CENTRO DE ESTUDIOS DEMOCRATICOS PARA AMERICA LATINA (CEDAL) SIMPOSIO INTERNACIONAL AMERICA LATINA: AMENAZAS Y DESAFIOS PARA EL DESARROLLO DEMOCRATICO Birrí de Heredia, 27 al 29 de febrero 2004 UN PROYECTO INACABADO LLAMADO AMERICA LATINA Luis Guillermo Solís Rivera Catedrático de Historia y Ciencias Políticas Universidad de Costa Rica Ex Secretario General Partido Liberación Nacional INTRODUCCION Deseo aprovechar estas palabras introductorias, para externar un reconocimiento especial a todas las personas que, a lo largo de estos 35 años, hicieron posible el desarrollo de CEDAL. Para no ser injusto y tratando de evitar la omisión de algún nombre, quisiera honrar a todas ellas en dos queridos favorecedores de CEDAL cuyo liderazgo ha sido clave para el éxito del Centro en sus últimas tres décadas y media de existencia: me refiero a don Luis Alberto Monge Alvarez, hombre de alma virtuosa, y de su contraparte en la Fundación Friedrich Ebert en Alemania, don Ernst Kerbusch, cuyos esfuerzos por apoyar el trabajo de CEDAL nunca podremos agradecer lo suficiente. También deseo tributar un homenaje a los diversos directores de la Fundación Ebert en Costa Rica, muchos de los cuales nos acompañan en este evento, así como extender un fraternal abrazo a nuestros invitados internacionales, en especial aquellos que fueron exalumnos o exprofesores de CEDAL todos a quienes reconozco representados en la figura del ilustre señor expresidente del Ecuador, don Rodrigo Borja Cevallos. Hago este reconocimiento en nombre propio y en nombre de la querida compañera Secretaria General del Partido Liberación Nacional, Carmen María Valverde, quien me pidió la representara ya que por razones de índole familiar impostergables, no puede acompañarnos en esta sesión. Agradezco vivamente a los organizadores de este Simposio la oportunidad que me brindan para compartir algunas provocaciones –así me lo pidieron expresamente- en torno a la realidad latinoamericana de nuestro tiempo. Así que con su venia, procedo a hacer algunos apuntes políticamente incorrectos. 2 ¿UNA O VARIAS AMERICAS LATINAS? Quisiera proponerles que iniciemos estas provocaciones trayendo nuevamente a colación el aún irresuelto debate en torno a si existen una o varias Américas Latinas. Ello, ya no sólo desde el punto de vista interno, geopolítico y nacional, como fueron mayoritariamente los argumentos que alimentaron la polémica en los años 1960 y 1970, sino también y de manera principal desde una perspectiva hemisférica, socioeconómica y cultural. De la forma en que se responda esa pregunta dependerá en buena medida el tipo de análisis que se realice en este seminario y, más importante aún, las propuestas que de él emanen. Frente a una interrogante de esta magnitud, lo primero que hay que advertir es la escasa utilidad de las generalizaciones y, consecuentemente, el peligro de caer en analogías inexactas que sacrifiquen la especificidad de los procesos regionales y subregionales. No se trata, ciertamente, de rechazar la posibilidad de identificar tendencias hemisféricas que, surgidas desde la propia América Latina o trasladadas a ésta por las fuerzas de la globalización, constituyen realidades sin las cuales no es posible comprender la dinámica política de nuestro Subcontinente. Esas tendencias existen y son importantes. Lo que sí no pareciera adecuado es construir propuestas a partir de un –permítaseme la expresión- “paisaje” llamado América Latina sin distinguir previamente los extravagantes matices que dominan sus luces y sus sombras. ¿Una o varias Américas Latinas? ¿De cuál o de cuales estamos hablando? ¿La de las grandes metrópolis iberoamericanas (ya no sólo la ciudad de México, Río de Janeiro y Sao Paulo, sino también Nueva York , Miami o Los Angeles) cuyos barrios de mediano tamaño tienen más población que países enteros de la Cuenca del Caribe? ¿La de grandes avenidas y colonias donde viven en el más absoluto –y también espléndidoaislamiento los nuevos hiper-ricos? ¿La de las barriadas paupérrimas (generalmente cercanas a las anteriores pero ocultas por profundas cañadas que se anegan en la época de lluvia) y que la policía no vigila por miedo al crimen organizado? ¿La de las grandes oportunidades comerciales y financieras, que lucra a borbotones con los beneficios del libre mercado sin contrapesos, y que pasa todo el día cantándole alabanzas a la estrategias para agrandar el “pastel” mientras buscan excusas para no repartirlo? ¿La de las élites políticas y académicas –como a las que pertenecemos la mayoría de nosotros- que seguimos pensando que vivimos en un Hemisferio en el que deberían mandar filósofos/reyes que todo lo saben y que todo lo pueden porque cada cuatro años –o más, dependiendo de nuestra suerte- volvemos poder? ¿La de pueblos incrédulos y escépticos, vapuleados por los tecnócratas y los líderes mentirosos y corruptos que han utilizado la democracia para envilecerla? ¿De qué América Latina hablamos? ¿La de escuelas privadas llenas de computadoras con niños y niñas que pueden hacer sus deberes vía internet o la del 70% de la población que apenas sobrevive con $2 dólares al día cuando le va bien? ¿La de Fox y Uribe, o la de Lula y Kirchner? ¿La que despierta todos los días en La Rosinha o la que 3 se acuesta con la “panza llena y el corazón contento” todas las noches en los Altos de Chapultepec? ¿La que dominan los hombres, o a la que aspiran las mujeres? ¿La que tiene cara de “rabiblanco” panameño, o la que se refleja en el semblante triste de un “cholo” peruano? Hay una América Latina (por cierto la más grande y la más excluída) para la que el desafío de la estabilidad democrática no es ni siquiera una preocupación remota, porque su principal reto es el sobrevivir 24 horas más. Es una América Latina en donde tanto los que saben leer y escribir (menos de la mitad de la gente) como los que no, aborrecen crecientemente a los políticos y a la política –es decir, a gente como nosotros y a nuestro quehacer-, y están hartos, cada vez más hartos, de las mentiras de los empresarios políticos que gobiernan hoy con iguales vicios que los que alguna vez ellos mismos aborrecieron de los políticos empresarios. Hay otra América Latina, la más pequeña pero también la más poderosa, para la cual la estabilidad sigue siendo sinónimo de más mercado y menos Estado. Es una América Latina generalmente blanca y masculina, que piensa en inglés pero peca en español. Es una América Latina que clama por la urna, pero que cuando habla la urna se asusta y termina refugiándose en los cuarteles. Es una América Latina de élites perversas y, en apariencia, estúpidas. Perversas porque construyen su riqueza a costa de la miseria de millones y estúpida porque todavía no han aprendido la principal lección que nos dejaron dos décadas de guerras civiles, dictadores sanguinarios y macabro intervencionismo extranjero: que una buena política social, implementada a tiempo, es mil veces más eficaz que una división anti-insurgente dirigida por un general sicópata. ¿Cuál o cuáles Américas Latinas? La pregunta no es ni ociosa ni académica. Remite precisamente al corazón de la política hemisférica y desafía a los políticos, viejos y nuevos, que aspiramos a conducirla. Y no echemos mano al viejo argumento de que hablar de la pobreza de los pobres y de la riqueza de los ricos ha pasado de moda, y que ahora sólo es lícito conversar del mundo de oportunidades que nos ofrecen internet y el libre comercio. Semejante tontería, es otra amenaza a la estabilidad democrática de este Hemisferio. SOBRE LA GOBERNABILIDAD DEMOCRATICA Pero hay más. El fin de la Guerra Fría ofreció a los sistemas políticos de América Latina y a los poderes fácticos que los dominaban una oportunidad de enmienda sin precedentes. Desgraciadamente los resultados de dicho ejercicio han sido magros. No es poca cosa, hay que reconocerlo sin ambajes, que se hayan consolidado regímenes democráticos, fruto de elecciones libres y periódicas, en casi todos los países de América Latina. Tampoco es de desmerecer el notable esfuerzo por mejorar el régimen de instituciones públicas y el respeto a los Derechos Humanos fundamentales que han realizado los gobiernos civiles emanados de dichas elecciones; gobiernos civiles que, adicionalmente, han buscado con tenacidad la sujeción de los cuerpos militares al poder constitucional. Sería injusto decir que el Estado democrático latinoamericano, con todos 4 sus yerros y debilidades, es hoy de menor calidad que los regímenes castrenses que lo precedieron. Sin embargo, la legitimidad electoral no basta para asegurar la estabilidad, la gobernabilidad y, mucho menos aún, la perdurabilidad de un sistema político por muy pluralista y democrático que éste sea. De hecho, como se ha demostrado en la experiencia de Venezuela, varios países andinos y más recientemente, Haití, el triunfo electoral en ocasiones no es sino la antesala de un proceso de degradación institucional cuya víctima al final de cuentas es el propio Estado de Derecho, cuya credibilidad y representatividad es severamente cuestionada y termina desmoronándose, muchas veces con la complicidad de fuerzas exógenas que medran en las turbias aguas de la política local. Esta dinámica, que se ha agudizado y acelerado debido a la evidente corrupción, autoritarismo o egolatría de muchos dirigentes políticos, también es el resultado de un círculo vicioso en el que la llamada “transición democrática” no se completa porque una de las principales entidades llamadas a consolidarla, el Estado, continúa cautivo de poderes fácticos que lo han debilitado y lo continúan debilitando. Ello, como parte de una estrategia deliberada de dominación basada en un modelo económico excluyente y concentrador de la riqueza. Para algunos, incluídos muchos connotados socialdemócratas, hablar del Estado en la era posmoderna constituye un anatema. El otrora poderoso instrumento de cambio y progreso del que nos sentíamos tan orgullosos se ha convertido, gracias a las falacias preconizadas por los favorecedores del “fin de la Historia”, en un insulzo instrumento de gerencia “light” cuya principal característica debe ser una eficiencia emasculada de toda pretención directora. Esta absurda convocatoria a la “des-politización” del Estado y a la “des-ideologización” de la política, constituye a mi juicio una de las principales amenazas para la gobernabilidad democrática en América Latina. Sin un Estado conductor, gestor y controlador, sin una política guida por principios y valores coherentes con una visión particular del poder y de su administración, nuestros países han quedado a merced de los intereses económicos de pequeños grupos. Intereses económicos que, provenientes de sectores poderosos pero estrechos del aparato productivo, han sido generalmente incapaces de construir proyectos nacionales sólidos y más o menos perdurables. De allí que sea absolutamente pertinente traer a cuentas aquella reflexión espléndida de uno de nuestros más preclaros dirigentes, don Pepe Figueres, quien dentro de su lúcido pragmatismo afirmaba, a propósito de la conducción política: “(…) Todos sabemos que las estrellas no se alcanza con la mano, pero todos debemos convenir en que los hombres y las asociaciones, y las naciones, necesitan saber con exactitud a cuál estrella llevar enganchado su carro, para poder discernir, en las encrucijadas del camino, cuáles sendas conducen adelante, cuáles son simplemente desviaciones y cuáles los conducirán hacia atrás. El nombre de la estrella que nos guíe deber ser … el bienestar del mayor número”. 5 Siendo como soy historiador, no conozco de ningún modelo de capitalismo avanzado que haya sido capaz de desarrollarse a plenitud sin la intensa y decisiva intervención del Estado. Ni en la Europa y el Asia de los siglos XVIII y XIX, ni en la América del siglo XX, se encuentran ejemplos de economías de mercado que hayan sido capaces, sólo con la intervención de la “mano invisible”, de crecer y prosperar hasta volverse hegemónicas. Más aún, se podría afirmar sin demasiado temor a equivocarse que fue gracias a los Estados fuertes –a los Estados fortísimos más bien- que dichas economías de mercado pudieron consolidarse sin ser engullidas. Ello, por supuesto, no fue casual. Sin Estado, el mercado rápidamente se torna en una serpiente que se come su propia cola. En efecto, en un entorno sin contrapesos, la libre competencia pronto degenera en un proceso donde el más grande degluta al más chico. El resultado de este fenómeno, el monopolio, se convierte así en la nota dominante y pone fin al instrumento principal del capitalismo: la libre competencia. Semejante escenario, que se ha repetido una y otra vez a lo largo de los últimos 200 años, explica por qué no hay tal cosa como un Estado tímido en la Europa Atlántica, ni tampoco en los Estados Unidos, país que predica la demolición de los Estados fuera de sus fronteras, pero que sigue disfrutando de uno de los modelos estatales más fuertes e interventores (y también más dispensiosos) de la historia contemporánea. Me pregunto hacia dónde marcharán los capitalismos latinoamericanos del siglo XXI sin Estados fuertes e instituciones que los consoliden por medio de lo que Norberto Bobbio llamaba “el gobierno de las leyes”. Y para tranquilizar a mis queridos compañeros que no tardarán en calificarme de “estatizante” y trasnochado, nótese que cuándo digo “fuertes” no pienso ni en los Estados latinoamericanos autoritarios de la década de 1980, ni en los Estados latinoamericanos corruptos de la década de los años 1990. Un Estado fuerte no tiene por qué ser grande, o ineficiente, o como diríamos en Costa Rica, “botaratas”. Un Estado fuerte no tiene por qué ser represivo, arbitrario o conculcador de las libertades públicas e individuales. Un Estado fuerte, tal y como yo lo veo, sí tiene que tener la potestad de ser el garante del bien común y eso conlleva, en el caso de los modelos socialdemócratas, al menos la capacidad para neutralizar, corregir y regular eficazmente a las fuerzas privadas. También debe tener la fuerza para impedir que los desequilibrios y abusos inherentes a las economías de mercado se conviertan en el caldo de cultivo de la violencia social, y poseer suficientes atributos legales y políticos para sancionar a aquellas fuerzas que en determinado momento intenten usurpar las potestades que le son privativas. Por eso me preocupa que continuemos permitiendo que, por la vía de los Tratados de Libre Comercio u otras políticas de fomento y atracción de inversiones se segreguen o achiquen cada vez más dichas potestades y se amplíen las de las compañías transnacionales. El otorgamiento de exagerados incentivos y todo tipo de facilidades cuyo fin último –la generación de más empleo “productivo” como lo llaman los 6 enemigos del sector público- no necesariamente genera un mejoramiento de la calidad del trabajo, cuando se sustenta en políticas de desregulación dirigidas a aumentar la “competitividad” de una economía a partir de salarios decrecientes, destrucción ambiental, ridículos e injustos sistemas tributarios y absoluto predominio de los intereses privados sobre los de la sociedad en su conjunto . ¿SUBDITOS O ALIADOS? Pero algo complica más lo dicho anteriormente. Si los años 1990 vieron a un Hemisferio con márgenes de autonomía relativa ampliados gracias a las nuevas prioridades surgidas tras el derrumbe del orden bipolar, el advenimiento del nuevo siglo trajo consigo un proceso gradual pero también progresivo de recomposición hegemónica en el cual los Estados Unidos han vuelto a convertirse en el factor geopolítico más determinante, y potencialmente también más desestabilizador de esta región, incluyendo al Canadá. No deja de ser paradójico que este proceso fuese iniciado por un presidente demócrata, Bill Clinton, con la aplicación de las etapas iniciales del Plan Colombia. Sin embargo ¿alguien puede dudar de que fue con George W. Bush que se produjo el asentamiento definitivo de esta nueva dominación? Independientemente de la forma en que esa dominación se manifieste, ya sea por medio de demandas como las que se produjeron en torno a la ilegal guerra en Irak, o por medio de las presiones en el marco de negociaciones de tratados de libre comercio, o incluso en la adopción de medidas de represión migratoria, lo cierto es que la mayoría de los gobiernos latinoamericanos han optado una vez más por la subordinación como medio más eficaz de aplacar las ínfulas imperiales de Washington. Este escalofriante pragmatismo ha tenido como más funesta consecuencia el establecimiento de una nueva realidad cuyos elementos centrales, la “guerra preventiva” y el antiterrorismo, recuerdan mucho a sus predecesores de los años 1960, la Doctrina de Seguridad Nacional y el anticomunismo, a los cuales no podemos aludir sin recordar con estremecimiento a las decenas de miles de jóvenes, la mayoría obreros y campesinos inocentes, muchos de ellos amigos y compañeros y compañeras nuestras, masacrados por las dictaduras centroamericanas y del Cono Sur hace apenas tres décadas. Existe una creciente sensación de que la “nueva centuria americana” ampuloso nombre con el que el Grupo de Santa Fe bautizó a su última ocurrencia, pasa no sólo por una “reconquista” ideológica (tan fundamentalista como la que propicia el nefasto Osama ben Laden) sino también y principalmente por el establecimiento de un sistema de dominación hegemónico y unipolar que no conviene a nadie, mucho menos a América Latina, terreno en donde ese tipo de visiones constituyen otra amenaza a la estabilidad democrática que con tanto esfuerzo hemos tratado de recuperar. Dudo mucho por ejemplo que Henry Kissinger, de particulares conocidos y uno de los más puntillosos analistas del Congreso de Viena de 1815, esté de acuerdo con un 7 esquema como éste que, al romper el equilibrio estratégico de manera tan flagrante, prohija el surgimiento de un sistema internacional turbulento y convulso que inevitablemente termina por socavar el control de la potencia dominante, desafiada por sus adversarias y debilitada por exagerados gastos militares que terminan, siempre terminan, por destrozar las arcas de cualquier Estado, por rico que éste sea. De ello dan buena cuenta las experiencias coloniales y poscoloniales de España, Francia, Holanda e Inglaterra en los siglos XV al XX. Sin duda hay que lamentar que el diálogo de América Latina con los Estados Unidos se limite, en estos días, a tres temas principales: seguridad (en donde predomina un enfoque represivo tanto del narcotráfico como del terrorismo), el comercio y las migraciones. Todos lo demás asuntos: ambiente, desarrollo social, gobernabilidad democrática, se subsumen en aquella agenda “negativa”, la cual inevitablemente convierte a nuestro Subcontinente en una “amenaza” a los intereses norteamericanos. Una “amenaza” que, para colomo de males, el propio Secretario de Estado Collin Powell considera no constituye una prioridad para la política exterior de su país. Sin embargo, si lo anterior es lamentable, lo es más la actitud condescendiente y lacayesca con que muchos líderes latinoamericanos, incluído el Presidente de Costa Rica, se relacionan con Washington. Esa actitud, que estoy seguro no agrada a amplios sectores de la política norteamericana, no sólo es vergonzosa sino que también es contraproducente, pues nos impide construir –como sería posible y deseable- una agenda de cooperación y diálogo político que amplíe las posibilidades de América (de toda América) de competir en mejores términos con los bloques económicos de Asia-Pacífico y la Unión Europea en un marco de sólidas instituciones democráticas y paz social. Y a propósito de Europa ¿Adónde está Europa? Quisiera invitar a nuestros queridos compañeros europeos que asisten a esta cita a que nos lo digan, porque hace mucho, mucho, tiempo, que no la vemos caminar por estos barrios. UN PROYECTO INACABADO América Latina es un proyecto inacabado que no terminará de bruñirse hasta que las muy disímiles partes que lo conforman alcancen grados relativamente armónicos de bienestar. El Continente puede vivir –y debe hacerlo- con la maravillosa diversidad cultural de que dispone, pero no puede surgir mientras prevalezcan las pavorosas asimetrías que dividen a sus habitantes. Nuestro problema no radica en que nos separen lenguas y tradiciones, o que estén en permanente litigio nuestras fronteras nacionales, sino en que a la inmensa mayoría de los latinoamericanos les agobie la miseria y no existan oportunidades más o menos equitativas para el mayor número. Por eso pareciera tan absurdo que en momentos en que este Hemisferio disfruta del período más prolongado de estabilidad democrática de su historia, sus gobiernos y élites no estén aprovechando el poco tiempo disponible para afianzar modelos económicos y sociales más justos y, hasta donde fuese posible, menos vulnerables ante 8 las presiones de un entorno internacional adverso. De hecho, una lectura rápida de lo que ocurre en los divesos países de esta región pareciera indicar que los entendimientos y consensos que una vez nos dieron esperanza frente a la arbitrariedad, se están diluyendo en un caldo de violencia y resentimiento anti-sistema. Este fenómeno sería preocupante de todas maneras, pero lo es más porque lo que llena el espacio que están dejando las desacreditadas instituciones democráticas, pasto de la ira popular, no es un modelo más pluralista y perfecto, donde impera una sociedad civil organizada y coherente y partidos políticos más sensibles a las demandas del movimiento social organizado, sino un caos inestable en el que fácilmente podrían resurgir las tendencias autoritarias de otrora. Muchos compañeros me han dicho que eso no es posible en el tiempo de la red virtual, y que hay que estar alertas para no exagerar peligros que, vistos con ojos menos catastróficos, constituyen a lo sumo pequeños baches en el camino hacia el desarrollo de un Continente en donde 500 años de pobreza y violencia estructural no pueden corregirse con 20 años de democracia imperfecta. Quizá tengan razón. ¿Estaremos confundiendo con demasiada frecuencia la ingobernabilidad con el mal gobierno, o equiparando paranoicamente la política comercial norteamericana hacia América Latina con un nuevo modelo de dominación, quizá más eficiente que los anteriores? Si así fuera, entonces las próximas décadas serán promisorias para América Latina y todas mis provocaciones habrían resultado innecesarias. En todo caso, compañeras y compañeros, que no nos pase a los latinoamericanos lo que a un barrio que describe una canción de Mr. Walter “Gavitt” Fergusson, uno de los más conocidos “calypsonians” del Caribe de Costa Rica que dice, a propósito de un gran incendio que lo amenaza sin que aparezcan los bomberos,: “Police to the east, Police to the west, Police to the north and the south And the woman trying her best Endeavouring to put the fire out Fire! Fire! Not a bombero was around! Paz a todos. Muchas gracias.