San Lorenzo | 73 Diario del AltoAragón / Miércoles, 10 de agosto de 2016 CULTURA Preservar lo esencial Enrique SERBETO Periodista O HACE mucho que hice una excursión en moto desde Amberes, donde empieza a desembocar el Escalda, hasta su nacimiento, cerca de la ciudad francesa de San Quintín. Parece mentira que un arroyo minúsculo que al principio solo parece una modesta acequia se acabe convirtiendo en tan poco espacio en un río tan gigantesco que da salida al mar al puerto más importante de Bélgica. Allí en San Quintín es donde se produjo la gran victoria de las tropas de Felipe II contra Francia un día de San Lorenzo de 1557, y para rememorarlo el monarca mandó construir el monasterio del Escorial. Al llegar a su majestuosa plaza mayor, a la hora en que muchos ayuntamientos en Francia aprovechan para celebrar las bodas los fines de semana, eché de menos que además de una fuente que recuerda el hermanamiento de esta ciudad con San Lorenzo del Escorial hubiera alguna referencia al santo mismo y a sus orígenes oscenses. No sería mala idea. Pero lo más relevante de lo que quería contar no tiene nada que ver con esto. Sencillamente quería referirme a que en un domingo de primavera me fue posible salir de Bruselas y entrar en la provincia holandesa de Zelandia para acabar en la plaza mayor de una ciudad del norte de Francia y todo en una moto de matrícula española. No son muchos kilómetros pero representan un recorrido que en otros periodos de nuestra historia eran imposibles de realizar sin pasaporte y visado o, peor aún, sin levantar sospechas de que se está tramando algo malo. Los europeos en general y los españoles en particular estamos viviendo los mejores tiempos de la historia, en primer lugar porque hemos establecido que lo normal sea vivir en paz y no al contrario. Por hablar de cosas concretas, hace poco se ha celebrado una nueva conmemoración de la batalla del río Somme -que es el que pasa realmente por San Quintín- en la que hace solo un siglo murieron inútilmente más de 300.000 jóvenes. Quiero decir que se mataron unos a otros en nombre de ideales nacionalistas. Un siglo es un periodo de tiempo considerable, pero ahora que vemos cómo el fe- nómeno de la globalización y su aspecto más visible, la inmigración, ha desatado bruscamente una nueva oleada de nacionalismo virulento, ya no lo parece tanto. Es difícil ver que mismos británicos que en 1914 fueron a sacrificar sus vidas en suelo francés y belga son los que ahora han decidido salir de la Unión Europea porque les asusta que vengan trabajadores polacos, lituanos o españoles. Por supuesto que la vida de los españoles y de los europeos no es una fiesta. Claro que hay dificultades. Pero no tantas como para que sea razonable ignorar los beneficios del desarrollo económico, tecnológico y humano que disfrutamos, casi siempre dando por hecho erróneamente que es algo natural y que sucede de forma automática. Vivimos mejor y mucho más tiempo que ninguna de nuestras generaciones precedentes y sin embargo mucha gente se empeña en juzgar la situación respecto a sus expectativas, que pueden no ser realistas, en lugar de compararla con lo que podrían ser las cosas si nos arriesgamos a perder esta base de civilización que lo sostiene todo. Pero, como hacen los nacionalismos y la demagogia populista, siempre es más fácil resumir los problemas de uno echándole DROMYS Artículos de LIMPIEZA DROGUERÍA PERFUMERÍA Les desea Felices Fiestas SAN JORGE, 45. HUESCA Tel. 601 308 212 Es difícil ver que los británicos que en 1914 fueron a sacrificar sus vidas en suelo francés y belga son los que ahora han decidido salir de la Unión Europea la culpa a otro, que es algo que siempre acaba con ganas de darle un puñetazo al “culpable”. Tal vez tenga razón Matew Crawford, un joven profesor de filosofía norteamericano, que dice que vivimos en una sociedad que nos somete a un grado de estímulos tan exagerado que en medio de tanta sobredosis de atención hemos perdido la capacidad de distinguir qué es lo importante de lo que no lo es. Y, peor aún, ya no nos importa. Lo que ha pasado con el referéndum sobre el Brexit ha sido eso precisamente, una campaña basada en argumentos sentimentales e irreflexivos ha llevado a un voto en el que no parece que se haya tenido en cuenta lo esencial, que es lo que tenemos en común los europeos. Y después de esta ducha de realidad, ahora empieza a haber arrepentidos y seguramente habrá muchos más cuando en su próximo viaje tengan que esperar en una cola aparte el controlo de pasaportes, tengan que pagar por usar las redes telefónicas en el extranjero y les hagan preguntas sobre si tienen derecho a usar la seguridad social si caen enfermos estando en otro país. El mismo Jonathan Hill, el comisario británico que ha dimitido después del referéndum y que no es un entusiasta europeísta pero hizo campaña a favor de quedarse, me confiaba el otro día su opinión de que la gente al votar no era consciente de las consecuencias de la decisión que ha tomando. Desde el punto de vista de la antropología moral el resultado de ese referéndum ha sido una catástrofe. Igual que lo fue (en otra dimensión, por supuesto) la batalla del Somme. Escribo estas líneas en un hotel de Bratislava, frente al majestuoso Danubio, por donde veo pasar barcos en dirección a Viena, río arriba, o hacia Budapest siguiendo la corriente. Y son barcos con bandera rumana, austríaca, alemana, húngara, serbia, checa o incluso ucraniana. Tengo delante hasta un crucero fluvial francés que viene de Estrasburgo a través del canal que conecta con el Rihn. Esta es la Europa de verdad, en la que los horizontes de todos son más amplios y donde lo importante es el futuro y no el pasado. Se diría que muchos británicos han votado mientras discutían usando el móvil o escribiendo comentarios ácidos de las noticias de internet, en lugar de aprovechar para sentarse y charlar en persona con los amigos delante de un amable vaso de vino, pensando en el próximo viaje al continente. Este drama probablemente no tenga marcha atrás, pero aún estamos a tiempo de cortar lo que puede ser una nueva epidemia de nacionalismo, preservando siempre lo esencial sobre los intereses mezquinos. Y eso no se hace cerrándose sobre uno mismo o levantando barreras. Y hablando de barreras, a ver si vamos levantando las que quedan por aquí. No hace falta referirse a la travesía central que son palabras mayores. De momento conformaría con el que mantener siempre abierto el túnel de Bielsa fuera un objetivo y no la excepción. A ver si es verdad.