Un hito en la televisión Por Ronald F. Tilman Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Hace más de cuarenta años que John Logie Baird llevó a cabo la primera transmisión viva de televisión. Este extraordinario evento histórico se llevó a cabo entre dos habitaciones de un ático del piso alto de la calle Frith No. 22, en el famoso distrito del Soho de Londres. Esa casa exhibe hoy una plancha conmemorativa. Baird, hijo de un eclesiástico, nació en Helensburgh, Dunbartonshire. Gran Bretaña, en el año 1888. Después de recibir entrenamiento de ingeniero en la universidad de Glasgow, su salud precaria le obligó a renunciar a su nombramiento en la Compañía Eléctrica de Clyde Valley, para luego probar muchos y variados proyectos de negocios. Vendió su invención de un "escarpín" que bautizó con su nombre, corriendo luego la misma suerte un limpiador especial de zapatos. Más tarde fue a las Antillas para iniciar una industria de mermeladas y jaleas, pero volvió a su tierra para vender miel y jabones australianos. Todas estas empresas terminaron pronto debido a su resentida salud. Después de una severa recaída en 1922, su médico le ordenó que tomara un prolongado descanso en la costa sur, y él eligió Hastings, un lugar de veraneo en Sussex. Allí, apenas se sintió un poco mejor, se dedicó a la investigación científica. Como estudiante, Baird había experimentado con células de selenio, y ahora, pese a la falta de fondos, volvió su atención a la televisión, un problema cuya solución hasta aquel entonces había evadido a hábiles investigadores de diferentes países, con laboratorios mucho mejor equipados que el suyo. En su pequeña habitación del ático en Queen's Arcade No. 8, en Hastings, una casa que también exhibe hoy una plancha conmemorativa, John Baird armó su primer burdo aparato experimental sobre la mesa de lavar que también le servía de mesa de laboratorio. Un cajón de té formaba la base de apoyo de un motor de segundos a mano que hacia girar un disco exploratorio; la lámpara de proyección estaba montada con una lata de galletas. Discos escudriñadores, cortados en cartón, estaban montados en agujas de tejer y madera desechada. Las lentes necesarias las había comprado a bajo precio en varias tiendas de bicicletas. Goma de pegar, cordones y lacre, mantenían unidos todos esos atavíos, lo que daba a la habitación la apariencia de un loco enredo de alambres. Después de meses de pruebas pacientes con este raro aparato, pudo, a principios de 1924, transmitir una pequeña y temblorosa imagen rosada de una Cruz de Malta, a lo largo de una distancia de unos pocos metros. Baird, no obstante, no era el único que estaba transmitiendo de esa manera toda clase de sombras burdas, pues en aquel tiempo, sabios de los Estados Unidos, Francia y Austria, como así mismo de Gran Bretaña, estaban avanzando en sus propios experimentos. En agosto de 1924, Baird se mudó al ático de la calle Frith No. 22, en Londres, donde el progreso de sus experimentos seguía dolorosamente lento. Vivía en una absoluta pobreza. Eventualmente, consiguió transmitir las siluetas de simples objetos, de una pieza a otra, pero la verdadera televisión, con gradaciones de luz y sombra, aún parecía estar muy distante. Baird no tuvo ayuda de ninguna clase. Para sus pruebas utilizó un viejo y arruinado muñeco de ventrílocuo, al que llamó Bill. Éste era colocado ante el transmisor, en una habitación, mientras Baird estaba sentado ante el receptor, ubicado en la habitación vecina. Desafortunadamente, la cabeza del muñeco se veía en la pantalla de recepción solamente como una mancha blanca, con puntos negros marcando la posición de la nariz y los ojos. Sin embargo, en la tarde del 2 de octubre de 1925, el muñeco Bill apareció en la pantalla como una imagen reconocible, con matiz y detalle. Se podían distinguir los ojos, cejas y nariz y la forma de la cabeza estaba claramente delineada. ¡Por fin se había conseguido la televisión! La calma natural de Baird lo abandonó en ese momento de triunfo el momento culminante después de tres años de trabajo descorazonador. Decidió, en un impulso del momento, que debía tener un modelo viviente para sus experimentos, y corrió hacia abajo por las escaleras para traer a un confundido muchacho de 15 años que trabajaba en una oficina del piso principal. Baird le dio media corona para que se parara frente a las luces intensamente brillantes del transmisor, y vio claramente al muchacho en la pantalla de la habitación contigua. De este modo, este joven, William Taynton, se convirtió en la primera persona del mundo en ser vista en televisión. Baird examinó cuidadosamente su aparato y lo perfeccionó, y el 26 de enero de 1926 envió invitaciones para su primera demostración pública, a la que asistieron unos 50 sabios y un reportero. Tan reducidas eran las comodidades, que los invitados tuvieron que esperar en las escaleras y entrar en grupos de a seis para ver la transmisión de caras humanas de una habitación a la otra. Este sensacional triunfo recibió amplio reconocimiento de la prensa británica y extranjera, como la primera demostración en el mundo de la verdadera televisión. Es esta primera demostración pública de la televisión de Baird la que se conmemora en la placa existente en la casa de la calle Frith. El aparato original está en exhibición en el Museo de Ciencia de Londres. Baird siguió a su triunfo inicial con una sucesión de éxitos sobresalientes, incluyendo la primera transmisión en color, en 1928, y la primera a través del Atlántico, ese mismo año. En 1928, también, la Compañía Baird inició transmisiones de prueba fuera de las horas normales de transmisión. La primera obra que se televisó fue El Hombre con una Flor en la Boca, de Pirandello, 1930, y en el mismo año la televisión de pantalla grande fue presentada al público en el London Coliseum Theatre. En 1931, Baird llevó a cabo la primera transmisión del Derby desde la pista de carreras en Epson. Cuando la British Broadcasting Corporation (BBC) se hizo cargo de la Compañía Baird, al año siguiente, el inventor apareció en el primer programa y pronunció un breve discurso. La televisión de hoy, con su tubo de cátodo, tiene poco parecido con el pionero concepto mecánico de Baird (el tubo de cátodo fue, por supuesto, el sistema de alta definición que adoptara la BBC cuando inaugurara el primer servicio de televisión en el mundo, en 1936) pero el honor de haber sido el primero en transformar la teoría en realidad pertenece al hijo de un eclesiástico de Dunbartonshire.