DIRECCIÓN ESPIRITUAL, CONFESIÓN Y AUTOFORMACIÓN. 1. Se dice que somos el peor juez para nosotros mismos y algo de verdad hay en esto. Normalmente necesitamos a alguien que nos ayude a interpretar la voluntad de Dios para nosotros. El sacerdote y el Director Espiritual tiene esta tarea. Por eso, en esta reunión hablaremos al respecto. Y en unión a ello nos referiremos a la confesión sacramental, sin la cual nos faltarían las fuerzas para comenzar siempre de nuevo en el trabajo de la formación de nosotros mismos. 2. La Dirección Espiritual es una ayuda importantísima para nuestra autoformación. Normalmente, sobre todo, es necesaria al inicio del desarrollo de la vida espiritual. Se necesita un Director Espiritual así como el árbol recién plantado precisa un tutor que apoye su crecimiento. La expresión “Director Espiritual” está tomada del uso normal en la tradición de la espiritualidad cristiana; sin embargo, puede inducir a error. El Director Espiritual no es alguien que propiamente “dirige” una persona, le da normas al modo de un superior. El D.E. no posee ningún derecho de mando sobre la persona. Mucho más acertadamente se le podría denominar “consejero” espiritual. 3. La labor de D.E., en general, podría hacerla cualquier persona que tenga suficiente experiencia y conocimiento del corazón humano, de las leyes de desarrollo en la vida espiritual y de nuestro mundo de Schoenstatt. El sacerdote cuenta, sin embargo, con una gracia especial de estado al haber recibido la ordenación que lo convierte en “pastor” para el pueblo de Dios. La misión específica del D.E., es ayudar a que la persona se conozca a sí misma y que encamine su vida según el plan que Dios ha trazado para su vida. En otras palabras, es alguien que como instrumento en las manos de Dios, se pone al servicio de una persona para ayudarla a encontrar y realizar su vocación original de cristiano y schoenstattiano. Su función propia no es “regir” ni “dirigir”, sino, escuchar, ayudar a clarificar, confirmar, insinuar. El D.E., no presenta soluciones hechas ni toma él las decisiones, sólo estimula la decisión personal. Su mayor experiencia, su conocimiento y la gracia de estado que Dios le confiere, hacen que su consejo sea cualificado y una voz especial de Dios para la persona. 4. Normalmente el grupo desarrolla una cierta función de Dirección Espiritual en la medida que se convierte en una comunidad de formación; sin embargo, ello no hace superflua la Dirección Espiritual, pues por una parte hay problemas que tienen carácter más íntimo y, por otra parte, es necesario que la persona descienda a lo más concreto y particular propio de ella y esto no se logra plenamente en el ámbito del grupo. 5. La Dirección Espiritual no es una simple conversación de amigos, en la cual se comenta uno u otro tema más o menos interesante. Es una conversación específica y cualificada, que por lo general se realiza una vez al mes, aunque, en el comienzo, puede ser quincenal. Más tarde se puede espaciar y reducir prácticamente a la confesión sacramental. 6. La Dirección Espiritual se mueva sólo en el foro interno de la persona, en el plano de la confidencia. Su fundamento es la confianza, la que permite que la persona se abra al D.E., con sencillez y franqueza y, de este modo, le plantee sus problemas 1 reales. De nada serviría una Dirección Espiritual en la cual se callan algunas cosas o no se dicen claramente. En este caso la ayuda del D.E. no podrá ser suficientemente efectiva. 7. El ideal es que la Dirección Espiritual esté unida a la confesión sacramental. Si queremos emprender seriamente el camino de la autoformación necesitamos la ayuda de la gracia. Sin la gracia no podemos salir adelante, permaneceremos siempre a medio camino, y, terminaremos desalentándonos. Dios quiere darnos su gracia a través de María y nuestro contacto con Ella en el Santuario; nos la da también, de modo muy especial, a través de los sacramentos. La eucaristía y la confesión sacramental son ayudas esenciales que nos da el Señor en nuestra peregrinación hacia la meta. Quien no se alimenta termina raquítico, no tiene fuerzas suficientes para enfrentar la lucha por los ideales. 8. La confesión sacramental o el sacramento de la reconciliación y misericordia de Dios lo instituyó el Señor tomando en cuenta la arcilla de la cual estamos hechos. Somos débiles y caemos constantemente. Como dice San Pablo: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, más yo soy de carne (es decir, cuenta con una naturaleza herida por el pecado original), vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, más no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, no soy yo quién lo obra, sino el pecado que habita en mí”. (Rom. 7,15 ss). 9. Una de las tareas más importantes de nuestra vida será encontrar una actitud adecuada ante este hecho ineludible de nuestra debilidad y miseria personal. Muchos, al toparse con esta realidad, sucumben presa de complejos de inferioridad. Ven sólo los lados negativos de su persona, no descubren nada bueno en ellos, se sienten incapaces, se desalientan y terminan arrastrándose por el suelo, girando únicamente en torno a su yo enfermizo. Otros, se rebelan contra la propia debilidad, tratan de ocultarla, de disculparla, de disminuirla. Viven, por eso, en una constante tensión interior, ya que tiene que aparentar una farsa. Con ello también terminan enfermándose y haciéndose odiosos ante los demás, ya que pocos soportan a alguien que quiere aparentar lo que no tiene. 10. El arte de la autoeducación debe llevarnos a aceptarnos tal como somos, sin máscaras. No tenemos por qué ocultar nuestra miseria ni ante nuestros propios ojos ni ante los ojos de los demás; tampoco debemos dejarnos llevar por el pesimismo y el desaliento. La lucha por los ideales nos irá mostrando paso a paso nuestros límites: no siempre hacemos lo que nos hemos propuesto, muchas veces caemos porque no somos capaces de dominar nuestros instintos desordenados, porque nos falta voluntad, porque simplemente capitulamos y somos infieles. Es de capital importancia 2 reconocer este hecho, no echarnos tierra a los ojos, ser sinceros y auténticos. Pero el paso siguiente, después de haberlo reconocido, no es caer en la desesperanza o en el disimulo falso de lo que en realidad somos, sino que, a partir de ese conocimiento de nuestra realidad, tenemos que aprender a remontarnos hacia Dios, hacia la búsqueda de su perdón y misericordia. El Hijo Pródigo debe hacerse realidad nuevamente en nosotros: desde la experiencia de su miseria tiene que arriesgar el retorno hacia el Padre. Y lo que él encuentra no es el juez duro e intransigente, sino el padre con los brazos abiertos dispuesto a perdonar; para Él lo que importa no son tanto los pecados de su hijo, sino que la alegría del retorno. 11.Es en este contexto en el cual tenemos que entender la confesión. Desgraciadamente en los decenios pasados se deformó su imagen, se hizo de ella una especie de tribunal ante el cual predominaba la actitud de temor de parte de la persona que se iba a confesar y el castigo y rigor por parte de Dios. La realidad del sacramento es enteramente distinta. La confesión es la mano tendida del padre que quiere levantarnos, perdonarnos y darnos nuevas fuerzas. Todo lo que en estricta justicia merecían en castigo nuestros pecados e infidelidad lo expió Cristo en la cruz en representación de todos nosotros. Él nos conquistó con su sangre la gracia del perdón, y la confesión sacramental es el camino que nos hace asequible ese perdón, que permite que lo experimentemos del modo más personal posible. La confesión es una liberación, es una fuente de alegría inagotable pues nos permite acercarnos siempre de nuevo al Padre y experimentar siempre de nuevo, cuán grande, inconmensurable e invencible es su misericordia con nosotros. 12. En la confesión no sólo nos liberamos del peso de nuestras culpas y miserias, sino que también, junto con recibir la gracia de la reconciliación, que es lo esencial, recibimos también el consejo del confesor o Director Espiritual que nos ayuda a encaminarnos mejor por la vía de nuestro progreso espiritual. Por eso, si la confesión se hace en el marco de la Dirección Espiritual, este aspecto pedagógico de la misma, puede adquirir una mayor amplitud y ser más eficaz. 3