Crítica y dramaturgia Gotthold Ephraim Lessing Traducción de Vicent M. Sanz Esbrí Colección Letras © Gotthold Ephraim Lessing Título original: Kritik und Dramaturgie Índice © de la edición Ellago Ediciones S.L. © de la traducción: Vicent M. Sanz Esbrí Maquetación: Tòfol Cruz Diseño de portada: Carolina Hernández T. Ellago Ediciones S.L. C/ Perot de Granyana, 11, bajos - 12004 Castellón Tel. 964 227 051 ellagoediciones@ellagoediciones.com www.ellagoediciones.com Primera edición, enero 2007 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la previa autorización escrita por parte de la Editorial. ISBN-10: 84-96720-14-4 ISBN-13: 978-84-96720-14-5 Depósito legal: Impresión: XXXX Impreso en España Introducción........................................................................ 9 i.Autorretrato de Lessing .............................................. 17 sos de la crítica ........................................................ 21 U iii. El crítico no tiene por qué saber corregir aquello que censura ................................................................... 27 iv. Poesía y pintura ....................................................... 33 v. L a acción como objeto de la poesía..................... 43 vi. El uso de los animales en la fábula ....................... 51 vii. Gottsched................................................................. 67 viii. El arte del actor........................................................ 77 ix. Espíritus sobre el escenario..................................... 83 x. Voltaire y Shakespeare .............................................. 97 xi. La esencia de la comedia......................................... 101 xii. La regla de las tres unidades ............................... 107 xiii.Eurípides....................................................................111 xiv. Los efectos de la tragedia: definición aristotélica de lo trágico ................................................................ 113 ii. xv. l espectador reflexivo.......................................... 129 E xvi. Cartas por la muerte de su mujer y su hijo........ 133 xvii. Lessing sobre sí mismo......................................... 137 xviii.La búsqueda de la verdad.................................... 139 Crítica y dramaturgia Gotthold Ephraim Lessing Introducción Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) se sitúa como personalidad en el límite entre la creación poética y la crítica artística, haciendo gala en ambas esferas de una creatividad formidable y recordándonos enormemente, por su carácter, su destino, sus fatigas y sus miserias al Karl Immermann de la última época. Lessing tenía poco de poeta en el sentido más intenso de la palabra, y pocas intenciones de llegar a serlo, como puede deducirse sin dificultad de la lectura del epílogo de su «Dramaturgia de Hamburgo» y, más singularmente, de esas cartas en las que vertió directamente en la palabra la esencia de su ánimo pero no halló una forma poética personal en la que derramar un alma rebosante de sentimiento. Lo que acaso consiguiera Goethe, confiar a la poesía el gozo y el dolor de la existencia, aliviarlos en la palabra, era algo que estaba más allá de las posibilidades de Lessing. Una siempre sabia prudencia refrenaba y moderaba cada uno de sus impulsos. Es natural que su concepción del poeta presentara rasgos tan marcadamente racionalistas. No se trata, en primer término, de una impronta que dejara en él el S. XVIII, sino, más bien, de una consecuencia de la propensión lessingiana a contemplar el mundo y la vida en el espejo de la idea y a experimentarlos a través de esta contemplación. Sus dramas ejemplares y su «Dramaturgia de Hamburgo» a ellos relativa, la riqueza y la variedad de sus escritos en prosa, sus ensayos sobre la teoría y la estética del arte, sus polémicas teológico–filosóficas y sus críticas literarias dejan constancia de la recta claridad y la atenta lucidez de un espíritu que estuvo consagrado al conocimiento y, por tanto, a la verdad. La verdad sólo cabe alcanzarla a través de una libertad que no esté coartada por personas, prejuicios ni dependencias. Y esa libertad la conservó Lessing toda su vida, defendiéndola incansablemente contra imputaciones y recriminaciones, y pagando un alto precio por ella. Lessing era un escritor independiente en el fatídico doble sentido 10 de la palabra: en primer lugar porque no estaba atado, en el sentido tradicional, a su oficio, su familia, sus amigos o sus mecenas, no era tan complaciente como sus coetáneos con el modo de vida que imponían los patrones burgueses, ni compartía su dudoso gusto por una existencia asegurada externamente. Y, en segundo lugar, porque se tomó la libertad de declararle la guerra al error y a la mentira, por la enormidad de su osadía, su abnegación, su tenacidad y su falta de diplomacia en la búsqueda y la comprobación del bien y la verdad y en la ratificación y renovada aclaración del sentido, con frecuencia oscurecido, de las cosas. Lessing supo arrostrar, de manera admirable, la arriesgada vida del escritor independiente, tanto en el aspecto moral como en el humano. En ninguna parte de su obra se nos manifiesta tan clara y enérgicamente su carácter inquisitivo y su pasión por la verdad como en su escritos en prosa. Puede decirse, sin miedo a exagerar, que Lessing dedicó toda una vida a analizar la historia de las formas literarias y artísticas y, en especial, a arrojar luz sobre los escritores antiguos y su pensamiento. En todo momento nos hace de guía, contribuyendo notablemente a la identificación de los límites entre los géneros y a determinar la 11 esencia de las personalidades literarias del pasado y de su propio tiempo. Aún hoy siguen vigentes sus célebres observaciones sobre la diferencia entre la poesía y la pintura; sus ensayos sobre la fábula, y sus análisis, concienzudos y minuciosos, sobre el drama y la dramaturgia de su siglo. Y sus críticas actorales, admirablemente lúcidas y fundadas en su experiencia personal, son de todo punto ejemplares. En sus escritos sobre la teoría del arte, el nombre que más peso tiene es el de Aristóteles; porque Aristóteles es quien le da la medida, el meridiano en el que sitúa la tragedia. Recurre muchas veces al ejemplo de los autores antiguos para explicar la poesía de su tiempo, sobre todo a Homero, del que aprende lo que es narrar, a Horacio, Virgilio, Ovidio y a los trágicos griegos. Los maestros de la comedia romana, Plauto y Terencio, resultan fundamentales para el perfeccionamiento de sus conocimientos dramatúrgicos sobre la comedia de estilo elevado. La «regla» y «lo contrario a la regla»: eso es lo que vienen a explicar prácticamente dos de cada tres palabras suyas. Se acoge a los antiguos, no por un resentimiento nacional hacia la tragedia francesa, sino porque constituyen un legado permanente de nuestra tradición cultural. 12 Por eso desarrolla su esquema crítico a partir de ellos. «El verdadero crítico no deduce las reglas de su gusto, sino que ha conformado su gusto de acuerdo a las reglas que impone la naturaleza de las cosas», dice en un pasaje de su «Dramaturgia.» La prosa de Lessing refleja muy fielmente la transparencia de su pensamiento. De la claridad le viene dado su brillo casi metálico, la manera vigorosa en que van enlazándose las frases unas con otras y sus asociaciones de ideas. No hace ascos al adorno metafórico que envuelve al asunto en ilustrativas alegorías. Lessing sostiene que la misión del crítico no es convertir al lector en un pensador, sino expresarse con la máxima claridad posible, porque «lo más claro ha sido siempre lo más bello». Como él mismo dice, un erudito también puede ser un hombre de ingenio, y la mejor prueba de ello la tenemos en él. Lessing rehuye toda oscuridad de estilo, absteniéndose de los laberínticos períodos del estilo romano tardío y optando por esa enfática e incisiva brevedad de las frases que nos permite abarcar con una mirada toda la extensión de la idea. Por eso su prosa nos resulta tan sumamente ingeniosa. No hace falta profundizar mucho en la obra de Lessing para darse cuenta de que su verdadera 13 esfera es la crítica. Se inicia en ella de joven, escribiendo reseñas, y depurándola luego con ímpetu, violencia y agresividad a través de sus diálogos, réplicas, cartas literarias, defensas y escritos polémicos. Sus críticas literarias, ya sean de pequeño o gran formato, son actos—actos de la más pura y desinteresada valentía; porque criticar, desde el punto de vista humano, es exponerse al peligro y comprometerse. Si los llamáramos confesiones, estaríamos empleando un término demasiado débil y pacífico. Más acertado sería hablar de desafíos, de duelos ruidosos y sonados: los detonantes de una nueva era que insuflará aire y libertad en la persona de Lessing. Sus críticas no sólo hacen temblar a los aludidos, sino a toda la opinión pública literaria. Poseídas por el amor a la verdad, son confesiones, con todas sus consecuencias humanas y morales, que nos dan fe de su heroísmo. Con ellas se propone librarse de esa «debilidad heroica» que llaman patria. Heroica es la independencia de su pensamiento, que difícilmente puede verse enturbiada por ese arte sublime de los préstamos intelectuales que se le achaca. Sin su don para la ironía, en ocasiones refinada, el crítico Lessing habría sido, ciertamente, como un amante sin pasión, un mecenas 14 de la mansedumbre y un amigo de la mediocridad. Pero él es todo menos manso. Su ingenio conoce el descaro, pero no la agudeza hiriente ni la provocación maliciosa, porque se apoya en las razones humanas y filantrópicas del amor. Pero este juez implacable comparte la suerte de todos los pioneros del progreso: las grandes ideas pueden traer consecuencias muy incómodas para los hombres, y al haber de sortear los miedos de éstos, los que las inspiran suelen verse abocados a una vida solitaria. Al principio, Lessing tenía muchos amigos, y en su mayoría buenos; era muy estricto con ellos y vendía muy cara su amistad: el corazón y la mano sólo se los ofrecía a sus iguales en posición y sexo. Pero acabó perdiendo casi por completo sus simpatías por culpa de un carácter crítico y un gusto por las polémicas que a más de uno le llegaron a resultar incomprensibles; había veces en que ni él mismo le encontraba sentido a su vida. Poco a poco, los amigos se fueron retirando y, con el correr de los años, ya sólo le alargaron muy de vez en cuando la mano envejecida. Un día, en una melancólica visión de su vejez, Lessing reflejaría esta soledad heroica y obstinada en unas palabras de un simbolismo maravillosamente titánico: «Yo soy molino, no 15 gigante. Estoy plantado en mi lugar, en las afueras del pueblo, en un solitario montón de arena, y no acudo a nadie, ni ayudo a nadie, ni dejo que nadie me ayude». La presente selección tiene por objeto dar a conocer una parte de la obra del ensayista, crítico y dramaturgo Lessing, que sigue conservando hoy día mucho de su interés y su encanto. En un marco tan reducido como éste no cabía otra cosa que dar una visión global de sus pensamientos más importantes, y aludir, ya de paso, a la postura moral que sirve de trasfondo a la actividad literaria. Para no recargar innecesariamente el texto, sólo se han incluido unas pocas anotaciones, las imprescindibles para facilitar la comprensión del contexto literario de la época anterior a Goethe. K arl H ans Bühner 16 i Autorretrato de Lessing Fragmento de la última entrega de «Dramaturgia de Hamburgo» Yo no soy ni actor ni poeta. Es cierto que a veces me honran distinguiéndome como esto último, pero eso es porque no me conocen. Tampoco se habría de ser tan generoso en la valoración de mis experimentos teatrales no es pintor todo el que coge un pincel y prodiga sus colores: las primeras obras están escritas de corrido en esos años en los que uno tiende a confundir el genio con la vocación y la soltura; y cuanto hay de tolerable en las últimas soy muy consciente de que se lo debo única y exclusivamente a la crítica. No siento en mí esa fuente viva que por sí sola se abre camino hasta la superficie, que brota espontáneamente en chorros tan generosos, limpios y claros: yo todo me lo he de sacar trabajosamente a fuerza de bombas de presión y de tubos. Estaría pobre, congelado y miope si no hubiera aprendido, 17 en cierto grado, la humildad de tomar prestados tesoros ajenos, de calentarme en ajenas lumbres y de fortalecer mi vista por medio de las lentes del Arte. Por eso me ha resultado siempre vergonzoso y hasta irritante que se hable o que se escriba en detrimento de la crítica. Dicen que ahoga el genio: ¡cuando yo me complacía en creer que recibía de ella algo que se le acercaba mucho! Soy un cojo al que no le resulta nada edificante que hablen mal de las muletas. Sin embargo, también es verdad que, aunque las muletas le sirven al cojo para desplazarse, están muy lejos de hacer que corra; y eso es lo que sucede con la crítica. Cuando con ayuda de ella obtengo algo que ninguno de mis talentos podría haber obtenido por sí solo, es a costa de tanto tiempo, he de relegar tantos quehaceres, poner tanto cuidado en evitar las distracciones, tener todas mis lecturas tan presentes, poder recorrer tan imperturbablemente, paso a paso, todas las observaciones que he hecho en mi vida sobre costumbres y pasiones, que no puede haber en el mundo nadie menos indicado que yo para la tarea de sostener un teatro con novedades. Así pues, lo que hizo Goldoni por el teatro italiano, aportándole en un solo año trece nuevas 18 obras, yo he de renunciar a hacerlo por el alemán. Aún en el caso de que pudiese. Desconfío invariablemente, como desconfiaron De la Casa y el viejo Shandy, de los primeros pensamientos que me vienen a la cabeza; porque, si bien no los juzgo inspirados por el Maligno, ni por el real el ni por el alegórico, nunca pierdo de vista que los primeros pensamientos que brotan son justamente eso, los primeros, y que lo mejor, como en la sopa, suele quedarse casi siempre en el fondo. Desde luego, mis primeros pensamientos no son ni un ápice mejores que los de cualquiera, y con los pensamientos de cualquiera más le vale a uno no salir a la calle. Un buen día se me ocurrió sacar provecho de aquello que hacía de mí un escritor tan lento, o (al parecer de mis amigos más despiertos) tan perezoso: la crítica. De ahí surgió la idea de escribir estas páginas. 19