Historias y Leyendas de Palmares

Anuncio
UNIVERSIDAD DE COSTA RICA
VICERRECTORÍA DE ACCIÓN SOCIAL
SECCIÓN DETRABAJO COMUNAL UNIVERSITARIO
Proyecto TCU-486
Rescate de la cocina criolla costarricense con
la participación de personas adultas mayores
Historias y Leyendas de Palmares
Ana Cristina Vásquez
A76902
Estudiante de Antropología
Coordinación proyecto TCU
M Sc. Patricia Sedo
II Ciclo 2010
Agradecimientos
A todos los señores y señoras del Centro Diurno para Personas Mayores, el personal del
mismo y a todos aquellos entrevistados y de quienes obtuve información tan valiosa.
Muchas gracias.
Introducción
En este trabajo se mencionaran diversas historias y leyendas de Palmares gracias a la
colaboración de personas mayores que asisten al Centro Diurno del Adulto Mayor en
Palmares, al igual que algunos otros miembros mayores de la Comunidad.
El Valle de los Palmares: Lacustre y Leyenda
El Cantón de Palmares en 1888 es erigido como el VII Cantón de la Provincia de Alajuela y
limita con San Ramón por el norte y el oeste, con Naranjo por el este y con Atenas por el
sur. El camino viejo atraviesa Palmares, proveniente de Naranjo, y la autopista fractura el
Centro La Cima, abriendo esa enorme muralla que lo separa de San Ramón.
Cuenta la tradición que Garabito (Cogoche), el último cacique de los huetares, logra burlar
en esa zona a los conquistadores españoles, aunque su mujer, Biriteca, es secuestrada y sus
pueblos casi desaparecen.
“Se dice que por esta región vivían los indígenas huetares, cuyo valiente cacique Garabito
tenía su palenque en las laderas de las estribaciones de los Montes Aguacates y que
sobrevivía de la caza y pesca realizada por entre los frondosos bosques cuajados de
exuberante vegetación y animales salvajes”
El cacique de los huetares trata de proteger a su pueblo y lucha por la sobrevivencia.
Escondido entre los bosques, en cuevas misteriosas, escuchando el canto de los pájaros y el
fluir de los ríos, Garabito sufre su desesperanza. Dicen los campesinos que algunas veces el
murmullo del viento y el susurro de las aguas imitan la queja triste del cacique y que la
tierra profunda guarda, celosa, sus tesoros milenarios.
“Estos aborígenes se distinguieron por su habilidad en los trabajos de cerámica, la cual
hoy día admiramos, pues parte de la misma se ha encontrado enterrada en pequeños
cementerios hallados en Zaragoza y Esquipulas...”
En el cantón de Palmares, desde los puntos más altos del distrito de Zaragoza, se percibe
esculpido en el paisaje, el camino del indio. Un camino de piedra por donde los aborígenes
atraviesan sudorosos la tierra de todos y, donde se detienen a preparar las comidas y contar
largas historias que, muy pronto, se vuelven cortas informaciones trágicas. El jaragua, el
calinguero y otras hierbas nativas cubren un suelo musgoso donde se levantan pinos,
cipreses, eucaliptos, buríos, colpachís, targuás, ceibas, palmeras, higuerones, cedros,
aguacatillos, nísperos, cóbanos, urucas, cirrís... huellas nombradas por los indígenas y
transplantes de otro mundo, allende los mares.
Ese valle de origen lacustre y volcánico, donde se forja el cantón de Palmares se encuentra
al pie del Cerro del Espíritu Santo, donde, según cuentan los antepasados, está enterrado el
tesoro de los misioneros franciscanos del convento de San Laurencio de Esparza, quienes
tratan de salvarlo del asalto de los piratas provenientes del Pacífico. Cuando pasa el peligro,
la tierra se ha tragado las reliquias para siempre. A esta tierra feraz y legendaria llegan a
cumplir sus sueños, transcurridas ya las primeras décadas del siglo XIX, numerosas
familias campesinas.
En el caso de Palmares y su vecina San Ramón, igual que otras en localidades agrícolas del
país, los procesos de migración, el tipo de asentamiento, la forma de asumir la vida
cotidiana en común, el predominio de unos cultivos sobre otros y, sobre todo, los valores y
expectativas de los colonos explican la conformación de un sentido de pertenencia, de una
identidad comunal diferenciada y partícipe de la identidad nacional.
En el “Valle de las Palmeras” la lejanía de las rutas principales y la falta de caminos alternos
condicionan una colonización tardía y dispersa. Predomina una migración familiar, que
pronto se amplía a los vecinos de los lugares de procedencia.
Igual que en la mayoría de los pueblos de Costa Rica, la religión va a jugar un papel
fundamental y los habitantes “toman partido” por vírgenes y santos distintos, en ese
proceso de distanciamiento de unos y unión con los otros. Desde el principio se percibe, en
las conversaciones con los vecinos y en los documentos escritos de distinta naturaleza, una
rivalidad temprana entre palmareños y ramonenses y un sentido de colaboración y
solidaridad muy aguzado, que se consolida y aumenta con el tiempo. La rivalidad
principalmente se observa en los jóvenes.
Esto quizás se deba a que muchos de los primeros habitantes poseían lazos afectivos anteriores al comienzo de su aventura- y a que las condiciones de vida en aislamiento, de
esos primeros años, los lleva a apoyarse mutuamente, en todo caso, lo interesante es
constatar que en muchos otros lugares se dan las mismas condiciones y no en todos ellos el
sentido comunal y la identidad se configuran con igual fuerza que en Palmares.
Las poblaciones del Valle de los Palmares nacen al pie de la leyenda. Los recuerdos, las
anécdotas trasmitidas de generación en generación, se confunden y dialogan con el sueño
de un viejo pasado indígena y misionero, se comprueban en “los tesoros” centenarios en
formas de vasijas o se marcan en la silueta del llamado “camino del indio”. La realidad de
vida cotidiana, el esfuerzo para voltear montaña y labrar la tierra, el miedo a ser
descubiertos con plantaciones clandestinas o sacas de guaro, los pesados viajes para ver a
los familiares que quedaron lejos o traer lo necesario para vivir “mejor”, los rosarios
compartidos y las idas a misa se combinan con los cuentos de camino, las creencias
maravillosas y mágicas surgidas de la imaginación o de la naturaleza misma.
En esta aproximación a un tiempo ya ido, a un paisaje que se desgasta y unos nombres que
se recuerdan o se olvidan ha sido indispensable dialogar con los vecinos, escuchar las
historias de sus antepasados, oír el eco de lo inexplicable por medio de la razón, indagar en
los Archivos Nacionales en series y documentos muy diversos, penetrar en los Archivos de
la Curia Metropolitana y en los de la Parroquia de Palmares, consultar lo que otros
interpretaron y escribieron... Fuentes múltiples y diversas, orales y escritas, grabadas en
monumentos y en el paisaje natural dialogan y se complementan para lograr esta
aproximación a un fragmento de la historia costarricense. Una historia que le pertenece a la
nación costarricense y a un pequeño y gran cantón de Alajuela a la cual, como participante
activo de la investigación, le es devuelta en estas páginas.
Voces, ecos, huellas en el paisaje, documentos de diversa índole discuten y se
complementan en una lectura-escritura -la de las autoras- que se quiere accesible y clara en
la escritura sin perder profundidad académica; que se encuentra y reencuentra en la poesía
del paisaje, en la magia de lo legendario, en la reconstrucción de un pasado trasmitido
oralmente y escrito desde la legitimidad y el poder.
A medida que iba en aumento la población de la parte occidental del Valle Central, los
colonizadores se vieron en la necesidad de abrir las trochas que comunicaran los caseríos en
formación como eran San Ramón, Palmares, Naranjo y Atenas. Estos caminos eran simples
veredas que atravesaban la montaña y los cafetales y que en su mayoría estaban en mal
estado, sobre todo en la época lluviosa. A inicios del siglo XX la única vía de
comunicación de Palmares con San José era el “camino carretero”, una angosta ruta de
tierra hacia Atenas, donde se tomaba el tren. A través de este camino se podía llevar el café
hasta el puerto de Puntarenas para exportarlo. Entre 1894 y 1929, con la construcción del
actual templo, todos los materiales, tanto la piedra como las campañas y las claras de huevo
para solidificar la mezcla, fueron atraídos a Palmares por ese camino.
La apertura de los cuadrantes en el pueblo de Palmares se debió al empeño del cura
Esteban Echeverri, quien logró que algunos vecinos donaran tierra para la delimitación de
los cuadrantes y la apertura de las calles centrales, si bien las calles no empezaron a ser
asfaltadas hasta finales de la década de los cuarenta. Con la apertura del puente sobre el Río
Grande el 20 de agosto de 1938, Palmares quedó unido a San José trayendo mucha
población a un cantón hasta antes vecinal. Esto unificó el caserío de Buenos Aires como
parte del cantón. Las demás calles distritales empezaron a ser asfaltadas en los años sesenta
si bien, a mediados de los setenta muchas personas debían caminar por potreros, ríos y
cafetales para llegar a las escuelas o agarrar un bus para viajar a la zona Central. Los trillos
eran las vías de comunicación y tránsito más usadas debido a que nadie tenía carros o
bicicletas, apenas si andaban a caballo. El cantón prosperó gracias a la siembra de café y
tabaco.
La vida de “antes” en Palmares
Debido a la pobreza, los lugareños debían disminuir sus gastos con todo lo que les fuera
posible obtener del suelo y la naturaleza, de igual forma, vivir en condiciones no tan
higiénicas y salubres como era recomendado sin embargo tenían salud de hierro. Ya que,
según me informaron dos de los entrevistados “tomarse un vasito de canfín era bueno para
la panza”, suena increíble, sin embargo he visto a mi abuelo tomarlo en varias ocasiones.
Debido al hambre se les sacaban unos siete caldos a los frijoles, para que todos comieran y
durara por varios días. La ropa común era de manta, la tela más barata, de la cual se hacían
camisas, vestidos, pantalones, calzoncillos y calzones, y debido a que el elástico era muy
caro, les hacían una especie de faja y los amarraban bajo la ropa. Muchos hermanos
dormían en una misma cama.
No había peligro de caminar por las calles, por los trillos, por los cafetales, todo era seguro
y nadie robaba. Toda la gente era muy pobre, no tenían nada que podía ser robado. Se
recogía todo lo que necesitaban de los cafetales, la leña, frutas, semillas, hojas. Iban al río a
lavar con batea y se bañaban con estopas. No se acostumbraba a celebrar cumpleaños, solo
se regalaban cosas para la cocina a las mamás.
Los niños trabajaban desde pequeños manteniendo a sus madres y muchos hermanos.
Aunque los sueldos eran bajos todo era muy barato, y mucho más sano. El medio día lo
pagaban a ₡1.50, normalmente el almuerzo era un poco de aguadulce y tortillas caseras con
un puñado de sal. Los trabajos más comunes eran jalar café, caña, sembrar o acomodar
cosas. A los niños se les pegaba con chilillos de olivo o una varilla de caña blanca para que
se portaran bien.
Las oportunidades de estudio eran muy escasas, no era posible estudiar porque debían
trabajar, pagar los estudios y los maestros eran groseros y les pegaban si no prestaban
atención, en la escuela de Zaragoza los encerraban en el sótano si se portaban mal. En
algunas ocasiones les daban aceite de castor para las lombrices. Debían caminar por
potreros y ríos sin zapatos, corriendo por charrales, algunos iban hasta San Ramón al
colegio, otros no pasaron de tercer grado de la escuela.
Los ricos eran más humanitarios, ayudaban a los pobres por solidaridad, donaban terrenos o
los vendían a muy bajo precio a la Iglesia o la Municipalidad para construir escuelas,
ermitas, el cementerio, hogares sociales. Para el Día de Santa Ana se mataba una vaca y se
regalaba la carne, la sangre y huesos a los pobres. Hacían carne ahumada con el humo de
las cocinas de leña, y la sangre y los huesos para hacer morcilla y sopa.
Situación de la mujer (Respecto a este apartado, es información importante sobre el pueblo,
sobre las memorias de las señoras del Hogar Diurno, que no es muy explorado hasta la
actualidad por los anteriores investigadores, sin embargo supongo que no sería muy
destacado debido al tema cultural de la investigación)
El machismo formó parte de Palmares desde el inicio, la docilidad femenina era requisito
para una “buena mujer”, hacendosa y calladita. La violencia familiar era una situación
común, las infidelidades de la misma manera, la agresión psicológica, física y sexual
formaban parte de su vida diaria, sin embargo todo esto se aceptaba como penitencia, como
buena mujer educada debía aceptar que “todo lo tenía era gracias a la bondad de Dios”. No
era culpa de él, muchas veces ellas se lo buscaban diciendo alguna mala palabra o faltando
con la comida.
Había tabú respecto al embarazo o la menstruación, había una vergüenza sobre la
feminidad, a crecer. El embarazo era un tema muy privado, sólo entre mujeres casadas se
podían hablar, en un cuartito con las cortinas cerradas. Usaban camisones y vestidos largos,
anchos, recatados, y cubrían aún más su cuerpo con los delantales que usaban para cocinar
y arreglar la casa. Por esa razón los niños o algunos adultos no notaban su embarazo. De
igual forma desconfiaban de los doctores, es por ello que tenían a sus hijos en casa, con
ayuda de su madre o hermanas. Justo después de parir, debían terminar con el oficio del día
y tener la comida lista cuando llegar su esposo.
Muchas mujeres se casaban con la idea de que llegaban a una casa ajena a encargarse de la
cocina y de hacer oficio. Muchas buscaban su propia habitación sin tener idea de lo que
significaba el matrimonio o los deberes y privilegios matrimoniales. Las embarazadas se
casaban vestidas de beige o rosa, el blanco estaba reservado para las vírgenes.
El hombre, antes de casarse, debía encargarse de armar una casita y ordenarla, para cuando
llegara su novia. Cuenta una de las entrevistadas que tras la boda de su hermana, la
encontraron haciendo café en su casa a las cuatro de la mañana. Le aterrorizaba de tal
forma la idea de dormir con un hombre que se había escapado de la casa de su esposo a la
de sus padres, pero fue devuelta por su madre, después de regañarla, a la de su esposo.
“¡Usted ya no vive aquí! ¡No puede volver a ésta casa más!”.
Comidas típicas
Palmares es un pueblo de migrantes, todos ellos agricultores que buscaban nuevos terrenos
para sembrar y mejores condiciones de vida. Si bien es un pueblo cafetalero, desde sus
orígenes, la amplitud de recetas de cocina criolla se ha vuelto característica. En común ver
a los lugareños elaborando comidas típicas, no solo en días festivos sino para el diario vivir.
Los bizcochos de masa y queso, las rosquillas, el pan casero, pan de banano, de zanahoria,
de naranja, las empanadas de frijol, chiverre, piña, dulce de leche; cajetas de leche
azucarada, cajetas de coco, mieles y mermeladas.
En la gastronomía palmareña hay una gran variedad de tamales, como lo es el tamal asado
y el tamal de maicena, el tamal de cerdo, de pollo, de carne, de papa, de frijol, el tamal
mudo; también varios tipos picadillos como el picadillo de arracache, de palmito, de tronco
de papaya, picadillo de plátano verde, de guineo, de papaya tierna, de yuca; el picadillo de
papa es el más conocido y más consumido en las festividades, es un plato representativo
entre los lugareños cuando se reúne la familia, contrario a sus vecinos San Ramón y
Naranjo que utilizan más el picadillo de arracache. El picadillo de papa palmareño siempre
lleva carne desmechada y frijoles blancos.
Tenemos gran amplitud de platos típicos, como lo son los gallos de carne, de salchichón, el
arroz con palmito, el gallo pinto, las chorreadas, la olla de carne, tortillas caseras, pastel de
guineo, arroz con leche, pozol, frito, mondongo; la “caldoza”, que sería ceviche con
Picaritas. Las sopas de leche eran hechas en un pasado con leche ordeñada.
Entre las bebidas hay también una gran variedad bebidas naturales como frescos de frutas,
de horchata, de atol de arroz, chicheme, batidos, en los que resalta el “Mate”, que es leche
con vainilla y canela, y cuyo nombre sólo se identifica en Palmares. El “agua de sapo” era
muy frecuente antes, sin embargo las futuras generaciones no se sienten tan inclinadas a
tomar agua dulce con limón. A pesar de ello, el agua dulce sigue formando parte importante
de la dieta del palmareño, no puede faltar el cafecito en la tarde y el aguadulce en la noche.
Antes había muchos trapiches pero en la actualidad son contados, y no permanece ninguno
en Palmares. Los peones anteriormente siempre traían consigo un calabazo con agua y una
pedacito de dulce, otros una jícara, para saciar la sed.
Iglesia
La religiosidad en el pueblo de Palmares ha definido siempre a los lugareños.
Anteriormente las misas eran dadas en latín, las mujeres debían asistir con velo que
cubriera su cabeza y jamás discutir o pensar otra cosa de lo que dijera el sacerdote.
Dios siempre estaba primero, todo era gracias a él y si había un problema era causa de la
persona misma, no de él.
Leyendas, historias y algunos personajes
Los palmareños siempre han reconocido ser personas muy fantasiosas, incluso quienes no
creían en las leyendas al final de su vida terminaban por creer. Por ejemplo, al caminar por
trillos sin importar la hora, cuando no había nada más que hacer que jugar en cafetales, ríos,
caminar hasta cansarse y explorar, se disponía a dar rienda suelta a la imaginación, el
problema era luego diferenciar la realidad de lo imaginado y escuchar los cuentos y
leyendas que te decían los mayores para que no se alejaran o se portaran de la forma que
deseaban sus padres y abuelos.
Es por ello que se inventaban leyendas: mujeres con luces que flotaban en el aire, fantasmas
que andaban de noche por la vereda de los ríos, diablos o demonios que aparecían sobre los
árboles de noche, caminos que cambiaban su forma, voces extrañas, sonidos de carretas,
una carreta que se llevaba el cuerpo de una persona muy mala y luego el ataúd era muy
liviano, animales mágicos.
De cómo se hacían los bebés
Con el poder de Dios, si rezabas sobre una piedra y tenías la suficiente inocencia, el Señor
dejaría junto a ti un bebé. Pero para eso debías rezar con fervor e hincarte en las piedras
como penitencia hasta que llegaran los ángeles con el bebé. Aunque algunos afirmaban que
podía ser encontrados bajo los palos de naranja.
Jacoba
Jacoooba!... Condenao! Jacoooba! Condenao! Jacoooba! Condenao!
Los chiquillos desde siempre le tenían miedo a Jacoba. Le gritan suave, con miedo, con aire
misterioso… Jacoba levanta la cabeza y les grita: “condenao”.
Jacoba era una mujer misteriosa, que parecía que había vivido siempre, nadie sabía de
dónde había llegado, sólo apareció de repente para quedarse. Siempre andaba caminando,
como si nunca durmiera. Si le daban algo solo volvía los ojos y decía gracias de mal modo,
ni siquiera alzaba la cabeza, que era cubierta por su larga cabellera gruesa y despeinada.
Cuando pasaba todos la veían por la ventana y ella ni los veía, no le gustaba chocar los ojos
con nadie. Siempre iba por todos lados caminando, todo el día. Ella solo hablaba con los
perros, la basura, las piedras y todo lo que no fuera un ser humano que le contestara. No
veía al cielo porque creía que era muy lindo y no merecía que ella lo viera. Era vieja, y los
ojos nadie sabía cómo eran ni de qué color los tenia.
Jacoba tenía anécdotas famosas. En 1957 se regó el cuento de que tenía 20 rojos. Unos
tontos se lo creyeron y la asaltaron, pero solo tenía 3 pesos; eso no hubiera sido nada, sino
que pa quitarle la plata le dieron un garrotazo que la dejo medio muerta y no volvía hasta 8
días después. A casi nadie le importó quién había sido, pero no valía la pena averiguarlo,
porque Jacoba era como un ser viviente, medio muerta, estilo zombi, solo que de ahí en
adelante iba más agachada por el garrotazo. Nadie sabía de dónde había salido ni si tenía
familia ni nada de eso, y a nadie le importaba tampoco. Nadie nunca la vio riéndose, pero
se creía que era más feliz que muchos otros que tenían de todo.
Los Duendes
Una leyenda que ha persistido con los años es la de los duendes. Siempre ha habido
historias de duendes que perdían a los niños en los cafetales o cuando caminaban solos.
Cuenta una señora que una vez fue de mañana a dejarle el almuerzo a su papá en el cafetal,
tenía unos 10 años en ese entonces, al entrar al callejón se guió por el sonido de las
personas, pero nunca llevaba donde ellas. Caminó y caminó, volviendo sobre sus pasos a
veces cuando escuchaba las voces lejos, en dirección contraria. Cansada, gritó llamando a
su padre, él le contestó a lo lejos. Corrió hacia él pero no lo encontró, volvió a llamarlo, él a
responder pero seguía sin encontrarlo a él ni a las otras personas. Estaba segura que
escuchaba a las personas caminar y hablar cerca de ella sin embargo no las encontraba, era
como si unos hablaran en una dirección y otras en otra dirección.
Empezaba a oscurecer, estaba cansada y ya no escuchaba a nadie llamándole. Se sentó en
una piedra, sobándose los pies que estaban heridos de caminar. No sabía si volver a casa o
seguir ahí, posiblemente le iban a pegar por no haberle llevado el almuerzo a su papá. Se lo
comió para recuperar fuerza y volvió a caminar, guiándose por el sonido y las luces lejanas,
aunque escuchaba que le llamaban atrás corrió con más velocidad alejándose de las voces.
Al final llegó a su casa sola, segura que los duendes trataron de perderla.
La mujer del cementerio
En los inicios de la colonización de Palmares no había un sitio destinado a cementerio,
porque tampoco había ermita, los fallecidos eran trasladados hasta Sarchí. El 7 de
noviembre de 1866, el obispo Anselmo Llorente y Lafuente, autorizó la edificación de una
ermita y ordenó abrir un cementerio en las inmediaciones de la misma.
Desde hace muchos años se cuenta que si se pasa muy de noche por el cementerio, en
dirección hacia el Centro, es posible ver a una mujer de vestido blanco sentada en las
gradas esperando taxi. Ella es muy bonita, de cabello negro largo y piel blanca, que dice ir
pa Puntarenas. Se dice que solo se le aparece a los taxistas, pero no a todos los taxistas,
escoge a los que vayan en un automóvil rojo, que sea un taxista ya mayor, mechudo y con
barba, y lleve colgando un rosario del espejo. Cuando el taxi aparece, aproximadamente
como a las 2 de la mañana, se levanta y mueve la mano, el taxi para y ella se sube, solo dice
que va para Puntarenas a ver a su hermana, y si la puede llevar, el taxista nunca se opone
porque ella le muestra la plata; ella le da un papelito con la dirección.
Todo el camino el taxista se la pasa mirándola y ella habla poco, solo sobre su mamá o su
hermana, pero ella va mirando fijamente el camino, con una fijeza inquietante. Casi
siempre cuando llegan ella dice que le agradó mucho viajar con el y que la llame o la visita
después a esa dirección, y lo hace irse antes de entrar. Cuando el taxista llama o la busca
después, la familia que está en la dirección se preocupa y asusta y le dice que ella lleva
muchos años muerta, y que murió exactamente en un choque donde el taxi se volcó
justamente n esa misma ruta, y que en esa fecha año con año viene un taxista a preguntar
por ella.
La carroza y los caballos blancos
Esta es una leyenda que me contaron mis amigos en la escuela. Cerca a la escuela Pablo
Alvarado, en el Rincón, hay una casa abandonada; ya no existe pero se decía que hacían
varios años en cada noche de luna nueva, ya muy entrada la noche, se podían escuchar
algunos rechinidos de una carroza y el relinchar de unos caballos pero al asomarse a la
ventana, no se podía ver nada. Los adultos no escuchaban ni veían nada, los jóvenes que
creían solo escuchaban, mientras que los niños pequeños los veían, y estos eran los que
corrían más peligro.
Eran dos grandes caballos blancos, de ojos rojos y grandes dientes, ensillados que iban
saliendo poco a poco de la casa, detrás de ellos venia la carroza blanca también, pero con
algunos rayas rojas, quienes la veían decían haber visto que las rayas eran de sangre de
niños; cuando ya estaba totalmente afuera, salía de la casa un joven apuesto, vestido de
blanco, con la piel y el cabello blancos también, también adornado de rojo, con los ojos
rojos, y una expresión al subir a la carroza de pura maldad.
La carroza emprendía una veloz carrera hacia el cementerio, si un niño escuchaba la
carroza y se asomaba por la ventana, la carroza se detendría frente a su casa. El niño
asustado se escondería hasta que la carroza se alejara. Luego si el niño se volvía a asomar a
la ventana, el joven de blanco estaría frente a sus ojos, el joven lo miraría con crueldad, su
rostro sería como horrible y estaría mirándote fijamente a los ojos hasta que grites, si te
quedas ahí el seguirá en la misma posición hasta que mires a otro lado o cierres los ojos,
cuando esto pase el joven lanzará una risa horrible, provocando que el niño grite como loco
y se desmaye; y se decía que este niño quedaría varios días sin hablar y dormir del susto, y
nadie le creerá lo que pasó porque solo los niños pueden ver y oír a este joven.
Datos curiosos
 A los palmareños les llaman las “cuechas”, ese nombre proviene de la siembra del
tabaco y de estar escupiendo el que masticaban.
 Hacer pollanas significaba hacer diabluras.
 Bebían canfín y comían tismoles para aliviar el dolor de panza.
 Después de un tiempo sin marido se pensaba que se volvía a ser virgen.
 La zona conocida hoy como el INVU, de la misma forma el Área de Fiestas, en un
tiempo se trató de dos lagunillas. Con ayuda del gobierno, debido a la pobreza del
pueblo, se rellenaron con arena, tierra y piedras, construyéndose así un gran caserío
de casas donadas y el redondel.
 Les daban a los bebés chupones de aguadulce con leche.
Bibliografía
Carvajal, Ligia. Mediaciones oral y escrita.
González García, Yamileth; Pérez Yglesias, María. Un proceso de colonización tardía y
dispersa: El valle de los Palmares. Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de
Costa Rica, 21(1-2): 141-164, 1995
Morera Castillo, Carlos Luis. Memorias y anecdotas de Palmares. 1988
Descargar