Vocero de la República: Francisco Zarco Por David Guerrero Flores Investigadora del INEHRM Las revoluciones políticas de la historia moderna y contemporánea se definieron en la tribuna y en los campos de batalla, pero también en el papel y en la letra mediante la transmisión y el aplomo de principios e idearios. En la historia mexicana de la segunda mitad del siglo XIX, Francisco Zarco despunta como uno de los voceros sobresalientes y prolíficos del liberalismo. Francisco era hijo del coronel Joaquín Zarco, un liberal convencido, y de María Mateos. Nació en la ciudad de Durango el 4 de diciembre de 1829 y desde la infancia experimentó los vaivenes de la política mexicana de aquella época. La familia cambió de lugar de residencia en diferentes ocasiones, en función de las comisiones militares y políticas de su padre. Primero dejaron Durango para trasladarse a la Ciudad de México, donde Francisco inició su educación primaria; posteriormente, radicaron en Toluca. Allí Francisco concluyó la enseñanza elemental, mientras su padre se desempeñaba como secretario del gobierno estatal. Al parecer, Francisco dio muestras de ser un chico adelantado y talentoso, de manera que el gobernador mexiquense le encomendó pronunciar una oración cívica el 16 de septiembre, cuando Francisco contaba once años de edad. Aquella vez, su discurso le valió merecidos aplausos y un temprano reconocimiento a su talento y vocación. Durante una nueva estancia en la Ciudad de México, Francisco se inscribió dos años en el Colegio de Minas para estudiar idiomas extranjeros. No se registró en ninguna carrera universitaria, pero dio muestras de una gran capacidad autodidacta en materias de derecho, teología, historia y literatura. A la edad de 18 años, desempeñó su primer empleo como meritorio en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1847 vivió la desazón de muchos mexicanos con motivo de la guerra entre México y Estados Unidos y la desafortunada cesión de la mitad del territorio nacional. Dentro del ministerio de Relaciones Exteriores, se desempeñó como traductor y durante el traslado del gobierno nacional a Toluca, recibió el nombramiento de oficial mayor interino. Al año siguiente, Luis de la Rosa, embajador de México en Estados Unidos, quiso convencer a Zarco para que lo acompañara a Washington, sin embargo, este declinó el ofrecimiento y continuó en su puesto de traductor. En aquel tiempo se inició en la senda del periodismo político. A partir de 1850, Francisco Zarco fue colaborador del periódico El Demócrata. Difundió temas de literatura y cultura general, pero también afinó su pluma liberal en temas políticos. El apoyo que brindó a Luis de la Rosa, respecto al general Mariano Arista, para asumir la presidencia nacional, le acarreó contratiempos y la suspensión indefinida del periódico en el que colaboraba. Con Arista como presidente, Zarco se concentró en temas culturales y literarios bajo el pseudónimo de Fortún, en la revista La Ilustración Mexicana, editada por Ignacio Cumplido. Zarco inició su periplo como colaborador del periódico El Siglo Diez y Nueve en 1852, al tiempo que se desempeñaba como diputado suplente por el estado de Yucatán. Su animosidad contra el presidente Arista lo indujo a publicar correspondencia secreta entre Arista y personalidades políticas de Estados Unidos. En respuesta, don Mariano lo acusó de difamación y ordenó su aprehensión, sin importar que, en calidad de diputado, disfrutara de fuero político. Zarco salió bien librado de la situación y continuó asestando golpes a Arista a través de las páginas del periódico humorístico Las cosquillas, cuyo lema subrayaba su carácter de “periódico retozón, impolítico y de malas costumbres”. La persecución alentada por Arista obligó a Zarco a permanecer oculto, hasta que el Gran Jurado de la Cámara lo absolvió de los cargos. En enero de 1853, Arista renunció a la presidencia y Zarco retornó a la visibilidad del periodismo y de la vida pública. En adelante, las reglas del juego para la prensa independiente se endurecieron con la última administración de Antonio López de Santa Anna. La Ley Lares, emitida en abril de 1853, estipuló que cada publicación designaría a un editor responsable, cuyo nombre debería aparecer en cada número publicado. En caso de que los colaboradores atentaran contra la paz pública mediante críticas al gobierno, el editor sería consignado ante las autoridades y se le obligaría a pagar una multa. En caso de reincidencia, el gobierno podría clausurar el periódico y confiscar las prensas. Por entonces, Zarco había sido nombrado editor responsable de El Siglo Diez y Nueve, y dada su determinación inicial de mantener el espíritu progresista y liberal del diario, tuvo que atender requerimientos y multas considerables. Al final, para evitar la clausura definitiva del diario, optó por hacer mutis, limitándose a la publicación de escritos y comunicados oficiales. Tras la renuncia de Santa Anna, en agosto de 1855, Zarco publicó un editorial para expresar la adhesión de El Siglo Diez y Nueve a la revolución de Ayutla. Desde la arena periodística, Zarco se manifestó por la creación de un marco jurídico de garantías individuales y, a partir de febrero de 1856, participó en el Congreso Constituyente como diputado por Durango. A lo largo de un año, no faltó a una sola de las sesiones y a través del periódico publicó la crónica de los debates. Participó como orador en diversas ocasiones y tuvo la honrosa comisión de redactar y pronunciar el manifiesto del Congreso Constituyente con motivo de la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1857. Entre otras ideas, escribió: La igualdad será de hoy más la gran ley en la República; no habrá más mérito que el de las virtudes; no manchará el territorio nacional la esclavitud, oprobio de la historia humana; el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable, el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas que el respeto a la moral, a la paz pública y a la vida privada; el tránsito, el movimiento, sin dificultades; el comercio, la agricultura, sin obstáculos; los negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos; no habrá leyes retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias, ni jueces especiales, ni confiscaciones de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se violará la correspondencia, y en México, para su gloria ante Dios y ante el mundo será una verdad práctica la inviolabilidad de la vida humana, luego que con el sistema penitenciario pueda alcanzarse el arrepentimiento y la rehabilitación moral del hombre que el crimen extravía. Los acontecimientos que sobrevinieron con el Plan de Tacubaya y el asalto al poder por el partido conservador encabezado por Félix María Zuloaga transformaron a Francisco Zarco en uno de los más firmes defensores de la Constitución de 1857. Las desventuras no dejaron de estar presentes en esta etapa de su vida. Dejó el puesto de editor responsable de El Siglo Diez y Nueve y se mantuvo en el anonimato a través de la publicación del Boletín clandestino. En julio de 1859 fue encarcelado, pero consiguió escapar y mantenerse a salvo. En mayo de 1860 fue apresado nuevamente y su liberación tuvo lugar con el triunfo de las fuerzas abanderadas por Benito Juárez en diciembre de 1860. Juárez solicitó a Zarco desempeñar el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, y éste de momento aceptó, pero en mayo dejó la cartera para dedicarse por completo a la dirección de El Siglo Diez y Nueve. Al igual que sus contemporáneos, don Francisco vivió la dinámica vertiginosa de la gran década nacional, combatiendo desde la esfera periodística a los conservadores y a los partidarios de la intervención extranjera, especialmente a partir del decreto de suspensión de pagos de la deuda externa, emitida por el presidente Juárez, en julio de 1861. Zarco siguió al gobierno republicano en su peregrinación por el occidente y el norte del país durante la resistencia contra el imperialismo francés, apoyando la causa como mejor sabía: a través de la columna periodística y como diputado de un Congreso itinerante que encarnaba la voluntad del pueblo mexicano. En San Luis Potosí alentó la publicación del periódico La Independencia mexicana, en junio de 1863, y posteriormente en Saltillo, Coahuila, el diario La Acción, a partir de marzo de 1864. Debido al avance de las fuerzas de la intervención, Zarco abandonó el país y residió en la ciudad de Nueva York, de septiembre de 1864 a noviembre de 1867. Allí mantuvo una ininterrumpida labor, a efecto de publicar las noticias procedentes de México en periódicos norteamericanos y latinoamericanos y reiterar las razones y la justicia de la resistencia republicana. Zarco retornó a México tras la Restauración de la República y sin pérdida de tiempo asumió de nueva cuenta la redacción de El Siglo Diez y Nueve. En el editorial del 1 de diciembre, inició con las siguientes palabras: Al volver, hoy después de dilatada y penosa ausencia, al puesto que por muchos años hemos ocupado en la prensa del país, creemos indispensable dar principio a nuestras tareas, declarando que los graves acontecimientos de que ha sido teatro la república, las mil peripecias de la guerra extranjera, y su desenlace glorioso para la causa de la justicia y el derecho, no ha alterado en lo más mínimo antiguas creencias y convicciones políticas; que por el contrario, se han afirmado y fortalecido más y más en nuestro espíritu. En los siguientes años, Zarco mantuvo su convicción liberal y su misión como vocero de la República. Sin embargo, como remanente indeseable de su confinamiento en la cárcel de La Acordada, contrajo tuberculosis y esta enfermedad extinguió su vida cuando apenas había cumplido 40 años. Nació en diciembre de 1829 y abandonó la pluma, la palabra y la vida en diciembre de 1869. Por su probidad y entereza republicana, el Congreso aprobó el decreto emitido por el presidente Juárez para inscribir su nombre en letras de oro en el salón de sesiones del Congreso de la Unión. Por las riquezas que no acumuló en vida, el Congreso concedió 30 mil pesos en beneficio de su esposa e hijos, además, les garantizó el derecho a recibir educación en los colegios nacionales, hasta la obtención de una carrera universitaria. El legado de Francisco Zarco cristalizó en la defensa del republicanismo y en miles de páginas bajo la forma de disertaciones, crónicas, relatos, discursos y correspondencia personal. Acucioso e infatigable, el historiador Boris Rosen Jélomer compiló en 20 volúmenes la obra de Zarco, testimonio de una voz que se apagó con la vida de su autor, pero que permanece en nuestra memoria de papel y en la reflexión de nuestro pasado.