PACIENTE RESILIENTE CON LESIÓN CEREBRAL MARCO TEÓRICO II.1 Introducción La significativa revolución del desarrollo del concepto de la resiliencia quizás puede ser mejor ilustrada bajo la óptica del marco de referencia descrito por Thomas Kuhn (1962). En su discusión sobre el concepto de paradigma y específicamente, sobre el cambio de paradigma (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). Históricamente y principalmente a partir del siglo XVIII y XIX, como los académicos, científicos y profesionales empezaron a hacer frente a importantes procesos individuales y sociales. Su objetivo principal fue el análisis, y tratamiento de las enfermedades individuales y sociales (Reich, Zautra y Stuart Hall, ob.cit.). En el plano biológico, la ciencia médica y práctica, tal como el tratamiento de drogas fueron aplicadas a enfermedades físicas de orden biológico. En el plano psicológico, la psicoterapia freudiana se aplicó a las enfermedades mentales. Y en el plano social más amplio, las intervenciones de salud pública, de gobierno y el bienestar social intentaron reducir o eliminar la “enfermedad”. Pero sin haberla definido con precisión (ob.cit.). En el marco de trabajo de Kuhn, la dominancia intelectual conllevó a los participantes a enfocar su atención sobre la “ciencia normal”. En la que existía una enorme aceptación y acuerdo en la naturaleza del problema; enfoques estandarizados y procedimientos para lidiar con la enfermedad mental, aceptando así en lo que constituía su “cura” (ob.cit.). A continuación, históricamente la aceptación generalizada de estas diversas ciencias justificaron aquello que se denominó el “modelo de la enfermedad” como el paradigma reinante del siglo anterior y sus manifestaciones son omnipresentes, incluso hoy en día (ob.cit.). Sin embargo dentro del modelo de Kuhn, los paradigmas no siempre encajan correctamente con los hallazgos de los fenómenos investigados. Y peor aún con las observaciones de las respuestas individuales y comunitarias ante experiencias estresantes. Inicialmente estas “anomalías” fueron ignoradas o escritas como errores poco interesantes en este paradigma. Pero con el tiempo el escrutinio de estas anomalías empezó a generar una duda creciente con respecto a su funcionalidad (ob.cit.). Ante ello, algunos profesionales empezaron a desarrollar directrices investigativas distintas a los planteamientos del “modelo de la enfermedad”. Por tanto, aquello permitió el surgimiento de lo que se denomina el modelo de la resiliencia. Una muestra de esto es revelado, por ejemplo mediante las encuestas aplicadas en la sociedad estadounidense donde se encontró que cerca del 75% del total de esta población en este momento no sufre de ningún problema emocional o comportamental (Kessler, Chiu, Demler, y Walters, 2005). El estrés suscitado tras el padecimiento de la enfermedad del cáncer, en algunas personas es interpretado por un fuerte sentido de crecimiento personal, en vez de sentirse resignado y abatido por tal circunstancia (Stanton, Bower y Low, 2010). Incluso a nivel de las comunidades existe evidencia corroborativa. Ya que si bien las comunidades pueden ser vistas desde una perspectiva de la pobreza y las tasas de abandono de la escuela secundaria. Modelos más recientes realizan un énfasis en el estudio del capital humano como ser el compromiso cívico, la confianza social y el voluntariado. Los cuales constituyen recursos que fortalecen la comunidad a pesar de las recesiones económicas o desastres naturales (Puntnam, 2000; Vale y Campanella, 2005). La norma en el paradigma de la resiliencia sugiere reacciones sanas ante factores de riesgo y no así reacciones inusuales para individuos y comunidades. Según Perry (1983) la consideración central en este enfoque es la reacción ante el estrés que implica un proceso dinámico de una adaptación exitosa y no una simple ausencia de enfermedad (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). La condición para la investigación de la resiliencia radica en que debe ser estudiada a la luz de un repentino o algún sistema estresor continuo. Sólo cuando existe un sistema amenazante existe una garantía de que la persona o la comunidad han ejercido ciertos tipos de fortalezas, recursos y capacidades necesarias que con llevan a una adaptación exitosa a un corto o largo plazo (Reich, Zautra y Stuart Hall, ob. cit.). II.2. El Concepto de la Resilencia El vocablo de la resiliencia es una traducción del inglés resilience al castellano, que hace referencia a la capacidad de un material de recuperar su estructura original al ser sometido a altas presiones. En dicha acepción equivale a la cantidad de energía que puede almacenar un material cuando la presión lo obliga a reducir su volumen y se expresa en julios por metro cúbico (Soca, 2007). Pero este concepto proviene del latín de “resalire”, que derivó en el término resilio que está compuesto por el prefijo re y el verbo salire cuyo significado denota el “saltar y volver a saltar”, “volver de un salto” “recomenzar” (Soca, ob.cit.). Inspirados en este concepto el psiquiatra infantil Rutter y el neurólogo, psiquiatra y etólogo Cyrulnik adaptaron por analogía el concepto de resiliencia a las ciencias humanas. Utilizando este término para designar a la facultad humana que posibilita a las personas enfrentarse, sobreponerse y ser fortalecido ante adversidades significativas (Suárez,2004). … Por tanto la resiliencia, es definida por algunos autores que trabajan a partir de ella “como la capacidad humana de enfrentarse, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de adversidad” (Grotberg, 2006). Otros, más específicamente plantean que “resiliar es recuperarse, ir hacia adelante tras una enfermedad, un trauma o un evento estresante” (Manciaux, 2001). Aquello resalta la posibilidad que tiene cada individuo de vencer las pruebas y las diversas crisis de la vida; en un inicio resistirlas y luego superarlas para continuar viviendo lo mejor posible (Valdebenito, Mercedes Loizo y García, 2009). Las personas resilientes presentan aproximaciones optimistas y energéticas hacia la vida, son individuos curiosos y predispuestos a realizar nuevas experiencias. Además que poseen alta emocionalidad positiva, elemento característico que constituye a la resiliencia psicológica (Tugade y Fredrickson, 2004). Por tanto, un análisis sobre la literatura de esta temática sugiere que la resiliencia surge como un constructo teórico que intenta proporcionar información científica sobre las situaciones en la que se genera un desarrollo saludable en presencia de factores de riesgo como ser por ejemplo la pobreza (Werner, 1989). Por el contrario existen otras personas que al enfrentarse ante la misma situación no logran poseer los recursos necesarios para afrontar ciertas adversidades exitosamente (Cyrulnik, 2003). De este modo, el término de la resiliencia conlleva a poner un énfasis en el estudio de los factores positivos que protegen a los individuos y por ende no se debe centralizar las observaciones en los factores negativos. Que analizados de manera aislada, podrían conducir a errores al tratar de predecir quien sufrirá un daño ante las adversidades experimentadas (Cyrulnik, ob.cit.). Las investigaciones pioneras sobre este constructo enfocaron su estudio en familias con uno o ambos padres alcohólicos, cuyos hijos no desarrollaron ninguno de los síntomas esperados por el modelo de la enfermedad (Reich, Zautra y Stuart Hall 2010; Werner, 1989). Investigaciones más recientes definen a la resiliencia como un proceso dinámico que conlleva a una adaptación positiva dentro de un contexto de significativa adversidad” (Luthar Cicchetti y Becker, 2000). Existen dos preguntas fundamentales que necesitan ser respondidas cuando se investiga sobre la resiliencia. La primera que busca obtener información sobre la recuperación, o sobre el cómo las personas se sobreponen completamente al desafío (Masten, 2001; Rutter, 1987). Un individuo que es resiliente muestra una mayor capacidad para rápidamente recobrar un equilibrio fisiológico, psicológico y en las relaciones sociales al lidiar con eventos estresores (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). La segunda e igualmente importante se refiere a la sostenibilidad o la capacidad para seguir adelante a través de la adversidad (Bonanno, 2004). Para abordar este aspecto de la resiliencia uno debe preguntarse sobre el cómo la gente puede mantener su salud y bienestar psicológico en un entorno dinámico y desafiante (Bonanno, ob.cit.). Uno de los problemas para el entendimiento del proceso de recuperación ante eventos estresantes es que los modelos de salud física y de la salud mental no han desarrollado adecuadamente un entendimiento del significado de la recuperación. Este problema se hace aún más evidente en la frecuencia con la que las personas y las comunidades se recuperan ante la adversidad (ob. cit.). Los estudios revelan que los individuos resilientes reportan que “descubrieron lo que realmente importa en la vida”, y/o que “descubrieron la gran importancia de los otros” y/o que “encontraron fortalezas escondidas en sí mismos o capacidades escondidas de generosidad hacia otros” (Zaustra, 2003). Los investigadores que han hecho un énfasis particular en el estudio de los riesgos en el desarrollo, indican que la resiliencia es la respuesta ante una adversidad. La cual es entendida como una excepción y no así como la regla (Luthar, 2006). Sin embargo, las personas son extraordinarias y es común, no raro, observar estas hazañas de resiliencia en los niños (Garmezy, 1991) y además que se da a través de la vida (Bonano, 2004; Greve y Staudinger, 2006). Se espera cierta turbación de angustia psicológica inicial, tras experiencias estresantes y quizás puedan ser potencialmente beneficiosas para la adaptación (Reich, Zautra, Stuart Hall, J. 2010). Desde la perspectiva de la resiliencia, la velocidad y la minuciosidad de la recuperación del daño producido, son los resultados claves que se deben observar. Una “recuperación” resiliente no puede darse sin ciertas “cicatrices” emocionales. (ob. cit. 2010). Aunque la respuesta resiliente puede ser casi universal, es inverosímil que todas las personas tengan esta misma capacidad, y que las fuerzas ambientales que fortalecen o debilitan la resiliencia se distribuyan por igual en la población. Las personas difieren en su fuerza interior, flexibilidad, y en la “reserva de su capacidad” (Gallo, Bogart, Vranceanu, and Matthews, 2005). Además la sensibilidad del ambiente social y físico difieren de una familia a otra y de una comunidad a la siguiente (Garmezy, 1991). En este sentido, la diferencia entre la gente con alta y baja resiliencia probablemente radica en la capacidad por aprender de diversos contratiempos y emplear este conocimiento para obtener ciertos afrontamientos efectivos (Calderón, Espinosa y Techio, 2004). Se cree que las emociones y evaluaciones cognitivas positivas, coadyuvan a la habilidad de los individuos resilientes para recuperarse velozmente de la activación emocional negativa (Tugade y Fredricson, 2004). En una investigación realizada en España sobre los atentados del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos se verificó que las personas resilientes presentan la capacidad de expresar emociones positivas a pesar de las emociones negativas (Fredrickson, Tugade, Waugh y Larkin, 2003). Otro estudio demostró que la posibilidad de sentir emociones positivas actúa como un mediador entre la resiliencia y la inferencia en la obtención de beneficios sobre los eventos estresantes y traumáticos (Calderón, Espinosa y Techio, 2004). Estas investigadoras plantean que el hecho de encontrar un significado positivo posiblemente es el punto de partida más poderoso para la cultivación de emociones positivas para momentos de crisis. Además la afectividad positiva refuerza la conexión con otras emociones positivas y solidifica los vínculos sociales, facilitando la generación de recursos interpersonales. Este ciclo puede proseguir en un espiral dirigido a reforzar el bienestar individual (Calderón, Espinosa y Techio, ob.cit.). Sin embargo estas autoras afirman que se debe prestar atención a no confundir aquello con el fenómeno denominado Polyanna, donde los individuos poseen una tendencia a enfocarse simplemente en información placentera, sin reconocer la gravedad de sus problemas y sin percibir un daño en lo estresante (Tugade y Fredricson, 2004). Prosiguiendo con esta tendencia, la investigación empírica revela que el hecho de percibir un beneficio en un evento negativo o traumático está relacionado con una menor alteración afectiva (Calderón, Espinosa y Techio, 2004). En esta línea, en la investigación realizada por Fairbanks, Hansen y Fiterling (1991), se encontró que los veteranos de guerra que presentaban una menor sintomatología post- traumática, empleaban prioritariamente como un mecanismo de afrontamiento, el resaltar lo positivo de los recursos sobre los hechos traumáticos experimentados durante la guerra. Algunos investigadores se han centrado en estudiar las características de la personalidad de las personas resilientes (Friborg, Barlaug, Martinussen, Rosenvinge, y Hjemdal, 2005). Estos autores generaron cierta literatura científica al modificar ligeramente los determinantes ambientales sociales en las capacidades de respuestas de los individuos. Inclusive sin prestar atención al capital social y psicológico, dentro de las comunidades. Por lo tanto, este modelo de la resiliencia basado en las características de los individuos posee una aplicabilidad limitada (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). La psicología social y comunitaria de la resiliencia es requerida si se quiere entender porque muchos individuos no siempre son capaces para preservar su bienestar y sostener el progreso hacia las metas que cada uno se establece; y para aquellos que les importan (Cowen, 1994). II. 3 Factores Protectores de la Resiliencia. Werner plantea que los factores de la resiliencia actúan como mecanismos moderadores que mejoran la reacción de las personas ante situaciones estresantes o adversidades crónicas (Ryff y Singer, 2003). De este modo permiten la obtención de una adaptación más exitosa que en el caso en el que estos factores estén ausentes (ob. cit., 2003). De acuerdo a Luthar, Cicchetti y Becker, 2000; Masten, 2001; Masten y Coatsworth, 1998; Werner y Smith, 1992; Wyman, Sandler, Wolchilk y Nelson, 2000; los hallazgos comunes encontrados por la investigación en la resiliencia sugieren que existen tres grupos principales de variables que parecen facilitar una adaptación positiva ante condiciones de riesgo: 1. Atributos individuales característicos: Buen funcionamiento intelectual; autoeficacia; autoestima positiva; habilidades en solución de problemas, locus de control interno o una sensación de optimismo. 2. Un ambiente familiar cálido que proporcione un suministro de cuidados fisicos y emocionales: Un hogar estructurado y estable; una solida relación con un cuidador primario. 3. Acceso a relaciones contextuales amplias: como fuentes de apoyo positivo extra familiar; enlaces con redes de apoyo a la familia; escuelas eficaces y conexiones con organizaciones prosociales. II.3.1 Factores Resilientes: atributos individuales II.3.1.1 Religiosidad La religión funcionalmente está asociada a la búsqueda de significado, es decir, al sentido de que existe una razón subyacente para el universo en general o particularmente para las experiencias de uno. Greertz (1966) describió a la religión como una fuente de creencias sobre el orden general de la existencia, la cual produce emociones profundas y motivaciones para el individuo (Reich, Zautra y Stuart-Hall, 2010). Cuando un individuo adquiere un significado fundamental, la religión puede protegerlo de la desesperación, de lo contrario, podría interpretar la realidad como algo banal y arbitrario. Además, el significado religioso puede ofrecer la esperanza de que las circunstancias desagradables sirvan a un propósito mayor. La religión frecuentemente está asociada a la autoeficacia y a una confrontación activa de los problemas (Reich, Zautra y Stuart-Hall, ob. cit). La religión puede proporcionar a la gente creencias sobre lo valioso de la vida, lo cual a su vez pude generar un bienestar psicológico. Las personas que además experimentan eventos estresantes parecen beneficiarse emocionalmente a través de la religión. Las que son más religiosas tienden a presentar mayores niveles de positividad. Además, ante la adversidad, las personas con fe muestran una notable capacidad para preservar su sentido de conexión con lo sagrado y su forma religiosa de vida (ob. cit). Finalmente, la religiosidad puede ser un catalizador tanto para cambios positivos en la vida de las personas como para el crecimiento personal ante situaciones estresantes. Muchos individuos religiosos sienten que su fe los ayuda a utilizar la crisis como una oportunidad para alcanzar resultados altamente valorados, tanto a nivel secular como espiritual. Por consiguiente, la religión representa un potente factor resiliente (ob. cit). II.3.1.2 Empatía. La empatía es una respuesta emocional orientada a otro, en base a una percepción sobre el bienestar de alguien. Si se percibe que una persona presenta una necesidad, la respuesta empática pude denotar; simpatía, compasión, blandura, ternura etc. La respuesta empática requiere que uno piense que reconoce el estado en el que se encuentra el otro (Snyder y Shane, 2002). Sin embargo, no se requiere que la percepción sea precisa o incluso que coincida con la percepción de los demás (Ickes, 1993). Un intento por ayudar a otro mediante una respuesta empática, es por supuesto más probable de ser beneficioso, si el sentimiento está basado en una percepción precisa sobre la necesidad del otro (Snyder y Shane, 2002). Considerable evidencia científica apoya la idea que sentir empatía ante una persona en necesidad conlleva a incrementar la ayuda a la misma persona (Coke, Batson y McDavis, 1978; Battson, 1991). Sin embrago, una relación empática de ayuda a una persona, no revela nada de información sobre la motivación que subyace a la relación (Snyder y Shane, 2002). Incrementar el bienestar de otro puede ser una meta personal, un objetivo instrumental como medio para obtener un objetivo final personal o varios beneficios personales o ambos. Es decir, aquella motivación puede ser altruista, egoísta o combinada (Snyder y Shane, ob.cit.). II.3.1.3 Habilidad en resolución de problemas. Una fuerza crítica o recurso para el afrontamiento de las demandas de la vida, es la estimación que tienen las personas en relación al estilo y las habilidades que presentan para la resolución de los problemas (Snyder y Shane, 2002). Según Heppner y Lee (2002) se ha comprobado mediante la investigación que en base al como las personas evalúan sus resolución de problemas afecta no solo el cómo enfrentan sus problemas sino que también modifica la adaptación que asumen frente a aquellos. En las primeras investigaciones sobre la resolución de problemas, se la conceptualizó como una constelación de habilidades cognitivas o procesos mentales relativamente discretas (Snyder y Shane, 2002). Por ejemplo, el estudio pionero de Spivack y Shure entre los años 60 y 70 investigaron las habilidades cognitivas interpersonales de la resolución de problemas como ser: la sensibilidad ante el problema, los recursos, pensamiento, pensamiento de la solución alternativa, razonamiento causal y razonamiento sobre las consecuencias. II.3.1.4 Inteligencia Howard Gardner (1983) introdujo los conceptos aparejados de inteligencia intrapersonal e inteligencia interpersonal. Aquellas fueron formuladas en base a un grupo de capacidades del razonamiento acerca de los sentimientos de uno, pensamientos sobre el yo y la sociedad. Epstein (1998) añadió a los conceptos mencionados, la idea del pensamiento constructivo. Es decir, una constelación de procesos de pensamientos que implican la capacidad de llevar a cabo afrontamientos adaptativos y evitar pensamientos supersticiosos, pesimistas y contraproducentes. La inteligencia personal implica las siguientes habilidades: reconocer información relevante sobre la personalidad de uno mismo a través de la introspección y la observación de los demás; formar esa información en modelos precisos sobre la personalidad; guiar las decisiones de uno usando la información pertinente sobre uno mismo; y sistematizar objetivos, metas y planes para buenos resultados (Snyder y Shane, 2002). II.3.1.5 Sentido del humor Desde hace más de un milenio existe la idea de que el sentido del humor aligera la carga de la vida y que ayuda a la gente a lidiar con el estrés. Una dosis de humor no sólo nos hace reír, sino que también ayuda a nuestras mentes a apagar las fuentes de estrés en nuestras vidas, al menos por un tiempo. Aunque los hallazgos científicos sobre los beneficios potenciales del humor no son concluyentes, se encontró que el humor puede ayudar a hacer frente a las cargas de estrés que se enfrenta en la vida diaria (Jeffrey y Spencer, 2010). Se cree que la habilidad de los individuos resilientes para infundir significados positivos mediante el sentido del humor a eventos estresantes de la vida, podría ayudar a regular las emociones negativas (Folkman y Moskowitz, 2004). II.3.1.6 Optimismo Según Snyder y Deux (2012), los optimistas son personas que esperan que cosas buenas sucedan, contrariamente los pesimistas esperan que cosas malas les sucedan. Dicha creencia en particular ha recibido bastante apoyo en la investigación contemporánea. Optimistas y pesimistas se diferencian en varios aspectos que tienen gran impacto en sus vidas. Son diferentes en la forma en cómo enfocan los problemas y desafíos. Además, difieren en la forma y éxito, con el que enfrentan la adversidad. Una influencia para el optimismo o para el pesimismo, es como la gente se siente cuando enfrenta sus problemas. Cuando las personas enfrentan dificultades, las emociones que experimentan pueden variar desde excitación y entusiasmo hasta ira, ansiedad y depresión. El balance ente las emociones está relacionado a la variación en el optimismo de la persona (Snyder y Deux, ob. cit.). Los optimistas esperan resultados favorables, incluso cuando se encuentran en situaciones complicadas. Aquello debe dar paso a una relativa mezcla de sentimientos positivos (ob. cit.). Los pesimistas esperan resultados desfavorables, lo que debe dar paso a más sentimientos negativos, como la ansiedad, rabia, desesperación o tristeza (Carver y Scheier, 1998; Scheier y Carver, 1992). El optimismo está relacionado a un afrontamiento enfocado en el problema, especialmente si la situación es controlable para la persona (Snyder y Deux, 2012). El optimismo también está relacionado a un replanteamiento positivo de la realidad, al igual que a una tendencia por aceptar la situación en la que se encuentra la persona. De este modo, los optimistas generalmente presentan un enfoque de enfrentamiento, en cambio los pesimistas normalmente presentan un enfoque de enfrentamiento evitativo a sus problemas (Snyder y Deux, ob. cit.). II.3.1.7 Locus interno de control Rotter propuso en 1966, que los individuos difieren en la atribución de la responsabilidad de lo que les sucede. Denominó locus de control externo, a la creencia, cuando la gente interpreta que la consecuencia de un comportamiento es controlado por la suerte, el destino o gente con poder sobre uno. Por el contrario, sostuvo que el locus de control interno, es la creencia en la cual las personas interpretan sus comportamientos y las características de su personalidad como efecto de las consecuencias de sus comportamientos. Sin embargo, tener un locus de control interno, no es equivalente a ser autoeficaz. Las personas que creen que la causa de ciertos resultados es inherente a uno mismo no necesariamente tienen la creencia que pueden cambiar este factor interno (Condly, 2006). El locus de control interno o control interno percibido, se refiere al juicio o de que una persona tiene los medios para obtener los resultados deseados y para evitar resultados indeseables (Snyder y Deux 2012). Quizás la mayor conceptualización sobre el control percibido sea la de Geary (1998). Al fundamentar que en el marco evolutivo, el deseo por el control sirve como la motivación básica que guía todas las demás motivaciones, emociones, cogniciones y comportamientos sociales. Sostiene que el querer tener control ha sido adaptativo para el ser humano, en la medida que otorga una mayor probabilidad en la obtención de recursos vitales para la sobrevivencia y para la reproducción. Manteniendo la perspectiva de que el control es el motivo básico para la condición humana, existen investigaciones que han demostrado sus beneficios (Snyder y Deux, 2012). Por ejemplo, las percepciones de control están asociadas a mejores enfrentamientos ante circunstancias estresantes (Glass, McKnight, y Valdimarsdottir, 1993; Thompson, Nanni, y Levine, 1994). Aquellas personas cuyo locus de control interno es mayor, demuestran ser menos ansiosas y depresivas en el afrontamiento de enfermedades crónicas (Griffin y Rabkin, 1998; Thompson, Nanni, y Levine, 1994). Además, aquellos con un mayor sentido de control percibido son más propensos a adquirir las medidas necesarias para mejorar o proteger su salud física (Petersony y Stunkard, 1989; Rodin, 1986). II.3.1.8 Autoeficacia La premisa fundamental de la teoría de la autoeficacia es que las creencias de las personas sobre sus capacidades para producir efectos deseados mediante sus acciones, son los determinantes más importantes para los comportamientos que la gente elige, afectando cuanto perseveraran en sus esfuerzos para afrontar obstáculos y desafíos (Bandura, 1997). La teoría de la autoeficacia sostiene también, que dichas creencias de eficacia son cruciales para la adaptación psicológica, problemas psicológicos, salud física, al igual que la guía personal sobre las estrategias comportamentales (Snyder y Deux, 2012). La autoeficacia no es equivalente a la autoestima (Snyder y Deux, ob.cit.). La autoestima es lo que uno cree acerca sí mismo, y como se siente de lo que cree acerca de sí (ob. cit.). Las creencias de la autoeficacia en un particular dominio contribuirán a la autoestima sólo en la proporción de la importancia que uno le da a dicha dominio (Snyder y Deux, 2012). Según Bandura (1997) las creencias sobre la autoeficacia nos son equivalentes a las expectativas sobre los resultados. Una expectativa sobre el resultado de un comportamiento, es una creencia que un comportamiento específico puede ocasionar un resultado particular en una situación determinada (ob. cit.). La autoeficacia, sencillamente es la creencia que uno puede realizar un comportamiento para obtener un resultado (ob. cit.). II.3.1.9 Autoestima La autoestima es un juicio o creencia sobre el valor de la totalidad de uno mismo y sobre lo específico de algún ámbito personal de uno como la apariencia, inteligencia o proezas atléticas, etc (Rosenberg, Schooler, Schoenbach y Rosenberg, 1995). La autoestima es un rasgo de personalidad y un estado psicológico (Rosenberge, 1965). La gente tiene un promedio o un nivel típico de autoestima que se mantiene relativamente estable alrededor de semanas, meses hasta años (Rosenberge, ob.cit.). Además, experimentan fluctuaciones en su autoestima alrededor de su promedio o nivel típico (Kernis, Cornell, Sun, Berry, y Harlow, 1993; Rosenberg, 1979). En términos generales, la gente con alta autoestima a diferencia de la gente con baja autoestima, experimenta sensaciones más agradables como satisfacción en la vida y felicidad (Pellham y Swann, 1989; Tennen y Herzberger, 1987). Además, experimenta sensaciones menos desagradables como tristeza y ansiedad (Pellham y Swann, 1989; Tennen and Herzberger, 1987). Las personas con baja autoestima presentan mesuradas evaluaciones positivas sobre ellos mismos. Pero al tener dudas sobre sí mismos, sus apreciaciones son inciertas y confusas (Campbell, 1990). Las personas con alta autoestima piensan que tienen toda una serie de atributos deseables, la autoestima se correlaciona rotundamente con juicios personales de popularidad, atractivo, relacionamiento, habilidades y moralidad (Wylie, 1979). Ellos mantienen esta autoestima positiva con certeza y claridad (Campbell, 1990). II.3.2 Factores Resilientes: Ambiente Familiar Proveedor de Cuidados Físicos y Emocionales II.3.2.1 Cuidador primario Los miembros de la familia son los cuidadores principales representando un alto porcentaje de los cuidadores informales. Los aspectos positivos de los cuidados se definen como los beneficios y la satisfacción de las relaciones de cuidado (Novak y Campbell, 2006). Los miembros de la familia en los roles de cuidado pueden tener un impacto en los ajustes psicológicos y físicos de las personas con discapacidad (Snyder y Shane, 2002). Varios temas positivos sobre cuidado del cuidador primario han sido investigados, tales como el significado atribuido al cuidado y a la reciprocidad en la relación entre el cuidador y el beneficiario del cuidado (Noonan y Tennstedt, 1997). Los aspectos positivos de la prestación del cuidador primario deberían mediar entre las demandas de la función y el bienestar de los individuos (Tarlow y col., 2004). Tarlow y sus colegas definieron los aspectos positivos del cuidar, como la apreciación de la situación y de su habilidad para adaptarse a los factores estresantes de ese rol (Qualls, 2004). Muchos cuidadores hacen sacrificios financieros importantes, tanto incrementando sus gastos como reduciendo sus ingresos para así brindar cuidado a la persona con capacidades diferentes (Qualls, ob. cit). Por ejemplo, seis de diez cuidadores dicen que tuvieron que hacer ajustes en su trabajo para poder ayudar a la persona que cuidan (Alianza Nacional para el Cuidado y la asociación americana de personas jubiladas, 2004). El apoyo social y el bienestar son importantes en la disminución de la carga del cuidador y en la reducción de las tensiones interpersonales entre el cuidador y la persona a quien cuida (Snyder y Shane, 2002). II.3.2.2 Sólida relación con el resto de la familia. Una familia es más que una la suma de sus miembros. Las familias son sistemas que tienen diferentes estructuras. Las funciones, jerarquías y los límites producen patrones de interacción, expectativas y apoyo. El cuidado de la familia a una persona discapacidad desafía a las familias a evolucionar patrones lo suficientemente flexibles para adaptarse a las demandas creadas por la discapacidad (Talley y Crews, 2012). Para que sea exitoso el apoyo del cuidado familiar y el de las redes sociales, las barreras entre la familia y el mundo exterior deber ser lo más semipermeables posibles. Es decir, deberán permitir que el sistema de cuidado se desarrolle y se proteja mediante una demarcación clara de los roles de cada miembro familiar (Talley y Crews, ob. cit). Las familias resilientes presentan una coherencia interna, preservan la esperanza, se enfocan no solo en el crecimiento de la persona discapacitada sino en el crecimiento de la totalidad del sistema. Para algunas familias las creencias y prácticas espirituales a veces unen las realidades dolorosas de la discapacidad con propósitos mayores en la vida (ob. cit.). II.3.3 Factores resilientes: acceso a relaciones contextuales amplias. II.3.3.1 Soporte social en la religiosidad. Las diversas formas de religiosidad están asociadas con la recepción de mayor apoyo social, y el apoyo de este tipo puede amortiguar los efectos de los estresores. La función de la religión es de promover un sentimiento de interrelación social (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). Para Durkheim (1912), las religiones tienen la capacidad para unificar un grupo de personas en una institución social organizada, con un conjunto común de creencias, valores y prácticas, esta es una de sus características distintivas. Involucrarse en una comunidad religiosa puede permitirle al miembro de la congregación obtener intimidad interpersonal con el grupo e identidad social. La gente recurre a la religión por razones que son de carácter espiritual, buscan una relación con lo sagrado en sí. De hecho, muchas religiones enseñan que el mayor bien posible es conocer la verdadera naturaleza de lo divino (Reich, Zautra y Stuart Hall, 2010). II.3.3.2 Soporte social en un amigo La investigación ha demostrado que las conductas de afiliación en animales y humanos alivian el efecto del estrés (DeVries, Glasper, y Destillion, 2003; Robles y Kiecolt-Glasper, 2003). Según Furman y Buhrmester (1992), las personas buscan apoyo de sus redes sociales en forma de alianza confiable, para mejorar su autoestima, obtener asistencia instrumental, compañerismo, afecto y/o intimidad. Por otro lado, los amigos proporcionan un apoyo emocional y facilitan la integración social de la persona discapacitada. La integración social ha sido definida como “un sentido de pertenencia en el involucramiento social y en actividades recreativas con otra gente que comparte intereses en común”. De acuerdo, a la definición mencionada, el apoyo social y el bien-estar, son importantes tanto para disminuir la carga del cuidador primario y para reducir las tensiones interpersonales entre el cuidador primario y la persona que es cuidada (Thompson y col., 1993). II. 4 Traumatismos Craneoencefálicos. Los TCE pueden afectar el cerebro de diversos modos: el traumatismo puede lesionar directamente el cerebro, por ejemplo en el caso de una herida por arma de fuego; puede interrumpir el flujo sanguíneo cerebral, dando origen a isquemia y en algunos casos hasta a un infarto; puede causar hemorragias y hematomas, incrementando la presión intracerebral (Ardila, ob.cit.). Como en cualquier tejido, en el cerebro también se producen inflamaciones como consecuencia del trauma (edema) llevando a incrementar la presión intracerebral; en el caso de que se fracturé el cráneo (traumatismo abierto) la posibilidad de infección se incrementa; y finalmente, las cicatrices que se producen por el TCE pueden convertirse en un foco epiléptico, cuyas manifestaciones clínicas aparecerán meses después del traumatismo (ob.cit.). Existen dos tipos de daños cerebrales ocasionados por un TCE, el primario debido a la contusión, laceración y hemorragia, o el secundario ocasionado por una isquemia, anoxia, edema y hemorragia intracraneal (ob.cit.). Los TCE pueden ser divididos en dos grandes grupos: abiertos y cerrados. En el primero en el TCE, el cráneo ha sido penetrado y algunas veces los fragmentos del hueso penetran en el parénquima cerebral. En la mayoría de las ocasiones las personas que padecen de este tipo de traumatismo no manifiestan una pérdida de la conciencia y normalmente las alteraciones neurológicas y neuropsicológicas que presentan, son secundarias a la lesión cortical focal. Este tipo de TCE se da por lo general ante heridas por arma de fuego (ob.cit.). En el segundo grupo, el cerebro sufre por los efectos mecánicos de la rápida aceleración y desaceleración (concusión o conmoción), como sucede en el caso típico de un accidente de tránsito. A pesar de que no haya existido una fractura del cráneo, el cerebro igualmente puede ser lesionado por el efecto del golpe y el contragolpe que eventualmente puede dañar principalmente a los lóbulos frontales y temporales. El impacto contra el ala menor del esfenoides que divide la fosa anterior de la fosa media del cráneo, se asocial con contusión cerebral. Debido al movimiento del cerebro existe la posibilidad de que se causen hemorragias pequeñas que pueden formar hematomas, que unidos al edema, generan una presión potencial sobre otras estructuras cerebrales” (ob.cit.). Generalmente por los traumatismos craneales encefálicos cerrados se produce una pérdida de la conciencia posiblemente como causa de alteraciones en las estructuras del tallo cerebral. Ante TCE leves la pérdida de la conciencia puede presentarse por un intervalo de tiempo reducido (ob. cit.). II.5 Daño Cerebral en la Afasia. El funcionamiento normal del cerebro humano puede ser afectado por diversas patologías neurológicas. Entre estas principales condiciones que potencialmente son capaces de producir alteraciones en el lenguaje se encuentran: los accidentes cerebrovasculares (ACV), los traumatismos craneoencefálicos (TCE), los tumores cerebrales, las infecciones del sistema nervioso, las enfermedades nutricionales y metabólicas, y las enfermedades degenerativas” (Ardila, 2006). II. 6 Afasia Según Ardila (2006) la afasia ha sido desde siempre el foco central de estudio de las neurociencias. Representó el inicio del análisis de la organización del cerebro humano de los procesos cognitivos. La afasia es un síndrome fundamental para al menos tres tipos de profesionales: el neuropsicólogo, el neurólogo y el terapeuta del lenguaje. El estudio de la afasia llegó a representar a lo largo de un siglo el núcleo de conocimiento central de la neuropsicología. La mayor parte de lo que se sabía por medio de la investigación sobre las alteraciones cognoscitivas en caso de psicopatología era en base a las afasias (Ardila, ob.cit.). Actualmente el estudio de la demencia y los trastornos ejecutivos tendieron a ocupar este lugar privilegiado en la investigación tanto a nivel fundamental como clínico. Pero de todos modos la investigación sobre la organización del lenguaje y sus trastornos en caso de patología cerebral, sigue creciendo. Por ejemplo, mediante la introducción de las técnicas imagen lógicas funcionales, con la Resonancia Magnética Funcional, fue el estudio del lenguaje desde su perspectiva normal y patológica el tema inicial y de mayor importancia para la investigación (ob.cit.). Según Benson y Ardila (1996) la afasia es un trastorno en el lenguaje ocasionado por un daño cerebral. Una definición que engloba a los conocimientos actuales sobre sus bases neuroanatómicas, se refiere a que la afasia es el deterioro o la pérdida de los procesos complejos de interpretación y de la formulación simbólica del lenguaje a causa de un daño cerebral adquirido que afecta la red, ampliamente distribuida de estructuras corticales y subcorticales del hemisferio dominante del lenguaje (Bertheir, 2005). Por tanto existe la posibilidad de que afecte a la expresión y a la comprensión, como también a los niveles semánticos, fonológicos, morfológicos y sintácticos del lenguaje, presentando una gran variabilidad según el volumen y la localización de la lesión. En la afasia otras funciones cognitivas que dependen del hemisferio izquierdo pueden ser afectadas como ser la memoria auditivo-verbal a corto plazo y la atención al ser indispensables para el funcionamiento adecuado del lenguaje (Berthier, 2007). Luria clasifica siete tipos de afasias, estas son: afasia motora eferente, afasia motora aferente o cinestésica, afasia acústico agnóstica, afasia acústico amnésica, afasia semántica, afasia amnésica, afasia semántica (Luria, 1982). II.6.1 Aspectos Psicosociales en la Afasia Según Helm-Estabrooks (2005) parece que los aspectos psicosociales y emocionales de la afasia quizás son incluso más discapacitantes que los aspectos neuroconductuales. A causa de la pérdida del lenguaje las relaciones interpersonales de una persona afásica se ven profundamente alteradas. La ruptura del vínculo comunicativo puede precipitar a la persona afásica a una serie de trastornos sociales. La mayor parte de los síntomas suscitados en la persona afásica en función a la perdida devastadora de su capacidad de la comunicación, se parecen a los síntomas neuro-psiquiátricos (para la afasia de broca, son la depresión, negación de la enfermedad y reacción catastrófica) causados directamente como efecto de la lesión cerebral. Si bien la causa puede diferir, la sintomatología puede ser similar. El aislamiento y la soledad se asientan con rapidez en la persona con afasia. Generalmente el sujeto afásico no puede trabajar, y queda apartado de los contactos diarios que tenía con sus compañeros de trabajo. Mucha gente se incomoda cuando intenta comunicarse con un sujeto afásico, incluso los amigos y vecinos tienden a distanciarse de ellos. La persona afásica probablemente presentará signos de frustración y enfado por la reacción de la sociedad ante su condición, le gente ignorante sobre la naturaleza verbal del trastorno, normalmente, le aplicará la etiqueta de “tonto”, “retrasado mental”, “loco” o “borracho” (Helm-Estabrooks, ob.cit.). La afasia también acarrea efectos drásticos en su vida familiar. La persona con afasia, pasa de ser el proveedor económico de la familia a una dependencia que dependerá según el grado de la intensidad de la afasia. Por tanto, la familia tendrá que enfrentar y adaptarse a un posible descenso repentino e inesperado de ingresos económicos y a un aumento de los gastos para la rehabilitación del afásico (ob.cit.). El cambio del rol de alguno de los padres puede ser motivo de miedo, confusión, enfado, dolor, miedo, ansiedad, rencor y frustración entre las reacciones usuales dentro de la familia. En muchos casos, la tensión es superior a la capacidad que tiene la familia para afrontar la situación y conduce al divorcio de los padres o a la separación (ob.cit.). II.7 Rehabilitación. El desarrollo de la rehabilitación contempla los siguientes aspectos del individuo: su forma de aprendizaje y su respectiva consolidación, el refuerzo oportuno de los progresos, la intensidad de su motivación, la graduación de la dificultad (si es posible mediante la participación de sujeto, en la selección de objetivos, contenidos y materiales en función de sus intereses) y es esencial el establecimiento de una relación empática con el paciente (Bruna Roig, Puyuelo, Junqué, y Ruano, 2011).