333 Bitácora ¿Por qué diablos hay entre nuestra vida y nuestra literatura una especie de <muro de la vergüenza>? En el momento de ponerse a trabajar en un cuento o una novela el escritor típico se calza el cuello duro y se sube a lo más alto del ropero. A cuántos conocí que si hubieran escrito como pensaban, inventaban o hablaban en las mesas de café o en las charlas después de un concierto o un match de box, habrían conseguido esa admiración... Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos (1967) El lector tiene la posibilidad de poder transitar por todos los textos con libertad de lectura e interpretación. Mas, ¿de dónde obtiene la guía de tránsito?, ¿la direccionalidad que requiere para no perderse entre tanta letra, oración, párrafo, tanta pieza que hay que armar? Alguien responderá que para eso está ahí la teoría y sus postulados, el método y la metodología, pero ¿y bastan? Y si el lector decide navegar para después bucear, es aún peor. El mar es inmenso y se parece al inconsciente, por lo que esconde. Si se anima, ¿será pirata?, ¿o sólo pasajero de cómodo crucero? Eso no importa, si el lector sabe que los navíos tienen un 334 punto vélico, un lugar de convergencia donde todas las heterogeneidades son posibles y nunca fortuitas, cualquiera es bueno. Sucede entonces que ese lector –mi paredro- decide aventurarse a la mar (se acuerda de que el Gran Cronopio quería ser marino y no profesor), se hace del traje de buzo imaginando las profundidades. Pero, ¿cómo saber hasta dónde sumergirse? Porque ni será basto el oxígeno y la destreza tampoco; o la valentía. Recuérdese que en el film Azul profundo el protagonista se arrobó tanto con su experiencia que acabó por renunciar a su vida terrestre para ser-mar. Y ahí te quiero ver. Ya decidido mi paredro construyó senderos, vías de transito, para encontrar el puerto donde anclan los navíos que misteriosamente guardan sus puntos vélicos. Eran muchos y todos tan formaditos que se parecían a los libros en posición de librero. Seleccionó el mejor (pequeño, seguro, atrayente), subió, ahí se uniformó –según el patrón de Hermes- y se procuró una buena inmersión. Bajó, mas no lo necesario. Hacía falta un cable grueso e inoxidable que lo ayudara sin agotarse demasiado. Pero carecía de tal bondad. Así que decidió ir hacia aguas más claras; y allá en el fondo –no muy profundo-, encontró perlas maravillosas y con sólo algunas (las perlas se resbalan entre los dedos, su forma lo permite) subió a la superficie con la intención de reunirlas en un collar. Pero le faltaba el hilo -como le faltó el cable. Así que se despojó de su traje y abandonó el barco. Sabía que era necesario llamar a su Eros geográfico y hacerse a la tarea de buscar por todos los rincones de su mundo lo que le faltaba. Mientras, los rostros velados de los sentidos-perlas aguardaban con paciencia, con el cariño que suelen aguardar los libros antes de ser revividos, antes de desentrañar sus misterios. 335 Mi paredro pensó en la causalidad, en lo primero, lo previo. La imagen del ovillo era la causa que buscaba para una aventurada reinmersión y para construír un collar que mantuviera unidas a las perlas. Y a esa figura le puso por nombre escritor. Con él regresó al mar, bajó (en el sitio indicado por el escritor, que sabe) jalándose vía cable, y admiró. Se encontró con lo que todo cronopio suele encontrarse: extrañas criaturas, mesetas, abismos, maravillas sin fin. Así obtuvo la visión que necesitaba. Luego, al regresar, ensartó el collar. Se cuelga los sentidos-perlas gracias al escritor-hilo, para admirarse con ellos en el espejo, y en su mirada ve reflejada la imagen imborrable del intersticio-mar. Con todo ello se sienta mi paredro a la máquina que todo lo ordena y decide iniciar el mejor de los viajes –el interior. Se viste de cosmonauta y se monta en una autopista plagada de paradores con café, bifurcaciones, árboles a lo lejos, territorios sospechosos. En todos ellos anda y se detiene, avanza y se regresa. Julio Cortázar es su fiel cómplice, el mejor acompañante en el trásito por los textos. Porque sucede que mi paredro, que es terriblemente inseguro, alberga en su alma los más descarnados miedos. Con él se sentía seguro: se avanza en la literatura si se comprende la vida la escritor. Sólo de esta forma se atreve a realizar semejantes aventuras: ingresar en territorio literario, abrir los cuentos, meterse en ellos para ser en el otro, aceptar la mutación, salir triunfante y además escribir lo vivido, empresa compleja, sí. Mi paredro, al leer hace veinte años un cuento de Julio Cortázar, rió. Y esta acción tan poco conocida en la actualidad, lo llevó a querer más la carcajada. Así que se puso a leer todo lo cortazariano. Decidió –años después-, formalizar todo lo aprehendido 336 (no sin antes pensar que tal “formalización” pudiera experimentarse como una alta traición hacia el que le había enseñado que la seriedad, la estructura y el formato, ahogan). Buscó guía en su Hermana, la Hermeneuta Mayor y en las voces recomendadas por ella. Construyó andamios sin tener la seguridad de que por sobre ellos pudiera construir algo. No sé si mi paredro renunció a su obra negra e hizo otra en el aire, o no. Y es que con los paredros nunca se sabe. Y con Eros como sombra, colocó cuadros del Gran Cronopio por toda su casa, lo nombró patrono del hogar y protector de las pequeñas esperanzas. Entonces, se obligó al placer de recopilar toda suerte de textos, periódicos, caricaturas, fotos, films documentales, discos, impresiones de la Internet (las que más). Hasta fue capaz de contactarse con una anciana abuela de no se quién que le mandó de Buenos Aires todo lo que se publicó a raíz de los veinte años de la ausencia del Gran Cronopio. Después de tan ardua tarea se sentó a esperar, las esperanzas deben crecer. Ahí quedó todo aquello acunado por el tiempo. Se añejaron, como el buen vino. Luego vendría la recuperación, la lectura, el reinicio: tiempos de tarea (la motivación se la debe en mucho a la Hermana Hermeneuta). Y con Julio, siempre con Julio, empezó a poner a prueba la sospecha de que es posible establecer una refiguración de segundo grado. “La refiguración de la refiguración”, que no “la mímesis de la mímesis”. Es decir, Cortázar ha refigurado sus propios textos con la intención de guiar el lector, por el país de la invención. Las llaves, las claves para acceder a la casa que ha sido tomada, la respuesta al acertijo que suele ser cualquier noche que se ponga boca arriba, la capacidad para comprender que hay que dejarse poseer por Charlie Parker si se desea llegar a la tierra de los demonios no sólo se 337 encuentra en los cuentos, hay que ir siempre más lejos, buscar. Y en esas lejanías está Cortázar, hombre de bondad, le ha dado eso y más a mi paredro... incluso su nombre. Mi paredro se ayudó del cable-Cortázar y encontró el hilo que cruza tres cuentos. Ese hilo se llama la búsqueda del escritor. Cortázar que busca, sin saber cómo, salir de la casa-prisión-cotidiana. Cortázar que busca romper hasta con el patrón del sueño y “soñar hacia delante”. Cortázar que busca, engañado por la impostura de la máscara, el cielo sin saber que está dentro de él. Y ese Cortázar está en los cuentos, en cada personaje, en cada acción, en toda la narración. Toda su vida, desde su gótico-niño, hasta el vividor parisino, está ahí. Vida y obra son una sola cosa (¿?). (La inseguridad de mi paredro siempre será notable, lúdica, incluso). Se pone de fiesta pues parece que ha descubierto algo que siempre ha estado ahí. Así que mi paredro –que ya habla glíglico- está ahora bailando tregua y catala. Refiguró la refiguración de la configuración que procede de la prefiguración. ¿Y qué es todo eso?, pregunta Polanco. No sé muy bien, responde Calac, pero parece que quiere decir que un escritor se sienta a escribir con todo lo que él es. Escribe cuentos maravillosos, anda por ahí diciéndole a todo el mundo qué son esos cuentos, de dónde vinieron, para dónde van. Entonces llega un lector, de esos que les gusta mucho bucear, y lee no sólo el cuento, sino que hasta se lo cuelga y lo luce como si de él fuera, pues así lo siente. Luego, lee y relee lo que ha dicho el escritor y cae en la cuenta que eso que se ha puesto a divulgar por todos los caminos mediáticos posibles acerca de sus narraciones, son su vida transfigurada en literatura y sus mecanismos de recepción. Mi paredro se admira de haber escrito un texto de múltiples variaciones para un mismo tema (agradece a su Eros geográfico). Son casi cuatrocientas páginas –que eran 338 blancas-, las ha llenado de puntitos negros para sólo decir que vida y obra son una misma cosa. Y cada cosa, para Julio Cortázar, es un vidrio que junto a otros suelen formar figuras caleidoscópicas, siempre cambiantes, distantes y cercanas a la visión de quien busca descentrarse al mínimo pre-texto.