DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Introducción Cuando una persona pronuncia o escucha la palabra “Iglesia”, inmediatamente la relaciona con Dios, sacerdote, monja, rezar y una infinidad de cosas, personas o acciones que tienen competencia con esta institución. Pues bien, por otro lado se habla de la justicia como la función que deberán cumplir los ciudadanos y hacer cumplir por las fuerzas armadas designadas por la ley, es decir, la justicia en el punto de vista general es asunto netamente del Estado. Parece ser que la Iglesia y la Justicia no tienen nada que ver, pero estos dos términos van muy de la mano. La Iglesia divulga una enseñanza que vela precisamente por el bien común y el cumplimiento de la justicia. Esta enseñanza se denomina “La Doctrina Social de la Iglesia.” En el presente trabajo se expondrán los objetivos principales de la doctrina, sus raíces, tanto históricas como bíblicas y veremos la relación entre ésta y el Socialismo, sus similitudes y diferencias ideológicas y prácticas. En fin, es un tema nuevo para muchos y útil para todos, porque de esta manera nos damos cuenta de un servicio más que nos presta la Iglesia. Justificación Inicialmente el propósito de este trabajo era simplemente para una nota en el área de religión, sin embargo, a través de su realización, las razones fueron cambiando. Uno, como parte indispensable de una sociedad, debe saber cuáles y cuántas son las instituciones que trabajan por su bien. Afortunadamente he aprendido que la Iglesia es una de ellas. Así que retomando el inicio de esta justificación, el propósito de este trabajo es aprender cómo, desde el inicio de todos los tiempos y hasta el sol de hoy, la Iglesia, imitando las acciones y enseñanzas de Cristo, se ocupa de la sociedad tomando al pobre, la viuda, el extranjero, etc. como los primeros y más necesitados, gestión que no vemos casi hoy en día. DOCTRINA: Enseñanza que se da para instruir a alguien. Serie de conocimientos, teorías, opiniones, etc., defendidos por una persona o grupo. SOCIAL: Perteneciente o relativo a la sociedad humana o a las relaciones entre las clases de la sociedad. Se dice de los animales que habitan en colonias. IGLESIA: Institución religiosa fundamentada por JESUCRISTO. Conjunto de pueblo y clero creyente en Jesucristo. Cada una de las comunidades cristianas. ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia? La Doctrina Social dela Iglesia es una ciencia que entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan de la realidad del hombre, éstas son: Lo religioso Lo social Lo económico Lo político. Consiste primordialmente en todas las enseñanzas de la Iglesia Católica relacionadas con el tema de la justicia social, llevar a cabo cambios que sirvan al verdadero bien del hombre, instaurar a las personas un nuevo modo de conocer y leer la realidad, les ayuda a abrirse a horizontes más amplios, al servicio de cada persona conocida; el pobre, el anciano, el extranjero, la viuda... Impone la facultad moral de ejercer el derecho para llegar a la justicia, la cual es el fundamento principal de esta doctrina. Sin embargo, cuando se va a comenzar la elaboración de un nuevo conocimiento, lo más razonable es empezar desde la raíz, para obtener un mejor entendimiento acerca de lo que se está próximo a aprender, es decir, de lo simple, llegar a lo complicado. Esta disciplina no es nueva y para entenderla mejor, tenemos que saber de donde proviene. Debemos conocer sus empieces tanto históricos como bíblicos... "Hoy la doctrina social de la Iglesia se centra especialmente en los hombres y las mujeres puesto que ellos están comprometidos en una red compleja de relaciones dentro de las sociedades modernas. Las ciencias humanas y la filosofía son útiles para interpretar el lugar central de la persona humana dentro de la sociedad y para proveer un mejor entendimiento de lo que significa ser un ser social. Sin embargo, la verdadera identidad de una persona es revelada completamente a través de la fe, y precisamente es de la fe de donde comienza la doctrina social de la Iglesia. Si bien se sirve de todas las contribuciones hechas por las ciencias y la filosofía, la doctrina social de la Iglesia está apuntada a ayudar a la humanidad en el camino de la salvación" (Centesimus Annus, # 53-54). Los principios en el corazón de la enseñanza de la Iglesia son: La vida, la dignidad y los derechos de la persona humana. La medida de cada política está en cómo protege la vida humana, promueve la dignidad y respeta los derechos humanos. Este principio es el fundamento de la enseñanza de la Iglesia sobre la guerra, la paz y la vida social. La opción preferencial por los pobres. En la doctrina social católica los pobres y vulnerables tienen el primer lugar en nuestras conciencias y políticas. Si bien el lenguaje es nuevo - es un lenguaje que proviene de América Latina - ha sido abrazado por toda la Iglesia como la expresión contemporánea de Mateo 25: seremos juzgados por todo lo que hayamos hecho por los más humildes, "por los más pequeñitos". La solidaridad. Este es un principio esencial para edificar un mundo nuevo. Es una expresión moral de interdependencia, un recuerdo de que somos una sola familia sin importar nuestras diferencias de raza, nacionalidad o posición económica. Las personas de tierras lejanas no son enemigas ni intrusas, los pobres no son una carga, son hermanas y hermanos, dotados de vida y dignidad, a quienes estamos llamados a proteger. Raíces de la Doctrina Social de la Iglesia “En los inicios de Israel no existían todavía diferencias sociales excesivas. El problema no surgió hasta el sedentarismo de Israel, y en especial hasta después del crecimiento económico de la época de los Reyes. Una vez fueron consolidadas las diferencias sociales, los profetas sobre todo se pusieron de parte de los pobres y lanzaron apasionadas acusaciones contra los ricos y poderosos, contra sus desmanes y codicia.” Concluimos pues, que , apenas aparecen las clases sociales, se ve la necesidad inmediata de defender al pobre y de promover la justicia social , y es ahí cuando comienza la doctrina que trabaja precisamente para lograr estos objetivos. Raíces Bíblicas de la Doctrina Social de la Iglesia Proclama que toda santidad es justicia. Evoca los derechos del pobre, de la viuda, del -extranjero migrante, del desempleado. Afirma el derecho de propiedad (Ex 20,15) y frena el acaparamiento. Reclama justicia en el contrato de trabajo y de comercio (Dt 2,14-1 5.19). Pide la integridad de los jueces (Am 5,7; 6,12) Justicia en el Rey (Pr 16,13). Precisa la dimensión moral y religiosa de la injusticia (ls 5,23; 29,21). La tierra es de Yavé, los hombres están de paso por ella, son huéspedes del Señor (Lv 25,23ss). La Sagrada Escritura Acercarse a los documentos bíblicos para hallar las raíces de la Doctrina Social de la Iglesia es encontrar siempre la misma verdad: están atravesados de principio a fin por grandes enseñanzas en materia de lo social, unas de orden particular, que responden a las circunstancias y vicisitudes de cada momento histórico, y otras de naturaleza más bien universal, que son la expresión de los principios que al efecto se derivan de una muy precisa concepción del hombre, del mundo y de la vida, a saber, la del judeocristianismo. El Antiguo Testamento En los escritos veterotestamentarios, sobresale la enseñanza de los profetas. Tanto su mensaje social como religioso gira en torno al tema de la justicia. El santo es aquel que es justo, es decir, “la conducta religiosa más significativa de la alianza divina es una conducta social: la justicia”. En el Antiguo Testamento “ser justo quiere decir obrar conforme al derecho”; más aún, actuar “no según normas abstractas o ideales, sino según normas concretas, resultantes de la situación social de cada uno” Por esto afirma Johannes Bauer que la justicia aparece en la relación entre Dios y el pueblo o el hombre, y de los hombres entre sí. Así, la justicia se vincula siempre al concepto de derecho, el cual, como lo define Pietro Parente, ...subjetivamente es la inviolable facultad moral de tener o hacer alguna cosa en utilidad propia, (y) objetivamente es lo que se debe a otro. Así, resulta manifiesto que el concepto bíblico de justicia viene determinado por la ley. Lo que destacan los profetas temiendo Dios y amando al prójimo es el derecho. Pero, ante todo, el derecho del humilde, del pobre, del huérfano, del extranjero, del asalariado; o como bien lo dice Pierre Bigo, el derecho de los que los poseedores tienden a excluir de la comunidad de bienes y que deben ser reintegrados en ella. La justicia para los profetas, por tanto, no es primero el derecho de los que tienen como dice el mismo Bigo, sino el derecho primordial de los que no tienen, el derecho del miembro de comunidad cuando se encuentra en necesidad. Estos, desde el principio, aparecen como los protegidos de Dios: Yahvé se presenta desde el comienzo como el amigo y defensor de los pobres y de los oprimidos. Son abundantes los testimonios escriturísticos que patentizan esta verdad bíblica fundamental. La bondad de Dios para con los hombres esclavos, pobres y oprimidos se muestra en la primera de todas las Pascuas, en la liberación del pueblo de Israel: “Y ahora, al oír el gemido de los israelitas, reducidos a esclavitud por los egipcios, he recordado mi alianza.” (Ex. 6,5) Y a partir de aquí, las enseñanzas bíblicas recordarán a los hijos de Israel el deber de la justicia, pues Yahvé fue el primero en ejercerla con ellos: “No torcerás el derecho del forastero, ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahvé tu Dios te rescató de allí. Por esto te mando hacer esto.” (Dt. 24, 17, 18) Pero no sólo es la bondad de Dios la que fundamenta la justicia: también la santidad misma del Señor. En efecto, las exigencias de la justicia están presentes en la Alianza que Dios pactó con su pueblo, pues éste ha de practicar la justicia y la bondad a imitación de la santidad de Dios: “Sed santos como Yo soy santo”, repetirá infinidad de veces el Señor en el Antiguo Testamento.(Lv. 11, 44-45) No son extrañas, entonces, las múltiples medidas de protección en favor del pobre y del oprimido en la ley de Yahvé. En el Exodo se puede leer: “No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuistéis vosotros en el país de Egipto. No vejarás a viuda ni huérfano. Si le vejas y clama a mí, no dejaré de oír su clamor... Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él usurero; no le exigiréis interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo (Ex. 22, 20-26) Isaías también patentiza este deseo de Yahvé: “A mí qué, tanto sacrificio vuestro?” dice Yahvé. “Harto estoy de holocaustos de carneros y de cebo de cebones... desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda..”(Is. 1, 11-17) Y más adelante, este mismo profeta es más enfático aún, al señalar que el ayuno que desea Yahvé consiste en desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo. Que el ayuno consiste en partir con el hambriento el pan, y a los pobres sin hogar recibirlos en casa; cubrir al desnudo y no apartarse de los semejantes.( Is. 58, 6-7) Con la aplicación constante de la justicia, señala este mismo profeta, los hombres cosecharán, como su fruto natural, la paz: La paz será obra de la justicia, y el fruto de la justicia, el reposo y la seguridad para siempre. Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitación de seguridad, en asilo de reposo.( Is. 32, 17-18) Toda la enseñanza del Antiguo Testamento es una permanente invitación a la justicia. Pero a una justicia que va más allá del simple intercambio: es la justicia del don. Esta justicia no humilla porque reconoce el derecho del que recibe, un derecho que no nace de la propiedad y del contrato, sino de la mera necesidad. Es decir, el los escritos veterotestamentarios anuncian de una manera muy singular el gran precepto del Nuevo Testamento: el del amor cristiano. El Nuevo Testamento. Como bien ha expresado Juan Pablo II, un examen objetivo del Evangelio nos muestra a Jesucristo ante todo como maestro de la Verdad y servidor del Amor, y son estas características suyas las que explican el sentido de toda su actividad y de toda su misión. Y esto hace que la doctrina de Jesús no sea una doctrina solamente espiritual, descarnada. Antes bien, al enseñar un código de los principios éticos religiosos, plasmó el alma de una nueva sociedad. En efecto, hay una acción del cristianismo en el orden social que, como dice Higinio Giordani, es directa, concreta, derivada de la obligación que tiene de asistir al que lo necesita, de cualquier categoría, casta y nación, obligación en la que se identifica el mayor mandamiento de la ley nueva. Prohibirle, pues, curar a los enfermos, promover la justicia del trabajo, educar a los niños, hubiera sido vedar a Jesús curar paralíticos y leprosos, llamar a los niños, y hacer todo lo que hizo para el prójimo; hubiera sido expulsar el cristianismo de la vida, para confinarlo en la historia. Por esto, el mensaje de Jesús, que se dirigió al hombre de carne y hueso, con su cuerpo, con su destino social con sus múltiples necesidades, con sus relaciones sociales, ha sido calificado, y con razón, de intrínsecamente social. Jesús trabajó en lo profundo del corazón, en el centro orgánico de la vida; Jesucristo trabajó por formar una sociedad nueva, dándole un espíritu nuevo. Este “nuevo espíritu” no es sino la herencia del Amor: He aquí dice Juan Pablo II lo que nos ha dejado Jesús en depósito, en herencia: el amor a todos los seres humanos. Un patrimonio: pobre en apariencia, pero el más poderoso en realidad. Porque, ¿qué otra cosa pide el hombre sino ser amado? ¿Qué otra cosa proporciona el sentido fundamental a nuestra existencia, si no es esto? De este modo, la transformación social evangélica comienza con cada persona y se proyecta a la sociedad. Cambiando el corazón del hombre se construye una sociedad donde reinen la justicia, el amor y la paz. Y este es el enfoque del Evangelio: Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas las perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.(Mc 7, 2123) El Nuevo Testamento retoma y trasciende la justicia de la antigua ley. No basta con dar lo que exige en justicia el intercambio: es la justicia del don, es decir, del amor. Y este es el que transformando a cada persona, consigue la transformación de la sociedad entera. Es aquí donde cobra su sentido la obra de Jesucristo, quien con sus enseñanzas y su testimonio asentó los fundamentos de un nuevo orden social. En efecto, Jesucristo funda un nuevo orden social en cuanto que constituye el amor en la fuerza de transformación social: todos los hombres, como hijos del mismo Padre, (Mt. 6,9) (Mt. 23, 9) son hermanos,(Mt. 23,8) y como tales deben amarse los unos a los otros sin medida y sin reserva.(Mt. 13, 34) . En la gran familia humana sólo hay una ley: el amor. No hay otra ley sobre ésta.(Mc. 12, 29-31).. Este es el punto fundamental: “Amor que circula en la familia, y no sale de ella, en la gran familia humana.” Reseña Histórica y Encíclicas La publicación en 1891 de la encíclica Rerum novarum marca el inicio del desarrollo de un cuerpo significativo de doctrina social en la Iglesia Católica. Presentó las tres coordenadas de la promoción moderna de justicia y paz (personas, sistemas y estructuras) establecida desde entonces como parte integral de la misión de la Iglesia. Han habido numerosas encíclicas y mensajes sobre temas sociales en los años posteriores; se desarrollaron diversas formas de acción católica en distintas partes del mundo; la ética social comenzó a ser materia de estudio en escuelas y seminarios. Sin embargo, tuvimos que esperar hasta el Vaticano II y la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno para la declaración que representa un cambio en la actitud de la Iglesia referente a su presencia en el mundo, junto a una llamada a establecer el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, para ayudar a la Iglesia a responder a los desafíos en el mundo. Al mismo tiempo, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia indicaba que el laicado goza de un papel importantísimo en el cumplimiento universal de la tarea de ayudar al mundo a obtener su destino en justicia, en amor y en paz. Referente a los documentos que la Iglesia ha promulgado periódicamente desde finales del s. XIX y a lo largo del s. XX, estos contienen reflexiones acerca de los efectos del desarrollo, la sociedad industrial y el capitalismo, los cuales constituyen un aporte invaluable en el actual debate acerca de la globalización. La lista que se incluye a continuación contiene los documentos más sobresalientes de dicho cannon: Rerum Novarum, 1891: Esta encíclica fue escrita como respuesta a los efectos de la Revolución Industrial y es considerada como la base de la Doctrina Social de la Iglesia en la era moderna. Quadragesimo Anno, 1931: Esta encíclica es una reflexión sobre las reacciones causadas por la Rerum Novaru dentro y fuera de la Iglesia. Mater et Magistra, 1961: Esta encíclica trata sobre el progreso social y propone una metodología para la aplicación de las enseñanzas de la Iglesia en situaciones especificas. Pacem in Terris, 1963: Haciendo uso de los ideales de la Ilustración y de las ideas a cerca de la Ley Natural, esta encíclica es una reflexión sobre los derechos de las personas. Inter. Mirifica, 1963: Decreto sobre los Medios de Comunicación (Vaticano II). Sacrosanctum Concilium, 1963: Constitución sobre la Sagrada Liturgia (Vaticano II). Lumen Gentium, 1964: Constitución Dogmática de la Iglesia (Vaticano II) Gaudium et Spes, 1965:Constitución Pastoral de la Iglesia (Vaticano II). Gravissimum Educationis, 1965:Declaración sobre la educación Cristiana (Vaticano II). Ad Gentes, 1965: Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia. Dignitatis Hutnanae, 1965: Declaración sobre la libertad religiosa. Perfectae Caritatis: Decreto sobre la renovación de la vida religiosa. Apostolicam Actuositatem, Decreto sobre el apostolado de los laicos (Vaticano II). Populorum Progressio, 1967: Esta encíclica trata sobre el desarrollo económico y social. Octogesima Adveniens, 1971: Ochenta años después. de la publicación de Rerum Novarum, esta encíclica reflexiona sobre el papel de la iglesia en la ciudad. Justitia in Mundo, 1971: Publicada por el Sínodo de obispos. Evangelíi Nuntiandí, 1975. Laboren Exercens, 1981: Reflexión teológica sobre el trabajo. Sollicítudo Reí Socíalís, 1987:Reflexión sobre la solidaridad y el rol de la doctrina social de la iglesia en medio de las constantes transformaciones de la sociedad. - Los temas que trata La Doctrina Social de la Iglesia son: antropología cristiana derechos humanos el bien común solidaridad y subsidiaridad destino universal de bienes propiedad privada propiedad publica trabajo y salarios huelgas sindicatos la política y los políticos el poder político compromiso sociopolitico de los cristianos la comunidad internacional violencia social la fe cristiana y la cultura medios de comunicación social ecología Conclusiones El obejetivo PRINCIPAL de la Doctrina Social de la Iglesia es velar por el cumplimiento de la justicia. Las enseñanzas bíblicas le aportan a la Doctrina Social de la Iglesia sus dos bases fundamentales: la justicia y la caridad. La Doctrina Social de la Iglesia tuvo sus inicios históricos a fines del siglo XIX, pero tiene su fuente en la Sagrada Escritura, comenzando por el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y los escritos apostólicos. En el Antiguo Testamento, el tema fundamental gira en torno a la justicia, mientras que en el Nuevo Testamento el gran precepto es el del amor cristiano. La Doctrina Social de la Iglesia abarca todas las dimensiones del hombre y trata todos los temas que tengan que ver con su desarrollo físico, emocional e intelectual. Va en contra del Socialismo por el simple hecho de ser hostil a la propiedad y a la familia, acción que va en contra de todas las normas y prácticas de la Doctrina Social de la Iglesia. Diversos papas han condenado al Socialismo tachándola como “Secta Pestífera”, “Secta Abominable”, “Mortal Pestilencia”, etc. RESUMEN El objetivo de la doctrina social de la Iglesia no es sólo intelectual o cognitivo, sino también eminentemente práctico y personal. Debería cambiar nuestras vidas y ayudarnos a asumir nuestras propias responsabilidades con respecto al bien común, especialmente por lo que tiene ver con esa mayoría que está en necesidad. Me propongo desarrollar esta breve presentación de la doctrina social de la Iglesia en cuatro partes: su definición, su naturaleza, sus fundamentos y algunas sugerencias prácticas. 1. ¿Qué es? Aunque podemos tener una idea general de qué es la doctrina social católica, a menudo resulta más simple eliminar las nociones falsas comenzando con lo que no es. La Iglesia deja claro que su doctrina social no es una «tercera vía», un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo. No tiene nada que ver con una agenda económica o política, y no es un «sistema». Aunque, por ejemplo, ofrezca una crítica del socialismo y el capitalismo, no propone un sistema alternativo. No es una propuesta técnica para solucionar los problemas prácticos, sino más bien una doctrina moral, que surge del concepto cristiano de hombre y de su vocación al amor y a la vida eterna. Es una categoría propia. La doctrina social católica no es una utopía, en el sentido de un proyecto social imposible de alcanzar. No se propone describir un paraíso en la tierra en el que la humanidad pueda alcanzar la perfección. A pesar de todo esto, la doctrina social católica se enfrenta seriamente con las realidades y estructuras existentes, y los desafíos de la humanidad para buscar soluciones a las situaciones sociales, políticas y económicas, dignas de la dignidad humana, de manera que se cree un sano grado de tensión entre las realidades temporales que encontramos y el ideal del Evangelio. Las enseñanzas sociales católicas no son una doctrina estática y fijada, sino una aplicación dinámica de la enseñanza de Cristo para cambiar las realidades y circunstancias de las sociedades y culturas humanas. Por supuesto, los principios fundamentales no cambian, porque están profundamente enraizados en la naturaleza humana. Pero sus aplicaciones y juicios contingentes se adaptan a las nuevas circunstancias históricas según los tiempos y lugares. La doctrina social católica pertenece al marco de la teología y especialmente de la teología moral. Según las palabras del magisterio, es la formulación exacta de los resultados de la cuidadosa meditación de las complejas realidades de la existencia humana, en sociedad, y en un contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición viva de la Iglesia. Es un conjunto de principios, criterios y directrices de acción, con el objeto de interpretar las realidades sociales, culturales, económicas y políticas, determinando su conformidad o inconformidad con las enseñanzas del Evangelio sobre la persona humana y su vocación terrenal y trascendente. 2. El contenido de la enseñanza social católica. El contenido de la doctrina social se expresa en tres niveles: -- Principios y valores fundamentales. La doctrina social adquiere sus principios básicos de la teología y la filosofía, con ayuda de las ciencias humanas y sociales que la complementan. Estos principios incluyen la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la participación, la propiedad privada, y el destino universal de los bienes. Los valores fundamentales incluyen la verdad, la libertad, la justicia, la caridad y la paz. -- Criterios de juicio: para los sistemas económicos, instituciones, organizaciones, también utilizando datos empíricos. Ejemplos: valoración de la Iglesia del comunismo, el liberalismo, la teología de la liberación, el racismo, la globalización, los salarios justos, etc... -- Directrices de acción: opiniones contingentes sobre acontecimientos históricos. Esto no es una deducción lógica y necesaria que surja de los principios, sino también el resultado de la experiencia pastoral de la Iglesia y de la percepción cristiana de la realidad; la opción preferencial por el pobre, el diálogo, y el respeto por la autonomía legítima de las realidades políticas, económicas y sociales. Ejemplo: sugerencias de condonación de la deuda internacional, reformas agrícolas, creación de cooperativas, etc. (ver «Gaudium et Spes», Nos. 67-70). 3. Fundamentos. El primer fundamento de la enseñanza social católica es el mandamiento de Jesús de amar: Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. Éste es el fundamento de toda la moral cristiana y, por lo mismo, de la doctrina social de la Iglesia que es parte de esta moral. Jesús decía que el doble mandamiento del amor no es sólo el primero y más importante de todos los mandamientos, sino también el resumen o compendio de todas las leyes de Dios y del mensaje de los profetas. La doctrina social de la Iglesia proporciona por tanto una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Nuestro amor a Dios y al prójimo no consiste simplemente en una obligación semanal de asistir a Misa y dejar algunas monedas en la cesta en el momento del ofertorio. Debe impregnar nuestra vida entera y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente según el Evangelio. Éste es un principio muy importante para superar la tendencia a ver la economía y la política como algo totalmente separado de la moral, cuando de hecho es precisamente allí donde un cristiano hace que su fe influya en los asuntos temporales. El mandamiento del amor por tanto debería representar el fundamento general de la doctrina social de la Iglesia. También hay, sin embargo, fundamentos específicos que pueden resumirse en cuatro principios básicos de la entera doctrina social de la Iglesia, cuatro columnas sobre las que se apoya el entero edificio. Estos principios son: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad. -- La dignidad de la persona humana. El primer principio clásico es el de la dignidad de la persona humana, que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio. Cuando Jesús, usando la imagen del buen pastor, hablaba de la oveja perdida, nos enseñaba lo que Dios piensa del valor de la persona humana individual. El pastor deja a las 99 en el aprisco para buscar a la perdida. Dios no piensa en los seres humanos en masa, o en porcentajes, sino como individuos. Cada uno es precioso para él, irreemplazable. En su carta encíclica Centessimus Annus, el Papa Juan Pablo II subrayaba la centralidad de este principio: «hay que tener presente desde ahora que lo que constituye la trama... de toda la doctrina social de la Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma»38. En él ha impreso su imagen y semejanza (Cf. Gn 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable» (ver «Centessimus Annus», No. 11). De ahí que la Iglesia no piense primero en términos de naciones, partidos políticos, tribus o grupos étnicos, sino más bien en la persona individual. La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de cada individuo. Comprende la importancia del estado y de la sociedad en términos de servicio a las personas y a las familias, en vez de en sentido contrario. El estado, en particular, tiene el deber de proteger los derechos de las personas, derechos que no son concedidos por el estado sino por el Creador. -- El bien común. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común. El Concilio Vaticano II lo define como «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» («Gaudium et Spes» 26, ver GS, 74; y El Catecismo de la Iglesia Católica, 1906). El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos impulsa a buscar nuestro propio bien en detrimento de los demás se supera por un compromiso con el bien común. El «bien común» no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que crea más bien un nuevo sujeto nosotros en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás. Por ello, el bien común no pertenece a una entidad abstracta como el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión. El hombre es fundamentalmente (y no sólo circunstancialmente) social, relacional e interpersonal. Nuestro bien común es también necesario para mi propia plenitud, para mi propio bien personal. Cada persona crece y alcanza la plenitud dentro de la sociedad y a través de la sociedad. Por ello, el bien común se distingue pero no está en oposición al bien particular de cada individuo. Con mucha frecuencia tu bien y mi bien se encuentra en nuestro bien común. El bien común se opone al utilitarismo, la idea de la felicidad (placer) más grande posible para el mayor número posible de personas, que inevitablemente conduce a la subordinación de la minoría a la mayoría. Por eso, la excelencia e inviolabilidad de la persona humana individual excluye la posibilidad de subordinar el bien de uno al de los demás, de tal modo que se convierta el primero en un medio para la felicidad de los demás. --Subsidiariedad. El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de subsidiariedad. Fue formulado por primera vez bajo este nombre por el Papa Pío XI en su carta encíclica de 1931 «Quadragesimo Anno». Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad se deben quedar en el nivel más bajo posible, por tanto al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio se formuló cuando el mundo estaba amenazado por los sistemas totalitarios con sus doctrinas basadas en la subordinación del individuo a la colectividad. Nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera. Incluso antes de la encíclica de Pío XI, el Papa León XIII mismo insistía «sobre los necesarios límites de la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la sociedad son anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de éstas, y no para sofocarlos» («Centessimus Annus», 11). --Solidaridad: el cuarto principio que fundamenta la doctrina social de la Iglesia sólo fue formulado recientemente por Juan Pablo II en su carta encíclica «Sollicitudo Rei Socialis» (1987). Este principio es el llamado principio de solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, debemos tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren. Pero el Santo Padre añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real, que nos permite asumir nuestras responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (SRS, 38). 4. Sugerencias prácticas. Quisiera finalmente bosquejar cinco sugerencias prácticas de cara a la aplicación de la enseñanza social católica, especialmente para nosotros sacerdotes: --Leer y tener un conocimiento bueno y preciso de las enseñanzas sociales de la Iglesia, para ser capaces de exponerlas con seguridad y claridad, y cerciorarnos de que enseñamos en nombre de la Iglesia lo que efectivamente enseña la Iglesia, no nuestras propias opiniones personales. --Humildad, para no tener que saltar de principios generales a juicios concretos definitivos, especialmente cuando se expresan de manera categórica y absoluta. No debemos ir más allá de los límites de nuestro propio conocimiento y competencia específica. --Realismo en la determinación de la condición humana, reconociendo el pecado pero dejando sitio para la acción de la gracia de Dios. En medio de nuestro compromiso por el desarrollo humano, nunca perder de vista que la vocación del hombre es sobre todo la de ser santo y gozar de Dios eternamente. --Evitar la tentación de usar la doctrina social de la Iglesia como un arma para juzgar a los «otros» (empresarios, políticos, empresas multinacionales, etc.). Debemos por el contrario concentrarnos primero en nuestras propias vidas y en nuestras responsabilidades personales, sociales, económicas y políticas. --Saber cooperar de cerca con los laicos, formándoles y enviándoles como evangelizadores del mundo. Ellos son los verdaderos expertos en sus campos de competencia y tienen la vocación específica de transformar las realidades temporales según el Evangelio.