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CARTA PASTORAL Un fragante aroma en Atacama La Beata María Crescencia Pérez Estimados hermanos y hermanas en el Señor de la vida, A mediados de diciembre del pasado año nos llegó una hermosa noticia. La Santa Sede, a través de la Congregación para las Causas de los Santos, reconocía oficialmente un milagro atribuido a una humilde religiosa. Se trata de la Hermana María Crescencia Pérez, de la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, quien viviera cuatro años en nuestra Atacama. El Santo Padre Benedicto XVI ha dispuesto que el sábado 17 de noviembre de este año 2012, María Crescencia sea declarada Bienaventurada. En efecto, el Cardenal Angelo Amato, en nombre del Santo Padre, hará esta solemne declaración en la localidad de Pergamino, Argentina. Mediante esta sencilla Carta Pastoral podemos compartir este regalo del Señor a través de la nueva Beata, que vivió una parte de su edificante vida en estas tierras de nuestra Atacama. Quién fue esta mujer? Nació en San Martín, Provincia de Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897, hija de inmigrantes españoles, provenientes de Galicia. Sus padres, Agustín Pérez y Ema Rodríguez, celebrado el sacramento del matrimonio en Córdoba, a mediados de diciembre de 1889, iniciaron la hermosa tarea de formar un hogar. Un ambiente en que se palpaban los valores profundos del Evangelio y la piedad filial hacia María, la madre del Señor, fue el que acogió a una familia numerosa, que llegaría a tener nueve hijos, algunos fallecidos a muy temprana edad. El matrimonio Pérez Rodríguez, probado por difíciles circunstancias vividas en Argentina, se ve obligada a radicarse en Montevideo, donde nace el primer hijo, que muere pronto a los tres años. Después morirá otro hijo, y más tarde llegarán Emilio y Antonio. Pero allí no encontró horizontes favorables para el futuro de la familia y regresaron a Argentina. Fue en la localidad de San Martín, Provincia de Buenos Aires donde, el 17 de agosto de 1897, nace María Angélica. En medio de una situación mejor nacerán más tarde Agustín, Aída, María Luisa, José María, y por recomendación del médico la familia irá a radicarse en Pergamino. La formación en el ambiente familiar El buen ejemplo de sus padres y el ambiente religioso del hogar harán su valioso aporte a la educación cristiana de los hijos, dando fuerzas y alegría para preparar el futuro de cada uno de ellos. Más tarde escribirá: “vivíamos nuestra pobreza con alegría; cada pequeño suceso nos entusiasmaba. No conocíamos demasiado, no añorábamos la falta de tantas cosas. El ejemplo de nuestros padres sencillos y fuertes, ricos en la fe y el amor, nos hacía crecer laboriosos.” La calidad de vida cristiana de su hogar se prestó para que naciera y creciera en esta niña su vocación religiosa, orientada muy concretamente a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto, fundadas por el obispo italiano san Antonio María Gianelli. De hecho, el 31 de diciembre de 1915 ingresa en el noviciado de estas Hermanas, en Buenos Aires, recibiendo el hábito el 2 de septiembre de 1918, hecho que coincidió con la muerte de don Agustín, su padre. Su camino espiritual estuvo marcado por la permanente búsqueda de la voluntad de Dios, tratando de ser instrumento para salvar las almas de su prójimo, haciéndose “toda para todos”, mediante la perfecta obediencia y una caridad sin límites para servir a los demás. Una cosa que siempre llamó la atención en los que la conocieron fue su gran humildad, aceptando las grandes exigencias que supone la vida comunitaria, con un claro espíritu de alegría y serenidad, mostrando que era feliz al hacer la voluntad de Dios. Desde los primeros años de su vida religiosa se entregó al servicio de los niños y niñas, como maestra de labores y como catequista, en Buenos Aires. Posteriormente estuvo durante tres años dedicada al servicio de los enfermos en el Sanatorio Marítimo de Mar del Plata, atendiendo a los niños afectados por la tuberculosis ósea. En esta etapa de su vida la Hermana María Crescencia comienza a mostrar problemas de salud, la que se deteriora rápidamente. Vallenar: un lugar especial Cosas de Dios. En su plan de amor se mezclan cosas maravillosas que no siempre parecen comprensibles. En efecto, vemos, por un lado, que la razón por la cual esta santa mujer en 1928 viene a dar por Atacama es su salud, frágil e inestable. Y el lugar adonde llega es Vallenar, ciudad en la que las Hermanas del Huerto atendían el Hospital desde 1915. Se esperaba que el buen clima de este nuevo destino pudiera ayudar a María Crescencia a recuperar su estado de salud atacada frontalmente, aunque con cierto disimulo, por la tuberculosis. En ese entonces esta enfermedad prácticamente no tenía remedio a pesar de los cuidados que se pusieran en juego. La ciudad vallenarina en esos años era pequeña, seis mil habitantes, y hacía muy poco, unos seis años antes, había sufrido el tremendo impacto de un devastador terremoto. Este movimiento telúrico destruyó la casi totalidad de las casas de la población. No hay duda de que esta ciudad, a partir de este gran terremoto, fue el conmovedor escenario de la gran caridad de la Hermana María Crescencia y de sus hermanas de Congregación. Una cosa es evidente: Vallenar, con el cataclismo sufrido, acusó un golpe mortal a la paz y la convivencia ciudadana, dejando al descubierto la gran pobreza de la gente, el inmenso dolor de los mineros sin techo, la soledad del poblado, en medio del árido desierto nortino. Todavía hoy, por lo que cuentan testigos de ese tiempo, se sabe lo que afirmara la santa religiosa: “por cumplir la voluntad de Dios iría hasta el fin del mundo.” Esto quedó demostrado en la enorme labor realizada: el heroico servicio a los enfermos del hospital y a los pobres de la población, su profunda y visible alegría, como también la de las demás religiosas de la comunidad del Huerto. Sabemos que en 1928 la Hermana María Crescencia viaja por última vez a Pergamino: de hecho va a despedirse de su querida familia. Poco tiempo después, acompañada por la Madre Provincial, regresa a Vallenar, donde pasará la última etapa de su vida. La historia de la Congregación nos dice que, al comienzo de su grave enfermedad se la quiso internar en el Hospital de Limache, cerca de Quillota, dado que en Vallenar no la podían tener, por lo contagioso de su enfermedad. De hecho no la recibieron en Limache y regresó a Vallenar desde donde la llevaron a Freirina. Tiempo de espera en Freirina Siguiendo la trayectoria de María Crescencia nos hallamos con la hermosa ciudad de Freirina, donde en ese entonces había un hospital para la atención de los enfermos del pulmón. Allá estuvo prácticamente la última parte de su vida, aislada, con expresa prohibición de recibir visitas. Sin duda alguna este fue un tiempo de oración y silencio en el que se preparó poco a poco para su encuentro personal con su Dios y Señor a quien se había consagrado de por vida. Toda puesta en las manos de Dios, esta etapa final de su peregrinación la fue purificando y adentrando en el regazo de un Dios rico en misericordia. Hay un dato interesante que pone un toque misterioso en la última etapa de su vida. María Crescencia dijo en un momento a una de las religiosas que no se afligiera por el hecho de que ella no pudiera estar en Limache. Y le añadía: “te voy a avisar cuando me muera.” Y así fue: como cuenta una religiosa, “el aviso llegó a través de un fuerte olor a violetas que sentimos en el comedor cuando ocurrió su muerte.” La señora Rosenda Aguilar, cocinera del hospital en ese entonces, y que atendió a la santa religiosa en este tiempo final de su vida terrestre contaba que “María Crescencia soportó las molestias de la enfermedad, con admirable paciencia y serenidad, con fortaleza de ánimo y estabilidad. Su rostro era sereno, transmitía paz y alegría.” En este hospital de Freirina esta santa mujer permaneció aproximadamente unos tres meses. Podemos decir que Freirina, pequeña y hermosa villa del Valle de Huasco, por especial providencia del Dios fue para María Crescencia un lugar de encuentro con el Dios tres veces santo y bondadoso. Ella, viviendo y aceptando la voluntad del Señor, con la fortaleza que viene del Espíritu Santo pudo asumir el final de su vida. El sufrimiento, la soledad, la incertidumbre que nos va acercando a la muerte, ella los hizo suyos siempre con la firme esperanza de ir peregrinando hacia la Jerusalén celestial Vuelta a la Casa del Padre Las últimas semanas de su preciosa vida las pasó en la comunidad de sus hermanas religiosas de Vallenar. Esta fue la ocasión en que ella pudo dar ejemplo heroico de su gran paciencia, y de su paz interior serena y reconfortante. No faltan testigos que cuentan que el Niño Jesús que aparece en la imagen de la Virgen del Huerto hizo ademán de salir de los brazos de su madre y María Crescencia extendió sus brazos para recibirlo. Los últimos momentos de su vida fueron de una atmósfera impresionante. En efecto, al recibir el santo Viático ella se incorporó en su lecho y ante una imagen del Señor dijo: “Jesús, por los sufrimientos de tu divino Corazón, ten misericordia de nosotros.” Finalmente, en medio de una profunda sonrisa, vino a repetir las mismas palabras de Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Era el 20 de mayo de 1932. El maravilloso hecho del aroma de violetas que se percibió con ocasión de su muerte se ha mantenido en la tradición del colegio de las Hermanas en Quillota. En efecto, este hecho llama poderosamente la atención ya que se trata de un lugar que está ubicado a casi 600 kmts. de Vallenar. La crónica de los detalles de su fallecimiento dice: “se celebraron las primeras exequias en la capilla del hospital a las 8 de la mañana del día siguiente 21 de mayo, con misa ante muchos fieles y los pocos sacerdotes del lugar, más las autoridades del hospital y las civiles de la población.” El domingo 22 de mayo en la Iglesia Parroquial a cargo de los Franciscanos se celebró la misa de exequias, con el templo repleto con una concurrida asistencia de autoridades, sociedades piadosas y multitud en general. Terminada la misa se llevaron sus restos mortales, en un ambiente de fervorosa oración y de profunda esperanza en la bondad del Señor, hacia el cementerio de Vallenar, siendo piadosamente sepultados en un panteón de una conocida familia. Andando el tiempo llegó el momento en que las Religiosas del Huerto se vieron en la necesidad de tener que abandonar Vallenar, para gran dolor de todos los que las conocían y estimaban. Pero hubo una cosa clara: la gente no quiso que se llevasen del cementerio el cuerpo de “la santita”, la querida María Crescencia. Ella, que había permanecido junto a ellos, con su ejemplo de humilde presencia y de generoso servicio a los niños y los pobres del sector, no podía dejarlos solos, abandonados a sus propias necesidades. Esta es la razón por la que siguió enterrada allí unos 35 años hasta que el 8 de noviembre de 1966 las superioras de la Congregación dispusieran su traslado a Quillota, donde descansó 17 años. Pero posteriormente, en 1983, la Superiora Provincial de la Congregación creyó conveniente trasladar su cuerpo a Pergamino, Argentina, hasta el 26 de julio de 1986 en que se le trasladó a la capilla del Colegio del Huerto. A todo esto, desde que murió era clara la opinión pública de que María Crecencia, había partido a la Casa del Padre, después de vivir su vida por los caminos del Evangelio de manera evidente. Esto llevó a las autoridades de la Iglesia diocesana a tomar la decisión de abrir el proceso en orden a su beatificación. Posteriormente, el 3 de octubre de 1990 la Sagrada Congregación para la Causas de los Santos abrió el proceso en Roma. De más está decir que, mientras tanto, con el paso de los años, su tumba sería visitada por una gran multitud de peregrinos de toda Argentina que junto a sus restos han venido a pedir con fe en el poder de Dios alguna gracia o simplemente llegan a agradecer su intercesión. La Iglesia de Chile, expresada concretamente en la vida y misión de la Diócesis de Copiapó, a la que pertenece actualmente Vallenar, donde ella murió, ha guardado en su memoria la fama de santidad de Sor María Crescencia, que la convirtió en un claro ejemplo de una discípula misionera de Jesús. ¿Porqué llamarla Beata? El próximo 17 de noviembre de este año Sor María Crescencia será declarada Beata. Esta palabra, no siempre con un sentido atrayente en el habla popular, en la lengua latina significa feliz o bienaventurada. Ahora bien, en el lenguaje más bien oficial con la palabra “beatificación” nuestra Iglesia, por la autoridad del Papa, en este caso Benedicto XVI, da oficialmente permiso para poder venerar en forma pública a una persona que ha sido ejemplo de vida cristiana, como seguidora de Jesús Señor y Maestro de vida. De este modo el Papa responde al Obispo de una Diócesis que ha solicitado este reconocimiento, pero no impone nada a nadie, aunque sí merece respeto por tratarse de una decisión del Papa, sucesor del apóstol Pedro y Pastor Universal de la Iglesia. Hay una fórmula o modo especial de declarar Beato o Beata a una persona, que la puede proclamar el mismo Papa u otra persona en su nombre, que en el caso de la beatificación de Sor María Crescencia, será el Cardenal Angelo Amato, encargado de las causas de los Santos y Beatos. Como pasos históricos conviene decir que el 28 de agosto de 1985 el Obispo de San Nicolás de los Arroyos (Argentina) Mons. Domingo Castagna, pidió a nuestro recordado don Fernando Ariztía Ruiz, Obispo de Copiapó, la autorización para iniciar el proceso de beatificación en su Diócesis. El 5 de septiembre de este mismo año don Fernando le respondía afirmativamente, sabiendo que, por varias razones, lo más adecuado era hacer dicho proceso en esa Diócesis. Por de pronto en la ciudad de Pergamino, están los restos de la Hna. María Crescencia, además de que en Argentina están sus raíces familiares y de que la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, a la que perteneció la nueva Beata, tiene una notoria presencia en este país hermano. No hay duda alguna de que la beatificación de esta santa mujer María Crescencia, humilde religiosa de la congregación fundada por San Antonio María Gianelli, Obispo de Bobbio (Italia), llenará de profundo gozo y sentido misionero a sus hermanas dispersas a través de 12 países en cuatro continentes en el servicio del Evangelio. ¿Qué aprender de este acontecimiento? El hecho de que la Iglesia beatifique a esta humilde religiosa María Crescencia tiene un valioso significado para nosotros que seguimos peregrinando por el camino de la vida hacia la casa del Padre. He aquí algunas pistas de reflexión para los que somos Iglesia de Dios hoy, que nos pueden ser útiles. a) Toda la Iglesia de Dios, hombres y mujeres, de cualquier condición social o raza y cultura, está llamada a dejarse conducir por el Espíritu de Dios que sigue hoy santificando y transformando desde dentro la vida de cada persona. María Crescencia es esto lo que hizo en su tiempo: dar su lugar al Espíritu del Señor en su vida. b) Quienes estamos bautizados en el agua y el Espíritu hemos sido llamados a vivir y compartir la alegría de ser discípulos misioneros para anunciar el Evangelio de Jesús el Señor. Es nuestra tarea en la vida personal, familiar, laboral, social en todos los lugares y ambientes. Cuando uno conoce la vida de María Crescencia y la ve tan sencilla y laboriosa, a pesar de su enfermedad, uno valora la importancia del amor y la verdad en la cotidianidad de la vida. c) Conocer, amar y seguir a Cristo, Evangelio viviente, nos hace conocer y aceptar la Buena Nueva de la dignidad humana de toda persona. Aprendemos a darle su propio valor a la vida desde que asoma en el seno materno hasta el último momento, y tomamos en serio la importancia de la familia, y de toda actividad humana que por el trabajo, la ciencia y la tecnología crea y hace nueva la sociedad. d) Además no podemos olvidar que es parte importante de la Buena Noticia de Jesús el que descubramos en nuestra vida personal, familiar o laboral el destino universal de los bienes y la preocupación por “la casa grande”, nuestro mundo, mediante un digno comportamiento ecológico, tanto frente al agua limpia y necesaria como al aire respirable y suficiente. Podemos tal vez pensar en el ejemplo que en este aspecto nos daría esta santa religiosa cuando vivió y trabajó en Vallenar y Freirina. Nuestra tarea para la vida Ahora que vamos conociendo el perfil integral de Sor María Crescencia nos damos cuenta de que, como mujer discípula misionera de Jesús, tomó en serio el llamado que Dios nos hace a todos a la santidad. ¿Qué quiere decir esto para nosotros que vivimos en estas tierras de Atacama? Intentemos algunas respuestas. 1. Cada uno de nosotros, como ella, hemos sido llamados a seguir la persona de Jesús el Cristo, siendo hijos o hijas del Padre y hermanos o hermanas de todos, en especial, de los más pobres o situados en la marginalidad de nuestra sociedad. Pensando en el misterioso perfume que inundó el ambiente con ocasión de la muerte de María Crescencia, ¡qué hermoso sería que en nuestro entorno fuéramos “aroma de Cristo para Dios” (2 Cor 2, 15) por la calidad de nuestra vida cristiana. 2. Nuestra tarea cotidiana es tratar de parecernos lo más que podamos a nuestro Maestro y Modelo, Jesús Muerto y Resucitado, ahora vivo para siempre. Los Obispos del continente nos recuerdan lo que nos ha dicho Benedicto XVI, a saber, que actualmente “se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia” (Documento de Aparecida, 100). María de Nazareth, como Madre y modelo de los discípulos, será una excelente formadora para lograr fortaleza y coherencia en la vivencia de nuestra fe católica. María Crescencia la tuvo muy presente en su vida, con el especial título de Nuestra Señora del Huerto, titular de la Congregación a la que ella perteneció. 3.-­‐ Corresponde tener siempre presente que, desde nuestra condición de hombres y mujeres bautizados, somos enviados a anunciar el Evangelio del Reino de vida. La nueva Beata María Crescencia vivió el mandato misionero de Jesús en su vida de mujer, de religiosa y más concretamente desde su enfermedad. No basta con estar bautizados, con hacer alguna que otra obra buena, o con ir de vez en cuando a la misa dominical, sino que hace falta escuchar, creer y vivir sus palabras porque Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Él nos enseña a vivir la vida de cada día como “una entrega radical de sí mismo a favor de todas las personas, consumada definitivamente en su muerte y resurrección” (Documento de Aparecida, n. 102). No hay duda de que toda su vida, en especial la última etapa pasada en soledad y con su enfermedad entonces incurable, esta santa religiosa la supo ofrecer con alegría y disponibilidad para la gloria de Dios y el bien de los niños y necesitados de amor y consuelo. 4.-­‐ En todo este itinerario de vida es absolutamente necesaria la fuerza animadora del Espíritu Santo, Jesús les había dicho a sus apóstoles: “Les conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá a Uds. el Espíritu Santo, pero si me voy lo enviaré.” ( Jn 16, 7). En efecto, la Iglesia de los primeros cristianos como la Iglesia de nuestros días, hasta el final de la historia, es guiada y fortalecida en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la estatura de su Cabeza (cf. Ef 4, 15-­‐16). Un claro ejemplo de ello es el regalo de las congregaciones religiosas que Dios ha hecho a la Iglesia, como la de Nuestra Señora del Huerto, a la que perteneció María Crescencia, y en la cual, con sencillez y alegría en su vida cotidiana, hizo su camino de santidad y de servicio al pueblo de Dios. Qué importante es que en los tiempos complejos y desafiantes que vivimos, cada uno de nosotros, cada familia, cada parroquia, cada Comunidad Eclesial de Base o Grupos Juveniles, seamos iluminados y fortalecidos por el Espíritu del Señor. Así lograremos ser buenos y atractivos discípulos misioneros de Jesús el Señor, unidos en la celebración de la Eucaristía y en el servicio solidario a la gente de nuestro tiempo. Conclusión No hay duda de que la vida santa y atrayente de la Beata María Crescencia Pérez por estas tierras de Atacama nos hace recordar la exclamación de Zacarías frente a la llegada del Mesías: “Bendito sea el Señor Dios de Israel por que ha visitado y redimido a su pueblo.” (Lc 1, 68) Los santos y santas, con su vida de discípulos misioneros, nos hacen pensar en su Maestro y Señor. Nos corresponde a todos, hombres y mujeres de los desiertos y valles de nuestro Norte, tratar de hacer nuestras en la vida de cada día, las hermosas palabras de Cristo nuestro Maestro: “sean sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5, 13-­‐14). En nuestros días, en este tiempo de la Misión Continental y de la Misión Joven, es nuestra tarea en la casa, en el barrio, en la escuela o universidad, en el mundo del trabajo, de la política o del deporte, poner en acción el mandato de Jesús: “vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Noticia a toda criatura.” (Mc 16, 15). Para esta hermosa y desafiante tarea no estamos solos: el Espíritu del Señor nos fortalece, la intercesión materna de María nos acompaña y el ejemplo de tantos santos y santas, conocidos o anónimos, nos acompañan en esta peregrinación. Mientras tanto seguimos diciendo “Amén. Ven, Señor Jesús.”(Ap 22, 20). A todos Uds. les bendiga con abundancia en cada momento de su vida el Dios Uno y Trino. +Gaspar Quintana J., CMF. Obispo de Copiapó Copiapó, junio de 2012. 
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