LIBROS Reflexión sobre la historia 1]7 rias naturales. Remite también a la comprensión del hecho histórico en sus raíces Eduardo Maura Zorita religiosas, sociales y económicas (¿diríamos sencillamente humanas?) Y dialoga enfáticamente con la realidad de la imploAlways historicize! Este lema, que Fredric sión de nuestro orden histórico hoy. EnJameson ha sostenido durante casi treinta tendida como filosofía de la acción en tiemaños, cobra particular relevancia a la hora po pasado, a saber, como intento de de valorar la Filosofía de la historia de Jacocompresión general del obrar ajeno, la fibo Muñoz. El autor parte de la pregunta por losofía de la historia se sitúa en una posila verdad histórica y su presente ción particularmente conflicticondición de instancia normativa en nuestros días. De ahí su va ajena a todo monopolio por pertinencia. ¿Cuál es hoy su esparte de escuela, clase, historiapacio de experiencia? O, siguiendor o sujeto eminente alguno; do la dicotomía propuesta por aborda, desde esta perspectiva fiKoselleck, ¿cuál es hoy su horilosófica, una cuestión fundamenzonte normativo? ¿Qué rol juetal: «¿quién podría negar que la ga la filosofía de la historia en historia es la única disciplina cala autocomprensión de Occidenpaz de ofrecer una explicación te hoy? ¿Podemos seguir hacienBlbllol.ea. f.fueva. RS totalizadora de la existencia? Lo do proyecciones a corto y largo plazo sobre nuestro futuro? ¿O cual no deja de aproximarla, sin Jacobo Muñoz Filoso fía de la historio. Origen y más bien hemos alcanzado un duda, a la filosofía» (pág. 297). desarrollo de la conciencia histórica. Así, la totalidad social, o más bien Madrid, Biblioteca Nueva, 20 1O, estado estacionario en el que, 302 págs. las totalidades sociales, se constal y como Fredric Jameson ha tituyen en objeto de las escuelas propuesto, somos incapaces de históricas más relevantes aquí reunidas: la concebir alternativas inmediatas, por no hablar de grandes utopías? Por mi parte, filosofía especulativa de la historia de Lévirenunciando por mucho a agotar sus múlStrauss; la ruptura epistemo-histórica de Braudel en tanto que peculiar consumador tiples desarrollos, me centraré en tres motivos importantes que Jacobo Muñoz anade la escuela de los Annales; la nueva historiografía británica de Thompson, Williams liza con detenimiento. En primer lugar, o Hobsbawm, etc. Pero también conforman la naturaleza política de la historia, incluun completo recorrido histórico-filosófico so donde ésta se constituye como ciencia por el devenir de la historia rerum gestarum más allá de la historia magistra vitae. En y sus avatares con la teoría (de la historia, segundo lugar, algo que Ja cobo Muñoz de lo histórico) desde Herodoto hasta Gramsapunta en las páginas finales, que hablar ci, pasando por San Agustín, Joaquín de Fiode historicidad no es sino hablar de «la re, Maquiavelo, Vico, Voltaire, Herder, Rousesencial apertura de lo humano » (pág. 302). seau, Kant, Hegel o Marx. En este sentido, nada más propio de este En este sentido, son muchas las cosas libro que la caracterización de Lucien Febque esta Filosofía de la historia ofrece, y muvre de la historia como ciencia de los homchas las lecturas que recoge. La filosofía de bres en el tiempo. Por último, la minuciola historia que Jacobo Muñoz reconstruye sa atención al presente radical, potencial trasunto del saeculum agustiniano que, en apela a la posibilidad de la comprensión histórica de los historiadores y sus narracalidad de tiempo mortal, reclama insisciones, teodiceas históricas, datos e histotentemente una interpretación filosófica. 1]8 En el primer e importante capítulo, Jacobo Muñoz recuerda que para Herodoto la historia era ya investigación y exposición de lo sucedido. Sin ser esto óbice para la inclusión de fábulas y mitos en el decurso histórico, Herodoto no se ocupa de hechos divinos. Más bien se ocupa de las guerras médicas, pero sigue pudiendo intercalar largas digresiones referidas a motivos azarosos y personales. Por su parte, su discípulo Tucídides, en un gesto de factura ateniense, opta «por reconstruir la esencia política de la acción y el pensamiento humanos » (pág. 26). Esta reunión de los acontecimientos históricos en torno a un común denominador político juega un rol fundamental en el posterior devenir de la disciplina. Además, asistimos aquí, por primera vez en la historia, a una ordenación lógica de los acontecimientos, si acaso fuertemente psicologista, como recuerda Jacobo Muñoz, pero lógica al fin y al cabo. Tucídides habría pensado ya la historia como ciencia de leyes. A su vez, Aristóteles elevará esta idea al estatuto de problema filosófico. En la Poética se lee: «resulta evidente que no es tarea del poeta el decir lo que ha sucedido, sino aquello que podría suceder, esto es, lo posible según la probabilidad o la necesidad. Pues el historiador y el poeta no difieren porque el uno utilice la prosa y el otro el verso (se podría trasladar al verso la obra de Herodoto y no sería menos historia en verso que sin verso L sino que la diferencia reside en que el uno dice lo que ha acontecido, y el otro lo que podría acontecer» (pág. 3 1). La historia dice lo particular, la poesía dice lo más universal. Y ya se sabe que para el, hombre de causas, sciencia non est de particularibus. Volviendo de nuevo a Tucídides, lo realmente peculiar de su obra sería el interés por lo político en la historia. Esa verdad histórica que él busca y que habría de conducirle tentativamente hacia la verdad política. No hay sentido del pro- greso, pero sí paralelismo entre hechos históricos y naturales. La historicidad griega es, en este sentido profundo que Jacobo Muñoz desgrana perfectamente, historicidad política. Siglos después, y tras la nueva transformación de la di sciplina que primero Agustín de Hipona y después Francis Bacon realizan, la historia pasa a ocupar un papel liminar en el sistema del saber, de tal manera que se exige ordenar el material histórico de una manera más elevada que la recolección de datos, a saber, se exige baconianamente «interrogar activamente a la naturaleza» (pág. 87). De entre los muchos autores a escoger desde la óptica de su apertura a lo humano, me parece que Montesquieu es particularmente valioso. Anteriormente, Giambattista Vico había abierto el camino de la reflexión metahistórica y forjado la constitución de la historia como ciencia social. A partir de la dicotomía naturaleza-historia, por la cual el acceso a la historia humana sería más directo por ser ella misma un producto del hombre, se abre un camino que Montesquieu proseguirá de manera muy fértil. Por eso, «cuando se acusa a Montesquieu de pretender reducir todas las causas que operan sobre las sociedades humanas al clima, o de que querer explicar la historia por el termómetro, se olvida su declaración explícita, hecha al inicio de El espíritu de las leyes, de que él busca «las relaciones entre las leyes y una diversidad de factores tales como las formas de gobierno, las costumbres, el clima, la religión, el comercio, etc.» (p. 112). Como bien dice Jacobo Muñoz, se trata de un conservador que trata de explicar el mundo, no de transformarlo. Lo importante a nuestros efectos es que en su acercamiento al comportamiento humano, Montesquieu no es un reduccionista: «diversas cosas gobiernan a los hombres, el clima, la religión, las leyes, las máximas del gobierno, los ejem- LIBROS plos de las cosas pasadas, las costumbres, las maneras, de todo lo cual se forma como resultado un espíritu general» (pág. 112). Con su Espíritu de las leyes, de 1748, la historia científica se abre a los grandes agregados, más allá del individualismo metodológico, tal y como Jacobo Muñoz nos recuerda pertinentemente. Además, Montesquieu habría escrito palabras fundacionales de la concepción científica de la historia: «No es la fortuna la que domina el mundo [... ] Hay causas generales, sean físicas, sean morales, que obran en cada monarquía, la elevan, la mantienen o la precipitan. Todos los accidentes están sometidos a estas causas » (pág. 114). De alguna manera, el camino de Tucídides a Montesquieu nos ofrece las claves necesarias para comprender la relevancia de lo político y lo social en la evolución del pensamiento histórico-filosófico. Uno los aciertos más reseñables de esta Filosofía de la historia consiste precisamente en no dejar al lector olvidar qué está en juego en cada época, cada momento y cada autor involucrado. Como luego dirá el ilustrado Mably, la historia debe ejercer alguna clase de magistratura; debe hablar a la razón y no tanto recoger, a modo de inventario, hechos curiosos o presuntamente relevantes. En definitiva, la historia debe hablar de los pueblos; debe hablar de la sociedad. O, en términos más modernos, debe remitir a la totalidad social. Cuestión ésta que aparece de forma muy destacada en el sexto capítulo del libro. Allí Jacobo Muñoz dedica varias páginas a la constitución de la historia como ciencia. Presenta de forma nítida y refinada los rudimentos de la teoría de la historia de Marx, que vendría precisamente a recoger esta inquietud por la sociedad y por los procesos históricos (inevitablemente abiertos) que protagoniza y a los que es sometida. Marx habría visto perfectamente esta cuestión, por ejemplo en su hipóte- 1]9 sis materialista, «de acuerdo con la cual la clave última del proceso de la vida social, política y espiritual en general debe buscarse en el modo de producción de la vida material » (pág. 241) . Y también en su reivindicación de la propia historicidad de su teoría. Esto es, de una teoría que se sabe reflexiva e histórica en tanto que puede afrontar su plausibilidad en los términos en los que analiza su propio contexto histórico. Con Marx, la teoría de la historia procede, ajena a cualesquiera reduccionismos, a la recuperación de aquellos espacios de historización radical de las condiciones materiales de nuestra existencia como sujetos cognitivos y como sujetos sociales Y, cómo no, procede a la remisión a la totalidad social. En palabras de Jacobo Muñoz: «Marx nunca ha defendido que sea el sometimiento a los factores económicos lo que condiciona al hombre aislado, por mucho que éste tenga que producir su vida. Son las clases sociales, los grupos humanos amplios, quienes toman conciencia de la necesidad de que se proceda a una transformación, a través de una experiencia cotidiana que les muestra la falta de adecuación de la forma en que está organizada la sociedad para responder a las nuevas exigencias que se le plantean; no es el individuo el que toma conciencia de unos problemas en cuanto afectan a sus intereses, es el grupo social el que reacciona a un problema colectivo e infunde a sus miembros unos talantes y actitudes concretos» (pág. 246). El materialismo histórico es presentado en todo su esplendor heurístico, no tanto en calidad de método como de teoría de la macroevolución social atenta a su condición hipotética (no teleológica) y a su condición intrahistórica (no determinista). Marx, tal y como nos recuerda Jacobo Muñoz, no fue nunca un historicista en el sentido de Popper. En última instancia, Filosofía de la historia es un libro que permite pensar la actualidad desde el punto de vista, nunca suficientemente reivindicado, de su transitoriedad. La proyección de un estado de cosas propio del siglo XXI, en el que un capitalismo debilitado y numerosas fuerzas de oposición dispersamente organizadas se encontrarían en disputa, plantea la cuestión de si no tendría razón Hegel al preguntarse si, llegados a un punto del desarrollo espiritual, el pasado sería todavía cognoscible pero no así el futuro singular, que habría dejado de ser una categoría fértil. Las leyes en la historia, de las que Marx habló en oposición a las leyes de la historia, nos siguen resultando hoy prácticamente ilegibles. Por eso Jacobo Muñoz acierta en su diagnóstico final, a saber, que «ni el nuevo énfasis en la pluralización de las temporalidades, en la contingencia, en la discontinuidad, en lo excepcional y único[ ... ] justifican ciertas renuncias. Por ejemplo, a una investigación totalizadora centrada en las sociedades en su conjunto, esto es, en su naturaleza de fenómenos globales y a la vez concretos» (pág. 297). Al final, como al principio: Always historicize! Eduardo Maura Zorita es profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid La historia de la literatura como historia cultural Francisco Fuster Desde que a mediados de la década de los noventa la editorial Espasa-Calpe iniciara el ambicioso proyecto de publicar una Historia de la literatura española dirigida Hi sto ria de la li te r at u t·a por Víctor García de es paüo la la Concha y de la 6. Mode rn idad y nacionalismo que sólo pudieron ver la luz dos volúmenes, ninguna otra editorial se había atrevido a plantearse la posibilidad de emprender la publiJosé-Carlos Mainer cación de una obra Modernidad y nacionalismo, 1900-1939, de referencia que Barcelona, Crítica, 20 1O recogiera y sinteti- ( vol. 6 de la obra: José-Carlos Mainer (die), Historia de la zara en varios volúliteratura española, Barcelona, menes el actual esCrítica, 2010-20 11] tado de la cuestión sobre la investigación en torno a la historia de la literatura española. Si bien es cierto que la editorial Crítica ha seguido publicando durante las dos últimas décadas los respectivos «Suplementos» a los volúmenes publicados en los setenta y ochenta de esa magna obra coral que es la Historia y crítica de la literatura española dirigida por Francisco Rico, no es menos cierto que la obra de la que me propongo hablar aquí no tiene nada que ver con ese proyecto colectivo (la HCLE acusa quizá el ser una «obra mosaico», concebida más como una acumulación de monografías breves y aisladas elaboradas por especialistas reconocidos, pero sin ninguna vocación de unidad en cada volumen) . Por consiguiente, la empresa que nos ocupa representa una innegable novedad en el panorama editorial hispano de los últimos treinta años. 1900 1939 j o>-1 - Cul <>•~hinu