EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS En un colegio de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme… había una biblioteca, no demasiado grande, pero llena de libros, como la nuestra: libros de cuentos, de poesías, de historia…, diccionarios, enciclopedias…libros y más libros… Una vez al año, los encargados de mantenerla en orden se ocupaban de revisar cada estantería, asegurarse de que cada libro estuviera en su sitio, de agruparlos por colecciones, incluso de reparar algunos que, por el uso, se encontraban un poco deteriorados. Pero entre estas tareas, había una que les ponía verdaderamente tristes. ¿Sabéis cúal? Pues como ya os he dicho, la biblioteca era más bien pequeña, y había que tomar la decisión de qué libros sacar de allí para dejar paso a otros más nuevos; libros con alguna página suelta, el forro roto o libros que, simplemente, ya nadie leía porque resultaban –digamos- “viejos”. Así, los bibliotecarios los iban depositando en cajas y, cuando ya tenían unas cuantas llenas, el conserje del colegio se las llevaba a un cuarto donde se guardaban los trastos viejos. Allí, los libros se quedaban a oscuras y en silencio, lejos de los ruidos de las aulas y de las manos de los niños que un día los leyeron; abandonados al polvo y la humedad de aquel triste lugar deshabitado. Era el “Cementerio de los Libros Olvidados”; así era como ellos –los que allí iban llegando- terminaron llamándolo. Y así transcurría el tiempo, un año y otro año… Hasta que un día alguien pasó por allí y, viendo aquellos montones de libros usados… [A PARTIR DE AQUÍ, LOS NIÑOS TENDRÁN QUE BUSCAR UN FINAL, INTENTANDO POR NUESTRA PARTE QUE SE ASEMEJE A LA “SOLUCIÓN” QUE NOSOTROS LE HEMOS DADO]: El Día del Libro cada niño del colegio decidió “adoptar” uno de aquellos libros y llevárselo a su casa, pues, aunque viejos por fuera, en su interior aún guardaban fantásticas, divertidas y siempre bellas historias, dispuestas a ser leídas de nuevo y a seguir emocionando una y mil veces más. FIN