VIVIR DE LAS APARIENCIAS En el último tiempo hemos asumido una postura cómoda al vivir de las apariencias. Todo parece ser, adornamos el discurso para situar nuestro punto de vista en algo subjetivo, representamos una sociedad que coexiste del engaño velado, oculto, pernicioso ante la realidad concreta que nos corresponde vivir. Cambiamos el nombre a las cosas, dibujamos sobre arena nuestras opiniones y actos, mientras el oleaje destruye aquello que en primera instancia pareció tan correcto y veraz. Hoy, podemos cuestionar, argumentar y criticar los modelos imperantes de dominio social a que se enfrenta nuestro mundo real, pero también, así valorar la posible certeza de nuestro interlocutor. Lamentablemente, no apelamos al núcleo de las propuestas o premisas que se exponen en el entramado social de nuestra sana convivencia, todo es efímero y volátil, damos crédito al engaño y la falta de serenidad en el desarrollo de nuestra vida social. Todo parece ser, pero hurgando con mayor detalle el discurso propuesto, nos damos cuenta que es un barniz superficial el que esconde una afirmación sin sustento real y concreto. Me agradaría escuchar propuestas con rigor, que respondan a acuerdos válidos y sistemáticos para una sociedad que se ahoga en sus propios argumentos. Me agradaría que las autoridades intentaran desarrollar proyectos sociales necesarios para la comunidad y no argumentar cuestionamientos sin validez ante lo que se nos aparece como evidente. Apremia escuchar verdades sin adornos semánticos que intenten ocultar el centro orgánico de un discurso honesto, es perentorio atender el fin último de nuestra convivencia social, esto es el bienestar de todos sus miembros sin importar el descrédito a que nos veamos expuestos, siempre será un bien razonable juzgar y criticar a nuestros semejantes en un ambiente de respeto y mesura, pero no guardar silencio por desidia o temor. No aparentemos lo que no somos. Al parecer vivir de las apariencias es un modelo de vida común en nuestro medio social y cultural, la ropa que vestimos, la forma de entonar nuestro discurso personal, la organización social, la interdependencia a través de las redes sociales, el borrar sin justificación lo que hicieron otros para asentar nuestras propias teorías como válidas y certeras. La generación anterior vivía en torno a la realidad circundante, se preocupaban de sí mismos pero no de aparentar lo que no se es, aunque aquello les desacreditara frente a los otros, era común escuchar: “El negro es negro y el blanco es blanco” hoy transitamos por todos los tonos del arcoíris intentando justificar lo injustificable, representando un parecer, más que el ser profundo de cada declaración textual, sea ésta oral o escrita. Me he referido al discurso y sus formas como modelo de la apariencia en que se manifiestan nuestros criterios de convivencia, pero también debemos referirnos al doble estándar en la forma de hablar, los actos a los que se nos invita, la clase social en la que participamos, el querer ser de nuestro diario vivir. Debemos preocuparnos del deber ser, de nuestra esencia o espiritualidad, del camino que deben recorrer nuestros pasos para alcanzar el bien común como núcleo central del proyecto de vida y propuestas de futuro. Digamos las cosas por su nombre, seamos objetivos al cuestionar al otro, validemos la crítica como un modelo de desarrollo personal y social, seamos honestos y por fin, creemos una sociedad que abandone la apariencia para disfrutar de la realidad y verdad concluyente de una convivencia armónica entre seres de la misma especie. Aparentar no nos otorga mayor prestigio, sino más bien, habla mal de nosotros mismos quienes no pueden coexistir sin demostrar la verdad evidente en el discurso social.