ACOGIENDO A LOS ESTUDIANTES Y ENTENDIENDO NUESTRA MISIÓN Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M. Cap. 30 de agosto del 2013 El 4 de septiembre, decenas de miles de estudiantes de toda la Arquidiócesis de Filadelfia regresan a las clases para un nuevo año académico en nuestras 123 escuelas parroquiales, 17 escuelas secundarias y cuatro escuelas para personas con necesidades especiales. Filadelfia alega con razón tener uno de los mejores sistemas educativos católicos en América del Norte. Los católicos de todo el arzobispado pueden estar orgullosos de sus logros extraordinarios, que incluyen, más recientemente, nuestras 15 escuelas honradas por el Departamento de Educación de EE.UU. por su excelente educación. Es un buen momento para considerar un poco de historia. Las escuelas católicas comenzaron en este país al principio del siglo 19, y Filadelfia jugó un papel destacado en su fundación. Los católicos las comenzaron como una alternativa a las escuelas públicas de la época, que enseñaban un programa a menudo crítico de la creencia católica. En muchos aspectos, los tiempos han cambiado, pero la misión de las escuelas católicas -muy apropiadamente- se ha mantenido. El objetivo principal de las escuelas católicas es religioso; en otras palabras, formar a los estudiantes en la fe católica, la moral católica y los valores sociales católicos. Le damos mucha importancia a la excelencia académica de nuestras escuelas. La razón es simple. Una formación académica sólida, equilibrada ayuda a crear ciudadanos maduros que edifican la comunidad en general. También nos sentimos muy orgullosos de nuestras escuelas que existen como una extensión de los servicios en las comunidades en gran parte no católicas, dándoles la bienvenida a estudiantes de todas las religiones y sin religión. Estas escuelas también son una parte vital de nuestra misión. En todo su ministerio social, espiritual y educativo, la Iglesia busca beneficiar a todas las personas de buena voluntad. Estamos agradecidos por nuestro papel en el servicio a las familias de Filadelfia, y estamos agradecidos por nuestro papel en ayudar a cultivar la próxima generación de líderes de Filadelfia -católicos y no católicos por igual. No obstante, las escuelas principalmente existen para desarrollar a toda la persona humana con una educación modelada por la fe católica, la virtud y la formación moral. La meta de la Iglesia, y por extensión, la meta de toda educación católica, es hacer discípulos. Dios renueva el mundo con nuestras acciones, no con nuestras intenciones. Lo que separa al discipulado verdadero de la piedad superficial es si realmente hacemos lo que decimos que creemos. Nuestra vocación como cristianos no es simplemente transmitir la moral a nuestros hijos, o transmitir una sensación de la mano de Dios en el mundo. Estas cosas son de vital importancia, por supuesto, pero no agotan nuestro propósito de estar aquí. Nuestra misión es llevar el mundo a Jesucristo, y traer a Jesucristo al mundo. Cada uno de nosotros está llamado a ser misionero en el bautismo, y nuestra tarea principal es la conversión de nuestros corazones y los corazones de los demás, para que algún día todo el mundo reconozca a Jesucristo como Señor y Salvador de la humanidad. Eso es un gran trabajo. No podemos hacerlo por sólo hablar acerca de él, lo mismo que Cristo no podía redimirnos escribiendo un ensayo sobre el pecado. Los Evangelios tienen poder porque cuentan la historia de lo que Dios hizo; lo que su Hijo único hizo, y lo que los seguidores de Cristo hicieron. Los relatos de la Pasión del sufrimiento y muerte de Cristo nos conmueven profundamente porque muestran en detalle vívido cómo Dios nos ama sin reparos. Ésta es la chispa en el corazón de cada intento sincero de contar la historia de nuestra redención. Dios sacrificó a su propio hijo por nuestra salvación. No es extraño que la Cruz atraiga el ojo de grandes artistas y una y otra vez a través de los siglos. La cruz nos recuerda que, al menos en un día en la historia –el amor no tuvo límites. Y desde entonces, todo ha sido diferente. Dios construyó la Iglesia que hemos heredado a través del amor de generaciones de creyentes. Su generosidad y su testimonio han hecho posible nuestra fe. Ahora es nuestro turno para formar el futuro por el celo que traemos a nuestro propio testimonio diario, especialmente con los jóvenes. Es nuestro momento de actuar. Es nuestro turno vivir nuestra fe católica con todo el valor y fuerza que Cristo trajo para amar a la Iglesia que fundó. La Iglesia depende de Dios que siempre la protegerá. Pero también depende de usted y de mí, de los maestros, directores, párrocos, diáconos, catequistas, padres y los dedicados individuales católicos - para llevar a cabo la misión de Cristo en el mundo. El 4 de septiembre, cuando se abran las puertas de nuestras escuelas, recordemos orar por los jóvenes que tenemos el privilegio de educar. Y recordemos también la razón por las que existen nuestras escuelas. Cada uno de estos estudiantes es eternamente apreciado e infinitamente amado por Dios. Lo que aprenden en nuestras aulas, ellos necesitan verlo vivir con alegría en nuestras vidas. Las palabras son importantes; las acciones son más importantes. Necesitamos vivir nuestra fe católica como lo hicieron los apóstoles; y con la gente joven que nuestro testimonio forme, Dios va a remodelar el mundo.