Cinco tipos en el techo Ignoro por qué “mi” Biblia, la que consulto antes de comenzar cualquier comentario, esta vez no trae ni una notita. ¡Claro! Todo es tan evidente que los sesudos traductores y estudiosos creyeron que su aporte era innecesario. Como me gustan los desafíos, intentaré contradecirlos. Te estoy hablando de aquella vez en que los amigos de un paralítico lo metieron por el techo para que Jesús lo curara1. De prima, llama la atención un detalle: el gentío era tan grande que no permitía pasar y tuvieron que meterlo por el tejado. Para comprender este dato sorprendente: algunos rabinos distinguían entre "el camino a través de la puerta" y "el camino a través del techo", señalando que las casas tenían ambas aberturas. Esa puerta en el techo –quizás mejor “escotilla”- recordaba las carpas usadas por el antiguo Israel en el desierto, hechas de forma que pudiera filtrarse cierta luz, pero sin iluminar todo. Así recordaban que, en los peores momentos, podemos contar con Tata Dios. Y aquí lo traen… Dice Marcos que los forzudos que descuelgan al paralítico son cuatro. Cuatro, como los puntos cardinales; como si dijéramos que en todo el mundo, en todas las culturas, hay gente que necesita a Jesús. Pero Este, lo primero que hace –como si no advirtiera que el tipo, aunque viene “lleno de fe”, solo quiere caminar - ¡es perdonarle los pecados! A ver si nos entendemos: traen a alguien, no interesa a quién, no interesa de dónde, no interesa en qué idioma habla o el color de su piel. Si usa jean o turbante; si es un intelectual fundamentalista o un obispo del siglo III; si un artista del Neolítico o el tripulante de una nave espacial; si era amigo de Rembrandt o inventó las vuvuzelas… Eso, a Jesús, lo tiene sin cuidado. Él sabe lo que necesita: perdona sus pecados, esa ligadura tan fuerte que nos impide ser lo que verdaderamente querríamos, si nos animáramos… Me resulta difícil imaginarme qué fue lo que sintió y pensó el tipo cuando escuchó a Jesús. El asombro le habrá impedido agradecer, o gritar que lo que él buscaba era caminar, y quedó callado. Nos dejó sin conocer su historia ni sus aspiraciones… Ahora hablemos del “gentío que impedía” pasar. Ellos también deben haberse maravillado y como no quisieron creer lo que oían, no tenían ganas de creer y ser perdonados, comenzaron a murmurar. “Y este, ¿quién se cree? Ningún hombre puede perdonar (yo nunca lo hago): sólo Dios puede hacerlo. ¡Es un atrevido!”. Y concluían con el equivalente a una futura condena a muerte: “¡Está blasfemando!”. ¡Zás! Con eso, el gentío escrachó a Jesús y al tipo que seguía paralítico, para que no estorbara… Nada más. Ninguno abrió la escotilla para que entrara el resplandor. La cosa era negar, impedir. ¡No sabés cuánto me recuerda, ese gentío, a quienes rechazan y condenan todo lo que les resulta desconocido o ajeno! Y como en aquella muchedumbre, en ésta siempre son voces anónimas que expresan “sensaciones térmicas”, bocas sumadas para amplificar lo que escucharon y no quisieron examinar. No era gentío, ¡era majada! Entonces arrancó la discusión. La majada en silencio, y Jesús, que sabía lo que 1 Mc 2,1-12 y Lc 5,17-26. pensaban, argumentando. Esta vez, solo se oye una voz. Silencio es ausencia de sonido, de palabra. Del otro lado, Palabra creadora, sanadora, regeneradora, que explica, desafía, e invita a comparar y relacionar… Y lo que sigue es conocido. Ocurrió lo esperado por los forzudos, lo que anhelaba el inválido. Jesús hizo lo más fácil, lo que hoy sabemos que quizás podría hacer algún hipnotizador: desató los miembros de aquel hombre. Los curiosos se maravillaron por su poder, los obtusos se quedaron sin qué decir y el paralítico salió caminando. Pero lo que nunca se sabrá es si aquel hombre habrá vivido y muerto como un santo, aprovechando el perdón que Jesús le había regalado. No lo sabemos, igual que ignoramos cómo terminaron la adúltera, el endemoniado de Gerasa, la hija de Jairo… Sólo Dios sabe si aprovecharon la ocasión de una vida mejor, la verdadera, o si sólo “gastaron” su milagrito. Porque taumaturgo podría ser cualquiera; perdonar los pecados, solo Dios. Es mejor sacarle jugo al perdón que el Señor ofrece a todos, que mendigar milagros que duran sólo un ratito. Eduardo Martínez Addiego