La EpC según los laicistas de la Fundación CIVES

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La educación para la ciudadanía, según los laicistas de la Fundación CIVES
La Fundación CIVES ha expuesto en un informe cómo quiere que sea esta asignatura que incorpora la
LOGSE. Analizamos la propuesta de CIVES, a la que pertenece la ministra Sansegundo.
El Ministerio de Educación y Ciencia ha comenzado a delimitar lo que en el futuro, tras la
aprobación definitiva de la Ley Orgánica de Educación (LOE), será la asignatura de Educación
para la ciudadanía. Poco se sabe de cuáles serán los contenidos finales de la nueva materia que,
en la práctica, sustituirá a la religión o a su alternativa la ética.
La fundación CIVES a la que pertenece la ministra de Educación María Jesús Sansegundo junto
con la cátedra de “Laicidad y libertades públicas”, ambas entidades de la Universidad Carlos III
cuyo rector es el socialista Gregorio Peces Barba, ha emitido una propuesta para la asignatura.
Dada la cercanía ideológica con los rectores del Ministerio que tiene el emisor del informe,
podemos hacernos una idea de los contenidos y sobre todo del trasfondo filosófico que
sustentará la asignatura en el futuro.
El Estado obligado a formar a los ciudadanos
La Constitución reconoce en el artículo 27.3 el derecho que asiste a los padres para que sus
hijos reciban la formación moral y religiosa que esté de acuerdo a sus convicciones. Conviene
recordar sobre este artículo, en sus apartados 3 y 6 (que reconoce la libertad de creación de
centros), que fue una de las causas que hicieron que el ponente constitucional a propuesta del
PSOE, Gregorio Peces Barba, abandonara dicha ponencia y que peligrara la redacción misma de
la Constitución.
Pues bien, pese a lo afirmado en ese artículo, la propuesta para la asignatura de Educación para
la Ciudadanía que presenta la Fundación CIVES afirma que, siguiendo lo que dice el artículo 27.2
de la Constitución (La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana
en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales), debe ser el Estado el que adopte una actitud activa y positiva, incompatible con
la entrega exclusivista a una confesión determinada de la formación en tales valores a todos los
ciudadanos o una parte de los mismos.
Según el documento lo que ocurrió en 1978, siguiendo la tradición de siglos anteriores, es que el
Estado, garante de la educación en valores democráticos, entregó de forma inaceptable a la
Iglesia Católica la formación en los valores democráticos, cuando, según CIVES, son dos ámbitos
diferentes de actuación: la formación religiosa que pueden demandar los padres y la formación
cívica que debe ser exclusiva del Estado.
Por tanto, debe ser el Estado el que forme a los ciudadanos en esta materia, ya que de esta
manera se impartirá una auténtica formación ético-cívica que podrá fortalecer a la ciudadanía y
mejorar la convivencia cívica. Pero esta asignatura es definida por la propia CIVES como una
verdadera religión civil cuyo objeto de enseñanza será la Moral pública. El objetivo será formar,
no fieles, sino ciudadanos.
Parte CIVES de dos errores de concepción: el primero es afirmar que debe ser el Estado el que
forme a los ciudadanos en la Moral Pública, cuando en la misma Constitución se afirma que son
los padres los que deben elegir la formación moral.
El segundo error consiste en afirmar que el Estado ha entregado la formación moral a una
confesión religiosa. Son los padres los que eligen libremente encargar a una institución la
formación moral y religiosa que creen convenientes para sus hijos. Contraponer los valores
religiosos como autoritarios y dogmáticos negadores de las libertades frente a los valores de
convivencia democrática que estarían encarnados por esta nueva religión civil es simplemente
demagógico.
El documento parece dar entender que los ciudadanos formados en conceptos religiosos fueran
“menos” ciudadanos, apartados de las líneas de la ciencia y el progreso humano. Como ejemplo,
esta frase del preámbulo del documento: En las sociedades abiertas existen ámbitos sociales,
donde la violencia y la inseguridad adquieren características preocupantes. […]Por ello, en la
enseñanza, en las familias y en las entidades sociales es urgente abordar una educación en
valores. La educación religiosa debe ser apartada del currículo por no transmitir valores sino
dogma y sinrazón.
Según CIVES, por tanto, la Educación para la Ciudadanía deriva directamente del artículo 27.2
que define los principios de la educación: el desarrollo de la personalidad en el respeto a los
principios democráticos de convivencia y a los derechos fundamentales. En resumen, se crea por
parte del Estado una moral pública que será enseñada y de obligado cumplimiento por todos los
ciudadanos.
Concepción del hombre y negación de la verdad
Decían los clásicos que la moral es la adecuación de los actos a la verdad de las circunstancias y
las cosas. De esta manera, la moral natural buscaba en todo lo existente la verdad para adecuar
el comportamiento a esa verdad recientemente descubierta. La moral, por tanto, siempre ha
tenido un afán universal, que lejos de ser contingente superaba el tiempo y el espacio para
albergarse en el corazón de todos los hombres. Será a partir de la corriente filosófica del
escepticismo cuando se negará la posibilidad de conocer la verdad y por tanto de aprehenderla.
Si no podemos conocer la verdad de las cosas, sino que sólo existen puntos de vista diferentes,
cada persona adecuará su conducta, comportamiento moral, a la verdad por él conocida. Es el
comienzo de lo denominado relativismo moral: no hay ninguna moral universal, cada cual tiene
la suya y será la norma de cada tiempo histórico determinado la que marque lo aceptable o no,
ya no en relación a la verdad sino más bien en relación a lo socialmente aceptable, marcado por
corrientes de opinión, grupos de presión, etc.
La Fundación CIVES y el Ministerio de Educación hacen suya esta visión del hombre y afirman
que están en circulación una pluralidad de códigos morales diferentes, ninguno de
ellos universalizable ni de legítima imposición a todos.
La existencia de diferentes códigos morales en la sociedad produce perplejidad en los padres ya
que los hijos muestran una actitud contestaria hacia las morales tradicionales , e
inmediatamente, encuentra la solución en la aceptación de un mínimo común ético que
denominaríamos moral pública y que nos permitirá tanto tener una norma obligatoria para
todos –desapareciendo de esta forma la perplejidad paterna – como valorar los principios
diferenciales del resto de “morales” que serán legítimos en la medida en que no colisionen con
principios definidos en esa nueva moral pública.
Evidentemente, en el párrafo anterior hay una contradicción entre la primera y la segunda
proposición: si hay muchas morales y ninguna es universalizable, ¿por qué la nueva moral
pública puede serlo inmediatamente? Porque es el resultado del ejercicio continuado de la
función dialógica de la conciencia y sus precipitados, el diálogo y el consenso. Hasta la fecha el
consenso ha sido entendido de una forma un tanto peculiar en la discusión de la Ley Orgánica de
Educación. Por tanto cabe sospechar que el consenso puede derivar en una propuesta ministerial
desde arriba hacia los colegios, padres y alumnos.
Además, esta visión del hombre y de su imposibilidad de conocer la verdad de las cosas y, por
tanto, de adecuar su comportamiento a esa verdad, niega postulados defendidos por
prácticamente todas las religiones existentes. Todos los códigos morales religiosos parten
del principio de un Dios creador que ha puesto Su ley en el corazón de los hombres y que estos
pueden conocerla y cumplirla. Esta nueva moral pública niega los principios sobre los que se
basa la opción elegida por los padres en las escuelas de forma ampliamente mayoritaria.
Se pretende que los alumnos de cualquier edad adquieran un espíritu crítico hacia los diferentes
códigos éticos y/o morales, pero no se plantea esa misma crítica para la moral definida por
“consenso” y que encarna todas las bondades del sistema democrático.
¿Dónde están los padres en todo este asunto? ¿Y la libertad?
La fundación CIVES sabe que todo este planteamiento puede chocar con varios derechos
fundamentales, entre ellos la libertad de educación consagrada en el ya citado artículo 27.3 y la
libertad de conciencia al inmiscuirse el Estado en la de los educandos. Toda la justificación se
basa en el un presunto derecho del Estado a educar en los valores democráticos, y no como se
ha entendido hasta ahora como de mera supervisión e inspección.
Además, el derecho de los padres se limita automáticamente, ya que los códigos morales que
estos profesen no pueden estar en contradicción con los valores comunes y las derivadas reglas
de convivencia democrática. Los padres deben respetar la conciencia de los niños de la que no
son propietarios, sino tutores y guías, pero al mismo tiempo no se solicita de los padres su
beneplácito para que sus hijos sean formados en esa nueva moral pública, de forma que queda
menoscabada la patria potestad.
La libertad de formación de la conciencia de los educandos según los principios morales de los
padres se respetarán en la medida en que toda la materia se impartirá en la base del respeto
más escrupuloso del derecho del niño a la libre formación de conciencia y al libre desarrollo de
su personalidad, que son el fin y el objeto fundamentales y últimos de la educación.
CIVES asegura que no se trata de imponer o indoctrinar sino de mostrar y proponer esos valores
como fundamentos de la paz social, y de la creación del ámbito más propicio para el libre
desarrollo de la personalidad en igualdad.
Además, según CIVES, no puede haber contradicción entre la libertad de conciencia y la moral
pública ya que no es posible la contradicción con las meras creencias, en tanto que no
se manifiesten, ya que, según el art. 16.1 CE, la libertad de conciencia, sólo en sus
manifestaciones, tiene como límite el orden público, entre cuyos elementos integrantes están la
moral pública y el respeto de los derechos fundamentales.
En resumen, si una norma moral “privada” contradice la moral pública, no podrá ser
manifestada, quedando proscrita al interior de cada cual o a las sacristías y templos.
Imaginemos algunas creencias o normas aceptadas por todas las religiones, relativas al
comienzo de la vida por ejemplo, y que no son aceptadas por el consenso parlamentario.
Una vez más, se parte de tópicos y lugares comunes sobre la enseñanza de códigos morales y
de un relativismo altamente perjudicial para los niños/as. La enseñanza de un código moral de
origen religioso no es ni impositivo y meramente adoctrinador (salvo que la nueva asignatura de
Educación para la Ciudadanía no pretenda aportar valores a los alumnos), sino que se propone
al individuo para que lo acepte o no, pero en ningún caso con carácter impositivo.
El hecho de adoctrinar no es en sí mismo negativo, dependerá del contenido de esa
doctrina: no es lo mismo adoctrinar para la captación en una secta destructiva que adoctrinar
en la ejecución del bien y del respeto al otro.
Enlaces
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