“EL NAUFRAGIO DE MI VIDA” Me levanté como tantas mañanas desde hacía mucho tiempo en aquella inhóspita pero paradisíaca isla, donde había ido a parar. No recordaba nada, ni cómo llegué a ella, ni por qué. Lo cierto era que todos los días parecían lo mismo. Desayuné uno pocos de trozos de plátanos y algunas raíces que me habían quedado de la cena del día anterior. No sabría decir si por el aburrimiento, o por que Dios había puesto algo de mi afán de superación anterior al naufragio, que decidí dar un paseo por la isla y moverme. En mi pequeña mochila, ya no se distinguía la forma debido al paso del tiempo y al poco cuido, metí mis pequeños enseres: un cepillo de dientes roído, una bufanda y la foto de mis hermanas. Me puse en marcha, nada más alejarme un poco comprobé que la tierra era de otra tonalidad y que incluso el cielo parecía más azul y penetrante. Anduve un rato y la falta de costumbre me hizo sentarme. Absorto en mis pensamientos recordando mi vida anterior, no me di cuenta de que tenía visita. Casi me muero del susto, al mirar de reojo, no lo podía creer, tenían de mí, un pequeño, pero precioso labrador y en su cabeza asomaba un gracioso loro de brillantes y bonitas plumas. Estaba sentado si no me habría caído de la impresión. El labrador me miraba con ojos de perdido, por eso me decidí a ponerle “Perdido”, en cambio el loro me increpaba, sabía hablar, por lo menos repetía lo que le habían enseñado, me saludó muy educada y cortésmente, con lo cual decidí llamarle “ Cortés”. Así que Perdido, Cortés y yo emprendimos los tres un camino que nos llevara a casa. Seguimos andando y descubrimos unos paisajes maravillosos, había a nuestro alrededor toda clase de plantas y flores hermosísimas. Amen de infinidades de anímales, que pasaban a nuestro alrededor, como si no se fijaran en nuestra presencia. Así desfilaron ante nosotros: caimanes, serpientes, pavos reales, monos, iguanas, y hasta un león. Parecían no darse cuenta de nuestra presencia, con lo cual me permitía observar sus andares, su forma de actuar, sus colores….etc. Perdido y Cortés, también parecían disfrutar con aquella vista y en medio de no sabíamos donde decidimos construir una cabaña para poder admirar tanta belleza. Perdido me ayudaba con los troncos de los árboles, mientras Cortés traía hojas de plantas que nos sirvieran para unir los troncos. Cuando la especie de cabaña estaba construida y nosotros dispuestos a comernos un coco, que nos había tirado un mono, se escuchó un tremendo ruido. La tierra temblaba, ¡Carlos!, ¡Carlos!, se escuchaba entre gemidos de Perdido y la algarabía de Cortés, y aquella voz que decía ¡Carlos!, ¡Carlos! no era otra que la de mi madre que me intentaba levantar aquella triste mañana en que mi sueño se había desvanecido por completo. Todo ocurrió una tarde de verano, exactamente creo recordar el 7 de julio de 1970. Aquellos momentos, aquellas difíciles situaciones… simplemente fueron una experiencia difícil de olvidar. Ya habíamos conseguido derrotar a los malvados piratas de la maravilla, pese a que pudimos cruzar la frontera deseada. No pasaron más de tres horas cuando una fuerte tormenta se nos vino encima. Esta tormenta no nos fue nada beneficiosa nos trajo dificultades y yo, William, fui el mas afectado en este caso, la tormenta parecía que ya se iba cuando de repente dos rayos cayeron sobre la parte exterior derecha del barco justo donde yo me encontraba, caí a la mar bruscamente y el oleaje grande que había me arraso llevándome a una isla que yo nunca antes había estado. Yo un poco atemorizado me levante de aquella orilla donde me había arrastrado el mar y observe durante un instante; no sabia muy bien donde estaba ni que iba hacer allí lo que si me di cuenta que era una “isla” porque no hizo falta mas que solo alzar la vista y observar la gran playa que me rodeaba. Era una isla bastante bonita, muchas palmeras, cuevas, y por los sonidos que estaba oyendo pude deducir que algunos animales me acompañaban. No me quedaba más remedio que investigar puesto que este iba a ser mi nuevo lugar. Me adentre en la isla y lo primero que hice fue ir en busca de un sitio donde pudiese aguardarme durante las noches, un sitio donde no corriese riesgo; una bonita cueva escondida entre las grandes palmeras me pareció buen lugar para poder habitar en mi estancia allí. Me empezaron a rugir las tripas ya no aguantaba mas sin algún alimento dentro de mis tripas puesto que tuve que ir a buscar algún simple alimento para poder sobrevivir. Algunas frutas variadas aunque extrañas porque nunca antes las había visto, podían ser venenosas pero no me quedaba más remedio que comerlas para saciar el hambre. Ya se acercaba la noche por lo que cojo algunas frutas variadas, leña y algunas piedras para hacer una pequeña lumbre, y algunas ramas de palmeras que podrían serme útiles y camine rápidamente hacia la cueva. Una noche pase un poco extraña cosas parecidas me habían pasado pero ninguna experiencia como esta, no pude pegar ojo en toda la noche puesto que no sabía que iba a ser de mí. A la mañana siguiente lo primero que hice fue ir a dar una vuelta por la orilla me pegue un buen remojón en las cristalinas aguas del mar. Tuve la oportunidad también de pescar algunos peces algo que me beneficio. De repente vi una moneda en la orilla me acerque algo extraño ¿que haría una moneda allí? Vi que en aquel sitio donde estaba se cubría de una sombra parecía la sombra como de un barco miro para arriba y vi la vela ¡la vela del barco! ¡Venían a por mí! Toda la tripulación se bajo y me abrazaron cariñosamente. Todos me decían me alegro de que estés de nuevo entre nosotros no se que seria de nosotros sin ti nuestro capitán. Todos nos montamos en nuestro barco y no sabían mas que preguntar las experiencias que había vivido, y yo los complací gustosamente. Este día quedo marcado en mi para siempre, el día en que William el naufrago fue rescatado. Me desperté en una playa de arena negra, en la que abundaban restos de conchas debido a las aves que poblaban la isla. El agua sinuosa arrastraba los restos del barco naufragado, estos traían algas de un color rojizo intenso. Entonces miré, a tientas, al horizonte y me percaté, de que, flotando en el agua, encontré mi salvación, la caja de congelados y provisiones del barco, aun así, estaba rota y alguna caja de comida flotaba mientras que la marea las arrastraba a la orilla. Me encontraba en un estado de salud pésimo, estaba medio mareado y casi no era capaz de sostenerme en pié, tenía contusiones leves en casi todo el cuerpo y una pierna no paraba de sangrarme, lo que estaba atrayendo a los chacales; por el ojo derecho no veía demasiado bien, al fin, el dolor de cabeza me venció y me volví a dormir. El hambre volvió a despertarme unas cuatro horas después, terminé de resquebrajar la caja de las provisiones y comí todo lo que pude. Más tarde di una vuelta de reconocimiento a la isla, en la cual la verde vegetación era muy frondosa y en esta debían de abundar las especies animales. Parecía no haber restos de vida humana. A continuación me dispuse a fabricar algún tipo de refugio para poder pasar al menos esa noche, después de varios intentos fallidos opte por refugiarme en una cueva cercana que era muy pequeña pero me protegía del rocío. Me dispuse a fabricar algún utensilio de caza básico como un arco, flechas, una lanza y un hacha pues sabía que no iba a sobrevivir durante mucho tiempo con las provisiones del barco. Fui a cazar algún tipo de pequeño mamífero o ave, pero solo conseguí varios huevos de gaviota y una cría de topillo que al final me robó un chacal. Así concluí el día cenando pan con huevos de gaviota. Otra vez fui vencido por el sueño.