miradas SALUD El arte de “blanquear” la enfermedad Las personas que trabajan en la lavandería del antiguo Hospital Civil, multiplican esfuerzos para transformar la suciedad en blancura perfumada. Al día lavan hasta tres toneladas de ropa sucia PRISCILA HERNÁNDEZ FLORES C ada domingo Agustín Estrada García lava la ropa de su familia. Separa los calcetines, la ropa interior, la blanca de la negra y la de color. Tanda por tanda espera que la mugre desaparezca para lograr blancos perfectos y colores intensos. La lavadora y los días soleados son sus aliados para esa misión de limpieza. El día de descanso hace lo mismo que en su trabajo como jefe de lavandería, aunque en diferentes dimensiones. En su casa lava lo de seis personas. En el antiguo Hospital Civil, en cambio, él solo no podría dejar limpia toda la ropa usada por los pacientes y doctores del nosocomio. Por día se activan las lavadoras entre 20 y 21 veces, lo que da un total de tres toneladas diarias de ropa y sábanas. La lavandería es su oficina y el detergente su más grande aliado. Dos de los hijos de Agustín nacieron en el Hospital Civil. Ellos crecieron y él sigue lavando las sábanas de los recién nacidos. Desde hace cinco años es el jefe de esta área. Por el pasillo principal, a mano derecha, está el terreno donde la suciedad reina. Ahí hay sábanas, colchas y batas recolectadas desde las seis de la mañana. Hay niveles de mugre. Agustín apunta cada carro donde está la ropa conforme a su intensidad de suciedad: sabanas blancas usadas, sábanas manchadas con sangre, orina y excremento, y aquellas que llegan del departamento de “infecto” y están contaminadas de hepatitis o VIH. A éstas se les denomina de “alto riesgo”. Aparte de esa división, hay otra subdivisión por cobijas, colchas y camisones. Ropa sucia, pero separada. Cada montón requiere un método de limpieza distinto. Por ejemplo, no le dan un tratamiento más severo a las sábanas blancas, porque las maltratarían inútilmente. En ese lugar la pestilencia de la sangre seca, el suero, el yodo y el excremento dejan un hedor hospitalario. El jefe de lavandería, Agustín Estrada, termina de hablar, da la media vuelta y el olor se disuelve. A unos pasos el olfato agradece la existencia del detergente, que inunda el espacio de la agradable esencia de la limpieza. Agustín sabe de memoria el proceso de acuerdo a las características de la ropa. Se apasiona al hablar de sus responsabilidades. Los tallones no sirven, y estirar la ropa con una barra de jabón es perder el tiempo. Los azotes son el procedimiento más eficaz y esta 5Hasta 300 sábanas por hora se lavan en el nosocomio. Foto: Jorge Alberto Mendoza técnica se replica en el interior de las tres lavadoras industriales en forma cilíndrica, con una capacidad de 160 kilos de ropa. Cinco minutos tardan en cargarse entre 300 y 400 litros de agua. Hay alguien que las conoce y hasta las quiere. Es don Luis y tiene 20 años activando el proceso de lavado. Al día se lavan 3 mil 100 sábanas para adulto y 250 para pediatría, más camisones, cobijas, pañales y toda la ropa de cama utilizada en los quirófanos. El proceso inicia con el “enjuague” antes de aplicar los químicos, como alcalino, detergente, blanqueador, acondicionador de agua y suavizante de telas. Productos biodegradables, bajos en espuma, que “en 20 días desaparecen”. Por eso Agustín los elige. Entre las sustancias hay una indispensable: el alcalino, un desmanchador eficaz para aflojar las manchas de excremento, que son pegajosas y las manchas de sangre, que tienen hierro. Sangre es lo que más hay en el hospital y equivalente a ésta son los galones de alcalino empleados. La mancha roja puede eliminarse, pero hay una mancha que todo el personal de esta lavandería identifica como la más difícil de quitar: una verdosa que proviene del área de gastroenterología, producida por excremento. Para eliminarla lavan las sábanas hasta cuatro veces. De las lavadoras es el turno de tres centrífugas que exprimen por 15 minutos 180 kilos de ropa. Agustín conoce bien el equipo. Cuando una comienza hacer un ruido extraño, con las dos manos oprime una parte y desaparece el sonsonete. Es experto en telas para hospitales. Antes usaban manta, pero era pesada y duraba poco. Ahora utilizan “bramante”, que es cincuenta por ciento algodón y poliéster, lo que hace más fácil el secado. Con este material sólo encienden una parte de la máquina de planchado. Por lo tanto, se ahorra luz y agua. Luego de la centrífuga, las sábanas deben estar ligeramente húmedas para el tercer: paso el planchado. Otras, como batas y camisones, pasan al secado a vapor en “las tómbolas”. Unos rodillos gigantes con vapor dan vueltas. En un lado de la plancha están Leticia y Heraclio; ella recibe las sábanas de la centrífuga, luego juntos toman cada punta de la sábana y la introducen en los rodillos. Aquellas que siguen manchadas, directamente van al piso para lavarse de nuevo. Del otro lado Isabel recibe las sábanas secas para doblarlas rápidamente en forma de rectángulo. Por hora salen 300 sábanas. La lavandería es un trabajo en equipo. La ausencia de algún elemento obstruye la meta por la limpieza. Los roles se turnan, pero el que entrega ropa limpia por Norma Oficial de la Secretaría de Salud, no puede tocar la ropa sucia. En la lavandería es posible hacer un estudio socioeconómico de los pacientes del Hospital Civil porque las cobijas desaparecen. De 80 colchas limpias entregadas a los pacientes sólo regresan 60. Veinte cobijas desaparecen al día, por eso los jefes de seguridad tienen como tarea vigilar que nadie salga con colchas ajenas. Todas las sábanas limpias, la ropa doblada y seca, llega a los enfermos que descansarán en una cama limpia, con olor a suavizante, aunque después ellos mismos las ensucien para iniciar de nuevo el proceso en la lavandería del antiguo. Agustín seguirá ahí. Él sabe que la ropa sucia nunca se acaba y el domingo la lavadora también lo espera, aunque esta vez en su casa. [ lunes 15 de marzo de 2010 9