Quiero ponerle color a tu triste corazón No sé como debería empezar…nunca le he contado nuestra historia a alguien, bueno en realidad a nadie porque estoy sola, nadie me escucha, pero necesito aclarar mis ideas, meditar, como tú hacías cada vez que se te planteaba algún problema. Yo tenía dieciséis años, estaba en la flor de la vida, como tú solías decir. No me consideraba una chica guapa, pero tampoco fea, pensaba que era del montón, como la mayoría de las personas que no llegan a estar en la cima pero sin llegar a la falda de la montaña. Tenía los ojos grises, el pelo marrón clarito, largo y con mechas rubias. Era delgada, pero no muy alta, solía vestir de marca con faldas o pantalones ajustados, camisetas largas y colores vivos, tampoco llevaba ropas de colores chillones o fosforitos ni abusaba del negro, aunque no me disgustaba. Era independiente, alegre, buena estudiante y cabezona, me gustaba el deporte y vivir aventuras. Vivía en Minshard, un pequeño pueblo a unos kilómetros de una gran ciudad muy conocida. Todos los viernes la ciudad se llenaba de gente que se dirigía al mismo lugar: The Club Rocker. Se había inaugurado hace dos años, y desde entonces aquella ciudad lúgubre en medio de ninguna parte se había convertido en un lugar alegre y lleno de juventud. Era un viernes frío de primavera, hacía sol y tiraba una brisa suave. Por la calle se divisaba alguna pareja que corría entre risas para no llegar tarde a la cita, personas fumando a la entrada de la discoteca, tomando un respiro antes volver a entrar en aquel espacio cerrado, caluroso donde es difícil no chocarse con alguien y hay tanto ruido que sales de allí con los oídos sangrando. Sin embargo, aquel viernes no fui a The Club Rocker, hacía un mes mi novio había cortado conmigo en aquel lugar y cada vez que entraba todo me recordaba a él. Doblé la esquina y me dirigí al pequeño y silencioso Hallway. Me senté en la barra y observé al joven que tenía a mi lado: era bajo, delgado y con el pelo claro y corto, llevaba una ropa que decía que en cuanto acabara su café con hielo volvería a la discoteca. Pero en quien me fijé no fue en él sino en el nuevo camarero: era perfecto, no el típico príncipe azul de ojos azules, rubio, alto y con unos músculos impresionantes que hacen que su dama se enamore perdidamente de él en un instante. Eras diferente, tenías el pelo largo, negro y liso, eras de piel pálida, alto y delgado, con una gran sonrisa y unas manos ágiles que servían a los clientes. Pero, sin dudar, lo que más me gustó de ti fueron aquellos ojos verdes e intrigantes con los que me miraste aquel día. Lo que nunca olvidaré serán las primeras palabras que te oí decir: -Que belleza… Fue apenas un susurro, pero lo suficiente para conseguir que mi corazón se desbordara y latiera cada vez más deprisa. Sentía cómo me sonrojaba y miré a mi alrededor intentando disimular, pero lo único que vi fue que estábamos solos. De repente, mil pensamientos circularon por mi cabeza, uno tras otro, a la velocidad del rayo: ¿Me lo habré imaginado todo? ¿Será esto un sueño? ¿Estoy sacando las cosas de quicio?, pero solo encontré una única respuesta en común, no lo sé. Nos quedamos mirándonos el uno al otro unos minutos que a mi me parecieron una eternidad, hasta que tú como camarero, rompiste el hielo preguntándome si quería tomar algo. Mientras me tomaba mi café con leche descubrí que eras un chico gracioso, amable y un tanto misterioso. Cuando sonó la alarma de mi móvil indicando el toque de 1 queda, nos dimos dos besos y , sin saber ni cómo ni por qué me fui acercando despacio y silenciosamente hacia ti, hasta que sentí tus labios sobre los míos. Después de cinco meses juntos parecíamos los más felices del mundo. Recuerdo aquellos días de picnic, aquella fiesta en la nave abandonada, el día que fuimos a un campo de golf y pusieron los aspersores ¡Nos mojamos enteros!, la escapada a Londres por un día o aquel día de la playa que me retaste a saltar desde una roca y me rompí el tobillo, anduviste cinco kilómetros conmigo en brazos hasta el hospital. Cuando llegó nuestro aniversario parecía increíble ¡llevábamos un año juntos! Daría lo que fuera por volver a aquellos tiempos felices, ignorando lo que más tarde pasaría. Al entrar en el Hallway me dirigí hacia mi sitio de siempre, el lugar en el que nos conocimos, pero en vez de encontrarte en la barra, sonriente con algún regalo en las manos por nuestro aniversario como me había imaginado, divisé al gerente del Hallway que colgaba un cartel en la pared que ponía que había un puesto libre de camarero. Asustada, miré alrededor de mí y vi un sobre morado que ponía mi nombre. Al abrirlo encontré un poema trágico con una letra dudosa pero bonita que tenía por título “Quiero ponerle color a tu triste corazón”, con la última palabra borrosa, como si hubiera caído una gota de agua sobre el precioso papel. También encontré una nota doblada en la que decías que me querías, que lo sentías y que no te buscara porque ni yo ni nadie te volvería a ver jamás. Bueno, y aquí estoy en el cementerio poniéndote flores otra semana más, después de haber leído otro artículo sobre tu desaparición, tras haber derrochado cien lágrimas más. Sin embargo, cuando he ido a comprar las flores, me ha atendido un nuevo florista: era rubio de pelo corto, alto, amable con braquets y unos ojos verdes intrigantes que conozco muy bien… 2