ARTÍCULO DE PERIÓDICO Periódico Fecha En: La Nación Sección: Opinión 19 de octubre de 1991 N° de página 16 a Título Dos universidades Autor Macaya Trejos, Gabriel Ubicación física Colección personal del autor Descriptores Resumen UNIVERSIDADES % EDUCACIÓN SUPERIOR % UCR % TRABAJO Desgraciadamente existen dos tipos de personas que le dan vida a la universidad; unos lo que hacen es una degradación universitaria, al sacar todo el provecho posible optando por la vía del menor esfuerzo. Otros, en los que se incluye don Gabriel, tratan de preservar y fortalecer un modelo universitario de excelencia y responsabilidad en defensa de la universidad auténtica y en busca de su fortalecimiento y consolidación Dos universidades GABRIEL MACAYA La actual crisis presupuestaria de las universidades públicas con su ya tradicional secuela de paros y actividades en defensa de la enseñanza superior estatal invita a reflexionar sobre la clase de universidad por la que estamos luchando. Tal vez las cosas no sean muy simples, pues si se trata, como pretendemos, de luchar por una universidad de excelencia, debemos prever el riesgo de que surja incontroladamente la tendencia a buscar otro modelo que, con respecto a aquello a lo que aspiramos, no seria más que un pobre remedio; una universidad, masificada, no necesariamente democrática, mediocrizante y oportunista. La universidad de excelencia, formadora, desinteresada, comprometida con sus fines académicos, siempre dedicada a la búsqueda de su propio mejoramiento y el de la sociedad en la que está inmersa, lucha desesperadamente por sobrevivir en frente a los enemigos externos, pese a que se encuentra permanentemente frente a la amenaza de verse socavada desde adentro por su propia parodia, Desgraciadamente, hay quienes se sirven de la carencia de autoridad para ausentarse la mayor parte del tiempo de sus labores académicas y dedicarse a actividades privadas más lucrativas, no pocas veces en beneficio de las universidades privadas. También hay quienes, sin voluntad de comprometerse permanentemente con la Institución, la utilizan abiertamente como trampolín de sus aspiraciones políticas. Hay quienes no vacilan en desangrarla, aprovechándose de un crecimiento burocrático tal vez ya desmedido, con el fin de labrarse una carrera administrativa, muchas veces poco exigente y, con frecuencia, fácil. Debemos cuidamos de propiciar, con nuestras omisiones, una universidad que, por ejemplo, descuide su misión esencial y se dedique desordenadamente a suplir todas las demandas de formación que le sean planteadas, independientemente de que existan instancias más adecuadas para proporcionarlas. Esto significaría una tergiversación que, en último resultado, perjudicaría a la sociedad y a la Institución, Muchos estudiantes, víctimas inmediatas de la degradación universitaria, avanzan lentamente en sus estudios, se aprovechan planes y sistemas de estudios largos y permisivos para pasar el tiempo como mejor se pueda, y exigen poco o nada de aquellos profesores que optan por la vía del menor esfuerzo. Estos estudiantes adquieren una visión muy particular de la educación pública, consideran que su pasaje por la universidad es un derecho de origen divino, otorgado desde y para siempre, por el que no se luchó y por el que no se debe rendir cuentas. Otros, es cierto, se dedican con ahínco a sus estudios, y lamentablemente consideran que las actividades académicas y los estudios humanísticos que no forman parte de sus intereses profesionales son meros estorbos con respecto a los cuales no tienen ninguna obligación: pretenden graduarse aceleradamente para integrarse cuanto antes al ejercicio de una profesión o a una actividad lo más lucrativas posible. Sería lamentable que esta universidad a la que aspiramos fuera ya pequeña, en número y en influencia, frente a la otra. Esperamos que no sea reducido el número de profesores, estudiantes y funcionarios administrativos que se dedican a ella con entusiasmo, estimulados por la creencia de que participan en una función esencial para el desarrollo de un pueblo: la de formar recursos humanos para el futuro, generar nuevos conocimientos y participar seriamente en la orientación de la sociedad. Ellos consideran que estas funciones son en sí privilegio suficiente como para sacrificarles la posibilidad de obtener, en otra parte, ingresos económicos mayores. Estos académicos han abierto sus propios espacios lentamente y con tesón, ya que no les fueron dados sino después de largos esfuerzos. Además de enseñar, investigan, ya que consideran estas dos funciones indisociables. Opuestos a la proliferación de cursos de nivel discutible, y de opciones de formación de bajo nivel académico, multiplican sus esfuerzos para elevar la calidad de los programas de grado y para robustecer el posgrado, utilizando muchas veces una infraestructura cuya adquisición ha sido el producto directo de su trabajo, y con harta frecuencia sacrifican su escaso tiempo libre para participar en la gestión administrativa de sus programas. En la universidad que pretendemos consolidar, los estudiantes deben exigir de sus profesores dedicación y actualización en las disciplinas que imparten, y ellos mismos deben una actitud crítica y severa ante lo que se les enseña. Conscientes de sus privilegios como estudiantes de una universidad pública, y dispuestos a retribuir al pueblo el esfuerzo que financiar su educación, deben dedicar todo el tiempo disponible a su formación académica integral que incluye el estudio serio de la realidad nacional y del mundo y la toma de posición frente a los problemas fundamentales de la sociedad, Los funcionarios administrativos de la universidad que propongamos creen en su función de apoyo al quehacer de la academia y, sin renunciar a la defensa de sus derechos gremiales legítimos, respetan la preeminencia del interés institucional. Conocedores de cuáles son las funciones verdaderas de la universidad, subordinan lo administrativo a lo académico y lo ponen, al servicio de los universitarios y no del ritual burocrático. La presente crisis debe ser superada y sólo hay un desenlace posible: la atención, por parte del gobierno, de las financieras de la universidad. Pero no debemos permitir que la inautenticidad se apodere de la academia. De la lucha debe surgir una voluntad de revisión, de rescate y de renovación de la universidad. Y nunca la erección de una caricatura de academia. En esta lucha tenemos que esgrimir, en defensa de la universidad pública, argumentos de prestigio y solidez surgidos de un auténtico universitario, detrás del cual no debe ocultarse la mediocridad ni el fracaso. Conscientes de la importancia de los valores esenciales que están en juego en esta crisis, muchos profesores, estudiantes y administrativos que hemos tratado de preservar y fortalecer un modelo universitario de excelencia y responsabilidad, hemos unido a los esfuerzos por garantizar la supervivencia de la educación superior pública. Pero debe quedar claro que si lo hacemos, es en defensa de la universidad auténtica y en busca de su fortalecimiento y su consolidación. No queremos que esta actitud se confunda, y sí queremos declarar que una vez finalizada la lucha y superado el actual capítulo de la crisis, estaremos vigilantes para evitar el surgimiento de una idea de universidad tergiversada, pediremos explicaciones a las autoridades del caso sobre el uso que pudieren haber hecho de nuestros logros. Que quede muy claro.