LECTURA Y ESCRITURA, SUJETO Y NACIÓN EN MAGALÍ GARCÍA RAMIS Ariela Schnirmajer Universidad de Buenos Aires ILH – Grupo de estudios caribeños “Ahora que somos un Estado Libre Asociado…si somos americanos, las pinturas de los americanos son las nuestras, ¿no?” (García Ramis, 1992:21) La afirmación de la identidad cultural –portorriqueña, en el caso de Magalí García Ramis- ante la vigencia del colonialismo, es una preocupación importante de su obra narrativa y ensayística, formulada a partir de la exposición de la familia como doble simbólico de la nación. En Felices días, tío Sergio (1986), novela de aprendizaje, el descubrimiento de la identidad cultural puertorriqueña por parte de la joven Lidia se asocia a una fuerte transformación personal en su pasaje de la niñez a la adolescencia. De esta forma, afirmación cultural y personal se imbrican: es esta relación la que nos interesa tratar especialmente en esta comunicación, haciendo especial énfasis en ciertas escenas de lectura presentes en la novela, en las que se juega esta transformación. La interrogación sobre los modos de resignificar las huellas de una literatura impuesta – la norteamericana o la europea- y de prácticas sociales heredadas y naturalizadas, cuando llegan al lector con una alta dosis de seducción, recorre la narrativa y el ensayo de García Ramis. En ese marco, los agentes intervinientes en la construcción de la subjetividad, -familia, escuela, religión, Estado, Universidad-, y sus modos de operar en y sobre el sujeto son fuertemente cuestionados en sus trabajos, en la creencia de que estos modelan decisivamente su sensibilidad y sus creencias. Estos interrogantes orientan este trabajo, anclados en la novela y el ensayo de García Ramis. Nos detenemos aquí en Felices días, tío Sergio (1986) y en el libro de ensayos La ciudad que me habita (1993)- guiados por la hipótesis de que la narradora ofrece respuestas sugerentes que propician la reescritura y la reformulación “culturalista” de la nación y de la subjetividad. No es azaroso que hayamos elegido géneros literarios diferentes. Nos guía la perspectiva bajtiniana quien ha enunciado que la selección de un género discursivo preestablece nuestra intencionalidad, el tratamiento temático, el cronotopo y la orientación externa (condicionamientos de recepción y realización del género) e interna (zonas de lo real que solo interesan al género) (Bajtin, 2002:248-293). El relato “La familia de todos nosotros” publicado en 1976, anuncia en muchos sentidos a Felices días, tío Sergio. La exploración del microcosmos familiar puertorriqueño funciona como metáfora de la búsqueda de un pasado nacional. Lidia, junto a Geño, el tío chamán o guía procedente del extranjero,-prefiguración de Sergio- se lanzan a la búsqueda de una escritura que pueda rendir cuentas de la crónica familiar, para de ese modo apoderarse de los signos del pasado nacional. El cuento se refiere a una tía enferma que recupera la salud al ser puesta en contacto con el suelo nacional. A diferencia del resto de los integrantes de la familia que buscan su cura a través de la religión o las píldoras, la narradora y el tío Geño, en su afán por encontrar el remedio que aqueja a Ileana, se transforman en los “cronistas oficiales” de la familia: se trata de buscar las raíces de su rendición frente a las burlas y a la incomprensión del resto. Es claro que la abuela oficia de alegoría de Puerto Rico y su “rendición histórica”. En clave humorística la búsqueda del pasado familiar se imbrica con el de una arqueología nacional: “(…) “Ibamos a ser un Fray Bartolomé de las Casas, sólo éramos en asociación Sor Geño Lydia de La Casa” (1976:77). Interesa especialmente la complicidad entre Geño y Lidia, tramada a través del diálogo, modo de comunicación fundamental luego en Felices días entre Tío Sergio y sus sobrinos, y tal como la formula Juan G. Gelpí, es la forma que predispone la horizontalización de las relaciones (1993:95). Si en “La familia de todos nosotros” (1976), Lidia desde el inicio está convencida de buscar las raíces nacionales, en cambio, Felices días, tío Sergio (1986) en tanto novela de aprendizaje, propicia una transformación en su protagonista. De su sujeción y deseo a modelos culturales norteamericanos y franceses pasará a tener una sensibilidad particular para las manifestaciones artísticas puertorriqueñas. En Felices días, tío Sergio, la adopción de la primera persona unida a una perspectiva adolescente femenina modelan la mirada narrativa. Lidia evoca el pasaje de su infancia a la adolescencia, y en su memoria lanza críticas a las desajustadas e inauténticas conductas de la familia colonial portorriqueña, aferrada a la imitación de los patrones, modelos y valores de los grupos más conservadores de las sociedades europeas y angloamericanas. Para ofrecer tal perspectiva, la novelista acude al contexto histórico de la sociedad estadolibrista y muñocista de la década del ´50, trasfondo ideológico de la novela. El texto se ubica en el momento de cambio, en el que la cultura de los adultos formados dentro de los valores de la sociedad agraria y católica se ven afectados por los nuevos procesos tecnológicos y de industrialización: Lidia detalla el proceso de educación de la familia, con su inculcación de los valores y prejuicios de la clase media puertorriqueña de aquel entonces: “nos iban educando con una mezcla de conceptos científicos y religiosos, verdaderos y falsos, liberales y conservadores, producto de sus miedos y prejuicios” (1986:28). El mundo más allá de la familia se dividía en dos: del lado del bien estaba el catolicismo, Estados Unidos, Europa, la raza blanca, los militares, los productos provenientes de España, la zarzuela y la ópera; el lado del mal abarcaba a los comunistas, los independentistas portorriqueños y los nacionalistas, el ateísmo, las naciones negras de África y el mambo. Con humor, la narración nivela la seriedad del conservadurismo burgués al resaltar el extremismo absurdo de ambas posturas. Y con una inflexión burlona, la novela presenta la fe ciega de la familia en ideas recibidas, al recordar a la prima Nati gritando que los comunistas son el anticristo1. Como señala María I. Acosta Cruz, no hay en la novela personajes bidimensionales sino que se caracterizan por su complejidad y sus contradicciones. No obstante, para crecer, Lidia debe desprenderse del “cerco agridulce de la casa”(1986:152), sintagma que resume a la familia como espacio de seguridad, pero a la vez, con su cuota de intromisión y ahogo. Esta problemática se juega en la escena del estudio de los niños, en sintonía con la afirmación de Silvia Molloy quien señala que la novela escrita en clave autobiográfica pone de relieve el acto de leer (1991:28). A continuación nos detenemos en diversas escenas vinculadas a la lectura donde se juega la transformación del personaje de Lidia. El diccionario simio – español y sus usos En el estudio que había pertenecido a su padre muerto, Andrés, Quique y la narradora Lidia solían hacer durante las horas de la tarde la tarea escolar, en un completo silencio conventual, bajo la vigilante mirada de la madre Sara, quien mientras tanto se dedicaba a la costura. El ambiente remeda un espacio fuera de la historia y replegado sobre sí mismo 2. En ese marco, los niños habían ideado un sistema de comunicación secreto escrito en pequeños trozos de papel para sortear el control familiar. Para su redacción empleaban el diccionario simio español que acompañaba a los comics de Tarzán, leído con avidez por los niños. “Cuando tarmangani entre, salgo buscar sopu” (p. 38), rezaba el mensaje que Tío Sergio había interceptado en el pase de mano de Lidia a Andrés, cuya traducción era: “cuando Tío, el tarmangani u hombre blanco, entrara al estudio, yo aprovecharía para levantarme y salir un momento a buscar comida, sopu, que traería escondida, galletas o algo así, para los tres” (38). La escena exhibe un uso creativo de un lenguaje dado –el simio español- orientado a un fin liberador: eludir el control familiar. Los niños, de manera lúdica, se apropian e internalizan el comic proveniente del ámbito norteamericano – recordemos que el personaje ficticio de Tarzan es el ícono de la cultura popular creado por Edgar Rice Burroughs en 1912 - y lo reutilizan para sus propios fines. Andrés le explica a Tío Sergio el modo más efectivo de aprenderlo. “(…). Es más fácil si te lees los comics, porque al ver los dibujos los asociás con la palabra”, explicó Andrés, que era el más inteligente de todos los Solís” (1992:39). 1 Este ejemplo y otros los señala María I. Acosta Cruz para mostrar el modo en el que la novela contrarresta la presentación de personajes bidimensionales. “Todos los personajes son complicados y humanos, en especial la madre de Lidia, joven viuda ultraconservadora, creadora en la disciplina estricta, pero feroz defensora de sus hijos”. Ver María I. Acosta Cruz, “Historia y escritura femenina en Olga Nolla, Magalí García Ramis, Rosario Ferré y Ana Lydia Vega”. En Revista Iberoamericana, nº 162-163, enero – junio, 1993, p.265-277. La cita figura en la página 270. 2 En una entrevista que Frances Negrón – Muntaner efectúa a Magalí García Ramis, la narradora se refiere al cambio en los modos del ocio que supuso el auge industrial post ´50. “con el auge industrial…la gente se desplaza, aunque sea a pararse en una esquina a ver la plaza o irse tierra adentro. Ahora tú ves miles de gentes en los ríos bañándose, tomándose un refresco. Antes eso no existía. Tú pasabas horas y horas en tu casa. Mucha gente aprendía a coser. Si uno era chiquito lo ponían a pintar, a hacer rompecabezas…”, en Hispamérica, 64/65, año XXII, abril/agosto, 1993, pp.89-104. Cita en p. 94. El joven incorpora estrategias que le facilitan la adquisición de la cultura popular colonial, representada en los comics, material de lectura efectuada en los ratos de ocio y permitido por la familia Solís pues proviene de uno de los espacios culturales valorados. En esta microescena, la novela propone la reutilización creativa de los comics y, de esta manera, recoloca a los niños en la historia. Junto a nuestra lectura articulamos la mirada de Juan G. Gelpí quien señala que la novela puede leerse como una defensa de las prácticas de resistencia de los niños y los adolescentes frente al poder de los adultos3, interpretación plausible para la escena analizada. La complicidad entre tío y sobrinos, -todos se transforman en simio-español hablantes-, se modela a partir del lenguaje como forma liberadora. La protagonista se halla desde el inicio en la búsqueda de una expresión cultural de orden diverso, relacionada con una práctica social y una sexualidad más auténticas y con un placer más genuino por el arte, en cuyo recorrido la figura de Tío Sergio oficia como mentor y sustituto del padre muerto. Este, rechazado y marginado por los familiares y adultos, deviene en un sujeto de gran importancia para los niños al ofrecer significaciones y valores contrarios a los del simbólico represivo de la cultura de la madre, las tías y los demás adultos y de muchos de los conocimientos provenientes del ámbito escolar. En ese marco, el diálogo, como ya señalamos, es la forma privilegiada para mostrar la horizontalización de las relaciones sociales entre tío y sobrinos, es decir, supone la creación de vínculos entre iguales. Los interrogantes infantiles, cándidos o inesperados, no inoportunan a Sergio, y lejos se halla éste de una práctica de “didactismo autoritario”(1993:95). Por el contrario, sus charlas propician un aprendizaje que posee un carácter transgresor. Por otra parte, el punto de vista adolescente permite introducir problemáticas difíciles sin tener que reponer demasiados datos. “¿Por qué tú lees los mismos libros muchas veces, Tío?” es la pregunta que le formula Quique a Sergio, interrogante que deviene apertura al conocimiento de una literatura otra: Luis Palés Matos, Laagerkvist, Miguel Hernández. En cambio, en el ámbito familiar, la pregunta lleva a la respuesta que clausura. Silvia Molloy señala que “las referencias a otros textos, en las autobiografías, adoptan formas diversas ”donde el encuentro del yo con el libro es crucial” (1996:28). En el caso de Felices días, los prejuicios introducidos en la lectura de tema religioso generan el cuestionamiento de la narradora, huella de su proceso de transformación identitaria. 3 Juan G. Gelpí señala que al leer a la novela como práctica de resistencia infantil frente al poder de los adultos “se desvía de la manifestación clásica del bildungsroman en la cual se subraya, como señaló Moretti, la docilidad del o de la aprendiza”. En ese marco, Gelpí explica que John Fiske, un estudioso de la cultura popular, plantea que la interpretación que hacen los niños y los adolescentes de los espacios y textos de la cultura popular es una forma de resistencia al poder de los adultos y de los sectores hegemónicos de la sociedad de consumo. Ver “Textos de aprendizaje”, en Literatura y paternalismo en Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993, p. 93. Para John Fiske, ver “Shopping for Pleasure” y “Madonna”, en Reading the Popular (Boston: Unwin Hyman, 1989), pp. 13-42, pp. 95-113. En su recorrido por la ciudad de San Juan, -lejos de la mirada vigilante familiar-, Lidia compra comics: “Atila”, “Mahoma”, “Quevedo”, “El Cementerio Flotante” de Emilio Salgari. “Con los restantes 10 centavos me compré un comic de Vidas Ilustres titulado El Beato Ferrini, un Santo de Frac” (1992:100), señala. La lectura desencadena en la niña las preguntas: “¿Por qué las mujeres son fuentes de pecado para los hombres?” “En estos comics de Vidas ejemplares dicen que las mujeres eran mandadas por el demonio para tentar a los santos. ¿Y a las santas, les mandaba hombres el demonio?” (1992:103). Ante tales planteos, la madre evade el tema a partir de su invocación a la gracia divina y finalmente la deriva a un cura americano para esclarecer sus dudas. Más allá de las muchas lecturas, el “reconocimiento de un libro entre muchos otros, es fundamental para el autobiógrafo”(1996:28), señala Molloy. Tras el alejamiento de Tío Sergio y su regreso a Nueva York, Lidia, dolida por la pérdida, debe realizar un ensayo sobre el poema “Evangeline” de Longfellow. En la imposibilidad de la traducción, -“primeval” por “primigenio”, en la inadecuación entre el poema y el contexto local, entre los pinos referidos y las palmeras tropicales se completa la transformación nacionalista/cultural y personal de Lidia. El desenlace feliz puede leerse en la medida en que el personaje encuentra una coherencia al asumir una identidad nacional. Identidad en la que Sergio cumple un rol central. La lectura incluye no solo libros sino también cuerpos. Lidia lee el olor de Sergio y desarrolla potentes fantasías eróticas –connotadas mas que denotadas – al espiarlo cuando intenta mantener relaciones sexuales con Micaela, la empleada doméstica. Después nos enteramos de su homosexualidad. Mentor de Lidia, propulsor de su transformación en sus gustos y creencias, propiciador de un cambio que implica transgresión, Sergio es sin embargo fuertemente apostrofado por la protagonista en el último capítulo. Apóstrofe leído por Aurea María Sotomayor (1993:317-327) como un reclamo a su derrotismo: el nacionalista Sergio regresa a Nueva York, vive en la clandestinidad y muere sin animarse a materializar sus creencias. Pero es el que enciende la chispa de Lidia. La ciudad como texto: entre la crónica y el ensayo-crónica “Los cuentos de San Juan y los cuenteros dan la forma substancial a lo que somos” (García Ramis, 1993:139) Si la indagación acerca de lo nacional en Felices días se enhebra en clave autobiográfica, en La ciudad que me habita, serie de artículos publicados previamente en distintos periódicos, la enunciación se generaliza, pero no por ello se distancia. A través del ensayo, forma abierta pero ordenada, oscilante entre la voluntad de verdad de los discursos objetivos y la expresividad del arte, Magalí García Ramis alerta acerca de las formas de asimilación, mimetismo e imitación culturales y literarias, focalizadas en el Estado, la escuela y en formas más difusas como las canciones populares. Su ojo atento incluye los temas cotidianos, -los criterios que usa una pareja para seleccionar el nombre para su primogénita- hasta problemáticas más amplias como la elección del pájaro nacional, las operaciones de moralidad/censura” en la educación norteamericana respecto de lo que leen los niños en las escuelas, los prejuicios en las representaciones de los roles sociales y sexuales en los manuales escolares. La ciudad que me habita subraya que la experiencia de la emigración y la vida en la urbe neoyorquina están indisolublemente unidas a la historia de Puerto Rico, de ahí que “Los cerebros que se van y el corazón que queda” sea el primer artículo de la serie. En él, Ramis reconstruye el fenómeno de los intelectuales que parten a vivir a Nueva York, y a enseñar en sus universidades, en personificaciones irónicas focalizadas en los “Cerebros”. Ramis lanza su crítica social al puertorriqueño que fácilmente se apropia de modelos extranjeros, sin previo análisis. Es por ello que varios ensayos se centran en rémoras de la sociedad norteamericana como por ejemplo, el artículo “Literatura e inmoralidad”. En él, se plantea la preocupación de la escalada de grupos moralizantes que en Estados Unidos censuran las lecturas infantiles, comparando esta acción con el argumento de Farenheit 451, novela escrita por Ray Bradbury. Vinculando Felices días, tío Sergio con La ciudad que me habita, si en la novela la lectura se interioriza, La ciudad…es una escena de lectura amplificada. Si en Felices días, Lidia es receptora de lecturas hasta finalmente articular las propias, en La ciudad la ensayista adulta transforma su lectura en un modo de desenmascaramiento social, nacional y personal. Retomando la definición del ensayo de Jean Starobinski, como “aquella que conjuga ciencia y poesía, examen atento y enjambre verbal” (1998), podemos afirmar que los artículos de La ciudad que me habita oscilan entre uno y otro polo. “Verdades que mienten” es una mirada mordaz a los manuales que los pedagogos acercan a los niños. La ensayista organiza una exposición argumentativa para mostrar los errores y la imposición de valores que conducen a la formación de niños conformistas. La enunciación a partir de un nosotros mayestático junto a organizadores de la argumentación del tipo “en primer lugar”, “en segundo”, ubican al texto del lado del examen y la exposición, con una fuerte revalorización de la literatura latinoamericana. Frente a un texto de cuarto grado de un pedagogo que muestra un pobre conocimiento de Chile, García Ramis expresa: “Si queremos que los niños sientan emoción y lean versos de alguien conocedor y enamorado de las bellezas de Chile, lo lógico y deseable sería incluir versos de Pablo Neruda” (1993:50). La enunciación en cambio se halla más cerca del “enjambre verbal” en los dos artículos que enmarcan el libro: “Los cerebros que se van y el corazón que queda”, como ya lo señalamos, lo abre, y “La ciudad que me habita” es la culminación. En éste último, ciudad y sujeto se confunden: ¿Cómo es posible que mi forma misma me impida ser San Juan si San Juan siento? (1993:139). Aquí el yo se define en un estilo rabiosamente poético y por momentos, erótico. Incluso la enunciación adopta la forma del poema narrativo: “El bazar de ropa barata ya cerró Al dueño del colmadito lo mataron El español del restorán se regresó a la península El americano dueño de la tienda linda murió y lo mandaron a enterrar en su país (1993:140). La lectura en Felices días, íntima, entrañable, interiorizada y, en La ciudad que me habita, vigilante, reconstructiva, se transforma en un modo eficaz de formar y formarse, de conocer y conocerse y en una apertura a la libre elección. Bibliografía Acosta Cruz, María L. (1993). “Historia y escritura femenina en Olga Nolla, Magalí García Ramis, Rosario Ferré y Ana Lydia Vega”, en Revista Iberoamericana, nº162-163, enero-junio: 267-277 Bajtin, Mijail. “El problema de los géneros discursivos”. En Estética de la creación verbal, Buenos Aires, siglo veintiuno editores, 2002, pp.248-293. García Ramis, Magalí. (1976). 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