OPINION DE ASOCIADOS La red eléctrica del futuro se está fraguando en México Desde que se aprobó la Reforma Energética no me he cansado de repetir que estamos viviendo un cambio que sólo se da una vez por generación (si se tiene suerte). Es un cambio que trae oportunidades inmensas: tenemos la oportunidad de crear riqueza, empleos y crecimiento; de crear un futuro energético en el cual México se convierta en el estándar de modernidad mundial. Sin embargo, es un cambio que viene acompañado de riesgos igual de grandes: el de dejar esta oportunidad inconclusa o entregársela a algunos cuantos con intereses que no empatan con los del país. Una oportunidad histórica Cuando Nikola Tesla inventó las bases de la red el eléctrica a finales del siglo XIX se sentaron las bases de una industria que no ha cambiado desde entonces. ¿Cuántas industrias han nacido y desparecido en esos años (la henequenera, la de telefonía fija, la de máquinas de escribir)? La red eléctrica y la industria que la sustenta, como en una cápsula del tiempo, se han quedado intactas mientras las necesidades del planeta y sus habitantes han cambiado de manera sustancial. Somos muchos más, con necesidades energéticas cada vez más intensivas y con una nueva (y aterradora) realidad ambiental. Uno podría imaginar que el solo hecho de que el planeta se encuentra ante la amenaza inminente del cambio climático o que nuestra manera de movernos es radicalmente diferente o que han habido accidentes nucleares como Chernobyl sería suficiente para replantear la estructura de la industria. No ha sido el caso. Una oportunidad única en el mundo La industria energética a nivel mundial se encuentra en apuros. El precio del barril de petróleo está por los suelos, los combustibles fósiles se han convertido en el enemigo público y la industria eléctrica, sustento de toda gran economía, se encuentra en un conflicto existencial entre la innovación de un lado y sus “stakeholders” del otro. Europa y Estados Unidos de Américo ejemplifican. El caso europeo es notable: las empresas que dominan la industria se encuentran entre la espada y la pared. Mientras algunas empresas han corrido de frente hacia la modernización, sus activos existentes y el sistema financiero bajo el cual han operado se han convertido en su principal obstáculo hacia el cambio verdadero. Por el otro lado, los gobiernos europeos – avalados por hechos científicos y el apoyo popular – han empujado a las empresas del sector a implementar cambios que amenazan o cambian los paradigmas operativos bajo los cuales existen (léase caso nuclear en Alemania o caso solar en España, por ejemplo). En Europa se ha vivido un cambio brusco que ha rendido resultados positivos para la red (pero muy lentos), dudosos para la economía de sus clientes y hostiles para los financieros que durante años aceitaron con capital el sector. En EUA, un país notable por su audacia y velocidad de ejecución, se sigue debatiendo si el cambio climático es “verdad” o no. El paso de cambio ha sido muy poco americano y decepcionantemente lento (aquel que quiera atestiguar la velocidad con la que se pueden mover los estadounidenses tan sólo tiene que voltear hacia la industria del “fracking” y como convirtió a EUA en el país petrolero más grande del planeta en unos cuantos años). La industria eléctrica – fragmentada, arcaica, peculiar en su estructuración – se encuentra al centro de un jaloneo entre sus “stakeholders”. Los accionistas (privados en muchos casos) exigen continuidad en el modelo que ha rendido utilidades estables durante décadas. Los gobiernos estatales y el federal, tibios en su uso de facultades para fomentar el cambio, dan señales mixtas. Y el consumidor está ansioso por no ver sus costos energéticos subir mientras busca entender porque ahora resulta que la manera de consumir energía también refleja preferencias partidarias y políticas. El juego está a favor de México La red del futuro será una red limpia, distribuida, inteligente, estable, segura, eficiente. Será una red distinta a la que tiene México hoy - sucia, centralizada, torpe, poco estable, vulnerable, ineficiente. Diríamos, un borrón y cuenta nueva. La Reforma Energética sentó las bases para lograr un cambio profundo y total en la industria eléctrica – hecho que pasó desapercibido por la opinión pública gracias a nuestra obsesión colectiva a enfocarnos en el petróleo. Independientemente de preferencias partidarias, debemos reconocer que la Reforma eléctrica fue estructurada por mentes y equipos bien preparados. Una red limpia es posible en México. No solo porque la Ley lo mandata sino porque el 85% del territorio mexicano es óptimo para la generación de energía solar y México es ahora referente mundial en competitividad de energía solar. Sabemos que tenemos muchos recursos naturales como potenciales fuentes de energía renovable y debemos aprovecharlos (aunque los precios solares de la última subasta eléctrica fueron tan competitivos que algunos nos preguntamos cómo harán otras tecnologías para competir). Una red distribuida es posible en México. Vivemos en un país que se ha desarrollado horizontalmente y tenemos millones de metros cuadrados de techos inutilizados, listos para generar energía solar de manera distribuida. La energía solar distribuida es más económica para el usuario y para la red eléctrica. Una red distribuida es más estable, es más segura y sienta las bases para creación de sistemas inteligentes. Cuidemos que el juego no esté amañando Tengamos en mente que el cambio histórico trae oportunidades de negocio históricas. Recordemos que en su momento John Rockefeller logró acumular la fortuna más grande del mundo cuando monopolizó la industria que sustentó el crecimiento de EUA. Recordemos que Bill Gates se volvió el hombre más rico del planeta cuando logró monopolizar el sistema operativo de nuestra principal herramienta de trabajo. El mercado eléctrico mexicano es una oportunidad económica inmensa: millones de usuarios consumen electricidad – un recurso inelástico, fundamental – sin importar si son ricos o pobres, sin importar si viven en el campo o la ciudad, sin importar si tienen educación o no. La industria eléctrica funciona mejor cuando existen un número sano de opciones para el consumir y un regulador que da claridad y certeza al mercado. Si la historia se repite en energía como sucedió en telecomunicaciones, nadie gana (o gana uno a cuesta de millones). Nuestros funcionarios públicos y gobernantes tienen la responsabilidad de culminar lo que empezaron en el 2012. Los puestos críticos para asegurar el éxito de la Reforma no se deben abandonar ni cambiar ahora. Seguimos en la infancia de nuestra Reforma así que el cambio se debe guiar y cuidar con mucho cuidado y esmero. Un cambio mal hecho sería peor que la ausencia del cambio porque estaríamos gastando esta gran oportunidad que nos dimos como país.