NAVEGANDO CON HERBERT VON BARAJAN pipesarmiento Hace ya dieciséis años que el gran director de orquesta nos dejó, pero la música que interpretaba este genio de la batuta continua sonando en todo el mundo, pues nadie como él logró comercializar de forma masiva las composiciones de los clásicos. El sello discográfico alemán Deutshe Grammophon se convirtió en su mejor aliado, en la compañía que creyó en Karajan cuando éste aseguró que su forma de interpretar a los inmortales de la música sería más cercana, y que eso la haría llegar con mayor facilidad a un público más amplio; y no se equivocó: quince millones de discos se han impreso de sus interpretaciones más destacadas. Quizás, su mayor éxito lo alcanzó después de muerto, cuando se vendieron tres millones de sus adagios en un trabajo recopilatorio que lleva por título Karajan Romántico. Sólo en España se vendieron 650.000 copias. Durante lustros, las piezas creadas por los más geniales compositores de la historia parecía que estaban reservadas para un grupo muy pequeño de intelectuales y amantes de la música que escuchaban a estos grandes directores en recitales pequeños alejados del gran público. Hasta que llegó el genial austriaco, que dirigió orquestas ante públicos masivos, realizando soberbias interpretaciones de los clásicos. Ningún otro director de orquesta ha logrado vender millones de discos interpretando a Chopin, Beethoven, Grieg, Tchaikovsky, Mozart o Wagner. Pero lo que la mayor parte de la gente no sabe, seguramente por ser poco conocida su vida privada así como su biografía, es la enorme afición que tenía el maestro por la mar; en concreto por la vela de competición, en cuyas regatas se afanaba con sus tripulantes para obtener la victoria en toda aquella prueba a la que concurría. Cada verano, en Saint Tropez, la bella villa de veraneo del sur de Francia, donde amarraba su fabuloso velero Elisara de un solo palo y veinticinco metros de eslora, se podía ver al maestro Karajan disputando regatas junto a los más afamados patrones del momento: desde el mítico Dennis Conner, que fue en reiteradas ocasiones caña del barco, hasta el genial Paul Cayar o el mismísimo Eric Tabarly, que también fueron tácticos de lujo del Elisara. El nombre del velero se debía a las dos primeras letras de los nombres de sus tres mujeres: su esposa Eliette y el de sus hijas Isabel y Arabek. Yo tuve la oportunidad de navegar en ese barco junto al maestro en el verano de 1984, durante la Nialurgue, y gracias a la invitación que me hizo uno de sus tripulantes, al que había conocido haciendo widsurf en Tarifa. El viaje desde Bilbao a Saint Tropez en coche se hacía muy largo, pues había que cruzar el sur de Francia por carreteras no demasiado buenas, pero la emoción de embarcar con el famoso maestro en su mítico velero hizo que pasara en un suspiro. Luego, en el barco, Karajan permanecía distante, cordial con la tripulación, pero alejado de las cosas que le rodeaban. Sin embargo, en cuanto izamos velas, tomó la rueda y ya no la soltaría hasta que, desfallecido de cansancio, se tumbó en una litera de la cámara como uno más, ajeno al trajín y a los gritos que se escuchaban a bordo cada vez que hacíamos una trasluchada del Spi o debíamos cambiar de amura. Arropado por velas, escotas y sacos húmedos durmió cuatro horas. Creo que la fotografía que muestro en este artículo es la única que existe del maestro descansando de esa güisa en su barco durante una regata. La foto de su mano derecha apoyada en la rueda del barco, esa mano con la que levantaba pasiones, además de su su famosa batuta, obtuvo un importante premio en Francia. A Karajan le gustaba contemplar los amaneceres; en ese momento mágico e irrepetible pensé que, con toda seguridad, le evocaban melodías, tiempos y pausas para sus compases y armonías. Uno de sus tripulantes más veteranos me contó que también pilotaba su propio avión, y que se deleitaba al igual viendo las formas de las nubes mientras tatareaba alguna melodía. Hablaba un cerrado inglés con acento alemán que era difícil de seguir. En cambio, cuando se comunicaba en francés dejaba de lado la rigidez del alemán y de su boca fluía un idioma suave y delicado. Ese año ganamos la regata, y se alegró como un niño. Río y cantó con la tripulación como si fuese uno más. Por correo me envió varios de sus discos y unas fotografías dirigiendo a la filarmónica de Berlín. En mi ya larga faceta de marino he hablado con otros hombres de mar europeos de la pasión por la mar del genial músico, y todos los que le conocieron sostienen que después de dirigir grandes orquestas navegar era lo que más le complacía. Seguramente la mar, como elemento apaciguador e inspirador no tenga competencia, pero la vela, además, concede a la forma de moverse sobre ella unas circunstancias extraordinarias: es un mundo sin ruidos estridentes; a lo sumo hay instantes que los puedes comparar con la simpar melodía de un adagio de Chopin o el Carmen de Bizet. La llegada del temporal seguro que nos ayuda a comprender mejor a Wagner o Beethoven. Por el contrario, un días de brisa junto a Palma te puede hacer sentir con mayor intensidad a Debussy, Dvorák o Mozart. Y con toda seguridad, cualquiera de las de las cuatro estaciones de Vivaldi te transportarán lejos del lugar por el cual navegas. La música y la mar siempre han ido unidas. En el caso del maestro de maestros Karajan fueron dos de sus amores. Tras su muerte, su viuda aseguró: "Herbert dirigía al corazón de la gente". Para mí, sin duda era el mejor organizador de sonidos, de silencios, de tensiones y descansos; y todo eso también forma parte de la navegación a vela. PUBLICACIÓN DE ORIGEN REVISTA DEL REAL CLUB NÁUTICO DE PALMA COPYRIGHT © Todos los derechos reservados