EL TERCER CIELO

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EL TERCER CIELO
Calor y frío, sensaciones anheladas en este sueño inducido por la temeridad de no perder lo
último que nos quedaba: la vida y salvación de nuestra especie. Inerte como la larva metida
en su capullo; incertidumbre es ahora mi nombre, no hay sed, hambre y dolor. Ni siquiera
recuerdo como es el viento aún cuando sueño con él rozándome la cara. A veces, espasmos
intermitentes sin control en medio de la oscuridad, sólo arropada de sueños y recuerdos.
Donde la imaginación es la reina y la esperanza me preña para saber si valió la pena estar
en este estado de hibernación.
De niño recuerdo la historia de nuestros líderes de un tercer cielo, al cual debíamos escapar
y refugiarnos, nuestra debilidad humana sería transformada en otro ser más sublime y fuerte
para superar los embates y daños en el cual nuestro pueblo había herido la tierra y sus
consecuencias nos alcanzarían devastando todo aquello que le era amenazador.
Fui creciendo y me alisté en el ejercito de las Fuerzas Celestes, cuando las escuchaba de
nuevo decía: -¡Pámplinas! Esas historias...son para los ilusos. Cuando nuestro planeta se
comenzó a deteriorar y a desaparecer gran parte de su riqueza mineral y fuentes de
alimentos. Nos vimos forzados a vivir en “aislantes de vida”, grandes burbujas de cristal
oxigenado para subsistir, en el cual no todos cabían. Por lo tanto, vi morir a centenares de
pueblos que no tuvieron la oportunidad de salvarse con esta tecnología, resguardamos
especies claves de animales, fauna y flora para subsistir. No obstante, ya esto no bastaba e
íbamos perdiendo estas cápsulas de vida alterna.
Estudiosos de los astros y científicos seguidores del nacimiento de nuevos planetas,
comenzaron a aseverar y dar credibilidad a las “fábulas” de estos sacerdotes. Hablaban en
sus visiones de un planeta frondoso y de árboles descomunales, que poseían plataformas y
eran tan poderosos y capaces de transformar vidas. Era nuestra última salida ante la
inminente destrucción de todo ser vivo en mi planeta. Arriesgarnos a “vivir” o morir, no
habían decisiones a “medias tintas”. Mi posición como capitán de la flota espacial era llevar
familias enteras de los núcleos de vida para salvarles. Mi compañera de tripulación: Galia
médico cirujano y experta en especies astrales, me acompañaría conjuntamente con un
excelente equipo de oficiales expertos en artes militares y técnicas de supervivencia. Esto
no bastaba, estaríamos enfrentando un “fenómeno de fe”-así le llamábamos los
“escépticos”-, intangible a nuestra experiencia científico-castrense.
Lluvias de lava empezaron a rodear y circundar las cápsulas y debimos salir antes de lo
previsto, embarcar familias enteras en las “naves de vida”, para invernar dentro de los
“capullos celestes”. A miles de años luz, quedaba el planeta del que los científicos y
sacerdotes habían hablado. Éstos se quedaron en sacrificio en nuestro planeta para dar más
espacio a las familias sobrevivientes. A pesar de mis discusiones con ellos, al momento de
embarcar y distribuir a las familias miré a mi planeta cómo se iba destruyendo; sentí un
vacío en mi pecho. Sólo para así descubrir que la tristeza y el dolor no era sólo el planeta
sino por los consejeros y que a pesar de mis etéreas discusiones con ellos, era la última
esperanza que nos quedaba, su loca fe. Aún más cuando me entregaron los planos astrales
para alimentar la memoria de la nave y reprogramar a los clones roboides que iban a
conducirnos hasta los límites del planeta llamado por ellos “El tercer cielo”.
La premonición de muerte se apoderó de mi alma (en ese momento creí que la tenía), al
enfrentarme a los presagios de los “sabios astrales”, suspiré y observé al androide presionar
los comandos para entrar en el estado de sueño que da el estar invernando en una nave
espacial. Lo último que vi fue a mi “querida Galia” plácidamente dormida, su belleza
serena me tranquilizó, mi amor escondido ante tantas responsabilidades que demandaba mi
labor militar.
Escalofríos y temblor, más los espasmos zigzagueantes que me advertían que estaba
despertando. Me levanto y se salen de sus cápsulas las familias, que alegría verlas a todas
sobrevivir, escucho una lengua extraña por las comunicaciones de la nave, extrñados con mi
tripulación de entenderlas. Impartiéndonos instrucciones para “arborizar”, no podía creer lo
que escuchaba y veía que algunas que otra nave me reportaba que no “entendía” el
lenguaje, y yo les recalcaba que escuchaba claro y muy audible. Me percaté que se estrelló
antes, al no aterrizar en las coordenadas que nos decían del planeta extraño, al mirar por la
el frontal de la nave, observé que el ambiente era lúgubre, miré a Galia y a mi tripulación,
ella asintió con la mirada para que siguiéramos las instrucciones . Por lo tanto, decidí por
instinto “arborizar” y sin mayores consecuencias como pluma llegamos al objetivo.
Seguían las instrucciones y debíamos abrir la puerta principal, ante lo desconocido ordené
que usáramos las armas para defendernos, Galia me sostuvo de la mano y me inquirió:_No
hace falta. Vi un resplandor en su mirada, como la de los sabios cuando nos referían las
historias sobre este planeta. Y sentí que ella era como ellos, retiré las armas y ordené salir.
La misma orden para las demás naves, salimos poco a poco, toda era neblina y vi seres
alados que se comunicaban con nosotros y decían: _Es el tiempo de renacer. Caminar para
remontar. Oí gritos en la plataforma, gente que prefirió “bajar”, los seres alados decían:
baja y perecerás, éstos le gritaban: _No haremos caso, sobreviviremos en tierra. Yo me
sentía extraño, ya no era el capitán, era uno más de ellos que tenía que tomar una decisión:
bajar o “lanzarme de la plataforma”. Sostuve la mano de Galia y miré el abismo, el ser
alado decía: _Camina en fe.(Me reí y dije: otro loco, no queda de otra...).
Salté con los ojos cerrados y mi pecho se estremeció ante el vacío y luego me vi volando y
era como uno de ellos: un ser mágicamente alado, aprecié el cielo azul sin neblina. Vi a
Galia transformarse, plumas doradas y azules teñidas por un astro como el sol. Luego miré
abajo, a través de mis “garras” vi todo oscuro y vacío, gritos desgarrados de dolor y terror.
Y conmigo millares de seres alados revoloteando de gozo por los aires cósmicos del tercer
cielo.
Recordé las palabras de mi padre: “remontarás alas como las águilas y no perecerás”.
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