Ópera en España Patricia Petibon (Lulu) y Robert Groves (Alwa) en Barcelona Foto: Antoni Bofill Lulu en Barcelona Lulu volvió a subir a escena en el Liceu a más de 20 años de su “reestreno” (en la versión completa, la misma utilizada hoy y —en mi opinión— inferior a la “inacabada” del autor: el primer cuadro del tercer acto es tedioso desde todos los puntos de vista). La versión fue muy buena en lo musical (primera vez que escucho algo dirigido por Michael Boder que me satisface plenamente con un buen desempeño técnico —algo fuerte a veces— de la orquesta) y discutible en lo escénico. La visión de Olivier Py peca de una iluminación poco adecuada, tirando a tenebrosa, y sobre todo de un exceso de paneles, actores mudos, profusión de carteles en diversas lenguas, escenas (con un video incluso en el último acto) “osadas” (nada hay más osado que el texto y la música de Berg, de la que nos distrae casi permanentemente), pero tiene el mérito de “divertir” a un público no demasiado numeroso que se va haciendo más escaso con cada acto (cuatro horas en total es francamente mucho, aunque nadie chiste por las seis o más de un Wagner). Hay que mencionar en primer lugar el extraordinario trabajo, vocal y escénico, de Patricia Petibon en una verdadera creación (pero espero que no frecuente con mucha asiduidad esta agotadora partitura) de la “amoral” protagonista. Julia Juon es una adecuada Geschwitz, a la que sienta bien esa voz algo áspera. Contar con dos tenores como Paul Groves (Alwa) y Will Hartmann (pintor — aquí fotógrafo— y negro) es un lujo, al igual que impacta encontrar a Franz Grundheber siguiendo los pasos del inmenso Hotter en su personificación (¿por qué un payaso?) del temible Schigolch. Ashley Holland fue un buen Dr. Schön (y un Jack el Destripador disfrazado de Santa Claus), pero menos personal que los anteriores. Y hubo muy buenas prestaciones de Silvia de la Muela (en todos los roles secundarios para mezzosoprano), Robert Wörle (ídem para los característicos), supo a poco la breve intervención de Kurt Gysen (banquero y director del teatro), y hay que destacar la descollante de Andreas Hörl (domador y atleta). por Jorge Binaghi Das Rheingold en Sevilla Próximo a cumplir sus primeros 20 años, el Teatro de la Maestranza de Sevilla presentó con éxito el prólogo del “festival enero-febrero 2011 escénico” wagneriano con la celebrada puesta en escena de La Fura dels Baus. Para abrir la Temporada de Ópera 2010-2011, el coliseo lírico andaluz presentó el 4 de noviembre pasado el prólogo de El anillo del nibelungo de Richard Wagner. El proyecto, que hoy se conoce en todo el mundo por su versión en DVD y BluRay, nació en 2007 como una iniciativa de Zubin Mehta y Helga Schmidt, la superintendente del Palau de les Arts “Reina Sofía” de Valencia, a través de una coproducción entre dicho teatro y el Maggio Musicale Fiorentino, para encomendarlo a los artistas del provocativo grupo La Fura dels Baus. Para las representaciones frente a la Torre del Oro, tuvimos una solvente plantilla de cantantes, encabezada por el bajobarítono finlandés Jukka Rasilainen como Wotan, el barítono estadounidense Gordon Hawkins como el nibelungo mayor Alberich, la mezzosoprano rusa Elena Zhidkova como Fricka, y la soprano Keri Alkema como Freia. Los demás dioses estuvieron interpretados por el tenor Robert Brubaker como Loge, el barítono Hans-Joachim Ketelsen como Donner, y el tenor José Ferrero como Froh. Los gigantes fueron los bajos Attila Jun y Stephen Bronk con la participación especial de la legendaria contralto Hanna Schwartz como Erda. En el foso estuvo el experimentado maestro madrileño Pedro Halffter quien, como buen concertador, imprimió los matices adecuados, con una orquesta que interpretó fluidamente la creación wagneriana, con cuerdas y metales al cien en todo momento. En cuanto a la puesta en escena, el concepto no fue volver a la producción tipo Patrice Chéreau, con tintes sociopolíticos, sino incorporar todos los elementos de la actualidad a través de la tecnología, desde el cómic, el cine, la televisión, la publicidad y, por supuesto, el Internet, con una referencia muy clara a Google Earth. La dirección escénica corrió a cargo del catalán Carlus Padrissa, creador de La Fura dels Baus, con una producción que retoma la idea wagneriana de la génesis del mundo, así como de la intimidad y conflicto de los dioses que se elevan suspendidos sobre el universo, a través de grúas y recursos escénicos que hubieran asombrado al propio Wagner. En esta versión pudimos ver tres estanques con agua real, donde nadan las juguetonas hijas del Rin, los hermanos gigantes como enormes robots y el Walhalla como un Rodin meditativo formado por figuras humanas, enmarcado con la más alta tecnología visual a través de las “videocreaciones” y de iluminación. A pesar del reciente abucheo que tuvo en La Scala en marzo de 2010 con su puesta de Tannhäuser, La Fura dels Baus logró en Sevilla una función redonda y emocionante muy digna de este coliseo lírico, que ovacionó de pie y que ya en este 2011 celebra dos décadas de éxitos con puestas de alto nivel y de vanguardia. por Erick Zermeño Escena de Das Rheingold en Sevilla Foto: Guillermo Mendo pro ópera Rise and Fall of the City of Mahagonny en Madrid Octubre 14, 2010. En el arranque de la etapa de Gérard Mortier al frente del Teatro Real, que tantos recelos ha despertado, hubo que esperar hasta el tercer título para vislumbrar lo que puede dar de sí esta dirección. Esta nueva producción de Mahagonny se ha saldado con un apacible éxito y cero polémicas con el público. Carles Padrissa y Alex Ollé (de La fura dels baus) fueron los encargados de poner en pie la ópera de Kurt Weill sobre texto de Bertold Brecht, decidiendo hacerlo con una idea que va directo al meollo de la trama subyacente de toda la obra: fundar la ciudad de Mahagonny en un basurero, mostrando con claridad la podredumbre que circunda a la sociedad actual, cumpliendo con ello la primera premisa de los autores en la época del estreno (1930). No todos los ribetes quedaron bien cosidos con esta idea, perdiéndose la brillantez imaginada para algunos pasajes (la escena del tifón o la del boxeo) pero los creadores se anotaron otros tantos en otros, como la escena de los fornicadores y la de la comilona. peso específico fue el que aportó Donald Kaasch en este trío, con un Fatty un tanto descafeinado. Del resto del elenco sobresalió, por voz y forma de actuar, Otto Katzameier (Bill). La dirección musical de Pablo Heras-Casado fue muy apropiada a las partes de gran masa orquestal y le faltó un poco el aliento ligero en aquellas que se acercan a lo popular. En cualquier caso, fue una noche de ópera de primera calidad y eso es lo que el público estaba esperando desde la apertura de temporada, que inició con un pálido Eugene Onegin del Bolshoi y siguió con un discreto Montezuma de Graun. La mirada burlona y triste del tándem Brecht-Weill está bien servida en esta producción, que luce muchísimo más en el teatro (a pesar de la iluminación no del todo acertada de Urs Schönebaum) que en las pantallas de los cines (la función de estreno fue retrasmitida en 127 cines de todo el mundo, incluyendo México, en una sala del Cinépolis de Bosques de las Lomas). Esperemos que el Real madrileño continúe por esta senda. por Federico Figueroa Coro, solistas y figurantes fueron utilizados con suma inteligencia, haciendo una representación de gran impacto teatral. No hubo grandes voces en el equipo de solistas, quizá elegidos cuidadosamente para cumplir cabalmente con los requerimientos escénicos. La soprano Measha Bruggergosman fue una Jenny convincente como prostituta y, aunque cantó bien su parte, no pudo trasmitir, en puridad musical, las muchas tesituras que el personaje reclama. El tenor Michael König fue un entregado Jimmy, aunque no siempre preciso en la afinación. El trío de bandidos funcionó muy bien en conjunto, siendo Jane Henschel una Leocadia de manual, al igual que Willard White como Trinity Moses. Menos James Morris y el coro de la ABAO en Susannah Foto: E. Moreno Esquibel Susannah en Bilbao Escena de Rise and Fall of the City of Mahagonny en Madrid Foto: Javier del Real pro ópera Octubre 25, 2010. La ABAO bilbaína ha dado la campanada al estrenar en España esta ópera del estadounidense Carlisle Floyd (1926). En general, la ópera norteamericana es casi ignorada por los centros líricos ibéricos y, sin embargo, esta Susannah ha llegado por una puerta grande y en la coproducción de 1993 entre la Lyric Opera de Chicago y la Houston Grand Opera, que además también pudo verse en el Met neoyorquino. La obra tuvo su estreno absoluto en 1955 en Tallahassee (Florida) y un año después estaba en cartel en Nueva York, obteniendo el premio a la mejor ópera otorgado por los críticos musicales de “la ciudad de los rascacielos”. Desde entonces no ha dejado de representarse en los Estados Unidos, siendo una de las arias de la protagonista (‘The threes on the mountains’) muy popular en recitales líricos en aquel país. El libreto de la ópera, del propio compositor, está basado en el relato de Susana y los viejos, adaptado al ambiente puritano del estado sureño de Tennessee. La composición tiene una fortaleza rítmica notable, trufada de elementos propios a la cultura estadounidense, muy atractiva a los oídos. enero-febrero 2011 La dirección musical de John Mauceri fue dinámica, sacando lo mejor de la Sinfónica de Euskadi, aunque el primer acto descuidó un poco el balance sonoro con los solistas. Las importantes partes corales tuvieron vigor y brillo, especialmente la escena del predicador y los feligreses en la iglesia. La soprano Latonia Moore fue una Susannah que cumplió con las exigencias de la partitura, sin embargo una incipiente molesta vibración está señalando que está cantando papeles demasiado pesados con más frecuencia de lo recomendable para sus facultades actuales, como las protagonistas de Aida y Madama Butterfly. Posee una voz rica en armónicos, bien coloreada y que sabe manejar con inteligencia. Esperemos que sepa hacer lo mismo con su carrera a nivel general, pues medios tiene. El bajo-barítono James Morris fue, histriónicamente, un convincente Predicador Olin Blitch. Su instrumento aún mantiene la nobleza y solidez de antaño, aunque es evidente que el registro agudo le crea problemas. Muy bien los dos tenores requeridos en la obra, el australiano Stuart Skelton y el rumano Cosmin Ifrim; el primero es un dramático para el personaje de Sam Polk (hermano de Susannah), y el otro un lírico-ligero para el de Little Bat. Los cuatro viejos y sus esposas fueron una buena masa compacta, lo que se espera de ellos, destacando Richard Wiegold y Mette Ejsing por caudal sonoro e intención. La creación escénica de Robert Falls (aquí realizada por Ignacio García), a pesar de su simpleza es una lograda visión de la rígida sociedad en el sur de Estados Unidos, rodeado de una bella vastedad territorial. La escenografía modular facilita los cambios de escena y aunque el vestuario no es tan afortunado (ambas apartados firmados por Michael Yeargan), acompaña sin grandes problemas al todo. La iluminación de Bogumil Palewicz careció de inventiva, dejando plano muchas de las escenas. El público reaccionó muy positivamente, premiando a solistas, coro y director musical con entusiasmo. por Federico Figueroa Il trovatore en Oviedo En esta nueva coproducción de la Ópera de Oviedo, el Liceu de Barcelona, el Théâtre du Capitole de Toulouse y el Teatre La Llotja de Lleida, el director belga Gilbert Deflo elimina de la escena todo objeto que ayude a ubicar la acción en tiempo o lugar. La narración escénica se presenta despojada de referentes, sin otro apoyo de atrezzo que unas grandes telas de seda que cuelgan al fondo del escenario ricamente decoradas con motivos celestes, el sol o la luna. El vestuario de William Orlandi, dominado por el blanco de las túnicas y el negro de los uniformes —con toques plateados y pequeños detalles en rojo o azul— está en consonancia con la sencillez de la escenografía; mientras que la iluminación, diseño de Joël Hourbeigt y realizada por Alberto Rodríguez, busca establecer una asociación —a veces no muy imaginativa— entre colores y situaciones (por ejemplo, rojo intensísimo para la cabaletta de Manrico ‘Di quella pira’). Dada la desnudez de la propuesta, que se vio acompañada por cierto estatismo escénico, fueron las voces las que soportaron la responsabilidad de sacar a flote la velada. Lo hicieron con notable éxito, respondiendo con solvencia a las exigencias de sus respectivos papeles. La soprano china Hui He dio vida a una Leonora intensa y convincente. A pesar de cierta fluctuación en la afinación de los agudos, el lirismo desplegado en las cavatinas ‘Tacea la notte placida’ (acto I) y su simétrica en el cuarto acto ‘D’amor sull’ali rosee’ llenaron de expresión la escena vacía, y en ellas He demostró dominio belcantista de la coloratura. Igualmente intensa resultó la Azucena interpretada por la veterana Elisabetta enero-febrero 2011 Escena de Il trovatore en Oviedo Foto: Carlospictures Fiorillo, una mezzo cuya zona de paso en el cambio de registro se hace especialmente evidente, pero que posee también destacadas bondades, como un sabio uso y control del vibrato con fines expresivos y un claro dominio del papel. Pasando a los roles masculinos, el tenor Walter Fraccaro fue un Manrico muy correcto que demostró seguridad vocal y una potente línea de canto, si bien podría haber sido más expresivo en algunos pasajes, como en el terceto final del primer acto. El barítono Dalibor Jenis fue un Conde de Luna solvente, de graves bien timbrados y atractivo registro agudo. Por último, Stefano Palatchi culminó una buena interpretación de Ferrando. El Coro de la Ópera de Oviedo, preparado por Patxi Aizpiri, realizó un magnífico trabajo. En todo momento las voces sonaron muy bien empastadas, compactas, con cuidada dicción, adecuado control de sonoridad y en perfecta sincronía, incluso en pasajes tan difíciles de encajar como los motivos entrecortados alternados con las intervenciones del Conde durante el coro ‘Ardir! Andiam’ (acto II) o el final de la primera escena del tercer acto. Cierto desajuste entre orquesta y solistas llegó, sin embargo, de la mano de la dirección musical de Julian Reynolds en aquellos pasajes donde el tempo vocal requería una mayor flexibilidad que la permitida desde el podio. Cuando Reynolds esperó a los cantantes, acompañándolos, mirándolos, y no compitiendo con ellos en sonoridad orquestal, el resultado mejoró notablemente. Así ocurrió, curiosamente, en algunos de los momentos de mayor complejidad y que fueron resueltos con brillantez, como en el ‘Miserere’ al comienzo del acto IV, con Leonora sobre el escenario, el coro masculino invisible situado a la entrada del teatro y Manrico con su acompañamiento fuera de escena. La orquesta Oviedo Filarmonía mostró una tendencia a ejecutar las introducciones instrumentales previas a las entradas de los solistas con excesiva intensidad —algo achacable, por otra parte, a la dirección musical—. Hecha esta salvedad, la agrupación respondió con solvencia y realizó un excelente trabajo. por Roberto San Juan pro ópera Cecilia Bartoli en Madrid E l 13 de octubre se volvió a presentar Cecilia Bartoli en el Teatro Real, esta vez con un recital que incluyó obras de Händel (1685-1759) y Nicola Porpora (1686-1768). Acompañada por Il Giardino Armonico, dirigido por Giovanni Antonini, la mezzo-soprano evocó la influencia de la escuela napolitana en estas arias de increíble belleza y musicalidad. Habría que destacar en su selección para este concierto ‘Scherza infida’, de Ariodante. En su disco Sacrificium, ya Bartoli se dedicaba al recuerdo de pasajes de ópera de Caldara, Araia, Graun, Leo, Broschi, Giacomelli y el gran Händel, que imprimió un sello único a la recordada época de los castrati. La artista sorprende una y otra vez con un renovado “más difícil todavía”, con una exhibición de escalas rápidas, adornos, agudos y sobreagudos, y de una estética y sensibilidad musicales que fascinan al público, quien se mostró, como siempre, entregado a la magia y a la ductilidad magistral de la cantante. No sólo es meritorio el trabajo vocal de la artista, sino también su labor infatigable como investigadora de mundos musicales perdidos u olvidados, que no duda en recuperar para los expertos y los interesados más “amateurs”. El repertorio barroco se ha vuelto uno de los que más transita, aunque sigue incorporando roles y óperas con una flexibilidad musical pasmosa. Durante más de 20 años se le identifica como una de las grandes y podríamos decir que para muchos, es la mejor en su tesitura. Numerosos premios jalonan el triunfo de sus CDs y DVDs sobre Vivaldi, Salieri, la Malibrán. Su trabajo con grandes directores como Baremboim, Harnoncourt o von Karajan, sus performances en reconocidas salas como La Scala, la Ópera de Zúrich y el Metropolitan de Nueva York, la consagran junto con los premios que ha recibido. Entre otros: el premio Bellini d’Oro, la Medalla al Mérito de las Bellas Artes, Cavaliere en Italia y Chevalier des Arts et des Lettres en Francia. Identificada en exclusiva para el grupo discográfico Decca, pro ópera Cecilia Bartoli Foto: Uli Weber ha sido nombrada Directora Artística del Festival de Pentecostés de Salzburgo a partir de 2010. Con esta trayectoria, la velada del 13 de octubre en el Teatro Real con esta romana universal se convirtió, como era previsible para los asistentes, en un verdadero regalo. Enjoyada, vestida por dos veces de blanco y negro, su apabullante actuación en escena, a medias transitando por el universo de la magia y la evanescencia se cerró con varias propinas que descerrajaron en el Teatro Real un estruendo de aplausos. por Alicia Perris enero-febrero 2011