La paz interior

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mentalidad nueva
La paz interior
Pensamientos 140 - marzo de 2015
La paz interior
Cuando la comunidad vive unida disfruta de la paz de
Jesús. Entonces tenemos la sencillez del amor y experimen­
ta­mos la paz interior.
El mundo ofrece una falsa tranquilidad: evadirse de todo
compromiso con la verdad. El individualismo egoísta es su
paz, mala e insolidaria.
Debemos sufrir mucho y enfrentarnos con la realidad
cotidiana que nos rodea si queremos ofrecer soluciones
pacíficas con justicia y caridad.
fundador del Seminario del Pueblo de Dios
GLOSA
El individualismo egoísta, verdadera enfermedad de la sociedad
postmoderna, deforma al hombre y a la mujer en el núcleo de su carac­
terística más profunda. El ser humano, en efecto, creado a imagen de
Dios, es fundamentalmente un ser relacional; la persona humana es capaz
de amar y de ser amada, de vivir en comunión de amor con los demás.
Por eso el autor comenta que el mundo ofrece una falsa tranquilidad:
evadirse de todo compromiso con la verdad. El individualismo egoísta es su
paz, mala e insolidaria. Aquí la «verdad» no significa solamente una idea
que uno cree sensata u objetiva, sino sobre todo trabajar para hacer
posible el entendimiento entre las personas. Es decir, cada uno puede
defender sus posicionamientos, porque los considera acertados, pero
el engaño que nos amenaza es la división debido a encerrarnos en la
propia verdad.
La paz verdadera conduce siempre a la comunión; muestra el camino
del diálogo y de la comprensión mutua. Será más fácil abrir caminos
de verdad si vivimos unidos y en comunión unos con otros que si nos
cerramos y no cedemos en nuestro criterio; el camino de la defensa a
ultranza de las propias ideas suele ser empinado y lleno de zigzags. La
verdad debe llevarnos a la unidad: que seamos una sola cosa en el miste­
rio del Dios trinidad.
Una vez alcanzada la unidad y el diálogo nos pondremos de acuerdo
para definir los términos de lo que creemos verdadero. Podremos discutir
y discrepar, intentaremos convencer mostrando con buenos argumentos
que nuestra postura es la más adecuada, constataremos que tenemos
maneras muy diversas de ver las cosas; pero, finalmente, estaremos
siempre dispuestos a escuchar y acoger, valorar y sopesar los puntos
de vista de otros, a renunciar a algunos posicionamientos nuestros para
hacernos más cercanos, etc. La comunión y el diálogo no implican pen­
sar de la misma manera, sino que a todos nos mueva el mismo y único
deseo de encontrarnos con el otro, de respetarlo, escucharlo, amarlo.
Pre­cisamente, porque somos distintos, se puede manifestar la comunión
entre las personas.
Cuando la comunidad vive unida disfruta de la paz de Jesús. Entonces
tenemos la sencillez del amor y experimentamos la paz interior. La comu­
nidad cristiana ha recibido un mandato directo del Señor, que es una
llamada a ser fermentos de comunión en medio del mundo. Él, el Señor,
nos dijo: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros.
Que como yo os he amado, así os améis también vosotros unos a otros.
En esto co­no­cerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos
a otros» (Jn 13,34-35). El escándalo de los cristianos es aparecer a menu­
do ante la gente divididos entre nosotros y criticándonos mutuamente.
Y cuando la comunidad cristiana ofrece el espectáculo de la división
pierde el atractivo y la fuerza de la evangelización, porque Jesús se hace
presente donde dos o más están reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20);
reunidos y unidos, ¡no divididos!
La paz interior la recibimos de Jesús en medio de la comunidad. No
es una falsa tranquilidad, porque hayamos conseguido que nadie nos
mo­leste o interpele. Nos abrimos a los hermanos y a los prójimos en el
olvido de nosotros mismos, y entonces podemos experimentar la Paz, que
es Jesús mismo, y que nos trae el regalo del encuentro con los demás.
Debemos sufrir mucho y enfrentarnos con la realidad cotidiana que nos
rodea si queremos ofrecer soluciones pacíficas con justicia y caridad. La
co­munidad cristiana que vive en la paz de Jesús es fiel a la misión que
recibe del Señor, de ir por todas partes dando testimonio de su pascua
liberadora: «Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad
enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios.
Gra­tis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10,7-8).
En definitiva, el compromiso con la verdad pide una lucha constante
contra el mal y su obra, que es siempre semilla de división. La lucha se
establece a partir de la paz, que es Jesús, no con las armas de la violencia
o de la imposición. La comunidad cristiana asume así un verdadero com­
promiso con la justicia y la caridad, buscando consolar a los más pobres
y humildes, para devolverles la dignidad material y espiritual de hijos de
Dios y de personas humanas.
Antoni Boqueras
Seminario del Pueblo de Dios
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