Cargad con mi yugo... pues sí que empezamos bien! Y, encima nos pide que seamos mansos y humildes de corazón! Pero ¿En qué mundo vive el Señor? Ponernos un yugo y que seamos sumisos!!! Pocas cosas dan más miedo –o asco, como queráisen la actualidad que la sumisión y, sin embargo ¿de qué sumisión habla? Pues de esa sumisión que ni los sabios ni los entendidos comprenden; solo los sencillos, aquella gente que entiende que el yugo que nos propone el Señor, lejos de someternos a dictaduras temporales como el dinero, el poder, la vanagloria, etc, nos da la auténtica libertad. La historia de estos últimos siglos (-tranquilos no os la contaré-) ha sido precisamente la historia de la lucha del hombre por librarse de ese yugo del Señor e hijos naturales de esa lucha son el Renacimiento, el protestantismo, la ilustración; no son pocos los que han aparecido en el campo tanto filosófico como religioso que han hecho suya la lucha por la liberación de la Ley de Dios, con un grito que suena fuerte, aunque disimulado, en todos los rincones de la sociedad: “no queremos que este Reine” y se ha ido fraguando en la sociedad la idea de que la fe y la religión son cosas del pasado que somete a las personas a un yugo que se opone a la razón y a la libertad. Por poco que lo penséis veréis que es así; lo triste del caso es que muchos hermanos nuestros en la fe han sido los tontos útiles, se han tragado esas teorías y han contribuido sino a librarse del yugo de la fe sí a diluirlo convirtiéndolo en nulo. Y así se nos ha vendido que estamos en el mejor de los siglos, el siglo XX y XXI, el siglo de la democracia, de los derechos humanos, de la libertad y, sin embargo esto no deja de ser otra mentira: el siglo XX ha sido el más sangriento de toda la historia: cientos de millones de hombres muertos por la violencia humana en guerras –la 1ª y 2ª Guerras Mundiales; las matanzas de los nazis, Biafra y Uganda, Vietnam y Camboya, Bosnia y Ruanda... un informe estadístico nos muestra como desde 1945 ha habido más de 150 guerras locales con un total de más de veintitrés millones de muertos. A finales de siglo, según un informe de Naciones Unidas, había en el mundo más de 55 conflictos armados con más de veintisiete millones de personas desplazadas de sus hogares. En la extinta Unión Soviética fueron asesinados casi setenta millones de personas... A todas estas muertes han que añadir la matanza continua de millones de niños abortados y –cómo no- a cargo de los contribuyentes. Un estudio de la Universidad de Roma ha dicho que a finales del siglo XX el aborto legal acabó con la vida de más de cincuenta millones de niños por año... o sea, unos 125.000 al día... junto a esto, cientos de millones de personas mueren de hambre, de miseria, de enfermedades evitables, sin que el Occidente rico quiera remediarlo. Y a esto, queridos hermanos, le llaman el siglo de las libertades? 1 Mirad, el ser humano tiene sed de Dios, está en nuestro adn, en nuestra constitución como hijos de Dios y si, por lo que sea, intentamos quitarlo entonces aparece ese hombre sin Dios que se convierte, tarde o temprano, en un dios para el hombre, un dios que no salva, un dios que nos tortura, un dios que nos mata. Quitamos la Ley de Dios y ponemos leyes, leyes y más leyes humanas –e, incluso, muchas de ellas inhumanas- votadas, eso sí, por mayoría absoluta y -porque no decirlo- con votos de muchos cristianos que ya se han quitado, soberbiamente, el yugo suave del Señor. Sé, mis queridos hermanos, que no está de moda hablar como os hablo. Que no está de moda deciros que hay que volver a la sencillez de reconocer que hay un Dios que no quiere fronteras –no estoy hablando de fronteras entre pueblos, aunque muchos se esfuerzan en levantarlas- estoy hablando de la frontera entre el hombre y Dios; entre Su Ley y la de los hombres. Debemos ser conscientes que cuando una sociedad se aparta la Ley de Dios, de su yugo, aparece entonces la ley de los hombres que, como hemos visto, va precisamente contra los hombres o, lo que es peor, contra los más débiles e indefensos. El Señor invita a los cansados y a los agobiados para que se acerquen a Él; no dice nada de aquellos que se sienten descansados y tranquilos. El Evangelio es descanso para los que están necesitados, para todos aquellos que han rozado el borde de su existencia. Esa, queridos hermanos, es la lógica de las bienaventuranzas... en la lógica del Señor sólo aquellos que están –por lo que sea- cansados, encontraran descanso. Aquí podríamos alargar las bienaventuranzas: dichosos vosotros los cansados, porque encontraréis descanso. Ay de vosotros, los descansados, porque no tendréis reposo. Y, para terminar, hay que centrar un poco. ¿Cuál es el yugo del Señor? Pues es muy claro: el amor. Pero cuidado, esa palabra en la actualidad también está manipulada. No se trata de cualquier amor sino del amor que brota del corazón de Dios y que debe hacer morada en el corazón del hombre; no podemos olvidar las palabras del Señor: quien me ama cumplirá la Ley. El amor no puede ser ese saco en el que cabe todo e, incluso, eliminar la ley de Dios, precisamente porque el hombre sólo puede dar auténtico cumplimiento al amor cuando lo hace desde el amor de Dios. Bueno, mis queridos hermanos, ahora nos toca decidir nosotros: o aceptamos el yugo suave del Señor, con lo que eso significa o preferimos el yugo del mundo sabiendo también lo que ello significa. 2 Sólo los sencillos aceptarán como acepta el niño la mano de su madre o de su padre para levantarse después de la caída; o quizás prefiramos quedarnos orgullosamente en el suelo, a ras de esta sociedad que soberbiamente odia a Cristo. Nuestra es ahora la decisión. Pero no os engañéis, el yugo del Señor es suave y transmite felicidad, consuelo, alegría y vida, mientras que el yugo del mundo –a pesar de las falsas apariencias- transmite tristeza, agonía, soledad y muerte. Elegidle a Él o al mundo, pero recordad: Él ya os ha elegido a cada uno de vosotros pagando por ello un alto precio: Su Sangre. Pero, por favor, no le pongamos excusas, a Él no! 3