cuestión tan grave como la destrucción del hábitat del hombre y sus recursos. Su significado va más allá: Koudelka nos prueba que vivimos ya concretamente en un medio agonizante, que nosotros mismos somos agonizantes, en un mundo continuamente maltratado y herido por la ambición y la avidez de los hombres, a quienes nunca, ni siquiera sus propios riesgos de vida y muerte, han frenado del apetito y de la pasión por tener, acumular. En su obra, pero tal vez sobre todo en su forma de vida, Koudelka expresa un profundo amor a la existencia. Aquí sí, probablemente, deba reconocerse en él una marcada paradoja: su cercanía con la muerte, con el fin, es la mejor forma para él de estar junto al ser, es decir, en la fuente, en el origen y principio. La vida se entiende mejor junto a la muerte, el ser al lado de la nada (otra vez Heidegger). Es decir, precisamente por oposición y contraste, Koudelka, al hablarnos del fin y de la destrucción, nos habla rotundamente del principio y del inicio de la vida. Las fotografías de Koudelka nos recuerdan siempre que más allá de las apariencias permanece una realidad más compleja, más universal, una belleza total, que alude probablemente al carácter trágico de la existencia.