DIOS NOS LLAMA A SANTIDAD ¿“Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño”. Salmo 24:3-4 ¿De qué manera podemos ser santos? Dios nos llama a reflejar Su santidad: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo”. (1ª Pedro 15:16) Jesús es el mayor ejemplo sobre la tierra de una vida santa, de un carácter santo. Estuvo totalmente dedicado a Dios, y a hacer la voluntad del Padre en su vida. Lo que hizo Jesús al morir en la cruz por nosotros y enviarnos al Espíritu Santo, fue asegurar que tuviéramos la garantía de un camino, para ser librados de nuestro propio pecado y así poder ser santos como Dios. Si nos lo impidiera, ¿Cómo podríamos llegar ante Él?, en cambio, nuestro pecado es la razón por la que venimos ante el Señor en confesión y arrepentimiento, y para alabarle por Su santidad. Cuanto más adoramos a Dios, tanto más podemos ver Su santidad, plenitud, pureza y bondad que nos hace santos. Venir ante Dios en adoración, revela el pecado en nuestras vidas, pecado que jamás podríamos haber llegado a reconocer. ¿Qué mejor modo de lavarnos que estando en Su presencia? Cuando encontramos la santidad de Dios y la reconocemos como lo que es, aparece en ese momento lo que somos y, nos revela aquello que deberíamos ser. Ser santos debería ser el objetivo de nuestras vidas. No es que nos levantemos un día y decimos: “Voy a ser santo” y de repente lo somos. Es absolutamente necesario el profundo reconocimiento de la santidad de Dios y el deseo de hacer lo que haga falta para llegar a ser parecidos a Él. No podemos hacernos santos, pero sí podemos buscar ser santos, como Dios es santo. ¿Cómo buscamos tal cosa cuando la santidad parece ser tan difícil? ¿Tan inaccesible? Lo hacemos adorando a Dios. Esto es lo que han estado haciendo los ángeles alrededor de su trono, todo el tiempo. Isaías les oyó decir: “Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. (Isaías 6:3) Cuando alabamos a Dios por su santidad tenemos mayor entendimiento de lo que significa ser santo. Es como si su santidad se nos pegara un poco a causa de la proximidad con Dios. Nos volvemos parecidos al objetivo de nuestra adoración, Él nos imparte de Su santidad cuando le alabamos. CÓMO SER SANTOS 1. Buscando la santidad. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14) Tenemos que desearlo. Y desearlo tanto como para hacer lo que haga falta para conseguirlo. 2. Recibir lo que Dios ya nos dio. “Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. (Efesios 4:24) Dios nos ha brindado todo lo necesario para que podamos ser santos así como Él es santo. No permitamos que el enemigo de nuestra alma nos diga que porque no somos perfectos y cometemos muchos errores jamás podremos ser santos. 3. Valoremos nuestra vida. “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. (1ª Corintios 3:17) Tenemos la posibilidad de elegir y debemos elegir bien para no contaminar nuestras vidas. Valoremos nuestro cuerpo porque el Espíritu Santo vive en él. Valoremos nuestra vida porque es el instrumento de Dios para que sus propósitos se cumplan en la tierra. 4. Imitemos a Dios. “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. (Efesios 5:1) Debemos permanecer en Su presencia tanto como sea posible, en oración, alabanza y adoración, conocer muy bien todos sus nombres y atributos para poder entender mejor quién es Él. 5. Seamos misericordiosos y afectuosos. “Como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Colosenses 3:12). Si hay dos virtudes que nos harían parecernos más a Cristo son el amor y la misericordia hacia los demás. En toda situación debemos preguntarnos cuál es la acción de misericordia, amor, humildad, paciencia y amabilidades a realizar. 6. Permanecer en el camino de la obediencia. “Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará” (Isaías 35:8). El camino es angosto y hemos de ser vigilantes para no tropezar y salirnos de él. Necesitamos leer la Palabra de Dios y pedirle que nos ayude a seguir este camino. 7. Sé como Jesús. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. (1ª Juan 2:6). En Jesús tenemos el modelo perfecto, estudiémoslo en las Escrituras, examinemos cada una de sus palabras, caminemos con Él, hablemos con Él, que viva en nosotros y nos haga parecernos más a Él cada día. Alabarle en la belleza de Su santidad. Cuando Josafat estaba frente al pueblo que tenía por delante, el mayor desafío de sus vidas, instruyó a los adoradores para que fueran delante del ejército cantando al Señor, y alabándole por la belleza de su santidad. Cuando lo hicieron, ganaron la batalla, derrotaron a su enemigo y fueron bendecidos con más de lo que podían tener. (2ª Crónicas 20:1-27) Ese tipo de alabanza es poderosa. La Biblia nos instruye: “Dad al Señor la gloria debida a su nombre; adorad al Señor en la hermosura de la santidad”. (Salmo 29:2) Cuando hacemos esto, suceden grandes cosas en nuestra vida. La santidad de Dios es hermosa. La belleza de Dios es reflejo de Su santidad. Cuando le adoramos, Su belleza nos llena. Moisés irradiaba luz cuando bajó de la montaña con los Diez Mandamientos. Había estado en presencia de Dios, había sido testigo presencial de Su santidad y gloria. Cuando pasamos tiempo en presencia del Señor en adoración y alabanza, cuando adoramos a Dios en la belleza de la santidad, nuestro rostro también cambia. El cambio que tiene lugar en nuestra alma se verá en nuestro rostro. Y este impacto de Su santidad atraerá a otros en un mundo que anhela lo que tenemos aunque no sepan identificar lo que es…... Su santidad.