Un país para cuarenta millones de habitantes ¿o para veinte?1 Aldo Ferrer2 La estructura productiva de un país es determinante de su capacidad de generar empleo y, por lo tanto, de contar con una densidad demográfica consistente con el bienestar social. La población de la Argentina alcanza actualmente a 40 millones de habitantes, la cual, aumenta al 1.2% anual. La tasa de actividad, es decir, la relación entre la población económicamente activa y la total, es superior al 46%. Estudios recientes auspiciados por entidades de la cadena agro industrial destacan la indudable importancia del sector en el conjunto de la economía nacional. Respecto, del empleo de mano de obra calculan que, el directo en el sector e indirecto generado en actividades conexas, supera el 40% de la ocupación total. Aún aceptando el dato, la conclusión inmediata es que el campo en sentido amplio, no puede ocupar a la mayor parte de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, si el desarrollo del país se asentara exclusivamente en la cadena agro industrial, esta solo podría generar empleo, como máximo, para una población de 20 millones de habitantes. Si una estructura productiva fundamentalmente concentrada en su producción primaria, puede generar pleno empleo solo para una población de 20 millones de habitantes ¿que sucede con los otros 20?. No es previsible que emigre el 50% de la población, lo cual, además, sería un contrasentido en un país todavía subpoblado. En consecuencia, la única respuesta, para el pleno empleo de la población actual y su incremento vegetativo, a niveles crecientes de productividad, es el desarrollo simultáneo del otro gran sector productor de bienes transables sujeto a la competencia internacional, vale decir, la industria. Una industria integrada, desplegada en el inmenso territorio argentino, que abarque las manufacturas de origen agropecuario y de los otros sectores incluyendo las tecnologías de frontera de la informática, bienes de capital, nuevos materiales, biotecnología, recursos del mar, comunicaciones, etc. No es concebible que los servicios sean una alternativa. Los vinculados a la producción primaria ya están considerados en la ocupación del sector y, el resto, solo puede incluir los de alta productividad si existe una amplia y diversificada base industrial. De otro modo, la mayor parte de los servicios, como sucede en todas las economías subdesarrolladas, se refieren a actividades marginales de subsistencia. 1 2 Artículo publicado en el diario BAE Profesor Titular de Estructura Económica Argentina. UBA. 1 La historia económica argentina muestra como la desindundustrialización, provocó la emigración de recursos humanos calificados, el aumento de la tasa de desempleo y subempleo, el desplazamiento de mano de obra hacia ocupaciones de baja productividad (una de cuyas expresiones mas elocuentes son los cartoneros) y la fractura del mercado de trabajo con una proporción, sin precedentes, de empleo no registrado. Es decir, el grueso de la mano de obra no ocupada por la cadena agro alimentaria rural y que no es empleada por la industria y el empleo indirecto que ella genera, no emigra masivamente pero aumenta los contingentes de población marginal excluída del proceso de desarrollo. Es en este caldo de cultivo donde, al mismo tiempo, crece el delito contra las personas y la propiedad en la ciudades y, también, en el campo.. La evolución de los indicadores sociales de pobreza, indigencia y distribución del ingreso hasta tiempos recientes, revela las consecuencias del deterioro del tejido industrial, a pesar del dinamismo que registro el campo en el mismo período. A su vez, la relativa mejora de los indicadores sociales en los últimos cinco años, está vinculada, en gran medida, al repunte de la producción y el empleo en la industria manufacturera. La experiencia internacional es concluyente en el mismo sentido. Países como los Estados Unidos, Canadá y Australia, que, como la Argentina, cuentan con una gran dotación de praderas aptas para la producción agropecuaria, son desarrollados porque, junto a cadenas agroindustriales avanzadas, cuentan con una amplia base industrial. En los países mencionados, el mismo desarrollo de la producción primaria se sostiene en la ampliación del mercado y la capacidad de gestión del conocimiento inherente a estructuras diversificadas y complejas de base industrial. Otros países, de pobre dotación de recursos naturales y producción primaria, como Japón, Corea y Taiwan, han alcanzado altos niveles de desarrollo sobre la base de su producción industrial. Si bien se mira, en la Argentina, el desarrollo del campo también descansa en el pleno desarrollo industrial. La valorización de los recursos naturales, resultante de la incorporación del espacio Asia Pacífico como un nuevo centro dinámico de la economía mundial, plantea un gran desafío. El riesgo que corren la Argentina y otros países especializados en las exportaciones de productos primarios, como sucede en el resto de América Latina, es que, el nuevo escenario de la economía mundial, dinamice estructuras productivas subindustrializadas. Es decir, que se renueve el espejismo (que prevaleció en la Argentina desde las postrimerías del siglo XIX hasta la crisis mundial de 1930) de que el desarrollo es posible en una estructura productiva dependiente de la producción 2 y exportación de bienes primarios. No es que faltaran voces ya, en aquel entonces, que advirtieran el peligro. Carlos Pellegrini dijo en su tiempo sobre esta cuestión “Hay quienes dicen que bastan las dos grandes industrias, la ganadería y la agricultura, para sostener nuestro rango entre las naciones avanzadas y asegurar nuestra grandeza y nuestro poder. Los que tales opinan solo ven el presente y descuidan el porvenir. Todo país debe aspirar a dar desarrollo a su industria nacional; ella es la base de su riqueza, de su poder; y para conseguirlo, debe alentar su establecimiento, allanando en cuanto sea posible las dificultades que se oponen a él”. En esta misma columna insistí en la misma cuestión. El peligro ahora es que la abundancia de divisas resultante de las exportaciones primarias y los buenos precios internacionales, contribuya a apreciar el tipo de cambio y a reducir los espacios de rentabilidad a los bienes sujetos a la competencia internacional. A corto plazo, podrían no plantearse cuellos de botella en el balance de pagos y hasta podrían prolongarse, por un tiempo, las condiciones de superávit fiscal y relativo equilibrio macroeconómico. En otros términos, el margen de error con que cuenta la política económica antes de producir desequilibrios macro insostenibles, es elevado. Pero inexorablemente, la reducción de los espacios de rentabilidad para la producción industrial, particularmente en las actividades intensivas en tecnología, desalentaría la acumulación de capital y reduciría la tasa de crecimiento de la producción y el empleo en el mediano y largo plazo. Esta sería la vía más eficaz para “enfriar” la economía y, en definitiva, restablecer los desequilibrios macro, fundados en la insuficiencia de la capacidad de pagos externos, resultantes del intento de sostener el crecimiento de una economía subindustrializada. Por estas y otras razones, el conflicto actual, relativo a las políticas referidas a la cadena agroindustrial, es mucho más que una simple disputa por la distribución del ingreso. Aunque el problema no se hubiera planteado en los términos en que tuvo lugar, la cuestión a resolver es la estrategia de desarrollo nacional. Es decir ¿que tipo de estructura productiva es consistente con el pleno empleo de la fuerza de trabajo, a niveles crecientes de productividad, en un país que tiene actualmente 40 millones de habitantes y, a mediados de este siglo, tendrá alrededor del doble?. Este dilema se planteó con toda crudeza a partir de la instalación de la estrategia neoliberal con el programa económico del 2 de abril de 1976. Señalé en aquel entonces, provocando, según versiones, considerable irritación en los responsables de la conducción económica de la época que, con la política entonces en curso, sobraba 3 la mitad de la población argentina. El dilema vuelve ahora a plantearse reactivado por el extraordinario dinamismo de la producción agropecuaria, impulsado por la expansión de la demanda internacional y la revolución tecnológica en las funciones de producción de la cadena agro industrial. 4