TRIX JOAN R. TUSET 1-Algún punto de la línea ferroviaria francesa entre París y Calais. 15 de Julio. Cerca de las 11h. A.M. Beatrice de Compagne está tan cerca de la ventana del tren que su aliento llena de vaho el vidrio. El convoy surca a velocidad de vértigo la campiña del norte del país de los galos. El tren de Gran Velocidad (TGV) rompe el viento y los árboles parecen desfilar ante sus ojos, erguidos a cuarenta y cinco grados. Michel duerme a su lado. La cabeza de él recostada en el hombro de ella. Una pareja de monjas de una extraña congregación charla animadamente enfrente de ellos. La voz baja y entrecortada, para no despertar al hombre. Risas. Risitas. Sonrisitas. Complicidad. Beatrice aparenta una total falta de interés pero su subconsciente busca palabras en la conversación de las monjitas que le revelen el contenido de esta. Necesita algo con lo que poder distraerse. El hecho de mirar por la ventana coloca su oído derecho perpendicular a la conversación de las religiosas. Parece ser que es su primera salida del convento desde que fueron ordenadas. Parecen más jóvenes que ella. Le recuerdan a la monja de aquella película de Vittorio Gassman, en la que hacía de ciego y la mujer le ayudaba a orinar en el servicio de un ferrocarril. Beatrice sonríe para sí. Es su primera sonrisa desde que la llamara el día anterior su madre. - Papá ha muerto. – - ¿Qué…? - Han matado a papá, cariño… Entre sollozos, Nathalie de Compagne comunicaba a media tarde la trágica noticia a su hija pequeña; diez minutos después de haber telefoneado a Isabelle, su primogénita. 2-Londres. 14 de Julio. Cinco de la tarde, hora británica. Isabelle Robertson sale, acompañada de su esposo Julius y de sus hijos William y Natalie, del estadio del Chelsea F.C., Stamford Bridge, donde han presenciado la presentación del equipo ante su afición. Los niños saltan emocionados alrededor de sus padres cuando suena el móvil de Isabelle. - Who’s that? - Soy mamá, nena. - Mama! Comment ça va? - Cariño… Papá… La madre de Isabelle no puede reprimirse. No puede continuar hablando. Arranca a llorar. - Mamá, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está papá? Dime algo, por favor. ¿Qué ha ocurrido? - Lo han matado, cariño; lo han matado. - ¡Mamá, por Dios! ¿Qué dices? ¡No puede ser! Papa! Julius Robertson, alertado por las voces de su esposa, ha decidido adelantarse con los niños para que estos no oigan la conversación de su madre con la abuela. Acostumbrado a discusiones apasionadas con los directivos de su empresa de construcción, Julius, en cambio, no puede ver a su mujer acalorada, al borde del ataque de nervios; e Isabelle es muy propensa a los ataques de nervios. Todo la desborda. ‘Es una fachada imponente construida con material defectuoso’ (suele pensar a menudo). La casa se le cae encima. El colegio de los niños se le cae encima. El jardín se le cae encima. El club social se le cae encima. Las reuniones de su marido se le caen encima. No puede con nada… a pesar de que dispone de servicio de limpieza, de cocina, de jardinería y de ¡compañía!; Julius, además, tiene contratado a un personaje, al que llama secretario, que se dedica a asistir a las reuniones con los profesores de los pequeños y a acudir con periodicidad al club al que pertenece la pareja por si hiciera falta alguna cosa. Julius teme por la frágil personalidad de su esposa e intenta protegerla lo máximo posible. En ocasiones, ese afán de protección se convierte en sobreprotección, lo cual no es bueno para ella. Un ruido seco. El móvil de Isabelle se estrella contra el asfalto. Julius se vuelve justo para ver como su mujer se echa las manos al rostro y cae al suelo. 3-Cerca de Calais 15 de Julio Trix de Compagne acaricia, ahora, el abundante cabello de Michel que, poco a poco, empieza a abrir los ojos. - Vamos a llegar enseguida, cariño. - Hum… ¿Ya? - Si. Faltan cinco minutos, más o menos. - Vale, dame dos. Michel vuelve a cerrar los ojos. Está despierto. Por su cabeza empieza a desfilar su vida junto a la niña de sus ojos, Beatrice. Lo daría todo por ella, pero no ha tenido suerte… hasta ahora; en el peor momento. Justo cuando consigue el mayor éxito de su vida, justo cuando ellos están mejor y más enamorados, justo cuando van a ser padres… - Ya se ve el mar. - Vale. Estoy despierto. - Lo sé. Ven. Abrázame. Él se incorpora y la rodea con sus brazos intentando transmitirle toda la ternura de la que es capaz. - Estará Sarkozy. - Tu Padre era muy querido y muy importante, cariño. - … y Delanoë. - En París se le valoraba mucho, ya lo sabes. Bertrand Delanoë, alcalde de París, conocido más por haber hecho pública su condición de homosexual, que por ser el alcalde de la capital gala, había sido objeto de agresión en octubre de 2002. Pierre de Compagne trazó el perfil del posible agresor y esto fue sumamente importante para la caza y captura de Azedine Berkane que fue detenido y puesto bajo arresto en París. Delanoë nunca pudo agradecer personalmente a Pierre de Compagne su ayuda. Sus mutuas responsabilidades y los cargos públicos de ambos no les permitieron coincidir en ningún momento… hasta la fecha. Ahora, De Compagne está muerto y el alcalde de París se siente en deuda con la familia por lo que ha confirmado su asistencia al sepelio que tendrá lugar en Calais al día siguiente. - Es increíble, ¿no crees? Ayer al mediodía estuve hablando con él por teléfono… dos horas antes de que muriera. Es así de simple. Ocurre y ¡ya está! - Cariño, tranquilízate, por favor… - ¡Es mi padre! ¡Era mi padre! Beatrice rompe a llorar. Michel la abraza todo lo fuerte que puede sin hacerle daño. - Lo sé, cariño, lo sé… - No me dejes, por favor… No quiero hablar con nadie. No dejes que me atosiguen, por favor. - No te preocupes. Estaré en todo momento a tu lado, ¿vale? - Vale… Dame un beso. Se besan tiernamente. El tren se detiene en Calais. Fin de trayecto. Amelie Deschamps espera a la pareja en la estación. Un sencillo traje-chaqueta de color azul turquesa oscuro, gafas también oscuras y zapato de medio tacón negro. Ellas se conocen desde hace diez años. Michel y Amelie se han visto en un par de ocasiones en eventos de la familia De Compagne. 4-Lille. 15 de Julio. 12 del mediodía. Rudy McMannaman lee el periódico tranquilamente, sentado en una terraza cerca de la estación central de autobuses. La mujer que tiene sentada a su derecha apura un ‘café au lait’ mientras estudia las caras de los transeúntes. Están en mesas separadas. No se conocen. Ella saca un paquete de tabaco rubio americano de su bolso. Busca. No encuentra ni encendedores ni cerillas. Mira a su izquierda. - ¿Tiene usted fuego? McMannaman saca del bolsillo superior derecho de su camisa un encendedor clipper negro y un paquete de cerillas. Deja el encendedor sobre la mesa y extiende su mano con las cerillas en la palma hacia su derecha sin, ni siquiera, mirar a la mujer. - Gracias. La mujer enciende un pitillo y devuelve las cerillas. Con un ademán, McMannaman le indica que se las guarde (él ya tiene el encendedor). - Vaya, veo que es usted un hombre de pocas palabras. - Si, disculpe. Estoy acabando de leer este artículo. - ¡Ah! Lo siento. Perdone si le he importunado. - No, no… en absoluto. Va sobre el tipo este que se cargaron ayer en Dover. Ya sabe, al otro lado del canal. La mujer que, distraídamente, ha estado jugando con la caja de cerillas, advierte que son de una cervecería de Dover. - ¿Es usted de allí? McMannaman aparta, por primera vez, la vista del periódico y la gira hacia su derecha. - He trabajado allí, ¿y usted? - Vacaciones. Estoy de vacaciones con unas amigas. Somos americanas. De Florida. Tallahassee. - ¡Ah! La capital. - Exacto. ¿Tiene usted conocimientos de geografía? Todo el mundo cree que la capital es Miami… u Orlando. - Digamos que me gusta la geografía. - Y… ¿de que trabaja? Si no es mucho preguntar. - Es mucho preguntar, si… bueno… no. Digamos que me gusta buscar cosas distintas, diferentes… Si veo alguna que me atrae, intento conseguirla… y generalmente lo logro. - Vaya. Me está usted digamos que… asustando. - No pretendía hacerlo; disculpe. Si no le importa. McMannaman se da la vuelta y vuelve a refugiarse en la lectura del periódico. La mujer no ceja en su empeño. - Y, ¿vive usted aquí, en Lille? Con su esposa, quizás. ¿Está casado? Demasiado personal. Él empieza a pensar que la curiosidad de ella puede traerle problemas. Decide zanjar el tema y largarse. - Perdone. Me están esperando. Se levanta y se va. La mujer le observa mientras él se aleja sin volverse. Cuando está a unos doscientos metros saca su teléfono móvil del bolso. Marca un solo número y la tecla de llamada. Salta el contestador. - Soy yo. He contactado con tu hombre. Estaba tranquilo pero creo que le he puesto un poco las pilas. Se ha ido con el rabo entre las piernas. Te llamo más tarde. – Ella saca de su bolso un precioso Zippo cromado, enciende otro cigarrillo y sonríe. 5-Calais. 15 de Julio. 12 y cuarto del mediodía. Trix y Michel están sentados en el cómodo sofá del salón de los de Compagne. En la pequeña y alargada mesa de centro de caoba hay una bandejita con galletas de chocolate que mamá Nathalie ha colocado allí para los amigos y familiares que vengan a dar el pésame. Nathalie no está triste. Obviamente no está alegre. No está nada. Sólo se siente vacía. Está inmóvil, sentada al lado de su hija pequeña. Beatrice le coge la mano. - Mamá… Amelie Deschamps se mantiene al margen, sentada en una silla, con las manos en su regazo jugueteando con su teléfono móvil. Todos esperan a que llegue Isabelle. Nadie se atreve a romper el silencio. Durante el viaje desde París, Trix ha estado pensando en lo que podría decir para consolar a su madre. Toda una vida juntos, pensaba… ¿cómo se sentiría? ¿Cómo se sentiría ella si le faltara Michel? Ni siquiera le ha contado a su madre que está embarazada. Ni siquiera sabe como decírselo. De repente, la alarma del teléfono de Amelie les saca a todos de sus pensamientos. - Disculpad. Amelie levanta la tapa del aparato. “Tiene un mensaje nuevo. Llame a su contestador”. - Perdón. Es el contestador. He de hacer una llamada. - Usa el despacho de… Antes de pronunciar el nombre de su difunto esposo, Nathalie se derrumba. Rompe a llorar. Amelie Deschamps entra en el despacho de su jefe fallecido sólo unas horas antes. Cierra la puerta tras ella. Respira hondo. Se sienta a la mesa y acaricia con su mano derecha la tapa de la agenda de piel de Pierre de Compagne. Busca en la “H”. Hotel del Canal, Dover. Marca el número. Una voz femenina responde con cautela al otro lado de la línea al ver el prefijo francés. - ¿Dígame? - Soy A.D. ¿Cómo va todo? - Bien. Por aquí no ha venido ni ha llamado nadie hasta ahora. ¿Qué hago? - Nada. Espera instrucciones, como yo, y no te pongas nerviosa. Hemos de esperar que R. mueva ficha. Entonces iremos a por él. - ¿De Compagne? - Déjalo así. Todo está bien. Sólo vigila que todo siga su curso natural y que nadie fisgonee por ahí. - ¿Cómo está la familia? - - ¿Cómo quieres que esté? Están destrozados. Bueno, todos, de hecho, lo estamos por aquí. Calais entera lamenta la pérdida del jefe. Pero tú a lo tuyo. Ni se te ocurra hacer nada que no se te haya pedido y si te aburres lee el periódico; te servirá para ponerte al día de las pesquisas de vuestra poli. Creo que anda un poco perdida. He visto a gente de la INTERPOL merodeando por las oficinas de Scotland Yard. ¿Cómo sabes que eran de la INTERPOL? Se huelen. Son como los federales yankees. ¡Siempre tan discretos! Bueno, lo dicho; tú a lo tuyo. Te llamo luego. O.K. 6-Dover. 15 de Julio. 12:25 del mediodía. En el depósito de cadáveres el cuerpo sin vida de “le noir” yace en una de las cavidades de la sala de la “morgue” con un montón de agujeros; tres en el pecho, uno a la altura del corazón, los otros dos, perforando el pulmón derecho; uno en el estómago, otro en el cuello y tres en las piernas. Los dos hombres han salido de allí, han recorrido los escasos trescientos metros que separan el depósito de las dependencias policiales centrales de Dover y han entrado en el despacho que Scotland Yard ha habilitado para la INTERPOL. Se sientan uno frente al otro. - Realmente un buen trabajo de sus hombres comisario Crawford, escabechina en el cuerpo, pero el rostro inmaculado. Así se le puede identificar sin ningún problema. ¿Por qué tantos disparos? ¿Acaso el muerto respondió al fuego de sus hombres? - El sospechoso iba armado y… - Ya sé que iba armado, pero yo no le he preguntado eso. ¿Era necesario? - Sinceramente, yo no estaba allí. Irvine y Douglas supervisaban la operación y el fax de la INTERPOL estaba más que claro: si va armado, tirar a matar. - La INTERPOL no da órdenes, da consejos, amigo mío. Nosotros no somos Dios. - Pero en ocasiones… dan a entender lo contrario. - Excusas – Peter Jenkins, delegado de la INTERPOL en la zona británica del canal, se está cargando por momentos. Nunca ha soportado a Crawford. Su equipo le parece poco profesional y en este momento cree que tanto ensañamiento con Virennes no era necesario. – Me gustaría hablar con sus hombres, Douglas e Irving… - Irvine. - ¡Como se llame! Y si ellos tampoco estaban allí, quiero hablar con quien efectuó el primer y el último disparo. Y al salir cierre la puerta. Crawford se siente indignado. Sale del despacho de Jenkins y cierra tras él la puerta. Pensando que nadie le ve, levanta el dedo corazón de su mano derecha recogiendo los otros cuatro, mirándose la palma en un gesto mundialmente reconocido. - ¡Caramba, jefe, sales contento! - Menudo hijo de puta… Ahora quiere hablar contigo y con Douglas. - No hay problemas, si quiere… - ¿Estabais allí? - ¿Cuándo? - El tiroteo, ya sabes, en los muelles. - ¿Con el francés? No hubo tiroteo. No le dimos tiempo ni a apuntar. ¿Por qué? - Igual va a haber problemas. ¿Quién disparó? - Bueno… Éramos cuatro: Douglas, yo y sus dos chicos de los muelles… Farran y Smithson, creo, el muchacho de Liverpool. - ¿Quién empezó? - Vamos, jefe, ¿quién va a preguntar una cosa así? ¿El tarado de ahí dentro? ¡Que le den por… - El tarado de ahí dentro puede traerte muchos problemas si no le llevas las zapatillas y el periódico, ¡imbécil! En veinte minutos quiero un informe completo de Douglas, tuyo y de los otros dos. - No sé donde encontrarles… - Más vale que lo hagas, y ¡pronto! 7-L’Hospitalet de Llobregat (Afueras de Barcelona), España 14 de Julio. Cinco y media de la tarde. Un grupo de niñas y niños, de entre doce y trece años, juega a patear un balón a la salida de la escuela de verano, en el parque en el que se reúnen, como cada tarde. El quiosco que regenta Fran Vega está medio vacío de género. Fran espera el camión que tenía que haber llegado por la mañana. De repente, llega el balón de los chicos, que golpea violentamente la pared lateral del chiringuito. El vaso repleto de cerveza sin alcohol que Fran sostiene se tambalea y cae al suelo. - ¡Malditos… - Fran, que son unos críos. - Si, joder, pero mira el suelo, Lolo, ¡mírame los pantalones! – Lolo es un cliente habitual del quiosco. Desde que Fran no puede vender alcohol, la clientela ha bajado, pero Lolo es un incondicional.- Voy a apestar a cerveza toda la tarde. - Va, tío, ¿Qué te pasa? ¿No te dan caña? - No te pases. – Mientras habla Lolo, Fran recoge el balón y lo patea con todas sus fuerzas hacia el otro lado del parque ante la mirada atónita de las dos niñas que se aproximan cautelosas al quiosco para pedir disculpas y recuperar el esférico. - ¿Has visto? Has mandado la pelota a paseo y harás que las niñas vuelvan con las manos vacías. Deberías de pedirles perdón, Fran. No sé que te pasa hoy. Tú no eres así. Es cierto. Fran no es así, pero el retraso del genero lo ha vuelto, hoy, un tanto irascible. - ¡Niñas¡ Ya voy yo. Las niñas, desconcertadas, miran en dirección al quiosquero que se encamina hacia ellas. La rubita, Patri, retiene el brazo de la morena, Cris. - Espera. – Dice. - ¿Qué quiere? - Dice que va él a buscar la pelota. - Pues que vaya. – Cristina y Patricia (Cris y Patri para los amigos) esperan a que Fran, un hombretón de casi dos metros llegue hasta ellas. Allí, a su lado, la diferencia de estatura, impone mucho respeto. - Ya vamos nosotras, Fran, no importa… Ah! Y perdona por el balonazo, ha sido sin querer. – Patri se queda mirando al hombre que, con una gran sonrisa, ahora extiende una mano repleta de golosinas. - Perdonadme vosotras. Se me ha ido la cabeza. Si no la encontráis, avisadme. - Vale y ¡Gracias¡ Las niñas, después de recoger los dulces y guardárselos en el bolsillo corren en dirección a los matorrales donde ha caído la pelota. Eric y Diego, dos de los niños que han estado jugando con ellas, han contemplado la escena desde la zona de juego y aunque no han llegado a entender ni una palabra, han visto donde ha ido a parar el balón. Los cuatro se encuentran en los confines del parque. La zona de malas hierbas y matorrales se eleva en ocasiones a más de tres metros. Diego ve la pelota. - ¡Ahí¡ ¿La veis? – Señala el color amarillo que claramente se destaca sobre el verde y marrón de los hierbajos. - Si. Ya voy yo. – Eric, dispuesto a impresionar a la que cree su fan número uno, Cris, pretende internarse en la selva particular local. El parque Alhambra o de la Alhambra, según quién lo nombre es un pequeño, casi minúsculo, pulmoncito en el barrio de Santa Eulalia en l’Hospitalet de Llobregat; bordeado por tres calles y un complejo que consta de residencia para la tercera edad e instituto de enseñanza superior. Tiene una pequeña glorieta que a menudo sirve como improvisado escenario para alguno de los colegios de la zona o para los espectáculos y conciertos que se celebran en el barrio. Justo delante de la glorieta, la superficie plana y de consistencia dura de la explanada sirve a los niños como campo de juegos. Diego contempla la escena, ajeno a los escarceos de la parejita y piensa que él no está para tonterías. Quiere jugar. Sus padres le llamarán en breve y tendrá que irse. - Apartaros. - No, deja que vaya Eric.- Patri teme por la salud de Diego, siempre tan frágil.- Ya se ha metido. - Eso, que mueva su culo. - Hala, tía, como te pasas. - Si quiere impresionarme, que lo haga bien. Cristina la borde, como la llaman algunos de sus compañeros, tiene un carácter un tanto agrio, a veces. Quien la conoce bien sabe que es un encanto, pero a menudo, sus respuestas un poco ácidas, fruto de su grandísima timidez, pueden dar a entender otra cosa. Sólo Patri ha oído el último comentario de Cris. La mira de reojo. A ella también le gusta Eric, pero nadie lo sabe. La odia. Patricia, en cambio, siempre tiene una sonrisa en la boca. Siempre se preocupa por todo el mundo. Siempre ayuda a los demás. Siempre tiene un gesto amable para todos. Para todos, pero hoy, menos para Cris, su mejor amiga… 8-Lille. 15 de Julio. Seis de la tarde. Ángela Brent sale de la ducha corriendo, poniéndose el albornoz rojo de rizo americano que ha encontrado colgado tras la puerta del baño. El teléfono móvil no para de sonar mientras ella acaba de secarse las manos y el rostro para poder contestar. - ¿Si? - Buen trabajo. - Gracias. Pero, ¿acaso dudabas del poder de una mujer como yo? - No, preciosa, yo no dudo del poder de ninguna mujer. Sois todas poderosas… bueno, ya me entiendes. Tenéis el poder. - Si, si; tu ríete. Si no fuera por mí, no tendrías a nadie poniendo contra las cuerdas a ese tipo. Por cierto, parece interesante. ¿Qué es lo que quieres de él? - Créeme, cielo, no te interesa. - Eso he de juzgarlo yo, ¿no? - No. Eso lo juzgo yo. No te interesa. Además, es por tu bien. Haz tu trabajo y conseguirás lo pactado. - De acuerdo. De momento me has convencido. Por cierto, ¿de quién es este apartamento? ¡Es una cucada! - Un amigo me lo presta de vez en cuando. - ¿Asuntos de faldas? – Ángela Brent empieza a poner nervioso a su interlocutor telefónico. Pregunta demasiado. Él no quiere que ella tenga más información de la necesaria. Va a darle las respuestas que ella quiere, sin duda, oír. - ¿Cómo lo has sabido? Yo que pensaba mantenerlo en secreto durante mucho tiempo… - A tu mujer, a lo mejor, no le gustaría saberlo. - No estoy casado. - ¿Y el anillo? - ¿Qué anillo? - El día que nos conocimos llevabas un bonito anillo de casado. Forma parte de mi trabajo fijarme en esos pequeños detalles. La observación u observancia, según se mire, de las cosas, es fundamental. Además, también llevas un nomeolvides en tu muñeca derecha y en tu pitillera constan cuatro iniciales grabadas junto con una fecha de hace ocho años. ¿Suficiente? - A lo mejor estoy divorciado… - Da igual. No me importa nada de eso. Sólo es para que veas que soy una profesional. Tranquilo. No voy a delatarte; - - - además ni se quien es tu mujer, ni me interesa saberlo, ni me interesas tú como hombre. Sólo me interesa la parte de ti que paga… y paga bien. ¡Hombre! Gracias. A eso se le llama ser una interesada, ¿no? Aunque tienes razón; eso es lo único que ha de preocuparte de todo este asunto. Lo sé. Bien, dime; ¿siguiente paso? Has de hacerte la encontradiza mañana. Te llamaré al móvil a las diez para verificarte donde va a estar, pero es muy posible que esté cerca de la estación de autobuses, como hoy. Puedes esperar en la misma terraza. ¿No sospechará? No creo. Eres una chica encantadora. No le pongas tan nervioso como hoy. Casi le perdemos. Háblale de ti. No preguntes. Te llamo. Si, por casualidad, cuando te llame, ya habéis contactado, dime algo como… ¿Cómo tijeras? ¿Tijeras? Si, una vez lo empleé como contraseña telefónica y funciona. Dices alguna frase con esa palabra que tenga sentido, y ya está. Vale, me parece bien. Tijeras. Me acordaré. ¿Prefieres otra palabra? No, no. Está bien. Te llamo. Okay. Hasta mañana. 9-L’Hospitalet de Llobregat 14 de Julio. Seis menos cuarto de la tarde. Eric no consigue alcanzar el balón. Patri y Cris no le prestan atención y Diego empieza a preguntarse cuanto tiempo de juego le queda. - Diego ven, ayúdame. - ¿Qué pasa? - No alcanzo. Hay unos troncos que no me dejan pasar. Tú estás más flaco. - Vale. Espera. – Diego, considerablemente más delgado que Eric, se introduce de lado en el matorral y se sitúa rápidamente a la altura de Eric. – Aparta un poco y déjame pasar. - Si. – Eric se echa a un lado, deja pasar a su amigo y se dispone a salir del matorral. ¡Espera! ¿Qué es esto? ¿El qué? – El grito de Diego ha sobresaltado a los otros tres y Eric se ha detenido. Ahora intenta buscar lo que ha hecho que su compañero gritara. Mira; es como una seta y pone ‘jere’. ¿’Jere’? ¿así, con ‘jota’? ¿Como de Jeremías? No, con ‘hache’. Ah! Como ‘aquí’ en inglés. No sé. – Diego no es tan inteligente como Eric. No sabe si ‘here’ es aquí en ingles o bellota en ruso. ¿Qué pasa? – Las chicas no se han enterado de los detalles de la conversación de los chicos. Se meten en los matorrales pero las zarzas empiezan a herir las piernas de Patri que entre quejido y quejido se para. Cris, con vaqueros, sigue y llega a su altura. Una especie de llave, de color azul celeste, parecida a una seta, emerge del suelo a dos metros de la pelota. En su parte superior está escrita la palabra ‘here’. - Tira de ella. – Cris está decidida a desvelar el misterio. No puedo. Está muy dura. – Diego tira con sus dos manos y con todas sus fuerzas de la cabeza de la llave hacia arriba. La llave no cede. - Déjame a mí. – Diego se aparta para que Eric, más fuerte, lo intente. Eric echa el cuerpo hacia atrás pero no consigue nada. – No. No se puede. Es como si estuviera fija. Cris se agacha y empieza a cavar con las manos alrededor de la llave, en el preciso instante en que pierde el equilibrio y clava su rodilla derecha sobre el artefacto azul celeste para no caerse. La seta se hunde. La tierra desaparece bajo sus rodillas y arrastra con ella a Eric. Ambos caen unos tres metros abajo en lo que parece un amplio socavón. - Si querías intimidad, tampoco hacía falta esto, ¿no?. – Cris se incorpora echándole una mirada asesina a Eric. - Todo este tinglado, ¿para qué? - Mira guapa, si yo quisiera algo contigo, no me haría falta nada de esto; con tan solo un chasqueo de mis dedos te tendría a mis pies. - - ¿Estáis bien? – Desde arriba, Patri llama a los de abajo. - ¡Eh! No os podemos ver. Decid algo. Estamos, que ya es mucho. Al menos no parece que nos hayamos roto nada. Aquí sólo estamos Cris y yo. – Eric tiende una mano a Cristina para ayudarla a levantarse. - ¿Está Diego contigo? Si. Estoy arriba. ¿Podéis subir solos o necesitáis ayuda? Hombre, si trajeras una cuerda o así, sería estupendo. Vale. Voy a ver si Fran tiene una. Vale. 10-Dover. 15 de Julio. Cinco de la tarde, hora británica. Ruth Gascoigne cruza la calle que la separa de la farmacia a grandes zancadas pero sin llamar la atención; eso ya lo hacen sus ciento setenta y cinco centímetros, su melena rubia y sus interminables curvas. Cuando traspasa la puerta de la botica, una campanilla suena y advierte al farmacéutico de que alguien ha entrado en su establecimiento. - Buenos días. - Buenos días. ¿En que puedo ayudarla? - Quisiera un calmante fuerte, si puede ser inyectable, mejor. - Hum… ¿Trae prescripción médica? - No, pero se la puedo conseguir, para mañana mismo, de lo que me dé. Aunque sea domingo. - Vaya… ¿Es para usted? - No, para mi padre. - ¿Es alérgico a algo? - Que yo sepa, no. ¿Es importante? - Mujer, pues claro. Podría provocarle hasta un desajuste cardiaco. - Espere, llamaré a mi madre. – Ruth Gascoigne saca su teléfono móvil y busca en el directorio de direcciones. El primer nombre que aparece le vale, AD; pulsa la tecla verde. Espera unos segundos, tras los cuales, una voz en francés responde al otro lado del teléfono. - Allò? - Hola mamá. Necesito saber posibles alergias del Big Boss. - Te he dicho que no llamaras. Que ya nos pondríamos en contacto contigo… - - - Es que yo no me acuerdo. – Ruth empieza a hablar en francés. – Se queja mucho. Tiene mucho dolor. He ido a comprar calmantes y me preguntan si es alérgico a algún medicamento. Penicilina y diclofenaco. Vale, no molestaré más. Bien, bien, no pasa nada. ¿Está consciente? No, pero no para de gemir. Cuando despierte te envío un mensaje. ¡No! Ya iré llamando yo. Por aquí se preguntan a que viene tanta llamada. Vale, vale. Adiós. Hasta luego. Disculpe… - Mientras Ruth hablaba por su teléfono, el boticario ha sacado tres cajitas de medicamentos que ha alineado sobre el mostrador. – Es alérgico a la penicilina y al diclofenaco. Le doy dos días para que me traiga una prescripción, sino tendré que denunciarla. Déme su nombre. Roberta Flack, lo siento, no llevo identificación encima. – Ruth coge una cajita en la que pone “morphine”. - ¿Esto irá bien? Realmente, ¿hay mucho dolor? Se queja mucho. Inyéctele ahora una dosis y dentro de seis horas, si persiste el dolor, repita. Por hoy, será suficiente. Si continúa, tendrá que aguantar, por lo menos, doce horas más. Okay, Mañana le traigo la receta. Ah, y muchas gracias. No se olvide. No lo haré. ¿Cuánto vale? Treinta y cinco libras. My God! Es caro, ¿no? Es lo que usted necesita y es lo que vale. Si, si. De acuerdo. No problem. – Ruth paga la medicina y se va. 11-L’Hospitalet de Llobregat 14 de Julio. Cerca de las seis de la tarde. Diez minutos ha tardado Cris en comprender que está a solas con Eric. - ¿No va a venir nadie a sacarnos de aquí? - No sé. – A Eric le hace gracia la situación. Le cae muy bien Cris, pero no sabría definir ese sentimiento más allá del típico tópico “es maja”. – Tal vez Fran tenga gente y… - ¿Tanto rato? ¡Venga hombre! – Se está poniendo nerviosa. – Estos se habrán largado. - No creo. – Eric improvisa una respuesta.- A Diego le gustas… y apuesto a que no se atreve a dejarte a solas conmigo. - ¿Por? - Vamos, guapa. No disimules. Yo te gusto y él lo sabe. - ¿Qué dices? ¿Estás tonto? ¡Estás tonto! – La chica se ha puesto roja como un tomate. Se gira y le da la espalda a Eric. - ¡Déjame! Él se acerca con sigilo por detrás y coloca sus brazos sobre los hombros de Cristina. Ella se estremece. Se gira. Le mira directamente a los ojos y le suelta un guantazo que le deja marcados los cinco dedos en la cara. - Sólo quiero que seamos amigos. – Eric se frota la cara y sonríe divertido ante la reacción de Cris. – De momento sólo me interesa el deporte. - ¿Y? ¿Crees que me importa lo que te interesa? Pero, ¿quién te crees que eres? ¿Piensas que todas pierden el culo cuando te ven? - No, no. Pero lo que es obvio, es obvio. Se te nota mucho. - Ah, ¿y eso lo has descubierto tu solito con tu cerebro de mosquito? ¿Te ha ayudado alguien? No, ya sé; ¡es lo que sueñas! - ¡Ja, ja! Vale, vale. Ya hablaremos cuando estemos más calmados. - ¡Yo ya estoy calmada! - Si, si. Ya veo lo calmada que estás. – Eric mira hacia la superficie. Él también está empezando a impacientarse. ¡Eh! ¿Hay alguien ahí arriba? ¡Diego! ¡Patri! En el momento en que vuelve a bajar la mirada, Eric ve que en el suelo de tierra brilla algo que le llama la atención. El movimiento de los pies de los chicos sobre los escombros ha sacado a la luz el extremo de algo; algo que no es natural. - ¡Eh! ¿Qué es eso? - Si. Ahora cambia de tema. Muy listo eres tú. – Cris parece realmente molesta con la prepotencia de Eric. - No, de verdad. Mira. –Eric se agacha y empieza a limpiar la superficie del objeto que ha empezado a asomar en el suelo. – Es una caja. - ¿Qué caja? ¿Qué dices? – Cris se gira hacia él y ve que Eric no está bromeando. Lleva en sus manos una pequeña caja de metal. - ¿Dónde estaba eso? - Aquí, bajo tierra. ¡Claro! El artilugio que tu pulsaste sin querer era para llevarnos a… ¡esto! - ¿A nosotros? - No, tonta. No sabían que nosotros iríamos a parar aquí. Ha sido casualidad; pero era para alguien, eso sí. - ¡Ábrela! - Si, claro. Ahora voy y tengo la llave. - Vale, vale. No sabía que tuviera cerradura. - No se iban a tomar tantas molestias para que luego llegaran unos críos por casualidad y, ¡zas! Abrieran la caja de Pandora; además, no hay cerradura, parece hermética. - Crío serás tú, guapo. - Si, si; lo que tu quieras. Ahora, con o sin ayuda, tenemos que salir de aquí. Veamos; creo que hay menos de tres metros hasta ahí arriba. Si te subes sobre mis hombros, puede que alcances el borde o, al menos podrás gritar para que alguien te oiga. Desde aquí abajo no nos van a oír. - Vale, y ¿Cómo se supone que debo subir sobre tus hombros? ¿Saltando como las ranas? - No, yo te ayudaré. – Eric entrelaza sus manos y las baja, aparándolas, hasta la altura de sus rodillas. – Pones un pie aquí, yo te doy un poco de impulso y escalas hasta mis hombros. Una vez estés de rodillas ahí, yo te ayudaré a ponerte de pie. - No parece muy difícil… - No lo es. Ya verás. Cris coloca su pie derecho sobre las manos de Eric y este, automáticamente la iza. Ella logra, con el impulso colocar su rodilla izquierda sobre el hombro de Eric y él ayuda a su rodilla derecha para que también logre su objetivo. Y ahí están ellos; la cabeza de Eric aprisionada por las piernas de Cris. - Deberías intentar ponerte de pie. Levanta una pierna, al menos. Lo digo para no morir ahogado así… - ¡Oye! Que la idea ha sido tuya, ¿eh? Además, no es tan fácil. - Va, que has dicho que no parecía muy difícil. - Eso, no lo parecía. – En este momento, Cris, apoyándose con ambas manos en la cabeza de Eric, levanta su pierna derecha. - ¡Bien! Así, ¡Muy bien! - - Jaléale a tu madre, imbécil. – Ella, no sin esfuerzo, logra incorporar, también la pierna izquierda y queda, tambaleándose, de pie, sobre los hombros de él, que la agarra por las caderas para que no se caiga. – Cuidado con las manos. ¡Ni te pases un pelo! Tranquila, cielo, sólo es para que no te caigas… encima de mí. Por cierto, ¿ves algo? Si me pongo de puntillas, el borde lo tengo más o menos por la frente, igual, si me subiera a tu cabeza… Espera. Primero grita con todas tus fuerzas. Diego está en su casa. Muy enfadado con su madre. Cuando iban en busca de ayuda, Patri ha resbalado y se ha dado un golpe en la cabeza con una roca. Ha perdido el conocimiento. Diego ha ido corriendo al quiosco de Fran y entre Lolo y el gigantón han llevado a la niña a su casa. Cuando Diego volvía al agujero donde Cris y Eric habían caído, su madre lo ha llamado. - Un momento mamá, ahora voy. - ¡Ni un momento ni medio! ¡Para casa! ¡Ya! - Pero, es que… - ¡A casa! Con la cabeza gacha y lamentando su mala suerte, Diego ha seguido a su madre, maldiciéndola por su oportunismo. 12-Calais. 15 de Julio. 20:30 h. Nathalie de Compagne se ha ido resignando, a medida que el día iba pasando, a su suerte. Su querido Pierrot se ha ido para siempre. Ha llorado lo indecible durante toda la tarde al recordar los buenos ratos que han pasado juntos. También los malos momentos la han hecho llorar. Rodeada por sus hijas (una a cada lado en el sofá), que no la han dejado en ningún momento, se ha sentido arropada. También Julius y Michel han estado con ella (aunque fuera más por sus parejas). Amelie se ha encargado de todo. Ha ido recibiendo a las personalidades que se han ido acercando hasta la casa de los de Compagne. En ocasiones ha recibido ella misma el pésame, en nombre de la familia, para que esta no fuera molestada. Ha contestado al teléfono todas las veces que este ha sonado. Ha ejercido de portavoz de la familia ante los medios de comunicación. Se ha encargado de todos los preparativos para el sepelio que, al final, tendrá lugar al día siguiente. Hasta ha previsto una niñera para los niños de Isabelle. Nathalie piensa que, al margen de que sea una persona maravillosa que se preocupa por ella y por la familia, Amelie ocupará el cargo de Pierre en el DICRE. Eso la ha convertido en alguien capaz de tomar decisiones rápidas y en alguien capaz de tomar el mando ante situaciones comprometidas. Trix no ha encontrado el momento para decirle a su madre el estado en el que se encuentra. Aún no le ha contado las buenas nuevas. Nathalie no sabe nada, todavía, de la grabación del compacto de Michel con Perlman. Beatrice cree que no se lo puede soltar de sopetón, así por las buenas. Ella quiere que sirva de distracción para su madre. Además, egoístamente, quiere disfrutar del momento que, hasta ahora, siempre le ha robado su hermana mayor. Isabelle ha estado toda la tarde sollozando al lado de su madre. Desde que han llegado ella y Julius de Londres no se ha despegado de Nathalie cosa que ha Beatrice le saca de quicio. Siempre le hace lo mismo. Siempre le roba cualquier clase de protagonismo que ella pueda tener… Cuando Trix acabó su carrera en la Sorbona con matrícula de honor, Isabelle se le adelantó anunciando a bombo y platillo que iba a ser mamá de su primer hijo; cuando iba a comunicarles a sus padres que, oficialmente, ya tenía pareja, a Isabelle no se le ocurrió otra cosa que volver a quedarse embarazada. Ahora ni nada ni nadie van a robarle a Beatrice de Compagne el placer de hacer feliz a su madre. Pero, claro está, va a tener que esperar a encontrar el momento idóneo. - - - Me tendréis que disculpar, – Amelie se levanta de su silla con el móvil en la mano. - Tengo que hacer una llamada a París. Trix, ¿puedes acompañarme? Necesito una información de allí. Si es necesario… Tal vez Michel pueda ayudarte mejor. Hum… No creo. – Amelie, viendo que nadie, excepto Beatrice, la está mirando, abre los ojos como platos, como para hacerle una señal a la pequeña de los De Compagne.Se trata más de cosas de mujeres. Vale.- Trix se ha percatado del gesto.- Voy. Las dos mujeres salen del salón de los De Compagne en dirección al despacho de Pierre para estar más tranquilas. Dejan atrás a Nathalie, Isabelle y Michel. Julius ha estado todo el día enganchado al móvil y ahora está hablando en el jardín con su secretario, en Londres. Amelie, abre la puerta del despacho y cede el paso a Trix a quien advierte los ojos llorosos. Cariñosamente la coge por el brazo y la acompaña al interior. - Estoy bien. - Lo sé. Pasa. Amelie cierra la puerta tras ellas. Trix se ha sentado en una de las sillas que Pierre había dispuesto para las visitas. Amelie se lleva el dedo índice a los labios. - Necesito que lo que voy a contarte no salga de aquí. ¿Vale? - ¿Qué pasa? ¿Han cogido al asesino de papá? – Trix sigue creyendo en la inocencia de Virennes. - ¿Vale? - Si, si. ¿Qué ocurre? - Además, tienes que prometerme que lo que voy a contarte no alterará tu estado de ánimo delante de los demás… ni siquiera delante de Michel. - De acuerdo, pero suéltalo ya. – Beatrice de Compagne empieza a impacientarse. - ¡Promételo! - Lo prometo. – Levanta estúpidamente la palma de su mano derecha como haciendo un juramento, mientras que con la izquierda coge uno de los vasos de whisky que hay sobre una de las esquinas de la mesa de su padre y empieza a jugar con él distraídamente. Amelie se acerca a ella despacio y le susurra al oído: - Tu padre está vivo. Por fortuna, la mullida alfombra del despacho evita que el vaso de whisky se rompa en mil pedazos. 13-L’Hospitalet de Llobregat 14 de Julio. Sobre las 19:30. Diego está en casa tratando de encontrar una manera de salir a la calle. Su hermana aún no ha venido del instituto; tal vez pueda él sacar a pasear a Chucky, el perrito de ella. - ¡Mamá! - ¿Qué? - ¿Va a tardar mucho Sara? - No sé. Ha ido a la Biblioteca. ¿Por qué? - Es que me parece que Chucky tiene ganas de… Vale, juega con él un rato, pero no alborotéis. No, si digo que creo que se está meando. No digas tonterías. Tu padre lo ha sacado antes de que llegáramos nosotros. Vaya. Además, tienes que hacer deberes y darte un baño; mira como vienes. Mamá, es importante, tendría que salir un momento… ¡Ni hablar! Vamos, empieza a trabajar. Cristina ha gritado con todas sus fuerzas, varias veces. Lleva un buen rato haciéndolo. La distancia de su garganta al borde del hoyo sigue amortiguando su voz. Nadie la oye. Ella no oye nada. Está oscureciendo. Sin avisar a Eric, se ha puesto de puntillas para intentar asirse a la superficie, a la salvación, a lo que queda de luz natural. Ha perdido su punto de apoyo y ha caído rodando al suelo, arrastrando con ella al bueno de Eric que se lamenta por los golpes recibidos cuando Cristina se le ha caído encima. - ¿Estás bien? - ¡Joder! Podías haberme avisado. Casi me rompes la espalda… - Lo siento, Eric. Perdóname… Ya sé que lo has dicho, pero estoy muy nerviosa y pensaba que, quizás, si me levantaba de puntillas sobre tus hombros y trataba de agarrarme al borde, podía auparme a la superficie, yo… - Vale, no pasa nada. Intentaremos hacerlo de otra manera. - ¡No podremos salir! - Va, tranquilízate, Cris, saldremos, ya lo verás. Eric se acerca a Cristina y, sin mediar palabra y, sin temer a una reacción hostil por parte de la chica la abraza intentando transmitirle todo el cariño del que es capaz. Ella se deja. Ella se abandona a sus temores y se deja abrazar. Él, sin saber por qué, acerca sus labios a los de ella y la besa tiernamente. Ella cierra los ojos y le devuelve el beso. Patricia está en la habitación 23 del hospital de San Juan de Dios. Sigue inconsciente, aunque fuera de peligro. Un fuerte traumatismo craneal le impide volver en sí, pero los médicos han tranquilizado a sus padres que aguardan impacientes a los pies de su cama a que la niña se despierte. - No se preocupen, le hemos administrado unos calmantes muy fuertes que harán que duerma casi toda la noche. Con seguridad, se despertará por la mañana, si no lo ha hecho ya, de madrugada. - Muchas gracias doctor. - De nada; entiendo su angustia, pero no hace falta que permanezcan ambos aquí. Sería más conveniente que, al menos, uno de los dos, fuera a descansar a casa. Mañana va a necesitarles más que hoy. Los padres de Patricia ven como el doctor se aleja pasillo abajo. Se miran a los ojos. Se abrazan. Ha sido sólo un susto. La niña se pondrá bien. Será mejor que hagan caso al médico. Papá volverá a casa para estar mejor y más despierto por la mañana. Un beso tierno a mamá. Se despiden. Él se va. 14-Dover. 15 de Julio. 22h. hora británica. La escultural mujer que ha dado el nombre falso de Roberta Flack en la farmacia se pasea, ahora, por delante de la ventana de la habitación del hombre que está cuidando. Un par de ojos, a través de unos prismáticos la están observando. Ella, ajena a eso, empieza a quitarse la ropa; es hora de tomarse un pequeño descanso. No obstante, su desconfianza la hace mirar por la ventana; un pequeño led de color rojo la alerta. Segundos, unos segundos después de que ella haya mirado fijamente a la luz, está se ha desvanecido. Se vuelve a abotonar la blusa y corre las cortinas. Se refugia en la pared de al lado de la ventana. ¿Qué hacer? Ruth Gascoigne recuerda que en Francia es una hora menos. A.D. debería… tiene que estar al corriente de que la están espiando. Sin perder la compostura marca el número del teléfono móvil de Amelie Deschamps. Suena un móvil al otro lado de la puerta de entrada en el mismo momento en que suena el timbre de la puerta. Una especie de escalofrío recorre su columna vertebral. - Abre Ruth; soy yo, A.D. Un susurro llega desde el otro lado de la puerta. Ruth cree reconocer la voz pero se muestra cauta. - Se equivoca, aquí no hay ninguna Ruth. - Venga, no tenemos tiempo que perder, ¡venimos de Calais! Tal vez sea cierto, piensa Ruth. Saca su arma reglamentaria de su cazadora colgada en una percha en el recibidor y abre muy despacio la puerta exterior, encañonando a sea quien sea quien se encuentre al otro lado. - ¡Joder, Ruth! ¡A.D.! – Una gran sonrisa, adorna ahora el precioso rostro de Ruth. – Me están espiando. - ¿Con esto? – Amelie le muestra los prismáticos con los que la ha estado observando y con los que ha estado verificando que no tuviera compañía no deseada. - My God! Eras tú. Estaba realmente asustada. - Buena percepción. Me gusta que mi gente siempre esté alerta. - Si, pero podías haber llamado. Por cierto, - una mirada a Trix le hace ver a Amelie que no se conocen y que no han sido presentadas. – veo que no vienes sola. - Perdona, es la hija pequeña. Se lo he dicho y… - ¡Luego hablas de mí! - No te preocupes. Yo estoy al mando y ella es de total confianza. Tal vez la única… - Mi padre, ¿puedo ver a mi padre? ¿Cómo está? La pequeña de los De Campagne nerviosa y excitada exige que le muestren la evidencia de que lo que le ha dicho Amelie es cierto. ¡Su padre aún vive! - ¿Puede verle? - A eso hemos venido. –Amelie mira con una sonrisa de complicidad en los labios a Beatrice. La abraza. – Enseguida le veras, cariño. Está bien y Ruth le cuida maravillosamente. - Pasad. Ruth Gascoigne, ex Scotland Yard, fue reclutada por Pierre de Compagne y Amelie Deschamps la primavera del año anterior tras haber sufrido acoso por parte de un compañero y verse obligada a dejar su destino en una comisaría del sur del gran Londres. Ahora, su sueldo supera en creces lo que le ofrecía la policía británica y esta sumamente satisfecha con el cambio. Como el DICRE ha depositado su confianza en ella, Ruth responde como mejor sabe: con eficiencia. Sus conocimientos en primeros auxilios dieron paso al visto bueno de Pierre de Compagne para que realizara la carrera de enfermería subvencionada desde Francia. Ha acabado el primer curso con sobresaliente e incluso ya ha aprobado dos asignaturas de segundo para ir adelantando y acabar cuanto antes. Gracias a ello, ahora, se está haciendo cargo de la custodia y cura del herido. Cuando entran en la espaciosa y ventilada habitación que da a la parte de atrás de la casa, al jardín, los ojos de Trix empiezan a llenarse de lágrimas. Ahí esta su padre, conectado a un montón de tubos y cables pero con las constantes vitales perfectamente controladas por los monitores. - Señoras, el Sr. De Compagne. No les ha sido difícil a Amelie y a Beatrice ausentarse del domicilio patriarcal de los De Compagne. Michel ha sido requerido por Perlman, que se ha desplazado a Calais al enterarse de la trágica noticia. Quiere comentarle algunos aspectos de la grabación que van a hacer en breve. Al irse Michel, Trix ha explicado que necesitaba airearse y después de que su madre diera su aprobación (tranquila, querida, ya se queda Isabelle) han atravesado el canal con la rápida motocicleta eléctrica que el DICRE posee para casos de emergencia, una preciosa BMW cromada que puede llegar a alcanzar velocidades de vértigo. Con la acreditación de Amelie (DICRE, estamos en plena investigación) no les ha supuesto ningún problema llegar a Dover en menos de media hora. Lo han conseguido gracias a la magnífica obra del túnel submarino que atraviesa el canal de La Mancha, utilizando la vía de servicio que existe entre los dos túneles ferroviarios (ida y vuelta). 15-Lille. 16 de Julio. Nueve de la mañana. Rudy McMannaman afronta su quehacer matutino exactamente igual que la mañana anterior, sentado en la misma mesa del mismo café leyendo el periódico del día. Sus pensamientos van más allá de cualquier artículo que pueda estar leyendo. Suena su móvil. Responde. - McMannaman. - Sr. McMannaman, ¿todo va bien? - Ah, es usted. No miré la pantalla del móvil. Si, claro. ¿Por qué debería de ir algo mal? Ustedes lo tienen todo atado, ¿no? - Claro, claro. Por eso no se preocupe. ¿Se va a quedar mucho tiempo en Lille? - ¿Cómo sabe que estoy en Lille? - Tal vez porque se deja ver usted demasiado. - Yo sigo con mi vida normal… ¿He de esconderme? - No, no; en absoluto. Pero debe ser discreto. - ¿No lo soy? - Más. Debería permanecer encerrado en la habitación del hotel y no salir hasta que le avisemos. - Y ¿Eso se supone que es la vida normal? ¿Cree usted que llamaré menos la atención si me encierro en el hotel? ¿No sería más normal que me dejara ver por la ciudad? - Le recuerdo que aun no ha cobrado una libra… - Si, lo sé. Yo le recuerdo que hago muy bien mi trabajo… y, efectivamente, aun no he cobrado nada. Nada de nada. - No se ponga nervioso Sr. McMannaman. - Usted está nervioso, no yo. El tipo que habla con Rudy McMannaman puede verle con bastante nitidez a través de la cámara que Ángela Brent lleva incorporada en un rocambolesco anillo de diseño descaradamente rococó. Acaba de sentarse hace tres minutos, tres mesas a la izquierda de McMannaman, haciéndose la distraída. Cuando cuelga, la mujer, gira el anillo hacia su rostro y esboza una gran sonrisa triunfante. Ángela Brent, veintinueve años, alta, esbelta, con un gran cuerpo, deseable para todo aquel que sea admirador de la belleza había recibido una llamada dos meses atrás desde un teléfono público del gran Londres, cerca de Teeside. No había habido, apenas, conversación. - ¿Ángela Brent? - … Si… - ¿Está, ahora mismo, libre? - Depende de para que… - ¿Está, ahora mismo, libre? - Ya he contestado; depende de para que… - ¿Le interesaría ganar un buen fajo de billetes? - Ya gano buenos fajos de billetes… - Sin prostituirse. - ¡Vaya! – Los ojos de Ángela se habían abierto como platos ¿Nos conocemos? - No. Tengo referencias suyas. - ¿De quien? - Eso no importa… - ¡Claro que importa! Quiero saber quien va diciendo por ahí que soy puta. - ¿No lo es? - ¡Claro que no! - - Entonces, debe de haber un error. Lamento la confusión. Perdone si la he molestado… ¡Espere, espere! Entiendo; no le voy a dar el nombre de la persona que me ha facilitado el suyo. No es ético. No, no. Lo sé. Esto… ¿Qué tendría que hacer? Vamos a ver… Necesito estar seguro de hablar con quien creo que estoy hablando. ¿Es usted la Ángela Brent que ofrece, digamos que, compañía a personajes con cierto poder, con cierto nivel social? Depende… Bueno, si. De ahí saca su dinero, ¿no es cierto? Si, claro. Entonces, se prostituye. ¡No follo con ellos a menos que me gusten! Ya. – Su interlocutor estaba obcecado en conseguir que Ángela admitiera su condición. – Pero, casualmente, le gustan todos. Casi todos. Hay una buena primera selección. No suelo ofrecerme a viejos magnates porque ellos ya suelen poseer… digamos que buenos propios contactos. Ya. Ahora que nos conocemos… Yo no le conozco. ¿Con quien tengo el gusto de hablar? Con quien le pagará muy bien si termina usted su trabajo. Y su nombre es… Llámeme X y es suficiente, si es que quiere ponerme un nombre, pero creo que eso no es necesario. Y bien; ¿Qué es lo que tengo que hacer? Pegarse a un hombre. Ser su sombra; pero no a su manera, a la mía. ¿No he de acompañarle a ningún lugar? No. Se lo irá encontrando casualmente cómo y donde yo le diga. Al final deberá conseguir que le dé un objeto que él posee o, en su defecto, quitárselo. ¿He de robar? Depende de usted; de su habilidad en el arte de la persuasión. Bien. – A Ángela le gustan los retos. Cuando aquel misterioso señor X le brindó la oportunidad de poner sus artes a trabajar a cambio de mucho dinero, una amplia sonrisa de oreja a oreja iluminó su bonito rostro. Pero, ¿de cuanto dinero estaba hablando aquel hombre? – Por cierto, ¿cuanto y cuando voy a cobrar? - - - - Sé que tiene usted una cuenta abierta en la Banca Privada de Andorra; un bonito paraíso fiscal ¿no cree? Sé su número. Si acepta, ahora mismo transferiré a su cuenta la bonita cifra de seis mil euros; cuando todo acabe, será el triple más; o sea dieciocho mil euros más para usted. Total: veinticuatro mil euros para un trabajito de unos diez días a lo sumo. Y… - Ángela empezó a pensar que era su día de suerte ¿Por qué piensa usted, señor… X, que voy a lograr llevar a cabo la misión? ¿esta seguro de qué no voy a coger los primeros seis mil euros y no voy a largarme con viento fresco? Porque es usted muy golosa, señorita Brent; además, el trabajo es muy fácil y no va a renunciar a los otros dieciocho mil, así, por las buenas… Lo sé. Estoy seguro de que, para ambos, será una tarea sumamente realizable y satisfactoria. Le noto muy seguro. Bien. – Se puso tensa.- ¿Cuándo empezamos? Aun con la cámara vuelta hacia ella, llama la atención de un camarero que pasa a dos mesas de la suya, a cinco de la de McMannaman. Sin disimulo, haciéndose notar. Él se gira y la ve. Vaya, - piensa – otra vez esa mujer. ¿Quien será realmente? 16-L'Hospitalet de Llobregat. 14 de Julio. 20:30h. - ¿Por qué? – Pregunta Cristina, con los ojos aún cerrados – Si tú no lo hubieras hecho, no habría pasado nada. - Y, ¿Qué ha pasado? – Eric se aprovecha de que ella mantiene sus ojos cerrados para poder contemplar su rostro (es realmente bonita). Le ase la cara, suavemente, con ambas manos y roza los labios de la chica, de nuevo, con los suyos - ¿Esto? Cris no dice nada pero abre mucho los ojos. - ¿Vas a pegarme otra vez? – Eric sonríe, pero sin malicia; se diría que con dulzura – Ahora me dolería de veras. - ¡No! Pero si hace unos minutos has dicho que pasabas de chicas… - No sé, ha sido de repente. He tenido la necesidad de darte cariño. Lo siento. - Yo también. La pareja se mira a los ojos. Sus manos están entrelazadas. El silencio parece prolongarse por espacio de horas pero no son más que unos pocos segundos. - Por favor, sácame de aquí. - Lo haré. Saldremos de esta. No te preocupes. –Eric empieza a pensar- ¡Tu familia! ¿No te estará echando de menos? - Iba a dormir a casa de Patri. - Entonces… ¿Y Patri? ¿Y Diego? ¿Dónde se habrán metido? - No sé. A lo mejor les ha pasado algo. - ¿Y Fran? ¿Habrán podido hablar con él? Ya hace mucho rato que se fueron… - ¡Oye! ¿Y tu familia? - Están fuera, de viaje; los cuatro, en los Estados Unidos. Yo no quise ir. Nadia ha ganado una beca para estudiar en Los Ángeles. - ¡Hala! ¡Que guay! Pero, ¿ibas a dormir solo? - Si… bueno, con la perra. Como cada noche, antes de cenar, Diego desenfunda su guitarra para deleitarse con unos bonitos acordes que le recuerden a Paula, su Paula. Hace, ya casi, un año que se fue. Aquel maldito conserje entrometido le insinuó que podría convertirse en una buena actriz y ella, ni corta ni perezosa, empezó a ir a castings por la ciudad y los alrededores hasta que la cogieron en un par de ellos. Resultó que la chica servía y ahora está en Londres estudiando arte dramático y, por descontado, inglés. ¡Como le gustaba a Paula que Diego le tocara aquellas canciones! Le ha hecho creer a todo el mundo que la ha olvidado pero, no es cierto, todo lo contrario. Cada hora que pasa, cada minuto, cada segundo… La recuerda y la necesita más y más. Se cartean de vez en cuando y, cada día, ansioso, casi desesperado, por la mañana, al levantarse, Diego echa un vistazo a su correo electrónico para ver si ella le ha enviado algún mensaje. Sea cual sea el resultado, él siempre escribe: "Buenos días cariño, ¿Qué tal por Londres? Aquí todo sigue igual. Todos te mandan recuerdos y yo, desde mi soledad, te echo de menos." Le gustó esa frase, la tomó de alguna canción que le había oído cantar a su madre tiempo atrás. Paula, de vez en cuando, le responde pero, poco a poco se ha ido alejando de él. Es lo que tiene la distancia. Esta noche, absorto en sus pensamientos para con Erik, Patri y Cris, no puede tocar nada. Toma una decisión. - ¡Mamá! Tengo que hablar contigo un momento. 17-Dover. 15 de Julio. 22:30h. hora británica. Trix De Compagne ha pasado los últimos veinte minutos llorando, abrazada al brazo de su padre. Los recuerdos que habían aflorado en las últimas horas se habían desvanecido al recibir la buena noticia pero, al contemplar el rostro quejoso de su padre han vuelto multiplicados por mil. ¿Qué hubiera sido de ella sin él? ¿En quien habría depositado sus anhelos, sus miedos, sus esperanzas, sus inquietudes? Si, claro, ama a Michel por encima de todas las cosas, pero su padre siempre ha sido para ella su mejor amigo, ese alguien que todos necesitamos tener al lado en todo momento para que nos ayude a tomar una decisión, para que asienta una vez tomada o para que nos abrace y nos ceda su hombro si nos hemos equivocado al tomarla. Amelie coloca tiernamente su mano sobre el hombro de Trix. - Hemos de irnos. - Lo sé. - No os preocupéis, está en buenas manos. – Ruth muestra las suyas esbozando una amplia sonrisa de satisfacción – Cuando haya algún cambio te llamo. - De acuerdo; sino te llamaré cada cuatro horas. Veamos, son, ahora las diez… - Las once. - Hora continental, guapa. Te llamo a las dos de la mañana. - ¿Hace falta? Descansad, lo necesitaréis para más adelante. Llámame por La mañana y no te preocupes, ya te lo he dicho, si hay algún cambio te llamaré yo. - Si, Amelie. Tiene razón. Necesitas descansar; además, yo, incluso, podría quedarme aquí, en Dover turnándome con Ruth. - ¡Ni hablar! Hemos de regresar a Calais las dos. ¿Qué pensará el resto de la familia? ¿Qué excusa le darías a Michel? Es inviable. - Le podría contar la verdad. Sabe mantener un secreto. - ¿De esta magnitud? No. No sólo es la seguridad de padre, lo que está en juego. Todo esto forma parte de una operación para desmantelar una… ¡Ya he hablado demasiado! - ¿Una operación? ¿Del DICRE? Pero, si estaba controlado, ¿Por qué papá ha resultado herido? ¿Qué está pasando aquí? ¡Cuéntamelo! - No puedo y tú lo sabes. - Sí puedes, Amelie. Soy toda oídos. Amelie sabe que ha metido la pata hasta el fondo. No va a ser fácil eludir a Trix. Sabe que la hija de Pierre necesita la verdad. A ella le ocurriría lo mismo pero, posiblemente, de hallarse al otro lado, su interlocutora no hubiera sido tan bocazas como ella. - Prométeme una cosa. - ¿Te he fallado alguna vez? - Prométeme que, una vez te haya contado de qué va todo esto, cogeremos la moto y volveremos a Calais. Trix no se esperaba eso. Ella pensaba que le haría prometer silencio absoluto en relación a lo que se le contara. Quiere permanecer al lado de su padre. Quiere estar con él en el momento en que despierte. Quiere abrazarle como, sin duda, él hubiera hecho. - Pero… - No hay peros que valgan. O nos vamos ahora mismo y te quedas igual, o nos vamos dentro de media hora con una rocambolesca historia de detectives en la cabeza. - ¿Rocambolesca? ¿Por qué? - Entonces… ¿Empiezo? - Espera, ¿No crees que a Ruth le iría bien un relevo de vez en cuando? - No te preocupes por Ruth, Trix, tanto ella como yo estamos preparadas para resistir hasta setenta y dos horas seguidas sin dormir. Además, cuando tu padre despierte y se estabilice, te prometo que volveremos. Entonces puede que, incluso, necesitemos la ayuda de Michel. - ¿Michel? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?