La especulación presocrática (II) Aspecto médico George S. Brett Vale aquí la advertencia que hemos hecho en la nota inicial de "La especulación presocrática I", el tinte neopositivista del autor cuando habla acerca de la ciencia no nos ha quitado el interés por lo planteado por él acerca de lo que llama la especulación presocrática y su lectura de la medicina hipocrática, y especialmente en lo referente a la ciencia -hoy diríamos ciencias- como la presencia de distintos relatos en juego. Dejamos de lado los procesos de validación de esos relatos para serlo ("científicos"). E incluso agregamos que esos relatos a los cuales se pretende desdeñar (los mitos, falsas analogías, misticismo o religiones) son parte fundante y fundamental del juego simbólico en lo humano [S.R.]. 1. ALCMEON El carácter científico de la obra cumplida por los pitagóricos parece haber dado frutos en otras direcciones al difundir cierto espíritu de investigación exacta. El primer tratado sobre el organismo humano basado, en cierto sentido, sobre un trabajo científico directo, es obra de Alcmeón de Crotona. Hasta dónde sus teorías fueron conjeturas y groseros sus métodos, surgirá de la explicación de los mismos; pero también resultará claro que él marca un progreso notable sobre todas las teorías anteriores en lo que a exactitud y concentración se refiere. Alcmeón perteneció a la escuela de médicos establecida en Crotona. Como médico, su atención se dirigió naturalmente y en primer lugar hacia los hechos fisiológicos y los hechos biológicos; y con Alcmeón comienza la larga historia de la influencia que el estudio del organismo humano ejerció sobre las teorías acerca del alma, algunas veces para bien, otras para mal. Era muy difícil que en esa época un espíritu especulativo pudiera hallarse libre de una tendencia hacia las falsas analogías. Las encontramos en forma muy clara y, en consecuencia, cabe adjudicar a Alcmeón un estudio directo de las causas, quizás hasta llegar incluso al extremo de practicar disecciones. Sobre la base de sus observaciones del organismo humano, formuló teorías sobre la estructura y funciones de los órganos de los sentidos; en el caso del ojo, parece que su atención fue atraída primeramente por la presencia de fuego y de agua en el mismo. El primero se descubre por medio de la sensación de luz, la llamada "luz intraocular" que se obtiene al apretar el globo del ojo; la segunda se hace evidente a una inspección ordinaria. No se pensó que esa luz intraocular fuera, en cierto sentido, un fenómeno subjetivo; se supuso que resultaba de la acción del fuego encerrado en el ojo que está rodeado por envolturas diáfanas que conservan juntos el fuego y el agua. A objeto de adjudicar una función a cada uno de esos elementos, la visión se explica como un proceso combinado de reflexión y radiación; la reflexión da una imagen del objeto en el elemento acuoso del ojo, mientras que la radiación es una actividad del fuego, que dirige un rayo externo hacia la imagen. También hay un proceso doble en la audición: el aire en movimiento transporta el sonido hacia el vacío contenido en el aire. Este vacío, que es en realidad una cámara llena de aire, posibilita el pasaje de sonido, ya que sin él el aire y no el sonido sería transmitido al cerebro. Acerca de los otros sentidos -olfato, gusto y tacto- Alcmeón nada dice que esté más allá de lo que la observación ordinaria podría sugerir. Interesa observar que explica el sueño como el resultado del retiro de la sangre hacia los vasos sanguíneos mayores. Hasta aquí, nuestros resultados parecen ser puramente científicos, pero existe otra faz de la obra de Alcmeón. La tendencia a seguir la analogía es obvia en muchos casos. Un ejemplo interesante lo proporciona la afirmación de que los pichones, dentro del huevo, se alimentan de la parte blanca y no de la amarilla. Tal afirmación la sostuvo contra el punto de vista común en la época, pero la única razón alegada era la semejanza del blanco del huevo con la leche con que los mamíferos alimentan a sus crías. Hay dudas respecto de la afirmación de Alcmeón de que el cerebro es el centro de la vida consciente: ¿se basa en un conocimiento científico, o en deducciones que tienen su punto de partida en nociones místicas? Por una parte, el cerebro es el centro para los sentidos, es el lugar de encuentro de las vías de los sentidos; actúa de modo tal que hace que los movimientos de los órganos de los sentidos entren en reposo. Alcmeón también distinguió entre pensamiento y sentido. Por otra parte, cuando nos dice que el alma se mueve por sí misma y que a causa de eso es inmortal, que es divina en el sentido en que el sol es divino, nos parecen estas afirmaciones residuos de un antiguo misticismo, agregados a los resultados de la observación inductiva. Aquí, como en teorías posteriores, nos encontramos frente a un dualismo de ciencia y fe que lleva a resultados independientes. Respecto de esos resultados no se vislumbra todavía ninguna tentativa consciente de unificación. 2. HIPOCRATES Hipócrates representa a la escuela de Cos, que en el siglo V a. C. era una rival floreciente de la escuela de Cnidos. Parece que el genio de Hipócrates aseguró la victoria para Cos y la declinación consiguiente de su rival. El conocimiento médico apenas habíase liberado de su esclavitud a la superstición heredada de la época en que el sacerdote era también el hombre que ejercía la medicina y en que esa combinación formaba la idea común de médico. El tratado Sobre la enfermedad sagrada es una animada discusión de las relaciones entre la magia y la medicina; muestra una tenaz oposición a toda clase de causas ocultas, y es una filípica contra cualquier método de tratar enfermedades que no sea científico. En varios de sus tratados encontramos matices notablemente modernos, y el nombrado, en particular, es una crítica que pudo haber sido escrita por un físico moderno para destruir una creencia en el toque real o en las "posesiones" demoníacas. La falta de distinción entre religión y medicina condiciona el carácter general del tratamiento médico primitivo. La "incubación" en los templos de Esculapio era una curación por la fe, con tendencia científica. Pero hacia el fin del siglo quinto, esa fase del desarrollo había concluido. Las tradiciones de Esculapio se mezclaron con los resultados de la especulación filosófica, y a ambas se agregó el conocimiento práctico y los métodos del maestro de gimnasia, en aquellos días (no menos que en la actualidad) importante autoridad para la realización perfecta del hombre vigoroso. Cuanto se hizo antes de su época, está fuera de un cálculo ajustado, pero es suficiente recordar al lector las teorías fisiológicas de Alcmeón, Filolao, Empédocles, Anaxímenes, Diógenes de Apolonia, Anaxágoras o Demócrito. En Hipócrates encontramos una culminación, más bien que un comienzo; debemos considerar sus tratados como un espejo de la época y valorizar sus contenidos como un reflejo de la especulación más brillante de aquellos tiempos. El tratado titulado Sobre el régimen es quizás el documento más característico de la colección. Contiene la teoría que la medicina empírica estaba esperando: la práctica había revelado una relación entre el alimento y la salud; era preciso entonces, investigar la razón de ello. Esto implicaba una doctrina filosófica. Los sofistas habían destacado el dogma que establecía que la comprensión de la medicina dependía de la comprensión del hombre. Esto significaba comenzar con una idea abstracta del hombre y deducir de la naturaleza del hombre su correcto tratamiento. La medicina, así, sufría a causa de un método defectuoso. En oposición con todo eso, Hipócrates afirma que el estudio del hombre debe ser concreto. Otorga importancia al clima, las estaciones, la localidad, los vientos -de hecho, a todos los elementos que constituyen el ambiente. Es la vida y no la cosa lo que debe estudiarse: no el hombre como cantidad fija, sino el hombre como una sucesión de estados. Para tal punto de vista, el hombre es lo que él respira; y la importancia de este punto de vista fué enorme. Platón captó rápidamente su significado y elaboró sus principios al hacer de la educación una crianza del alma en regiones salubres. Aristóteles emplea la idea continuamente. En resumen, se convirtió en la doctrina aceptada. Su misma falta de originalidad hizo que su descubrimiento fuera más efectivo, ya que la gente reconoció en ella lo que había pensado antes, aquello que todas las teorías del "aire" habían proclamado en forma inarticulada. Ese ensayo sobre la filosofía de la salud merece, al menos, un breve análisis para mostrar su alcance y su carácter. Comienza con la declaración de que lo particular sólo se puede entender a través de lo universal, la parte a través del todo. El problema de la dieta debe estar precedido, entonces, por una disquisición sobre la naturaleza y la estructura del hombre. El cuerpo del hombre está compuesto por ciertos elementos y el conocimiento de la buena y mala salud es sencillamente el conocimiento de la relación entre tales elementos. Algunas veces predomina uno, algunas veces otro; la actividad y la nutrición producen sus efectos al aumentar y disminuir el poder de cualquiera de los elementos. En este análisis del problema parece claro que toda la ciencia de la salud se reduce a la cuestión de equilibrar con propiedad la relación entre el alimento y el ejercicio. Ésas son, en verdad, las causas que podernos controlar directamente. Pero hay también condiciones; en realidad, cuando el médico hace sus prescripciones, toma en cuenta el cielo y la tierra, las estrellas, los vientos, las estaciones y las localidades. Los casos extremos se reconocen fácilmente. La fatiga o el comer excesivos producen síntomas que no resulta difícil comprender. La habilidad del médico consiste en el descubrirniento de los cambios leves, porque éstos producen pequeños efectos inmediatos, pero que son acumulativos. A objeto de explicar el sentido total de esas afirmaciones, el autor enuncia sus principios básicos. La vida es un proceso continuo. Los organismos animales están compuestos de dos principios, divergentes en su naturaleza, pero convergentes en sus funciones. Son el fuego, que mueve, y el agua, que nutre. Uno lucha contra el otro, pero ninguno alcanza la victoria final: cuando el fuego vence al agua, destruye su propia fuente de nutrición; cuando el agua vence al fuego, pierde su posibilidad de movimiento. En otras palabras, la naturaleza exige un equilibrio entre ambos extremos: el cuerpo no debe llegar a estar lleno de humores, ni debe secarse y perder su jugo. El lenguaje es aquí pintoresco: a la manera de Heráclito, se nos dice que todas las cosas cambian continuamente; la oposición de los principios se compara con la acción de dos hombres que trabajan con una sierra: ambos deben trabajar, pero deben hacerlo en sentidos opuestos y con reacciones iguales y opuestas. La ley de la distribución, con arreglo a la cual la substancia nutritiva se reparte por todo el cuerpo, es llamada armonía. El elemento formativo es el fuego; a la acción del fuego se debe todo el ordenamiento de las partes del organismo; el microcosmos es, así, una copia del macrocosmos. La clase más pura de fuego es invisible e intangible: regula todas las cosas y es la fuente de todas las actividades que se llaman vitales o intelectuales. Las actividades vitales pertenecen al alma. Ésta es débil en la juventud y en la vejez, pues durante la primera el rápido crecimiento del cuerpo la consume, y en el período de declinación se debilita; sólo en la edad media posee su plenitud. La constitución física ideal se alcanza cuando se combinan las formas más puras (es decir, las más refinadas) del agua y del fuego. Ésa es una condición intermedia que llena las condiciones de un equilibrio casi estable. Si la constitución fisica se inclina hacia uno de los extremos, hacia el agua o hacia el fuego, la menor adición derivada de circunstancias externas producirá la enfermedad. Cierto exceso en la constitución original hace naturalmente que el individuo sea susceptible a aquellas condiciones externas que acentúan sus tendencias. Por ejemplo, cuando el elemento acuoso es denso y el elemento ígneo es tenue, la constitución es húmeda y fría; el invierno es naturalmente peligroso para ese tipo de constitución. Variando las cantidades respectivas de agua y de fuego es factible obtener una fórmula para cada constitución; y la finalidad del médico es neutralizar el exceso y restaurar la constitución ideal o equilibrarla. El hombre tiene, según sus diferentes edades, constituciones diferentes, pues, la infancia es una condición en la cual lo húmedo está en exceso; el fuego alcanza, gradualmente, y pierde luego, también gradualmente, su supremacía. Los mismos principios explican los diferentes grados de inteligencia, pero su consideración apenas merece un examen serio; el autor hallábase claramente convencido de que la actividad mental dependía en forma directa de los estados físicos, pero el dogma de que un cuerpo sano produce necesariamente un alma inteligente, no se sostiene con éxito. La tesis contraria, que el desorden físico causa el desorden mental, se defiende con más facilidad. Resulta asimismo interesante admitir que ciertas disposiciones, según se dice, dependen, no de la mezcla de elementos, sino del estado de los poros (o senderos) a través de los cuales pasa el alma. Tales disposiciones son la irascible, la ociosa, la astuta, la simple, la aviesa y la bondadosa. Parecería que hay que considerar esas disposiciones como los caminos que toma la naturaleza interior para revelarse: disposiciones dependientes, entonces, de los senderos de salida. La voz es también una actividad que se dirige al exterior y su cualidad depende de la naturaleza de los canales. En ambos casos, la cualidad puede transformarse mediante un tratamiento que cambie los estados físicos. Tal es el esquema general del primer libro del ensayo sobre el régimen o modo de vivir. Cabe agregar algunos puntos característicos de otros escritos. De los enunciados anteriores resulta claro que las necesidades fundamentales de la vida son los espíritus y los humores. Si consideramos primero la estructura física, encontramos que su base son los cuatro elementos: aire, fuego, agua, tierra. A cada una de esas substancias corresponde una cualidad llamada seco, caliente, húmedo o frío; y también en correspondencia con estas últimas, un humor, a saber, sangre (tibio), flema (frío), bilis amarilla (seco), bilis negra (húmedo). La salud es definida como la mezcla correcta de los humores; la enfermedad, en consecuencia, es una perturbación de sus relaciones, comúnmente manifestada por un cambio de las proporciones. El cuerpo no sólo necesita mantener relaciones definidas entre sus propios elementos, sino también estar en ciertas relaciones con el universo circundante. Su nutrición depende de tres cosas: alimento, bebida y aire. Para el espíritu antiguo el "aire" parece haber sido un término genérico aplicable a todas las causas de enfermedad que no fueran las provocadas por el alimento o la bebida. El sistema vascular estaba dividido en venas y arterias, y la opinión más ampliamente aceptada era que las arterias contenían aire y las venas sangre. Esa doctrina se modificó más tarde, y el aire y la sangre se localizaron juntos en los mismos vasos. Para el que pensaba que el cuerpo estaba totalmente irrigado por aire, para el que atribuía el origen del pulso al golpe del aire al encontrarse con la sangre, para el que además sentía oscuramente que el hombre se halla en relación directa con el universo entero por medio de la continuidad de este aire, la importancia de ese factor debió asumir las mayores proporciones. El cerebro ocupa el lugar más importante del cuerpo. Del cerebro proceden todas las venas del cuerpo, arraigan en él y crecen hacia abajo ramificándose por las diferentes partes del cuerpo. Es en el cerebro donde está la sede de la inteligencia; y es hacia el cerebro donde conducen las diferentes vías de los sentidos. Del cerebro obtienen los ojos el humor que alimenta las pupilas. Todas las enfermedades comienzan en el cerebro porque de él fluyen los humores que se encuentran por todo el cuerpo. La estrecha relación que se advierte en esos pasajes entre la fisiología y la psicología es susceptible de producir una impresión falsa con respecto a la actitud del autor hacia el cerebro y sus funciones. Si el cerebro recibe un golpe, puede resultar la pérdida del habla, de la vista o del oído; heridas en el cerebro pueden causar parálisis y muerte. El cerebro es, así, la sede de la inteligencia, pero sólo lo es porque está conformado para retener el aire; no es más que el medio por el cual el aire nos comunica su naturaleza. Algunos han localizado la inteligencia en el diafragma, otros, en el corazón. Ambas partes están equivocadas pues, aunque esos órganos responden rápidamente a los cambios, las sensaciones que se sienten en ellos son meras acciones reflejas debidas a la contracción de los vasos que contienen aire. Así, el corazón palpita con el miedo; existe en el cuerpo un sensación difusa producida por la alegría o la aflicción excesivas, pero éstas son secundarias; los movimientos que de ese modo se producen son "repercusiones" del movimiento encefálico original. El pensamiento sólo puede surgir en la ausencia de conmoción; la locura tiene su origen en una condición húmeda del cerebro que causa su movimiento continuo y produce la confusión de los sentidos. Aquí el autor trata del cerebro como si fuera la causa de todos los fenómenos, normales o morbosos. Por su mediación pensamos y dejamos de pensar; temores y sueños se deben a sus estados variables. Pero mientras que nosotros vemos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos, es dudoso que Hipócrates dijera que pensamos con el cerebro. Los autores de su escuela se inclinan a decir, por lo menos, que el cerebro piensa o que el aire piensa y comunica el pensamiento al cerebro. El tema de los sueños se trata en un corto ensayo que decepciona en su mayor parte. El autor piensa claramente que algunos sueños pertenecen a una clase especial que sólo puede ser comprendida por intérpretes que posean una ciencia propia. Señala que la plegaria es una cosa excelente, pero no suprime la necesidad de ayudarse a sí mismo; y luego procede a enumerar tipos de sueños con sus antídotos convenientes, cuando ellos indican condiciones morbosas. Durante el estado onírico, el alma actúa libremente, las sensaciones ya no la molestan, porque el cuerpo duerme. En otras palabras, la vigilia es el estado en el cual el alma es pasiva y los órganos sensoriales son preponderantemente activos; el estado onírico, en cambio, es un estado de actividad porque el alma produce entonces impresiones, en lugar de recibirlas. Subyacente a la parte descriptiva de este ensayo parecería vislumbrarse la idea de que el alma descubre en el sueño lo que deja pasar inadvertido, en la vigilia, cosa que casi equivaldría a afirmar que una conciencia latente sube a la superficie durante los sueños. El autor, naturalmente, no aclara mucho esa noción y todo cuanto dice son frases de este tipo: "Cuando las estrellas parecen (en el sueño) vagar de aquí para allá sin necesidad, el sueño indica una perturbación de alma debida a la aflicción". El antídoto es volver la mente hacia temas triviales que provoquen risa. Una advertencia tal podría llegar a ser útil, pero la afirmación de que "los objetos negros que se ven en un sueño anticipan peligro y enfermedad" prueba que el autor no estaba siempre usualmente seguro de su tratamiento. En conjunto, el ensayo muestra un uso muy desordenado de la analogía y un estudio nada exacto de las causas los sueños. Sirve, empero, para mostrar que en ese período se distinguía con claridad entre ciertos sueños que se consideraban signos sobrenaturales y otros que se vinculaban íntimamente con las condiciones corporales eran susceptibles de emplearse como pronósticos de salud o enfermedad. Texto extraído del libro "Historia de la Psicología" de George S. Brett, págs 28/33, editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1963. Selección y destacados: S.R. Relacionar con: "La especulación presocrática" (I) Introducción, G.S.Brett Con-versiones agosto 2004