COMO RECONOCER UN DICTADOR

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Año: 10, Septiembre 1968 No. 182
COMO RECONOCER UN
DICTADOR
Por M. F. AYAU
Son aquellos que están dispuestos a utilizar
el poder coercitivo del Estado, no sólo para
la indiscutible y legítima función del Estado,
es decir, para evitar actos no-pacíficos
(crimen, fraude, etc.), sino que también lo
usarían para obligar a la gente a hacer lo que
libremente no hubieren escogido hacer, o
bien a impedir que hagan lo que libremente
hubieren escogido hacer.
Son aquellos que no creen que el hombre
sabrá disponer convenientemente de su
patrimonio, y que si ellos no obligan a los
demás a actuar de acuerdo con lo que ellos
consideran conveniente, no se hará nada.
Todo, desde luego, por el bien de los demás.
Son aquellos que dada su omnisciencia
quieren ser los que califican de más o menos
conveniente o inconveniente lo que los
demás libre y pacíficamente desean hacer, y
permitirlo,
inhibirlo,
fomentarlo
o
prohibirlo, según el caso (economía
dirigida).
Son aquellos que, dada la supuesta
incapacidad o egoísmo de los demás,
consideran inútil recurrir a la persuasión, y
no tienen la menor inhibición de usarel
poder, arbitrariamente, para lograr sus
fines.
Son aquellos que consideran conveniente y
necesario, por ejemplo, ordenarle a los
dueños de capital, para qué pueden prestarlo
(control selectivo de crédito) y cuánto
pueden cobrar por prestarlo (tasas y topes de
interés).
Son aquellos que creen conveniente que
unos paguen, obligatoriamente, un precio
más alto o más bajo del que libremente
acordarían vendedor y comprador (precios
máximos o mínimos).
Son aquellos que están dispuestos a que
coercitivamente se le quite al trabajador
parte de su sueldo para convertirlo en
banquero (un Banco «para el Trabajador»),
o asegurador.
Son los que no ven nada de malo en que un
hombre tenga prohibido cambiar el fruto de
su trabajo con el de otro que viva en el
extranjero (control de cambios), sin previo
permiso otorgado por alguien (omnisciente,
por supuesto).
Son, en una frase, los que temen la libertad,
pues si ella prevalece, de hecho, el «petit
dictateur» se queda sin el poder de imponer
su criterio coercitivamente.
Los omniscientes
Hace casi doscientos años, el moralista
escocés, posteriormente reconocido además
como el padre de la Ciencia Económica,
Adam Smith, advirtió:
«El político que tratase de dirigir a los
hombres en el modo como deben emplear
sus capitales no sólo se cargaría a sí mismo
con una función totalmente innecesaria, sino
que asumiría una autoridad que no puede ser
confiada con seguridad a ningún consejo ni
senado, y que en ninguna parte seria tan
peligrosa como en las manos de un hombre
que tuviese la locura y la presunción
suficientes para imaginar que era capaz de
ejercerlas».
Es obvio que todo aquel que está en contra
de la libertad de producir, servir, consumir,
o invertir cada quien su patrimonio sin
coerción ni privilegios, es decir, en contra de
la economía libre de mercado, supone
previamente
la
posibilidad
de
la
omnisciencia por parte del que dirigirá o
guiará a los hombres para que no puedan
hacer lo que libremente escogerían hacer, o
bien, para que se vean obligados a hacer lo
que libremente no hubiesen escogido hacer.
El que está a favor de la libertad no trata de
imponer coercitivamente su criterio a los
actos de los demás. El que defiende la
libertad basa su postura en la premisa que
los demás sabrán escoger cómo disponer de
su patrimonio, qué hacer y qué no hacer, y
que el deber del Estado es proteger los
derechos de libre, honrada y pacífica
disposición de patrimonio, tiempo, talento o
energías, y nunca la de asumir postura lista
so pretexto de que los hombres no sabrán
encauzar sus decisiones hacia su propio
mejoramiento, vale decir, el de la sociedad.
En una sociedad libre, sin embargo, el
dirigente tiene como único instrumento la
persuasión pacífica y será seguido mientras
y en tanto su dirección sea voluntariamente
aceptada por sus conciudadanos.
La postura paternalista necesariamente se
basa en la presunción de incompetencia de
los demás y la superioridad de motivaciones
y juicios por parte del proponente quien, si
no forma parte del gobierno , se identifica
con él al hacer sus recomendaciones.
Tal postura es, obviamente, la típica actitud
de un gobierno dictatorial de izquierda o
derecha, o de cualquier acto aislado de
carácter dictatorial. Las dictaduras siempre
presuponen tal casi-omniscencia para
justificar la omnipotencia.
Y claro, tal postura no necesariamente se
circunscribe a individuos o grupos
oligárgicos. Una mayoría también, por
mayoría de votos, puede destruir o anular
todos los derechos de la minoría, cuando
pragmáticamente sostiene que «la mayoría
manda» sin limitaciones.
Aquel que pretende sustituir con sus propios
juicios valorativos el juicio de sus
conciudadanos, y no tiene inhibiciones para
utilizar el poder coercitivo del gobierno para
imponer su criterio, es un dictador en cuanto
a tal acto concierne, y por lo tanto lejos de
estar contribuyendo al progreso de la
sociedad, aunque tenga éxito su gestión,
habrá contribuido en forma considerable a
regresar a épocas pasadas, cuando todavía
no se había reconocido el valor que para la
sociedad tiene el respeto al derecho
individual del hombre, piedra fundamental
de la democracia.
«En una sociedad libre, el dirigente tiene
como único instrumento la persuasión
pacífica y será seguido mientras y en tanto
su dirección sea voluntariamente aceptada
por sus conciudadanos».
M.F. AYAU
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