Índice Capítulos Prefacio..................................................................................................7 1. Dando rodeos para evitar el tema...................................................9 2. Mi primera década.......................................................................13 3. La década de la adolescencia........................................................17 4. Los veintipico................................................................................21 5. Los treinta.....................................................................................23 6. No lo puedo creer… ¡Me llegaron los cuarenta!...........................27 7. Llegaron los cincuenta… ¡No los esperaba tan pronto!................31 8. El dilema del espejo......................................................................35 9. Lipoaspiración… ¡o basta de darle vuelta a mis rollos!...............39 10. Cara o ceca: lifting sí, lifting no...................................................41 11. ¿Qué estaba buscando? ¿A quién iba a llamar?............................45 12. Para llegar a la artritis, se requiere de la artrosis..........................49 13. ¿Será tarde para hacerme un toquecito?.......................................53 14. Nunca supe lo que era estar cansado............................................55 15. Menopausia y andropausia, ¿angustia o liberación?.....................57 16. ¿Qué haremos con los objetos personales?...................................61 17. ¡Estoy harta de los miedos!..........................................................65 18. Asignaturas pendientes.................................................................69 19. No soporto el maltrato de los jóvenes...........................................71 20. ¿Abuela a los cincuenta?...............................................................75 Elia Toppelberg 21. Esto empeora… ¿Y si me separo?................................................79 22. Cada día me parezco más a mi madre..........................................83 23. ¿Qué hago con la depresión?........................................................87 24. Navegar por Internet, ¿es opcional?..............................................91 25. Sexo, podríamos barajar y dar de nuevo.......................................95 26. De los sesenta, ni opino................................................................99 27. Cada vez hay que hacerse más estudios.....................................103 28. Adicciones..................................................................................107 29. ¿Jubilada? ¿De qué sindicato?.................................................... 111 30. Ni se me ocurre pensar en el retiro............................................ 115 31. No soporto la soledad................................................................. 119 32. Despidiendo el sobrepeso...........................................................123 33. ¡Gracias al humor!......................................................................127 34. La sombra negra del Alzheimer................................................. 131 35. Los setenta… ya no son lo que eran...........................................135 36. Los ochenta vienen con nuevo look............................................139 37. Los noventa... un agujero negro.................................................. 143 38. Hoja de ruta para la longevidad.................................................. 147 Acróstico para la longevidad.............................................................. 159 Dedicatoria......................................................................................... 161 Agradecimientos................................................................................ 163 Prefacio Finalmente, ya no me quedan más excusas, escribo sobre el envejecimiento de mis padres, de mi marido y otros maridos –los de mis amigas y de ellas mismas–, y llega un momento en que siento que estoy eludiendo el tema. Ocurrió algo curioso; a partir de mi segundo libro: “Mi marido envejece... ¿Qué hago?” observé que tanto hombres como mujeres me solicitaban que hablara de mi propio envejecimiento. En algunos casos, especialmente los periodistas más incisivos, me lo reclamaban directamente. Ahí mismo me di cuenta de la avidez que tiene la gente por escuchar a líderes que hablen en primera persona Es como si me dijeran: –Flaca, todo muy lindo... pero... ¿qué te pasa a vos? Basta de Maestros Ciruela... que nos dicen lo que hay que hacer. Si sabés cómo hacerlo, hacélo, luego yo lo leo y saco mis propias conclusiones. Hace tiempo que relaciono las dificultades para aceptar el paso del tiempo con el temor a la muerte y el morir, porque mi hipótesis es que, como “de eso no se habla...” solo le tememos. ¡No podemos pensar ni reflexionar sobre ese tema! Y es entonces cuando perdemos la posibilidad de prevenir situaciones caóticas o trágicas, y esto justifica plenamente todos nuestros inútiles esfuerzos para, en principio, detener el tiempo o negar su paso inevitable con el famoso “y bueno, después... veremos”. ¡No me diga que no lo dijo nunca! En medio de estas ideas, y casi sin darme cuenta, me puse a escribir sobre este tema del morir, ¡pero era demasiado tarde! La espada de Damocles pesaba ya sobre mí. Si mi próximo libro no tiene que ver con mi envejecimiento, mis lectores, con toda razón, pensarán que, en el fondo, yo también niego mi envejecimiento. Elia Toppelberg “Elia –me dije– escribí sobre lo que te piden, ¡sin anestesia!”. Y aquí estoy, sin poder garabatear ni una sola palabra desde que me lo propuse. No tengo tiempo... No tengo ganas... Estoy molesta porque me siento presionada... ya llegará el día… y qué sé yo cuántas razones más esgrimí. En realidad… ¿quiere que le diga la verdad? ¡No me gusta nada pensar en mi propio envejecimiento! Casi estoy por adherir a lo que me respondió una amiga cuando le pregunté acerca de sus preocupaciones con el tema. –Te lo digo de una –me aclaró muy seriamente–, yo no pienso envejecer, no lo soporto, ¡y haré todo lo que esté a mi alcance para evitarlo! Claro, yo me reí. Pero hoy, frente a la hoja en blanco, lo único que se cruza por mi mente es llamarla para ver cuáles son los próximos pasos a seguir. Heme aquí, enfrentada a ver pasar mi tiempo; es decir, cara a cara con mi propio envejecimiento. Ya más aliviada luego de mi “confesión”, debo también aceptar que la negación nunca fue una buena consejera. Pero, además, negar la negación… es algo que, aunque sea por principios, no puedo hacer. Y aquí estoy... aquí me tiene, con montones de dudas, con diferentes angustias, con la necesidad de tomar el humor como herramienta… porque si no lo hago… por ahí, como dice el tango, “se me pianta un lagrimón”. Puedo apelar a diferentes consuelos, porque como todos envejecemos y es algo que compartimos con las diferentes razas, países y culturas, juntos podemos tratar de encontrarle la vuelta, de manera que empezaré por ser lo más honesta posible. Pero eso sí; como en el libro “Mi marido envejece… ¿Qué hago?”, algunas cosas las encubrí para no empujar a mi marido al divorcio, en este caso haré lo mismo, porque si bien me gusta ser franca... ¡tampoco soy suicida! Elia Toppelberg Capítulo 1 Dando rodeos para evitar el tema “Si vives cada día como si fuera el último, un día tendrás razón”. Steve Jobs Daré algunas vueltas, para acercarme de a poco a mi escena temida. Cuando comencé a escribir acerca de la situación vital de mi madre, me parecía que la problemática era el envejecimiento como hecho puntual y concreto, y que todo eso tenía sus propias vicisitudes: “tengo que llevarla al médico porque sola no puede”, “necesita la prótesis dental nueva”, “hay que comprarle revistas para que se entretenga...”. Transité luego por el paso del tiempo en mi marido... y en mi padre... y hoy me doy cuenta que el problema del paso del tiempo, en principio, no pasa por si tengo dos arrugas más, algún kilo que me hizo perder la figura, o algunas de las distintas otras manifestaciones físicas que empiezan a aparecer. Le cuento la primera que se me presentó a mí ya hace un tiempo… Hice una consulta al oftalmólogo y fui de lo más tranquila, porque me encanta leer y me costaba hacerlo: tenía dolores de cabeza que no eran habituales. Decidí ir pensando que, por ahí, era la vista. El oftalmólogo, un viejo amigo de la familia, me dijo... con toda naturalidad: –¡no sabía que ya andabas por los cuarenta años! Yo, que acababa de cumplirlos, lo miré con la frescura de estar ante alguien intuitivo, pero se me derrumbó esa creencia cuando escuché lo que me dijo a continuación: –así es, este es casi el primer síntoma de que el tiempo pasa; a los cuarenta le suele tocar a la vista... 10 Elia Toppelberg ¡Por eso vemos a tantas personas mirando el precio en una vidriera con el ceño fruncido! No es que estén preocupados, ¡es que no ven los números y se resisten a delatar su edad con los anteojos! El hecho es que ahora se presenta la posibilidad de vivir varias décadas más: la longevidad es un hecho. Ya está habiendo mucha gente que cumple noventa, y es la primera vez en mi vida que estoy tomando contacto con gente de más de cien, y no precisamente visitándolos en una cama de hospital, sino cuando doy conferencias, participando de exposiciones de Ikebana, o presentando un nuevo libro. Se viene un desborde de personas que entrarán en el circuito de mayores de sesenta y cinco, y nadie está preparado para esto. Ni los gobiernos, ni las sociedades, ni las empresas; y, lo que es peor, ¡ni nosotros mismos! Aún nos queremos regir por la vieja idea de que, ante la ausencia del Estado, son los hijos los encargados de los cuidados, pero ¿de cuántos años estamos hablando en la actualidad? ¡Pueden ser décadas! Y a eso hay que añadirle la otra realidad de la movilidad laboral que llevó a los jóvenes a irse de sus lugares en busca de oportunidades, que las mujeres hoy tienen muchas posibilidades de trabajar y las parejas controlan el número de hijos por engendrar, y todo esto sin contar a los que, cada vez más, deciden no tener descendencia. Hay ya algunos movimientos que se pueden encontrar en Internet sobre los matrimonios childfree que se abstienen de tener niños, que no es lo mismo que childless que son los que no tienen niños. Moraleja: no hay personas disponibles en la familia para los cuidados que, eventualmente, pueda necesitar un viejo. El punto es que hasta aquí llegamos como llegamos, ahora tenemos el problema planteado; por lo tanto, la solución está en nosotros, tenemos que planificar y prever de qué manera vamos a transitar este montón de años por venir. Por lo tanto, ¡lo logré! Ya casi me olvido de mis arrugas, del pelo que se me cae y los rollos, para empezar a angustiarme por la incertidumbre, y de qué manera voy tomando las mejores decisiones para una Estoy envejeciendo... ¿Qué hago? 11 mejor calidad de vida que incluyan las hormonas confundidas, las canas y todo lo caído... Sin exagerar, tengo 58 años, pero podría pensarse que yo puedo vivir treinta años más. ¿Cómo quiero transitarlos? Creo que un primer paso que de hecho me calma –porque todavía estoy a tiempo de hacer algo–, es tomar conciencia que de los 50 para adelante, nosotros somos los responsables de cómo viviremos el resto de los años por venir. Hasta no hace mucho tiempo, mis abuelos se casaban jóvenes y mientras les llegaba la edad de la jubilación, crecían sus hijos y ellos enseguida se morían, sin demasiado tiempo para la reflexión. Pero este proceso sencillo se nos fue con el milenio; y este nuevo, con los adelantos en la medicina, nos da la posibilidad de prolongar la vida; el tema es, ¿cómo? La idea de que la gente mayor llegaba… digamos a los setenta –con suerte–, envejecía y luego moría, ya quedó obsoleta. Ahora puede llegar ese momento casi bendito y los adelantos de la medicina pueden torcer este camino y sacarlos de ese instante, para continuar adelante por más tiempo, pero sin calidad de vida, sin ninguna capacidad de disfrutar, casi diría yo que con las funciones orgánicas compensadas, y poco más. O como le pasó a mi madre y como le pasó a mi querida amiga Sara, y a tantos otros, devueltos del coma... por supuesto, no todos tenemos el mismo cuerpo y la misma genética; hay personas que están gracias a la medicina, y tienen mala calidad de vida; otras que están gracias a la medicina y tienen buena calidad de vida, y las que sólo están y piensan seguir estando. 12 Elia Toppelberg Para pensar... Tratemos de reflexionar y de tomar al toro por las astas. Si nos quedan varias décadas, querremos saber qué haremos con ellas, y seremos casi los únicos responsables de cómo llegamos a la recta final. Esto trae implícito, entre otras cosas, un cambio en las relaciones familiares. Lo invito a hacerse este planteo: si a los cincuenta –que antes significaba “ya estoy jugado”– seguimos con conflictos con nuestros padres, nuestra pareja o nuestros hijos, ¿qué haremos? Porque, ¡atención, que aún pueden faltar treinta años más de desencuentros! Capítulo 2 Mi primera década “Esa deliciosa edad en la que el flujo del tiempo no existe, cuando la vida es nada más que puro presente inmóvil”. Mario Vargas Llosa Es bastante esperable que la entrada a cada una de las décadas traiga cierto desencanto. Suele ser un momento de balance; muchos tenemos la tendencia a mirar sólo las pérdidas y, además, no las queremos asumir. De todas formas, si no lo hacemos por las nuestras, alguien pregunta: ¿Y, cómo te vienen los...? ¡Y hay que responder! Ahora que reflexiono sobre estas cuestiones, recuerdo que ya mi cumpleaños de diez fue algo raro; por lo menos creo que fue original, y lamento no haber aclarado con mi madre qué fue lo que la llevó a hacer lo que hizo. La costumbre en el barrio era que se festejaban los cumpleaños con el siguiente “protocolo”: se invitaba a todos los chicos sin excepción a tomar un Chocolate Águila, el que venía envuelto en papel rosa, ¡delicioso!, que mi tía hacía especialmente para mí. Hoy pienso que parte de lo fabuloso de aquel chocolate era que sólo se tomaba en los cumpleaños, con churros y rosquitas, una torta cubierta con dulce de leche y las velitas: celestes o rosa, según el caso, y punto. Nada más, pero con eso alcanzaba. El trámite llevaba media hora y, ¡a jugar! Unos días antes, mi madre me había dicho: –Ely, te compré una tela muy linda, y te voy a mandar a hacer un vestido a la modista, porque cumplís diez años. Será el último que festejemos, aquí se termina la niñez; y bueno, después veremos a los quince, si querés... Hoy pensaría –como dicen los adolescentes– que mi madre estaba fumada, porque lo que me proponía era desubicado del principio al fin. 14 Elia Toppelberg Primero, porque la ropa me la cosían mi madre o mis tías; sólo habíamos ido a la modista para que me hiciera el vestido para el casamiento de mi tía, la del chocolate, y ¡bien que hice en recibirla en la familia con un vestidito precioso! Segundo, nadie se hacía un vestido especial para los cumpleaños, se usaba el más lindo y listo. Tercero, ¿cómo es eso de que se terminaba la infancia? ¿Y a los once qué iba a ser yo? ¿Señorita? ¿Me pasaría eso que les venía a las señoras? Y cuarto, ¿tendría que esperar hasta los quince para el próximo chocolate? Era demasiado para mí. Ni siquiera dije que no me gustó mucho la tela ni el modelo que mi madre eligió, porque lo había sacado de la revista Temporada para niños, que era lo máximo a lo que se podía aspirar en belleza de ropita para niñas y porque, de hecho, los niños no elegían nada. Hoy me alegro de pensar que ella deseó que yo pudiera despedir mi niñez con una imagen tan encantadora como suelen ser la de las modelos de las revistas, y se lo agradezco. Es más, la importancia que mi madre le dio a ese festejo, influyó también en mi padre, porque ese día me compró el libro de cuentos “Bambi”, de una colección importada que yo ya conocía y que me encantaban. Sin embargo, sentí un poco de pena por mi papá, porque yo ya estaba grande para ese regalo, pero me pareció que él no se había dado cuenta. Igualmente se lo agradecí muy contenta. Si hubiera sido mi famoso tío Anga –el anarquista empedernido–, podría habérselo discutido, aunque más no fuera para saber su respuesta si yo le salía con que él se negaba a aceptar mi crecimiento. Aunque, pensándolo bien, pienso que seguro tenía una respuesta de esas en donde siempre hacía recaer la responsabilidad en mi persona... así que, ¡por suerte el que me lo regaló fue mi papá! Si bien la intuición de mi madre había captado algo de lo que me estaba pasando, yo seguía sin entender demasiado a los grandes, ¡tenían unas ideas tan raras! Estoy envejeciendo... ¿Qué hago? 15 Para mi hermano, su primera década terminó mucho más abruptamente. Eran tiempos más lentos, de manera que lo que había que hacer era acelerarlos. Cuando él entró a la escuela primaria, acababan de inaugurarla, y no estaba ni siquiera terminada. De modo que en una misma aula había tres filas de bancos y una maestra: cada fila representaba un grado. Una forma que encontró la maestra para apurar los tiempos –con la anuencia de mis padres–, fue sentar a mi hermano junto a la ventana; es decir, en primero inferior. Pero como era muy despierto, ya leía, escribía y sumaba, casi inmediatamente la maestra lo ubicó en la fila del medio, lo que significaba Primero Superior. Al mes ya estaba instalado en la fila al lado de la puerta, cursando Segundo Grado. De manera que el fin de su primera década, coincidió con el fin de la escuela primaria. Que mi hermano, a los once años y con pantalón corto haya ingresado al colegio secundario –y para colmo un Industrial–, le trajo una gran confusión, porque dedicaba buena parte de su energía a disimular que era un chico –sinónimo de tonto– y tratar de parecer un grande un poco petiso. Esta necesidad de adaptarse lo transformó en alguien sin edad, ¡y sigue así! Se adapta a todas las edades, como si perteneciera a ellas. En ese sentido le fue muy bien. 16 Elia Toppelberg Para pensar... ¡Me encantan mis cumpleaños! ¡No quiero ni pensar en mis cumpleaños! ¡Quién tuviera tus años! ¡Yo cumplo hasta sesenta y ahí paro! ¡Yo ahora descumplo años! Hay para todos los gustos. Cada uno recibió una manera diferente de interpretar el famoso “Onomástico”, como decía aquel personaje inolvidable de La Chona. Sería bueno poder reflexionar sobre cuál fue el mensaje que recibimos, para ver cómo lo actualizamos hoy, cuando ya tenemos un montón de años vividos de esa manera, para que en los próximos mostremos lo mejor de lo que supimos conseguir.