Homilía del 25 de Septiembre de 2016 Mientras yo meditaba sobre las Escrituras de hoy, ciertos pasajes y ciertas palabras dentro de los pasajes captaron y mantuvieron mi atención. El profeta Amós, que escribía casi ochocientos años antes de que Jesús nació en Belén, predica a los líderes entre la gente de Dios. Les recuerda que Dios ha bendecido a su gente con la prosperidad, pero en vez de vivir en gratitud, «se sienten seguros en Sión», en casas elaboradamente amuebladas, y se satisfacen ellos mismos con comida y bebida lujosa sin pensamiento o preocupación sobre la angustia de otros Israelitas. En el Evangelio Jesús se dirige a los líderes religiosos, a los fariseos, diciéndoles una historia de “un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas”—la vestimenta solo los ricos podían permitirse tener y banqueteando «espléndidamente cada día». Este hombre rico no comparte nada de su riqueza con el hombre pobre, Lázaro; en realidad, no hasta reconoce su existencia aunque Lázaro esta yaciendo «a la entrada de su casa». Como la historia continúa, aprendemos que no le importa a nadie excepto a aquellos de sus familiares, pero nosotros sí encontramos que sabía quien era Lázaro. El rico en tormento parece creer que puede ordenar a Lázaro en la manera que dio ordenes a su criados en su vida en la tierra. Empecé a pensar acerca del mundo en que vivimos. ¿Cómo es diferente de aquel en que vivió Amós, hace más o menos dos mil ochocientos años? ¿Cómo es diferente desde la época de los fariseos, quienes vivieron hace dos mil años? Nosotros aún vemos y oímos sobre aquellos que viven en lujo. Todavía vemos y oímos sobre personas que no tienen ningún interés en otros, excepto aquellos de su propia familia. Y estamos bombardeados por anuncios en la radio, en la televisión, en los carteles, en el teléfono, diciéndonos que no podemos vivir sin algo que nunca sabíamos que hasta deseábamos—los dientes más blancos, el cutis más suave, el cabello y barba teñidos, y esto y aquello. Estos comerciales son realmente muy seductivos. Más aún, vemos y escuchamos en las noticias sobre fraude y robo y de manipulación de corporaciones por sus ejecutivos. Entonces, pensé en ustedes, nuestras feligreses hispanos. Lo que tienen, lo comparten. Cuando alguien está necesitado, ustedes de alguna manera consiguen como 1 Homilía del 25 de Septiembre de 2016 ayudarlo. Como muchas veces les he dicho antes, ustedes son las más gentiles y compasivas personas que conozco. ¿Qué es lo que en la escritura de hoy está dirigido a nosotros en esta misa? ¿Qué es lo que Dios está diciendo a esta reunión de la Iglesia a través de su palabra? Mis pensamientos se dirigieron a la segunda lectura. Aquí encontramos en la carta a Timoteo, las palabras de San Pablo a ustedes, al pueblo de Dios. San Pablo nos dice, “Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado”. Claramente San Pablo entiende que “la vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia, y mansedumbre” no es una vida que no tiene dificultades. El nos recuerda el coraje y fidelidad de nuestro Señor Jesús , quien es el ejemplo que debemos seguir. Las lecturas de hoy no nos dicen que la riqueza sea maligna, ni nos dicen que nuestras vidas deberían ser vividas en miseria. Ellos nos advierten, así como advirtieron a la gente hace mucho tiempo, sobre egoísmo y falta de interés en las necesidades de otros, y yo quiero recordarles de lo que ustedes ya saben—que el mundo en el cual vivimos nos enseña a mentir y a engañar y a robar, a pisotear a la gente y a pasar sobre otra gente con el fin de vestirse en “púrpura y telas finas y [de festejar] espléndidamente”, y de amueblar sus hogares con lo fino y mejor y de tener ningún interés en las necesidades de otros. La Escritura de hoy nos recuerda de algo más que ya sabemos—que la manera en que vivimos tiene consecuencias. Jesús nos dice que las consecuencias de una vida concernida solo con lo que podemos obtener y mantener para nosotros mismos y nuestra familia sin importarnos por las necesidades de otros es tormento. Las consecuencias de luchar “en el noble combate . . . de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia, [generosidad], y mansedumbre” es seguridad «al seno de Abraham”; las consecuencias de esa clase de vida es viendo al “bienaventurado y único soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores”, quien ningún ser humano puede ver hasta el regreso de nuestro Señor Jesucristo. Que nuestro querido Señor nos dé perspicacia, sabiduría, y fortaleza a través del poder del Espíritu Santo de tal manera que no seamos seducidos por las tentaciones de éste mundo, pero más bien dicho sostengámonos en la vida eternal que nosotros profesamos. 2