CREACIÓN Los dos niños se agarraban las manos con fuerza

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CREACIÓN
Los dos niños se agarraban las manos con fuerza cuando se oyó un gran
estruendo. Un trozo de pared cayó al suelo y se abrió inmenso agujero. Los
niños empujados por la gente salieron al exterior, se oían gritos, patinaban
en el barro y caían al suelo. Bruno buscó a Samuel pero no veía nada,
asustado corrió hacia la alambrada, pasó por debajo y se vistió de prisa con
la ropa empapada que había dejado allí.
Según se acercaba a su casa vio que todas las luces estaban apagadas y oyó
gritos llamándolo, todos lo estaban buscando. Su madre al verlo, llorando de
alegría le dio un abrazo y le echo una manta por los hombros.
Cuando entraron en la casa, Bruno le contó que se había caído a una zanja y
que había tenido que salir arrastrándose. Su madre lo metió en la bañera;
con la agradable sensación del agua caliente Bruno recordó a su amigo y
sintió una gran tristeza interior pues ni siquiera se habían despedido. En el
fondo de su corazón sentía que le había abandonado, que se había vuelto a
portar con él de una forma muy cobarde cuando quizás no se volverían a ver
nunca. Esa noche no pudo dormir, tenía remordimientos pero no veía la
forma de poder arreglarlo.
Al día siguiente todo estaba preparado, volvían a Berlín, a su verdadera
casa, con sus amigos para toda la vida y sin embargo no sentía ninguna
ilusión. Subió al coche y se sentó junto a su hermana, giró la cabeza para
ver por última vez aquella casa desolada junto a la alambrada y le pareció
que una parte de su vida se quedaba allí. Sintió una punzada en el corazón,
cerró los ojos y vio el rostro triste de Shmuel que le miraba con cariño y no
pudo quitar esa imagen de su cabeza en todo el viaje.
Cuando llegaron a Berlín y entraron en la casa lo primero que vio fue su
fabulosa barandilla, pero no tenía ganas de deslizarse. Subió a su cuarto y se
tumbó en la cama.
Su madre subió para animarle y le dijo que al día siguiente iría al colegio,
vería a sus amigos y todo volvería a ser como antes; que tenía que olvidar
aquel año en aquel lugar tan horrible.
Poco a poco su vida fue volviendo a la normalidad aunque ya no era como
antes. Su padre no estaba y él no disfrutaba tanto con sus juegos de
explorador. Prestaba más atención en las clases y se había aficionado a la
lectura.
Las calles no estaban tan animadas y la gente parecía más triste. Un día
cuando estaban en el colegio se oyeron sirenas y bajaron a un sótano. Al
salir de ahihabía varios edificios destruidos y todos corrían de un lado para
otro.
Al volver a casa le preguntó a su madre a ver qué había pasado y ésta le
explicó que estaban en guerra y que los enemigos habían bombardeado la
ciudad.
Un día, mas adelante, cuando estaban cenando llegó su padre sin su precioso
uniforme. Parecía más serio y preocupado que de costumbre. Les dijo que se
quedaba en casa con ellos y que no volverían a separarse más.
Por la noche les oyó hablar en el despacho, se levantó de la cama y se
acercó a la puerta para escuchar. Hablaban de volver a marcharse, pero no
entendía bien lo que decían.
Los días siguientes notó un ambiente muy raro en la casa, su padre estaba
nervioso, entraba y salía continuamente, su madre volvía a tener mal
aspecto y tomaba sus medicinas, estaba muy nerviosa y se enfadaba por
cualquier cosa.
Cuando se levantó aquella mañana vio de nuevo las maletas preparadas, esta
vez fue directamente a donde su padre y le pidió que le explicara lo que
estaba pasando. Su padre le dijo que la guerra estaba perdida y que no
podían seguir viviendo en Alemania porque le meterían en la cárcel y ellos
se quedarían sin nada, que iban a vivir a un país lejano donde podrían volver
a ser felices. Le enseñó unos documentos con sus fotos, pero ya no tenían
sus nombres. Su padre le dijo que empezaban una nueva vida y que tenía
que olvidar todo lo que había pasado incluso su verdadero nombre.
Esta vez Bruno comprendió que era algo muy serio, que no volvería a ver su
casa ni a sus amigos. Sin decir ni una palabra más, volvió a su cuarto y
recogió todas sus cosas. Aquella tarde cogieron un gran barco, sus padres le
dijeron que cruzarían el océano hasta Argentina.
Al principio el viaje fue una pesadilla, se sentía mareado y no dejaba de
vomitar; pero al cabo de una semana pensó que aquello si que era una
aventura y comenzó a explorar todos los rincones del barco.
Por fin llegaron a un gran puerto, había un gran bullicio, la gente chillaba y
corría de un lado para otro. No entendía nada de lo que decían porque
hablaban en otra lengua que él no conocía. Cogieron un coche que les llevó
a un barrio un poco apartado de lo que parecía una gran ciudad. Las calles
eran anchas y rectas con las casas alineadas a ambos lados.
La nueva casa aunque no era tan grande como la de Berlín, era muy bonita
y alegre. Tenía tres plantas y un pequeño jardín con árboles y muchas las
flores.
Al día siguiente conocieron a varios de sus vecinos que eran alemanes como
ellos y había muchos niños de su edad y de la de su hermana. Visitaron el
colegio donde continuarían sus estudios. Después de hablar con algunos
profesores y el director, quedaron en comenzar una semana más tarde.
Le pareció un lugar muy agradable para vivir además la gente era divertida
y les había recibido con mucho cariño.
Pasó el tiempo y Bruno se había adaptado muy bien, tenía amigos y
estudiaba mucho pues ya no quería ser soldado, había decidido ser abogado.
Su padre estaba más amable y cariñoso que nunca, su madre parecía
contenta, ya no echaba tantas siestas ni tomaba tantas medicinas, su
hermana había conocido a un chico muy majo y ya no se metía con él. Se
sentía feliz y cada vez se acordaba menos de lo que había dejado en
Alemania. A veces leía artículos y oía comentarios de lo que habían hecho
los alemanes durante la guerra pero no se lo creía; pensaba que siempre se
exagera en contra de los perdedores y que en épocas de guerra se cometen
muchos errores.
El curso de su graduación acabó con muy buenas notas y estaba muy
contento porque le habían aceptado en la universidad que más le gustaba. Su
padre como premio a su esfuerzo le regaló un coche. Pasó un verano
fantástico y por fin llegó el momento que tanto había esperado, vivir fuera
de casa sin tener que acatar las normas que su padre imponía.
La vida en la universidad le gustó mucho. Se sentía libre y podía hacer lo
que quería, empezó a escuchar música y leer libros que en su casa estaban
mal vistos, iba a charlas y conferencias que le abrían los ojos a muchas
dudas que había tenido en su adolescencia. Su padre no estaba muy contento
pues cada vez que volvía a casa tenían puntos de vista muy diferentes sobre
los temas sobre los que hablaban.
Unas navidades, al volver a casa, encontró a su madre esperándole con
aquella mirada triste que el conocía tan bien. Le entregó una carta y le dijo
que habían detenido a su padre, que le acusaban de Crímenes contra la
Humanidad. Leyó la carta en la que les informaban dónde y cuándo se
celebraría el juicio.
Fue a visitar a su padre, pero lo encontró muy abatido y no consiguió que le
contestara a ninguna de sus preguntas.
Llegó el día del juicio. Allí estaba su padre, demacrado y pálido, parecía
mucho más viejo. No levantó la cabeza ni para mirar si habían llegado. La
sala estaba llena de testigos que darían su testimonio y afirmarían que aquel
hombre no era quien decía ser sino el que dirigía el campo de concentración
donde ellos habían estado.
Cuando cada uno empezó a relatar lo que allí habían vivido, Bruno no daba
crédito a lo que oía, semejantes atrocidades no podían ser verdad. Su padre
no podía haber hecho algo así.
De repente oyó el nombre de un testigo”Shmuel”, su corazón empezó a latir
con fuerza, recordó aquel niño pálido y delgaducho. Le miró fijamente, era
un joven de su edad pero ya no se parecía al que él había conocido.
Comenzaron a llegarle recuerdos de las palabras de su amigo y comprendió
que todo lo que decían era verdad. Por eso había tanto secreto, por eso el
sufrimiento de su madre en aquellos tiempos, por eso cambiar de país y de
identidad.
Al salir de la sala, se acercó a Shmuel y le preguntó si se acordaba de él. El
joven le miró con una dulce sonrisa y le dijo que había sido lo mejor que le
había pasado en aquel horrible lugar, que sentía mucho que fuese su padre
pero que todo lo que allí se había dicho era la verdad y que tenía que pagar
por ello. Le extendió la mano y después de un fuerte apretón se marchó.
Acabó el juicio y su padre fue condenado a cadena perpetua. Bruno sintió
un terror inmenso pues a pesar de todo era su padre y lo quería. Su mundo
se derrumbaba, había vivido en una gran mentira pero ahora no podía
abandonarlo.
Bruno siguió visitando a su padre y hablando con él sobre lo sucedido para
poder comprender cómo pudo pasar algo así pero su padre le confesó que él
tampoco entendía ahora qué les pasó, cómo pudieron convertirse en
aquellos monstruos, que fue una locura colectiva difícil de explicar.
Acabó su carrera y aunque él no era el culpable, llevó toda su vida la carga
de lo que su padre había hecho y para compensar aquel sufrimiento fue un
hombre justo y honrado que luchó por los derechos humanos y defendió
siempre a los más necesitados.
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