Imprimir resumen - Revistas Científicas Complutenses

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Hacia un entendimiento post-humanista
de la adicción1
Toward a Posthumanist Understanding of Addiction
Darin WEINBERG
Departamento de Sociología. Universidad de Cambridge
dtw23@hermes.cam.ac.uk
(Traducción: Fernando Domínguez Rubio)
Recibido: 16.6.08
Aceptado: 23.9.08
RESUMEN
Este ensayo evalúa críticamente aquellas aproximaciones biológicas que han considerado la adicción como
una enfermedad cerebral y aquellas otras que, partiendo del construccionismo social, han considerado la
adicción como una simple etiqueta, un mito o una narrativa. El ensayo argumenta que ambas aproximaciones tienen serias limitaciones. En particular, argumenta que ninguna de estas dos aproximaciones nos permite dirimir si el tratamiento clínico de la adicción es empoderador o represivo para aquellos que se someten a él. Basándose en datos etnográficos recogidos en tres clínicas, el artículo demuestra que las adicciones
adoptan la forma de agentes nohumanos encarnados. El artículo argumenta que una aproximación posthumanista es la mejor forma de entender la relación entre el self y la adicción y, por ello, la mejor herramienta
para discernir en qué casos el tratamiento de la adicción es empoderador o represivo.
Palabras clave: Adicción, posthumanismo, agencia nohumana, empoderamiento, represión.
ABSTRACT
This essay critically assesses both biological accounts of addiction as a brain disease and social constructionist accounts of addiction as mere label, myth, or narrative. It finds both approaches limited in important respects. Most urgently, neither approach can distinguish whether the clinical treatment of addiction
is empowering or repressive to those who undergo treatment in any actual case. Ethnographic data from
three clinical settings are used to demonstrate how addictions take form as embodied nonhuman agents,
how a posthumanist approach provides the best understanding of the relationship between selves and
addictions, and, therefore, how a posthumanist approach is best able to discern if and when treatment is
empowering or repressive.
1 Algunos pasajes de este artículo han sido adaptados de Weinberg (1997a, 1997b, 2002, 2005). N. de T. Artículo traducido por
Fernando Domínguez Ruibio.
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
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Key words: addiction, posthumanism, nonhuman agency, empowerment, repression.
SUMARIO
1. Teorías bio-médicas de la adicción y sus limitaciones. 2. Teorías Construccionistas Sociales sobre la
adicción y sus limitaciones. 3. Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción. 3.1. Distinguiendo
Selves y adicciones en la práctica terapéutica. 4. Conclusión. Bibliografía.
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Darin Weinberg
En este ensayo defiendo la quizá poco polémica idea de que las adicciones, ya sean estás
químicas (como el alcohol, la nicotina, la heroína o la cocaína) o de comportamiento (como
el juego, la comida, o el sexo), son reales. Esto
es, son ciertamente más que meras etiquetas,
narrativas, ilusiones discursivas, categorías lingüísticas, constructos simbólicos, o mitos
como los que señala Thomas Szasz y una multitud de construccionistas sociales. En contraste con las lecturas de estos construccionistas
sociales, pretendo sugerir que las adicciones
son, de hecho, agentes nohumanos encarnados
materialmente, cuyos efectos son fácilmente
observables y profundamente influyentes en la
vida de las personas. Empero, en contraste con
la corriente predominante en bio-psiquiatría,
quiero también sugerir que las adicciones poseen una realidad distintivamente social que no
puede ser reducida, ni tan siquiera necesariamente relacionada, con elementos tales como
nuestra composición genética, bioquímica o
neurológica2. Sostengo que un giro posthumanista en Teoría Social nos dota de herramientas
para generar una alternativa, teóricamente
robusta y valiosa a nivel práctico, a las ya gastadas polémicas entre realistas bio-psiquiátricos, que construyen las adicciones como enfermedades cerebrales, y los construccionistas
sociales, que las construyen como meras etiquetas simbólicas o como roles sociales.
Tal y como mostraré, una aproximación posthumanista a la investigación de la adicción es
robusta a nivel teórico puesto que supera
muchas de las recurrentes dificultades conceptuales en las que han incurrido tanto las aproximaciones biomédicas a la adicción como las
guiadas por el construccionismo social. Esta
aproximación post-humanista es a su vez valiosa a nivel práctico puesto que nos permite pensar seria y productivamente tanto la relación
entre adicción y vida social como las políticas
sociales a través de las cuales podemos aliviar
el evidente sufrimiento humano asociado a todo
tipo de adicción. Más aún, también nos permite
conceptualizar e investigar fructíferamente lo
que creo que es la cuestión crucial del estudio
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
científico-social de la adición. Esto es, nos permite explorar metodológicamente en cada caso
específico si las instituciones encargadas de tratar clínicamente las adicciones empoderan u
oprimen a aquellos que experimentan este tratamiento clínico. Hasta el momento, los reduccionismos propugnados por las teorizaciones biologicistas, psicologicistas o sociologicistas se
han mostrado incapaces de diferenciar adecuadamente entre estas dos posibilidades tan reales.
Sin embargo, ambas opciones se hacen claramente evidentes a la luz de una aproximación
post-humanista al estudio de la adicción.
En lo que sigue, primeramente describiré y
evaluaré críticamente las aproximaciones biomédicas más prominentes en el estudio de la
adicción. Aquí reseñaré los pros y contras tanto
teóricos como prácticos que conlleva pensar la
adicción como una enfermedad cuyas raíces son
biológicas. Seguidamente, describiré y evaluaré
críticamente las aproximaciones más prominentes al estudio de la adicción elaboradas desde el
construccionismo social. Aquí reseñaré los pros
y contras tanto teóricos como prácticos que conlleva pensar la adicción como un constructo
social de uno u otro tipo. En la tercera sección
de este ensayo me basaré en los datos etnográficos recogidos en mi trabajo de campo en varios
programas de tratamiento de la adicción para
articular mi propia aproximación post-humanista a lo que considero la característica más central y duradera de la adicción: la pérdida del
auto-control. Recalcaré aquí la importancia crítica que tiene pensar la adicción como un fenómeno que tiene que ver fundamentalmente con
la pérdida del auto-control, y el poder del posthumanismo para teorizar dicho fenómeno.
Concluiré por último con un breve resumen en
el que contrastaré mi posición con otras grandes
contribuciones a la teoría post-humanista en
general y, más específicamente, con aquellos
estudios que han aplicado las ideas fundamentales del post-humanismo al estudio de las drogas
y/o de las adicciones. Defenderé aquí el valor
intelectual de mi aproximación con respecto a
las fortalezas y limitaciones de estas contribuciones.
2 No obstante, permítaseme decir que aunque pretenda aquí argumentar que las adicciones poseen una realidad social que no es reducible ni al mito ni a la biología, no hay nada en esta posición que me impida reconocer que las adicciones puedan a su vez tener una realidad mítica o biológica. En mi opinión, nuestro error no se ha derivado de pensar en términos de reducciones equivocadas, (bio- en lugar
de socio-), sino de habernos enredado al pensar sobre la relación existente entre las dimensiones biológicas y sociológicas de la adicción
(Mol 2002).
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Darin Weinberg
1. TEORÍAS BIO-MÉDICAS DE LA
ADICCIÓN Y SUS LIMITACIONES
La financiación que reciben aquellas investigaciones que estudian la adicción como una enfermedad cerebral caracterizada por unas características genéticas y neurológicas deja pequeña la
financiación que reciben el resto de aproximaciones al estudio de la adicción. Basta el ejemplo del
Instituto Nacional Americano de Abuso de
Drogas (NIDA), que acumula presupuestos cercanos al billón de dólares anuales destinados primordialmente al estudio científico de la adicción.
La insistencia del NIDA en el hecho de que la
adicción es una enfermedad cerebral y que, por
tanto, la preocupación científica más importante
ha de ser el estudio de las disfunciones biológicas
del cerebro que subyacen al comportamiento
adictivo, es característica de la mayoría de las instituciones de financiación pública en todo el mundo. Esta aproximación al estudio de la adicción es
una muestra del ahínco con el que los neurólogos
pretenden homologar el estudio de la adicción
con las aproximaciones biomédicas imperantes
en el estudio más general de la enfermedad.
Conforme a esta visión, la adicción sólo puede
considerarse como un problema genuinamente
médico si es posible demostrar que es consecuencia de mecanismos patológicos identificables en
la constitución biológica de aquellos que la padecen. Si esto no pudiera ser demostrado, el estudio
médico de la adicción corre el serio peligro de irse
a pique. Este peligro, a menudo temido, conllevaría que el control de la adicción fuera consignado
al sistema criminal de justicia, lo cual significaría
la pérdida de toda esperanza de generar una respuesta terapéutica humana y social al problema.
Yo, sin embargo, no estoy tan seguro de este
temor. Por ello, en esta sección delimitaré mi
atención a los méritos y deméritos relativos que
subyacen a este modelo de enfermedad cerebral y
pospondré para más tarde las consideraciones
más amplias sobre la reacción social hacia los
supuestos adictos.
¿Qué es lo que los defensores de este modelo
de enfermedad cerebral sostienen? De acuerdo a
los neurólogos que trabajan en esta área, los químicos psicoactivos producen euforia en aquellos
que los consumen durante largo tiempo, afectan-
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
do de esta forma los procesos neuronales del circuito placer/premio del cerebro (Koob 2006). Al
implicar la liberación de neurotransmisores, al
prevenir su reutilización, o al imitar sus efectos,
las drogas psicoactivas como la heroína, la cocaína, el alcohol o la nicotina alteran el funcionamiento rutinario del cerebro de manera que tienden a producir efectos de refuerzo en las personas afectadas3. Esto es, una vez expuestos a sus
efectos farmacológicos, aquellas personas y animales dotadas con circuitos de premios en perfecto funcionamiento, estarán fuertemente inclinadas a consumir de nuevo dichas drogas. Los
experimentos realizados con animales de laboratorio han producido datos convincentes que
muestran cómo, una vez expuestos a los efectos
bioquímicos de ciertas drogas, los animales las
buscarán y administrarán, llegando en algunas
ocasiones hasta el extremo de morir por sobredosis o por puro cansancio. Los niveles de autoadministración observados en algunas personas,
permiten inferir que la ingestión de algunos químicos puede también tener estos efectos de
refuerzo en seres humanos.
Sin embargo, una cosa es sugerir que los efectos de algunas drogas pueden tener efectos de
refuerzo en algunas personas, lo que hace que,
ceteris paribus, sean buscados, y otra cosa es
sugerir que incluso después de que los usuarios se
han dado dolorosamente cuenta de las serias consecuencias negativas que el uso de drogas tiene
para ellos, este uso continúe produciendo el mismo tipo de refuerzo. Los estudios sobre grandes
consumidores de diversas drogas han mostrado
repetidamente que, tras un uso prolongado, los
efectos positivos de las drogas son a menudo
eclipsados por los negativos (cf. Koob et al.
1989). En algunos casos de grandes consumidores, se ha mostrado incluso que el consumo de las
drogas deja de suministrarles cualquier tipo de
experiencia gratificante y que recaen puesto que
sienten que no pueden evitar hacerlo (cf. Lindesmith 1968). ¿Cómo dan cuenta los neurólogos de
estos resultados aparentemente anómalos?
Lo hacen sugiriendo que el uso prolongado de
drogas puede inducir una adaptación neurológica
compensatoria que, de hecho, acarrea la producción de una tolerancia a la droga en el sistema
nervioso de estos grandes consumidores. Aunque
3 Se ha de señalar que, al reducir los mecanismos de la adición a causas bioquímicas, los neurólogos se cierran la posibilidad de explicar adicciones como el juego, el sexo, la comida o el trabajo, que no pueden ser reducibles al mismo tipo de “secuestros” químicos del circuito neuronal del cerebro que se atribuye a las drogas adictivas (cf. Leshner & Koob 1999).
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el desarrollo de este tipo de tolerancia puede
inducir o no efectos fisiológicos evidentes de síndrome de abstinencia cuando se retira la droga, sí
que produce lo que los neurólogos llaman anhedonia, es decir, un marcado descenso en la capacidad de experimentar placer una vez que ha
cesado el consumo de la droga. Los estudios de
abstinencia de exconsumidores de cocaína sugieren que en ausencia de adaptación neuronal, los
síntomas anhedónicos pueden mostrarse a lo largo de un periodo de entre dos y doce semanas
(Gawin 1991). Sin embargo, cuando se da una
adaptación neuronal la duración de la anhedonia
es incierta. Durante este periodo estos exconsumidores permanecen en un estado de relativa
depresión que les hace significativamente más
vulnerables de lo que de otro modo serían a
aquellos estímulos que les hacen sopesar los
efectos analgésicos del consumo de drogas.
Esta aproximación es instructiva por diversas
e importantes razones. La primera y primordial
es que posee un importante beneficio práctico
en la medida en que nos ayuda en nuestro
esfuerzo por diseñar intervenciones terapéuticas
farmacológicas. Drogas como el Naloxone han
demostrado ser esenciales para salvar la vida de
personas en estados agudos de sobredosis de
opiáceos, y otros, como la Metadona u otras
medicaciones anti-depresivas, han mejorado la
calidad de vida de grandes consumidores de
drogas que, de otra forma, podrían haber permanecido sin ayuda. Además de esto, esta interpretación nos provee de recursos teóricos para
entender aquellos comportamientos humanos
intrínsecamente inadaptativos invitándonos así
a reconocer la posibilidad de que, sencillamente, algunos comportamientos no pueden ser
plausiblemente descritos como respuestas adaptativas a condiciones del entorno. Los científicos sociales en particular olvidamos a veces que
el propio organismo humano puede interferir, y
de hecho a veces interfiere, en nuestra actuación
como actores sociales competentes (Leder
1990; Turner 2000). Una mayor sensibilidad
hacia los procesos neurológicos nos puede servir como un importante contrapeso a nuestra
proclividad como científicos sociales de explicar toda conducta humana a través de una mirada racionalizadora.
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
No obstante, y una vez dicho esto, los modelos neurológicos sufren de significativas limitaciones teóricas. Fundamentalmente, existen un
gran número de pruebas que sugieren que el
hecho de que los efectos del consumo de drogas
sean experimentados como placenteros o no
placenteros depende de los significados que
dicho consumo posee para las personas (cf.
Becker 1953, 1967; MacAndrew and Edgerton
1969). Estos significados no pueden ser explicados exclusivamente a través de los mecanismos bioquímicos del circuito cerebral placer/premio (Weinberg 1997a). Al basar sus teorías sobre el consumo compulsivo de drogas en
la errónea presunción de que la ingestión de
ciertas sustancias químicas producen invariablemente experiencias placenteras (cf. Gardner
1992), los neurólogos ignoran sistemáticamente
cómo la cultura y la praxis moldean cómo y en
qué casos el consumo de droga se convierte en
algo placentero u obligatorio para las personas.
Si nuestro objetivo es arrojar luz sobre los
patrones de consumo de drogas de diferentes
individuos, la ceguera hacia los significados
que poseen las drogas, hacia la relevancia práctica de su consumo y hacia aquellas experiencias inducidas por ellas, se convierte en un serio
hándicap teórico. Dicho más específicamente, si
nuestro objetivo es entender cómo la gente puede perder su auto-control cuando consume drogas se hace absolutamente indispensable entender tanto la relevancia práctica del consumo
como los significados asociados al mismo y a
las experiencias inducidas por él.
Permítaseme argumentar esta posición en
más detalle. La investigación biomédica sobre
la adicción asume la existencia de un mecanismo, o mecanismos, universales a todo sistema
nervioso humano que unen causalmente, de un
lado, los eventos físicos provocados por la
ingestión de drogas en todo cerebro humano y,
de otro, las experiencias subjetivas de placer y
la búsqueda de drogas en consumidores específicos. Esta asunción neurológica universalista
no encaja con el hecho empíricamente manifiesto de que no todo el mundo disfruta de las experiencias inducidas por la droga (o, de hecho, con
cualquier otro tipo de experiencia)4. Tampoco
encaja con el hecho empírico de que individuos
El filósofo de Harvard Richard Moran (2002) escribe incisivamente sobre este asunto,
“Se dice a veces que las drogas ‘producen’ placer, pero esto es sólo cierto en el mismo sentido en el que los cuartetos de cuerda o los
quesos curados ‘producen’ placer. En ambos casos podemos proveer la causa sin producir el efecto, por ejemplo en el caso de que a la per4
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específicos puedan disfrutar de estas experiencias en algunas circunstancias y detestarlas plenamente en otras (un ejemplo que doy normalmente a mis estudiantes es comparar la experiencia de estar borracho en una fiesta con la
experiencia de estar borracho en un examen
final). Es de suponer que los neurólogos no pretenden argumentar que las características estructurales o funcionales del circuito de placer/recompensa del sistema nervioso o la propia
estructura química del alcohol, varían de un
contexto social a otro. Ahora bien, si estas
variaciones no pueden ser ligadas a cambios en
el cerebro o en la estructura molecular del alcohol, parece por tanto que se ha de admitir que
las orientaciones socio-culturales hacia los
valores o beneficios del consumo del alcohol
y/o de los estados mentales producidos por él en
diferentes contextos sociales influyen profundamente en si dichos estados son experimentados
subjetivamente como placenteros o repulsivos.
Esta conclusión pone en cuestión el continuo
intento de generar explicaciones científicamente defendibles a partir de una aproximación biológica reduccionista al placer, la búsqueda del
mismo, al dolor, o a la evitación del mismo.
Pero más allá de la incapacidad de los modelos biológicos reduccionistas para dar cuenta de
la variabilidad de los efectos de las drogas en
diferentes contextos sociales, ha de señalarse
también que este modelo de enfermedad cerebral
sólo nos permite considerar la hipótesis de que
un gran consumo de drogas incrementa la propensión de los consumidores a aumentar dicho
consumo. Ahora bien, para aquellos de nosotros
interesados en la adicción per se, esta hipótesis
no nos dice absolutamente nada sobre la naturaleza del auto-control, de su pérdida, de las características de las substancias supuestamente adictivas o de aquellos comportamientos que amenazan dicho auto-control. Si lo que queremos es
llevar a cabo una investigación sobre la naturaleza de la adicción no nos podemos conformar con
teorías que sólo hablan de incrementos o disminuciones en nuestro deseo por diversas cosas o
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actividades. Si la pérdida del auto-control es el
criterio definitorio de la adicción, tal y como
señalan los principales autores en este campo de
estudios (cf. O’Brien,Volkow & Li 2006, West
2006), se hace entonces indispensable que la
investigación sobre la adicción se construya, en
primer lugar, sobre una idea clara de cómo el
self 5 puede desplazarse más allá del control de la
acción humana. Sólo entonces podremos entender cómo cosas tales como las adicciones pueden
llegar a debilitar la relación causal entre el self y
sus acciones.
Una vez que emprendemos la investigación
sobre el self humano y su relación con el autocontrol pronto se descubre que el self no pertenece a los llamados tipos naturales que, como el
cerebro, el sistema nervioso, o la dopamina,
pueden ser encontrados a través de la inspección de la anatomía o fisiología humanas. Antes
bien, el self se revela como una acrecencia de
ideas y prácticas sociales de diversos orígenes
que sólo pueden ser propiamente entendidas en
relación al contexto socio-histórico, principalmente Occidental y Moderno, en el que ha sido
forjado y/o adoptado (cf. Berrios & Markova
2003; Taylor 1989). Así pues, parece que cualquier respuesta adecuada a la cuestión de si las
intervenciones son empoderadoras u opresivas
para los pacientes en los tratamientos de la adicción pasa necesariamente por abandonar la neurología y por hablar explícitamente de cómo el
self de los pacientes toma una forma específica
en los contextos socio-históricos específicos en
los que se desarrollan la vidas de los pacientes.
2. TEORÍAS CONSTRUCCIONISTAS
SOCIALES SOBRE LA ADICCIÓN Y
SUS LIMITACIONES
Al contrario que las investigaciones neurológicas sobre la adicción, las investigaciones basadas
en el construccionismo social han mostrado una
larga preocupación por el significado social de las
drogas, por la variabilidad de sus efectos en dife-
sona no le guste la droga o la música, o en el caso de que no vea qué es lo que ha de disfrutar en estas cosas. Lo que para una persona es
un placer nebuloso y narcótico, para otra persona puede ser meramente desorientación y un desagradable mareo. Incluso en este caso,
cuando hablamos de que las drogas ‘hacen’ esto o aquello, encontrar placer en una experiencia tiene que ver con tener la inclinación de
aceptar el placer que es suministrado. El hecho de que este “saber hacer” se produzca en la persona de forma natural o espontánea no significa que la forma en la que la persona se involucra sea menos activa, como sucede en el caso de las habilidades físicas cotidianas o en
los hábitos de inferencia”.
5 N. de T. A fin de evitar construcciones farragosas hemos preferido dejar aquí el original inglés Self en lugar de optar por su traducción más usual como ‘sí mismo’.
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rentes contextos sociales así como por la relación
entre la adicción y el self. Puesto que la gran
mayoría del trabajo del construccionismo social
se ha hecho desde el interaccionismo simbólico,
usaré aquí los términos de construccionismo
social e interaccionismo simbólico de forma
intercambiable. Comenzando con el trabajo pionero de Alfred Lindesmith (1938), las investigaciones basadas en el interaccionismo simbólico
han otorgado un lugar privilegiado a los roles que
el aprendizaje social y el significado lingüístico
juegan en la formación del comportamiento adictivo. En su estudio, Lindesmith ya señalaba cómo
aquellas personas a las que se les suministra suficiente morfina en el hospital para que desarrollen
tolerancia psicológica rara vez llegan a convertirse en adictos. Lindesmith atribuyó este hecho a la
ignorancia de los pacientes sobre las fuentes de la
angustia causada por la abstinencia. Por lo general, los pacientes hospitalarios no reconocían que
su náusea, sus dolores musculares, sus constipados u otras dificultades, como síntomas derivados
de la retirada de la morfina, por lo que no entendían que necesitaran un opiáceo para paliarlos. Sin
embargo, los adictos de la calle consumían los
opiáceos conscientemente. Por lo general, estos
adictos conocían el hecho de que estas drogas
podían producir síntomas fisiológicos de síndrome de abstinencia y que estos síntomas podían ser
aliviados aumentando el consumo. Para
Lindesmith en el momento en que los consumidores aprendían a consumir estas drogas para aliviar
los efectos del síndrome de abstinencia es cuando
simples consumidores de drogas se convertían en
genuinos drogadictos. Un elemento crucial de
esta teoría es el significado que los consumidores
de drogas aprendían a atribuir tanto a las drogas
como a sus efectos percibidos.
El trabajo de Lindesmith (cf. 1938, 1968)
refleja la sabiduría de una era en la que parecía
científicamente sensato hablar de la distinción
entre drogas duras (que se caracterizan por producir síntomas psicológicos de abstinencia) y
drogas blandas (que se caracterizan por no producir dichos síntomas). Pero esta era ha pasado
ya. En la actualidad, los científicos establecen
confiadamente una distinción entre aquellas drogas que producen adicciones genuinas, o físicas,
y aquellas drogas que quizá puedan producir una
vaga adicción psicológica (ver Leshner 1997,
West 2006). El catalizador más importante para
este cambio de época fue la emergencia del
crack. La cocaína de crack es ampliamente conoPolítica y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
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cida tanto por profesionales clínicos, consumidores y por otros, por ser extremadamente adictiva,
aunque, por muy extraño que parezca, no produzca síntomas fisiológicos de síndrome de abstinencia (Gawin 1991). Lo mismo se puede decir
de la nicotina y de todas las llamadas adicciones
de comportamiento, incluyendo el sexo, el juego,
la comida, etc.
Además de esto, fiarse de la distinción entre
adicciones psíquicas y fisiológicas nos enfrenta
a un grave problema teórico: la recaída. El propio Lindesmith escribió primordialmente sobre
las actitudes y comportamientos de consumidores fisiológicamente tolerantes dedicando un
tiempo considerablemente menor a tratar de
resolver la propensión de grandes exconsumidores a recaer en la heroína tras cesar los síntomas del síndrome de abstinencia. A pesar de
ello, Lindesmith elaboró la siguiente lista de
influencias para explicar la propensión a recaer
por parte de grandes exconsumidores,
...las percepciones alteradas del adicto que le han llevado a responder a casi cualquier fuente de angustia como
si fuera causada por el síndrome de abstinencia y pudiera ser aliviada por una dosis; la neutralización de los
recuerdos de las miserias de la adicción, las cuales son
consecuencias relativamente remotas en el momento de
ponerse un tiro comparadas con las consecuencias invariablemente satisfactorias e inmediatas de ponérselo; la
racionalización del abstinente de que la vida sin drogas
es tediosa, de que está mucho mejor consumiendo drogas que sin ellas, y de que quizás sea indiferente que las
consuma puesto que, haga lo que haga, ya está estigmatizado; el conocimiento o las creencias adquiridas a través de la experiencia personal directa de la maravillosa
potencia y versatilidad de la droga; y finalmente, la
atracción ejercida por las redes existentes en la subcultura del consumo de drogas, las cuales, al margen de
algunas excepciones, proveen el único marco social en
el cual se hace posible una comunicación plena y libre
sobre todos los asuntos asociados con el habito sin
arriesgar el propio ego (Lindesmith 1968: 154-5).
Esta lista refleja sin duda muchos de los
asuntos que influyen en la propensión a recaer
de muchos exconsumidores de cocaína. No obstante, fracasa ostensiblemente al abordar dos
cuestiones esenciales que se revelan tanto cuando escuchamos cómo los adictos describen sus
problemas como cuando observamos cómo desarrollan sus vidas. En primer lugar, no explica
cómo hemos de entender las explicaciones de
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aquellos que recaen y que, en ciertas circunstancias, sienten que están realmente abrumados, no
simplemente persuadidos racionalmente, por su
deseo de consumir drogas (Weinberg 1997a). Y,
en segundo lugar, no nos explica el repetido
ciclo de abstinencia y recaída. ¿Por qué la propensión crónica de recaer para “neutralizar las
memorias de las miserias de la adicción” no termina por desvanecerse hasta extinguirse tras las
repetidas calamidades asociadas al consumo de
drogas? Quizá deberíamos esperar que todos los
adictos que experimentan problemas serios y
prolongados asociados a las drogas “maduraran” (Winick 1962), pero desafortunadamente
este no es el caso. ¿Qué es lo que hace que la
experiencias derivadas del consumo de drogas
(u otras adicciones) les obligue a continuar
incluso tras asociar repetidamente el comportamiento adictivo con experiencias negativas e
incluso tras su intención declarada de querer
abstenerse? O bien cada una de las personas que
nos informa sobre estas experiencias finge o se
equivoca, o bien nuestros recursos teóricos para
comprender el ciclo de abstinencia y recaída
han de ir más allá del trabajo pionero de Lindesmith –el cual es, no obstante, un trabajo teórico crucial. A los teóricos socio-culturales posteriores no les ha ido mucho mejor que a
Lindesmith cuando han intentado responder a
estas preguntas. A fin de cuentas, éstas no sólo
son cuestiones científicamente importantes,
sino que además son esenciales para el tratamiento y el diseño de políticas, pues son precisamente aquellos que experimentan poderosas
compulsiones a continuar con ciertos comportamientos a pesar de los serios problemas que
implican los que obviamente están más necesitados de asistencia terapéutica.
Marsh Ray (1961) es el interaccionista simbólico que ha desarrollado más explícitamente una
teoría sobre el ciclo de abstinencia y recaída, la
cual es, probablemente, la teoría más ampliamente citada sobre cómo la recaída puede ser
entendida desde el punto de vista privilegiado del
interaccionismo simbólico. Richard Stephens
(1991: 57-8) cita la teoría de Ray como la principal fuente para la elaboración de su propia
explicación de la recaída desde el interaccionismo simbólico. Dan Waldorf (1970: 229) cita la
teoría de Ray como el “único… intento de
aprender algo del proceso de recaía tras un período de abstinencia”, aunque también expresa
algunas reservas sobre el poder explicativo de
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dicha teoría. De acuerdo a la teoría de Ray, el
ciclo de abstinencia y recaída ha de ser entendido como un proceso durante el cual el exconsumidor oscila conscientemente entre un compromiso hacia sus autoconceptos como consumidor
y como no-consumidor. Ray concluye su ensayo clásico diciendo,
…las experiencias socialmente disyuntivas producen un
cuestionamiento sobre el valor de la identidad del abstinente y promueve reflexiones en las que las identidades
del adicto y del no-adicto son comparadas. La realineación de los valores del abstinente con los valores del
mundo de su adicción resulta en una redefinición del self
como adicto y tiene como consecuencia las acciones que
son necesarias para recaer (Ray 1961: 140).
Esta teoría sugiere que la recaída es un proceso que necesariamente conlleva una deliberación
y comparación consciente entre las identidades
de uno como consumidor y como no-consumidor. Como se puede ver, la de Ray es una construcción extremadamente cognitivista, de hecho
racionalista, del proceso de recaída. Quien recae
es un individuo que evalúa racionalmente antes
de decidir si recaer los pros y contras de ser un
adicto versus abstenerse. ¿Pero acaso suena esto
a una adicción? Si Ray está en lo cierto, ¿qué
sentido tiene pensar que las adicciones requieren de algún tipo de asistencia terapéutica? La
dificultad estriba en que, como en la teoría de
Lindestmih, en la teoría de Ray no hay lugar
alguno para los componentes viscerales de la
recaída –aquellas compulsiones emocionales
encarnadas que un gran número de personas
dicen experimentar–, a las que ellos mismos
asignan la principal responsabilidad de sus recaídas, y que constituyen la primordial justificación de la asistencia terapéutica. Aunque de ninguna manera hemos de adoptar los relatos de
nuestros informantes acríticamente (Weinberg,
2000), es no obstante necesario abordar mejor
de lo que lo hace Ray, las actividades y relatos
de aquellos cuyas vidas y experiencias constituyen las únicas fuentes de nuestros datos.
Norman Denzin (1993) es el único interaccionista simbólico que ha intentado introducir el
cuerpo y las emociones del consumidor de substancias en su explicación del consumo compulsivo de drogas. Es de este modo el único interaccionista simbólico que ha intentado moverse más
allá del incorpóreo cognitivismo que caracteriza
uniformemente el entendimiento de la adicción de
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los interaccionistas simbólicos. En su teoría del
“self alcohólico”, Denzin sugiere que los alcohólicos padecen de un “self emocionalmente dividido” en el que el “self está dividido contra él mismo” (Denzin 1993: 362). Aunque esta apreciación acerca del rol de la emoción en el proceso de
la adicción es sin lugar a dudas crucial para superar propuestas anteriores, no logra sin embargo
eliminar completamente el cognitivismo y el
racionalismo tradicionalmente implícitos en las
interpretaciones del interaccionismo simbólico.
Este cognitivismo y racionalismo reentran en la
teoría de Denzin cuando insiste en que las situaciones que inducen al alcoholismo son conscientemente evaluadas como tales sobre la base de
“un sistema interpretativo totalmente sólido”
(Denzin 1993: 67) o sobre “una teoría profana del
alcoholismo” (Denzin, 1993: 64-8).
Denzin acepta la distinción tradicional entre
el deseo fisiológico y lo que él llama el deseo
“psicológico, simbólico, o fenomenológico”,
caracterizando este último como una necesidad
imperiosa o deseo de beber o consumir que se
da en ausencia de síntomas fisiológicos del síndrome de abstinencia (Denzin 1993: 34). Esta
segunda variedad de deseo se entiende como
una respuesta emocionalmente aprendida más
que como una respuesta biológicamente innata
y es claro a lo largo del texto que este tipo de
deseo psicoemocional es el que despierta mayor
interés para Denzin. Sin embargo, hay un aspecto de la teorización de Denzin sobre la emoción
que hace su posición algo difícil de aplicar a la
experiencia del deseo adictivo tal y como ésta
es comúnmente relatada por los propios adictos.
Siguiendo la idea de John Dewey de que la
“emoción como tal emerge a través de la inhibición de una tendencia a actuar” (Denzin 1984:
423), Denzin insiste en que experimentar una
emoción implica necesariamente una evaluación consciente de las percepciones o comportamientos como emocionales. Escribe,
El comportamiento puro no es emoción, como tampoco
lo es el simple darse cuenta de la emoción de ese comportamiento. El comportamiento sólo se hace emocional
cuando es interpretado por la persona y cuando es llevado a interactuar con el self. El cuerpo se ajusta así a las
interpretaciones emocionales que las personas imponen
sobre él (Denzin, 1983: 403-4).
Esta visión nominal de la emoción insiste
correctamente en el hecho de que reconozcamos
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
la “emoción” como una categoría interpretativa,
que es, hasta cierto punto, construida socialmente. Sin embargo, introduce un paso cognitivo que no concuerda con los relatos de muchas
personas que han luchado con el deseo adictivo.
De acuerdo al modelo de Denzin, el deseo, en la
medida que es un caso de experiencia emocional, ha de conllevar “1) un cierto sentido de la
emoción en términos de su definición y conciencia, 2) un cierto sentido del self sintiendo la
sensación; 3) una revelación del self moral o
sintiente a través de esta experiencia” (Denzin,
1983: 403-4). El modelo de Denzin propone así
que el deseo adictivo necesariamente implica,
además del deseo imperioso de consumir, una
interpretación reflexiva de este deseo como tal,
un reconocimiento reflexivo de que uno es un
self particular experimentando el deseo, y algún
tipo de evaluación moral de ese self particular.
Este modelo reintroduce así el cognitivismo que
impedía a Ray entender el carácter visceral y
espontáneo del deseo y nos fuerza a entender la
recaída como estando siempre precedida de una
interpretación reflexiva de uno mismo y de sus
emociones. Este trabajo interpretativo se define
no sólo como un componente posible, sino
como un componente analíticamente necesario
para el proceso de recaída. Esta teoría no da
importancia al profundo poder de lo que George
Herbert Mead llamó “el lado afectivo de toda
consciencia” (citado en Denzin 1984:423) que,
aunque tenga lugar debajo del nivel de la interpretación deliberada, nos guía en gran parte de
nuestra vida práctica. Tal y como sucede en la
teoría de Ray, en última instancia esta teoría
requiere que la recaída sea vista como un rechazo deliberado, cuasi-racional, de la identidad
del alcohólico recuperado en favor de la reanudación del consumo de droga (Denzin 1993:
286-7). De esta forma, esta teoría nos impide
dar crédito a los relatos de muchos de aquellos
que aseguran experimentar la recaída no como
una decisión de reanudar el consumo de drogas
sino como un compromiso firme con una identidad de no-consumidor y con un estilo de vida
que están dolorosa y persistentemente amenazados por poderosas y viscerales compulsiones de
volver a consumir.
En la medida en la que retratan el comportamiento adictivo como invariablemente racional
y en algún sentido, controlado, ni Denzin, ni
Ray, ni ninguna de las demás interpretaciones
de la adición elaboradas por los interaccionistas
167
Darin Weinberg
simbólicos nos puede proveer con un marco en
el que el tratamiento clínico de la adicción no
sea represivo. Al retratar invariablemente al self
de la adicción como la causa del comportamiento adictivo, el intento de suprimir dicho comportamiento no puede lógicamente pasar por
empoderar al self adicto. Así, mientras que los
teóricos de la enfermedad cerebral no poseen
ningún concepto del self o del auto-control, lo
cual les impide discernir si el tratamiento es
empoderador o represivo, la centralidad del self
en las interpretaciones de los interaccionistas
simbólicos conlleva una construcción de todo
tratamiento como necesariamente represivo.
Ahora bien, si lo que queremos es distinguir
entre represión y empoderamiento en el tratamiento de la adicción, lo que necesitamos es
una aproximación que sea suficientemente elástica para poder entender tanto la manifiesta
variedad de formas en las que el consumo de
drogas6 da lugar a más consumo como la variedad de formas en las que los patrones de consumo de drogas causan sufrimiento a sus consumidores, y, aún más importante, que pueda permitirnos entender de alguna forma las causas de
ese sufrimiento sin reducirlas automáticamente
a estructuras neurológicas universales, a funciones/disfunciones del sistema nervioso humano,
o a los comportamientos auto-gobernados de los
interaccionistas simbólicos.
3. HACIA UN ENTENDIMIENTO POSTHUMANISTA DE LA ADICCIÓN
El término post-humanismo posee en la
actualidad una variedad de connotaciones que
surgen de su confrontación con la tradición
Humanista del pensamiento y cultura occidentales. En términos generales, la tradición Humanista sostiene que la Humanidad (antes que
Dios o la Naturaleza) es la fuente de todo sentido y valor en el cosmos y que es posible establecer una división ontológica firme entre el
dominio de la vida humana construido intersubjetivamente y el campo objetivamente construido de la Naturaleza. La tradición Humanista
permea el pensamiento occidental tanto en la
política, como la moral, las leyes, el arte, pasan-
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
do, muy claramente, por las Ciencias Sociales.
Esta tradición puede ser detectada, por ejemplo,
en la insistencia, profundamente influyente, de
Wilhelm Dilthey sobre el hecho de que, puesto
que la vida social está llena de intenciones, sentido y creatividad, esta no pueda ser explicada
mediante leyes naturales sino por medio de la
Verstehen, o entendimiento interpretativo. Puede ser detectada también en el individualismo
metodológico de la teoría de la acción racional.
Y, tal y como ha ilustrado la sección anterior, ha
sido un elemento central del interaccionismo
simbólico. Cada uno de estos paradigmas de
Ciencias Sociales adoptan un compromiso a
priori con el principio de que los átomos irreducibles de la vida social son, inevitablemente, los
sujetos humanos-intencionales, deliberativos,
con intereses y participaciones en los marcos
culturales que dotan a sus mundos con sentido,
valor y racionalidades distintivas.
Aunque a menudo difieren en sus detalles, los
científicos sociales post-humanistas comparten la
preocupación de que esta imaginería nos limita
intelectualmente de diferentes maneras. Les preocupa el hecho de que el compromiso conceptual
con ciertos a prioris acerca de la esencia del actor
humano puede ser científicamente indefendible
en la medida en que no nos permite desarrollar
una comprensión de la naturaleza humana basada
en conceptos desarrollados empíricamente. Por
ejemplo, muchos post-humanistas señalan cómo
diferentes estudios empíricos sobre primates, tecnologías cyborg o de inteligencia artificial, nos
sugieren una concepción más amplia de qué significa ser humano sugiriéndonos además una ruptura de las fronteras conceptuales entre lo humano
y lo nohumano (cf. Haraway 1991; Hayles 1999).
Otros autores argumentan que sean lo que sean
los actores humanos, nuestra preocupación práctica y conceptual por ellos está íntimamente ligada
a redes específicas de entidades tanto humanas
como nohumanas que son las que interactúan
para dar lugar a las estabilidades substanciales y a
las responsabilidades que conforman a los actores
humanos (Callon 1986; Latour 1996; KnorrCetina 1997; Pickering 1995). Finalmente, puesto
que evitan compromisos conceptuales a priori
sobre la identidad esencial de las cosas, sean estas
humanas o nohumanas, los científicos sociales
6 La expresión ‘consumo de drogas’ será empleada aquí en representación de todos los comportamientos supuestamente adictivos al
margen de que estos impliquen o no drogas.
168
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
Darin Weinberg
posthumanistas nos aconsejan prestar atención
directamente a la acción prácticamente situada
para buscar pistas de cómo las identidades de las
cosas implicadas en estas situaciones prácticas
son forjadas, sostenidas, modificadas u olvidadas
en cada caso específico.
He encontrado estas ideas profundamente instructivas en mi propio trabajo, no sólo con respecto a la adicción, sino también, de un modo más
general, con respecto a los desórdenes mentales
(Redley & Weinberg 2007; Weinberg 1997b,
2005). A diferencia de las descripciones del comportamiento adictivo que encontramos en los análisis de los interaccionistas simbólicos, las personas que he estudiado no describen uniformemente
la recaída como un acto auto-gobernado sino
como una pérdida de auto-control profundamente
problemática y misteriosa. Este hecho se revela,
por ejemplo, en el siguiente fragmento de las
notas de campo de mi investigación con presuntos
adictos sin hogar,
Me había prometido a mí mismo que no volvería a consumir un millar de veces y lo decía realmente en serio.
Y entonces consumo. Quiero decir que es como si
hubiera dos lados de mí. La persona racional razonable
que sabe que va a morir si sigue viviendo de la forma
en que lo está haciendo y el loco al que no le importa.
Mi lado razonable puede estar tan seguro como quiera
pero cuando las drogas aparecen delante de mí el loco
toma control y todas las razones que tenía para no consumir desaparecen. Me odio a mí mismo al instante y
me quedo completamente confundido por el hecho de
que acabo de consumir. No quería pero lo hice. Está
bien decir que tienes que tener un compromiso pero
para alguno de nosotros eso no es suficiente.
Necesitamos algo más que eso y no nos ayuda el hecho
de estar satisfechos de nosotros mismos porque tenemos un compromiso como si fuera todo así de simple.
Autores conocidos como Stanton Peele (1989)
y John Davies (1992) han sugerido que tales
explicaciones no son descripciones válidas de la
realidad de la adicción sino que son simplemente
funcionales a nivel social para aquellos que las
dan y/o se las creen. Señalan que, puesto que
estas personas han aprendido de observar a otros
darlas, este tipo de explicaciones han de reflejar
inevitablemente sus culturas, sus “vocabularios
de motivos” (Mills 1940), más que una pérdida
7
Todos los nombres son pseudónimos.
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
real de autocontrol. No pretendo disputar el
hecho de que estas explicaciones sean funcionales o el hecho de que reflejen los compromisos
conceptuales prevalentes en las culturas a las que
los supuestos adictos pertenecen. Lo que disputo
es la suposición de que este hecho impida que
dichas explicaciones sean también descriptivamente válidas (Haraway 1991). Además, la
reducción radical de estas explicaciones a simples ejemplos de esquemas conceptuales y/o
intereses sociales nos impide explicar tanto la
fenomenología de la adicción como fuente de
sufrimiento como las formas en las que las adicciones se manifiestan como agentes no-humanos
causales en diferentes prácticas. No obstante, un
entendimiento post-humanista de la adicción está
perfectamente equipado para superar estas serias
limitaciones.
3.1. DISTINGUIENDO SELVES Y
ADICCIONES EN LA PRÁCTICA
TERAPÉUTICA
En los programas de tratamiento en los que
realicé mi investigación etnográfica, la gente distinguía la agencia humana, o acción auto-gobernada, de la agencia no-humana de las adicciones
fundamentalmente sobre la base de tres consideraciones discrecionales: 1) valoraciones provisionales sobre el carácter distintivo de las adicciones
de cada persona (o en su jerga, de sus ‘patrones’),
2) valoraciones provisionales sobre las circunstancias prácticas de cada persona, y 3) valoraciones provisionales de quiénes eran como individuos los participantes en los programas
(Weinberg 2005). Las limitaciones de espacio me
impiden una discusión completa de estos elementos del trabajo de recuperación, sin embargo unos
cuantos ejemplos pueden ser suficientes para desarrollar mi argumento.
Al entender que una de las características distintivas de la adicción es la negación, los miembros del programa esperaban, por un lado, que
todos fueran abiertos con respecto a las opiniones que los demás expresaban sobre sus problemas y, por otro, que no mostraran una excesiva
preocupación por sus sentimientos de vulnerabilidad ante la recaída. En el siguiente extracto,
Sean7 interpreta la incapacidad de Tony para
169
Darin Weinberg
reconocer que su adicción es una ‘enfermedad
engañosa’ como una incapacidad de mostrar
una agencia humana competente dentro del contexto práctico del programa de recuperación y,
por ende, como una evidencia de que Tony está
aún bajo la influencia de su adicción. Esta interpretación indica tanto el hecho de que para Sean
la adicción es un tipo particular de aflicción
mental como la forma en la que Tony debería
recuperarse de ella. Tony había dicho anteriormente que ya no era vulnerable al deseo de consumir puesto que estaba tomando una nueva
medicación. A lo cual Sean replicó,
“…ten cuidado, porque esta enfermedad que tenemos
es engañosa. Y sabes que muchas de las veces cuando
estás más seguro de que lo tienes chupado, es cuando
salta sobre ti, porque comienzas a someterte a riesgos
innecesarios…”
Tony dijo “Hombre, eso que dices es una gilipollez.
Quiero decir, sé lo que dices y lo he escuchado antes
pero no tengo que estar de acuerdo con esa chorrada.
Nadie me puede decir cómo me siento…”
Después de que Tony se levantara Sean me miró, y
sacudiendo su cabeza dijo “Este chaval tiene un problema. ¿Viste cómo se puso a la defensiva cuando lo único
que le dije es que tuviera cuidado? Quiero decir es lo
clásico, clásico, del comportamiento adictivo. Si tuviera que elegir un síntoma para explicar qué es el clásico
pensamiento adictivo, sería ése.”
La valoración que hace Sean acerca de las
fronteras que delimitan la agencia humana de
Tony en este episodio no están basadas en un
simple correspondencia entre, por un lado, la
conducta personal de Tony, y, por otro, su autogobierno. Más bien, esta valoración está basada
en su suposición acerca de cómo la supuesta
adicción de Tony ejerce o no su agencia no-humana en y a través de su conducta personal. Sean
revela así la expectativa de que existen potencialmente al menos dos agentes causales que podrían
ser manifiestos en la adicción de Tony: 1) la propia agencia humana de Tony, y 2) la agencia nohumana de la adicción de Tony, que bien puede
tomar control sobre la agencia humana de Tony
–de ahí el comentario de que Tony tiene “un problema”–. Así, en este intercambio Sean no sólo
estaba interactuando con Tony como agente
humano, sino que también lo estaba haciendo
con la adicción de Tony como agente no-huma170
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
no. De hecho, al remarcarme el problema que
tenía Tony, Sean estaba respondiendo a lo que él
creía que era la influencia causal que ejercía la
adicción de Tony en ese encuentro (“Si tuviera
que elegir un síntoma para explicar qué es el clásico pensamiento adictivo, sería ése”). Loseke
(1993), entre otros, ha sugerido que de la misma
forma que los construccionistas sociales han
hablado tradicionalmente de condiciones putativas, deberían comenzar a hablar de lo que esta
autora llama ‘personas putativas’ (ver también
Hacking 1986). Este movimiento analítico parece particularmente apto en casos como los programas de tratamiento de la adicción donde a los
participantes se les hace a menudo difícil determinar si la conducta personal está guiada por una
agencia putativamente humana o no-humana.
Las interacciones que observé en el transcurso de
mi investigación sugieren la idoneidad de considerar a las agencias putativamente humanas y a
las no-humanas como igualmente capaces de
guiar experiencias y conductas personales, en
lugar de considerar una como un epifenómeno
necesario de la otra (Weinberg 1997b, 2005).
Como hemos visto, las expectativas básicas
acerca de la naturaleza de la adicción pueden
influenciar las interpretaciones que diferentes
personas hacen sobre el comportamiento de
otros. Ahora bien, cuando se dirimía si las
acciones de diferentes usuarios eran una muestra evidente de sus adicciones o de juicios personales sólidos, estas expectativas tenían que
competir con valoraciones provisionales acerca
de las circunstancias prácticas de cada individuo. El siguiente ejemplo está basado en una
usuaria que había salido del programa y estaba
acumulando un número considerable de deudas
por consumo de cocaína crack. La usuaria fue
contactada por un consejero pero se resistió a
los esfuerzos de este por internarla en un programa de recuperación. En ausencia de factores
atenuantes, los consejeros normalmente consideran esta resistencia como una muestra del
control que las adicciones tienen sobre los adictos. Sin embargo, a pesar de que en este caso
existían factores atenuantes así como un intenso
consumo, la resistencia de esta usuaria no fue
interpretada como muestra de la agencia de la
adicción sino como muestra de una agencia
humana competente.
Se resiste porque no quiere perder su apartamento. Ya
sabéis que se ha mudado a un apartamento que está cer-
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
Darin Weinberg
ca del de sus padres, y es una buena situación para ella.
Tiene miedo de perder su apartamento si se mete en un
programa de internamiento. Puedo entender cómo se
siente. Está en una situación difícil.
Además de las valoraciones provisionales
acerca de la naturaleza de las adicciones de los
otros y de sus circunstancias personales, las distinciones entre la agencia humana y la agencia
no-humana de la adicción se basaban también
en las valoraciones provisionales que hacían los
miembros del programa sobre las características
personales específicas que cada uno poseía en
tanto que individuo. Los miembros del programa se basaban en su conocimiento sobre los
detalles de la biografía de los otros para incorporarlos a sus valoraciones de cómo y en qué
casos los efectos causales de sus adicciones
eran o no evidente en su comportamiento. En el
siguiente fragmento tomado de una sesión de
terapia de grupo, la reciente “rebeldía” de
Sherry es interpretada como una evidencia de
cómo la adicción se reafirma. Paula, una consejera, había mencionado ya su sorpresa al ver el
nombre de Sherry en una lista recientemente
escrita de personas con mal comportamiento.
Paula dijo,
“Vamos a comenzar contigo Sherry. Me sorprendió ver
tu nombre en esta lista. ¿Qué es lo que pasa?” Sherry
dijo, “Yo también estoy sorprendida, no lo sé”. Sherry
mencionó las cosas por las que había sido incluida en la
lista–cosas como no ir a las reuniones o no querer hacer
sus tareas de cocina cuando le tocaba. Paula dijo,
“Parece como que no hiciste muchas de ellas por ese
comportamiento rebelde tuyo”.
Sherry asintió, sonrió, y añadió “Sí, es lo que parece.
Creo que es por ser rebelde”.
Paula dijo, “Cuando empiezas a tener buenas ideas,
cuando empiezas a pensar que sabes mejor que nadie
qué es lo mejor para ti, ése es un buen momento para
comenzar a sospechar y controlarte a ti misma. Cuando
comienzas a decir ‘No creo que necesite ir al grupo’, o
‘No creo que necesite levantarme para hacer mis tareas’
Ése es el tipo de cosas por las que te van a echar de aquí
y por las que te vas a encontrar ahí fuera, justo donde
estabas. Ésa es tu enfermedad hablando e intentando
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
que recaigas. Es realmente importante que cuando
empecéis a tener esos sentimientos rebeldes encontraréis a alguien con quien hablar y que os controléis”.
Sherry asintió obedientemente mostrando su acuerdo.
Sólo gracias al, por otra parte esperanzador,
comportamiento de Sherry (junto con unos antecedentes conocidos de obcecación basados
supuestamente en las drogas) se hizo en este caso
razonable atribuir su reciente y “rebelde” mal
comportamiento a la agencia no-humana de su
adicción en lugar de a su propia agencia humana.
Si consideramos el diagnóstico como una labor
estrictamente técnica y racional (ver Kirk and
Kutchins 1992: 220-3), este tipo de juicios clínicos habrían de ser considerados como verdaderas
aberraciones –en el mejor de los casos podrían ser
vistos como errores y en el peor como ejemplos
profundamente perturbadores de opresión personal llevados a cabo bajo el auspicio de la medicina clínica (cf. Szasz 1961). Sin embargo, si consideramos estos diagnósticos como fundamentados
en el orden moral8 de la comunidad viviente, las
cosas no parecen tan graves. Vistos desde esta
perspectiva, la “rebeldía” de Sherry se resistía a
ser interpretada como una muestra de su propia
agencia humana puesto que tal interpretación era
inconsistente con el agente humano que Paula
creía ver en Sherry (“Me sorprendió ver tu nombre en esta lista”). Dada la inconsistencia de las
impresiones de Paula sobre Sherry, la “rebeldía”
de Sherry se prestaba inmediatamente a ser vista
como un efecto de su “enfermedad” que estaba
“intentando que recayera”. Aunque de acuerdo a
una interpretación estrictamente técnica y racional pueda parecer extraño atribuir una categoría
de comportamiento como la “rebeldía” a causas
nohumanas, las circunstancias prácticas en las
que Paula y Sherry se encontraba favorecieron
que dicha atribución se pudiera dar sin problemas.
Más importante aún es el hecho de que estas circunstancias implicaban el mantenimiento de la
comunidad moral existente entre ellas.
A diferencia de los dogmáticos compromisos
libertarios de autores como Thomas Szasz, quiero sugerir aquí que intervenciones como las que
hemos visto más arriba en el caso de Paula y
Sherry pueden ser interpretadas como empodera-
8 Por “moral” quiero decir aquí responsable en un sentido etnometodológico. De esta forma, el orden moral no sólo se refiere a las
demandas que nos hacemos los unos a los otros de comportarnos virtuosamente, sino también a las demandas morales que nos hacemos
los unos a los otros, y que nos hacemos a nosotros mismos, de pensar y comportarnos inteligiblemente.
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
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Darin Weinberg
dores en lugar de represivas. Pueden ser vistas
como empoderadoras si tomamos seriamente, tal
y como Paula hace con Sherry, la noción de que
personas específicas actúan periódicamente afectadas por las nefasta influencia de agentes intrapersonales no-humanos tales como las adicciones. Desde este punto de vista, acabar con las
adicciones no es per se un acto de represión. Al
contrario, es un acto mediante el cual es posible
liberar a ciertas personas del desastre que sobre
ellos ha hecho recaer una inoportuna enfermedad. Por supuesto, diferentes comentaristas,
incluidos los propios adictos, pueden debatir
acerca de las características de las adicciones y
de la relativa influencia que estos agentes nohumanos tienen sobre su conducta personal en
diferentes casos9. De hecho, tales debates conformaban el grueso del trabajo clínico que observé
en el transcurso de mi investigación. No obstante, el hecho de que las características y relativa
influencia de las adicciones de la gente en sus
actividades sean intrínsecamente debatibles, no
descalifica el hecho de que puedan ser consideradas seriamente como agentes nohumanos. De
hecho, la teoría social post-humanista nos enseña
que es precisamente en esa resistencia a ser descritas y a ser sujetas al control humano cuando
estas agencias no-humanas se hacen más claramente evidentes.
CONCLUSIÓN
En contra de lo defendido por la tradición
construccionista, la economía moral de la práctica terapéutica hace algo más que únicamente
influir en cómo los participantes de los programas producen, sostienen, y arreglan sus creencias acerca de las adicciones que supuestamente
sufren. Como hemos visto en los anteriores
ejemplos, esta práctica terapéutica sirvió de
hecho para dar forma empírica a las adicciones
como cosas-en-el-mundo causalmente influyentes. Las adicciones eran consideradas como
agentes que ejercían una influencia causal sobre
las percepciones y los comportamientos de las
personas alterando de este modo no sólo sus
creencias sino también los cursos de acción que
conformaban la vida de la propia comunidad
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
terapéutica. En lugar de meramente observar o
describir sus adicciones, los miembros del programa llevaban a cabo duras luchas para controlar las acciones que atribuían a sus adicciones
(ver también, Mol & Law, 2004). De hecho,
este trabajo animaba sus adicciones como agentes nohumanos, y hacía que los participantes del
programa entraran en luchas interacionales con
estos desórdenes, que eran entendidos como
realidades confirmadas colectivamente. De esta
forma, el trabajo de la recuperación consistía en
algo más que un simple proceso de conversión
ideológica. De hecho, dicho trabajo consistía en
luchas colectivas encaminadas a superar problemas particulares vistos como efectos de adicciones entendidas como agentes nohumanos materialmente encarnados.
A diferencia de las explicaciones biológicamente reduccionistas, hemos visto cómo los
agentes nohumanos con los que los residentes
pugnaban se constituían únicamente en, y a través de, la economía moral de la práctica del
programa. Las formas que adquirían las adicciones de estas personas no sólo no tenían relación formal evidente con las nosologías formalmente codificadas de la psiquiatría (p.ej. “rebeldía”), sino que además las valoraciones acerca
de su presencia o ausencia en el comportamiento de las personas se dictaban únicamente en
base a la organización, localmente significativa,
de los eventos del programa y a las expectativas
que los participantes tenían sobre ellos mismos
y sobre los otros en tanto colaboradores en la
gestión de estos eventos. Así, se ha de concluir
resueltamente que las pruebas genéticas, neurológicas así como otras pruebas biológicas que
podrían haber sido utilizadas con gran beneficio
en otras circunstancias para el tratamiento de la
adicción, no jugaron ningún papel aquí. Las
fronteras entre las causas sociales y naturales,
humanas y no-humanas, del comportamiento de
la gente y de sus experiencias no se entendían
en ningún caso como predeterminadas sino que
fueron trazadas in situ exclusivamente como
respuestas a las exigencias de la vida terapéutica de la comunidad. Aquellas explicaciones
científicas que pretenden reducir la labor de
establecimiento de estas fronteras a procesos
biológicos o psicológicos reduccionistas que
9 En muchos lugares y periodos a través de la historia, se ha negado a los adictos el derecho a hablar de la naturaleza, los efectos, y el
control de sus adicciones (Weinberg 2005). Obviamente, nuestra habilidad para empoderar a los adictos se ve obviamente minada si negamos sistemáticamente sus voces
172
Política y Sociedad, 2008, Vol. 45 Núm. 3: 159-175
Darin Weinberg
tiene lugar debajo o detrás este labor, pecan tanto de ser insensibles al carácter profundamente
moral de esta labor como de importar recursos
explicativos que no juegan ningún papel evidente en la en el establecimiento de estas fronteras.
Basándose en el trabajo de Bruno Latour sobre
la articulación corporal (cd. 2004), Emilie Gomart (cf. 2002, 2004) ha incorporado los puntos
fundamentales del post-humanismo al estudio de
la adicción. En contra de la tradicional antinomia
existente en la filosofía liberal entre el sujeto
humano definido como absolutamente libre y el
cuerpo humano como determinado mecánicamente, Gomart conceptualizar el consumo de drogas y la adicción como vehículos para la articulación de subjetividades humanas en lugar de cómo
elementos que inevitablemente las destruyen.
Gormart y Hennion (1999) comparan fructíferamente a los consumidores de drogas y a los aficionados de músicas trazando un paralelismo
entre los procesos a través de los cuales la gente
aprende y se prepara para ser tomado por las drogas y por la música. Estos autores argumentan
que la capacidad de sucumbir al placer de las drogas no sólo se explica a partir de un determinismo
bioquímico pasivo, sino que también requiere del
aprendizaje de una serie de habilidades y transformaciones en los tipos de sujetos que somos. Esto
es muy cierto. Gormart (2002, 2004) describe
cómo en la Clínica Azul los pacientes eran consumidores activos y tácticos de drogas y no simples
esclavos de ellas. Así, su dependencia fisiológica
de las drogas de substitución se describe como un
“generoso constreñimiento’, un constreñimiento
fisiológico sobre sus acciones que permitía a los
trabajadores de la clínica coaccionar/seducir
simultáneamente a los consumidores de las drogas para que adoptaran formas de vida más estables y menos arriesgadas. Ahora bien, lo que estos
estudios no abordan, y lo que intento explorar en
mi propio trabajo, es cómo y por qué las adicciones se convierten en elementos que causan sufrimiento en la gente, un sufrimiento del que queremos, eventualmente, liberarlas.
Hacia un entendimiento post-humanista de la adicción
De esta forma, y al contrario que Gomart, no
pretendo conceptualizar la adicción como una
relación entre el cuerpo del consumidor de droga y la agencia nohumana de la droga psicoactiva. He evitado esto deliberadamente puesto que
la gran mayoría de consumidores de drogas no
se convierten en adictos y porque, tal y como
Gomart sugiere, no tiene sentido empírico caracterizar el comportamiento de los adictos
como determinado mecánicamente por las propias drogas. En lugar de esto, y siguiendo la pista de aquellos con los que hice trabajo de campo, conceptualizo las adicciones como agentes
no-humanos que residen en los cuerpos de
aquellos que son adictos. Escribiendo en contra
de las explicaciones biológicamente reduccionistas, Latour (2004: 205) comenta que, “tener
un cuerpo es aprender a ser afectado, ser ‘efectuado’ por el sentido, ser conmovido, puesto en
movimiento por otras entidades, humanas o nohumanas. Si no te involucras en este aprendizaje, te haces insensible, sordo, te quedas muerto”. Pretendo conceptualizar las adicciones
como agentes encarnados que constituyen un
tipo específico de este “aprender a ser afectado”. Ahora bien, mientras que Latour (2004)
parece deslizar el juicio normativo de que cualquier forma en la que los cuerpos aprendan a ser
afectados ha de ser bien recibida, yo quiero ser
un poco más cauteloso. Pienso que tener un
cuerpo es ser vulnerable a la enfermedad (cf,
Mol 2002; Mol & Law 2004). Sin embargo,
como post-humanista, considero las enfermedades no cómo meros mecanismos biológicos
patológicos, sino, más generalmente, como
patrones dañinos de articulación corporal. Es
decir, patrones de articulación corporal con los
que no podemos, o no queremos, identificarnos
ya que ponen en peligro aquellas otras articulaciones con las que nos identificamos a nosotros
mismos. Si dejamos claro que esto es lo que significa la enfermedad, no veo razón alguna para
negar, y sí todas para afirmar, que una adicción
es justamente una de estas cosas.
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