17/12/08 EL CAMBIO DEL CAPITALISMO El sistema económico va a cambiar con esta crisis. No es probable que haya un cambio de paradigma a un nuevo capitalismo, pero sí habrá cambios sustanciales: más activismo del Estado; más política social y protección frente al mercado; más supervisión y regulación, especialmente del sector financiero; un Estado más moderno y con un repertorio más amplio de instrumentos; cambios en el modelo productivo, con menos endeudamiento y menos riesgo, pero quizás también menos crecimiento; una nueva política monetaria, con un mandato más amplio; una recomposición del mapa sectorial, con menos peso del sector financiero y más de la economía verde; una nueva cultura corporativa, orientada a la estabilidad y no al continuo crecimiento; menos poder de los agentes económicos; el descrédito del capitalismo popular; un orden económico multipolar y multi-divisa, con los emergentes ya emergidos; más consumo interno y menos comercio internacional; y el fin del consenso sobre los beneficios de la globalización, el comercio internacional y los actuales mecanismos consiguiente riesgo de proteccionismo. multilaterales, con el Un cambio, no de paradigma, pero sí de prioridades y de expectativas. El modelo económico de las últimas décadas ha generado crecimiento económico pero también desigualdad, desprotección, desconfianza e inseguridad. El descontento por todo ello está cristalizando en esta crisis, lo que hace probable una era de cambio que será sustancial en aquellos ámbitos donde se ha quebrado la confianza de la ciudadanía en el funcionamiento del sistema. Sin embargo, es probable que el cambio sea menos profundo de lo que ahora, en plena crisis, pueda parecer. El capitalismo no se va a derrumbar: el mercado, el crecimiento económico y el consumo seguirán siendo los pilares del sistema; se mantendrá el consenso de que la iniciativa privada y el sistema de mercado son los mecanismos más eficientes de generación de riqueza y asignación de recursos; y no se reclamará la vuelta del Estado como planificador, sino como protector y como dinamizador de la economía. Conviene pues no dejarse llevar por cantos de sirena ni perder de vista la pelota, para centrarse allí donde hay posibilidad real de cambio y gestionarlo en una dirección progresista. Tras consultas con varios economistas y analistas (…), creemos que lo siguiente puede ser un escenario factible a medio plazo: Un capitalismo con muletas: más presencia del Estado y de los organismos internacionales en la economía y más política económica. Cambiará la relación entre la acción política y el mercado. El Estado tendrá un papel mayor y más legitimado en la esfera económica, con el mandato de garantizar niveles mínimos de seguridad, estabilidad y bienestar. Habrá un cambio importante desde la actual tendencia a dejar operar libremente a los mercados a una política económica más activa; un capitalismo más estatal. El Estado actuará así con una doble función: 1) como seguro de última instancia, tanto como provisor de redes sociales como de garante para el sistema financiero y 2) como dinamizador de la economía. Habrá, por lo menos a medio plazo permisividad de terapias dramáticas y abandono de dogmas económicos. Demanda de más seguridad y protección ante las fuerzas del mercado. Los ciudadanos tardarán en recuperar la confianza en el funcionamiento de los mercados y los agentes económicos. Habrá una menor disposición a aceptar el nivel de riesgo inherente al sistema de mercado tal y como ha funcionado hasta 1 ahora. Se reforzará la consciencia sobre la necesidad del Estado como protector y como garante de un mínimo de cohesión social. Si hay algo que ha definido a esta crisis ha sido que los ciudadanos se han sentido vulnerables. De la realización de esta vulnerabilidad ante las fuerzas del mercado puede que surja un sentido más acusado de dependencia mutua, de necesidad de un proyecto cívico compartido y de demanda de cohesión social. La falta de respuesta de los gobiernos a esta incertidumbre ciudadana sobre su seguridad social y económica podría generar un serio riesgo de desafección política y de conflicto social. Más política social y más activismo fiscal, aunque no grandes cambios en el modelo socioeconómico. Se acentuará el descontento ante la desigual distribución de la riqueza de las últimas dos décadas y se exigirá una mejor distribución de los frutos del crecimiento económico colectivo. Sin embargo, es difícil ver cómo puede esto canalizarse hacia un verdadero cambio socioeconómico. No habrá nueva lucha de clases sino que es más probable que la presión social se traduzca en un giro más social del paradigma actual, a través, por ejemplo, de políticas fiscales y redistributivas más ambiciosas. Más supervisión y regulación del mercado. Se volverá a una regulación basada en reglas y mecanismos de control y no, como en los últimos tiempos, en principios, autorregulación y permisividad ante la asunción descontrolada de riesgos por parte de las empresas. Los objetivos de la nueva “ola regulatoria” serán reducir los fallos de mercado (y de Estado), asegurando que se reducen las asimetrías de información y funcionan las señales de mercado, se eliminan incentivos perversos para la asunción de riesgos excesivos y se crean mecanismos para garantizar la proporcionalidad entre riesgo y beneficio y entre beneficio individual y colectivo, limitando quizás los blindajes y las remuneraciones (aunque es probable que los bonus y salarios desmedidos vuelvan a medio plazo una vez que el foco de la presión política y social desaparezca). Se exigirá transparencia para el acceso a procedimientos e información financiera y quizás se empiecen a poner los primeros pilares de un derecho de ciudadanía financiera (a la formación financiera básica y al acceso a la información). Pero, como siempre, se correrá el riesgo de que la regulación 2 resulte inadecuada; se tiende a regular para evitar los problemas que ya han sucedido más que para los que pueden suceder a futuro. Un sector financiero mucho más regulado. La crisis y necesidad de salvación del sistema financiero habrá conferido al Estado legitimidad (y demanda por parte de la opinión pública) para tomar una actitud mucho más activa en la regulación del sector. Veremos un tejido más denso de supervisión y regulación, que será contracíclica, tendrá más en cuenta el grado de endeudamiento, fomentará la transparencia y la disponibilidad de información, modificará las normas contables en la valoración de los activos y regulará los mercados mundiales de derivados. Las agencias de rating serán un objetivo preferente de la nueva regulación, eliminando los conflictos de interés en su funcionamiento, como probablemente lo sean también (aunque sólo hasta cierto punto) los paraísos fiscales. Pero seguirán las tensiones derivadas del desfase entre un mercado de capitales global y un sistema de regulación y supervisión todavía nacional. Un sector financiero notablemente transformado. A corto plazo, el Estado será el garante del funcionamiento del sistema de pagos a través de los Bancos Centrales. El sistema ha quedado irreparablemente dañado al haber acumulado las entidades financieras enormes niveles de deuda y no ser capaces, sin la ayuda del Estado, de hacer frente a los pagos. Lo más probable es que la participación directa del sector público en la banca sea una etapa transitoria. A medio plazo veremos un sistema financiero más saneado, con mayores provisiones de capital, pero con menor capacidad de apalancamiento, con el mercado de derivados regulado y con menos innovación. Habrá desaparecido mayormente la banca de inversión, lo que disminuirá el nivel de riesgo sistémico pero limitará las inversiones más apalancadas y la innovación financiera (no tienen las limitaciones sobre provisiones de capital y las restricciones regulatorias de los bancos comerciales), y por lo tanto el dinamismo del sector. Veremos también un proceso de consolidación bancaria y probablemente también de “desglobalización” financiera, por lo menos a corto plazo (como hemos visto en la UE en respuesta a la crisis). 3 Hay otro escenario, sin embargo, menos probable pero muy preocupante: el de un sistema de bancos zombies que no den crédito ante la necesidad de reducir sus activos para pagar compensar el incremento de sus deudas. Los excesivos niveles de deuda y bajos niveles de capitalización han hecho el sector muy vulnerable y el riesgo acumulado ha generado un trombo en el sistema que, hasta que no desaparezca, tendrá el crédito congelado. En este escenario, la intervención del sector público en el sector financiero podría ser mucho más duradera. Modernización del Estado Para responder a las expectativas de una regulación más efectiva, los Estados desarrollarán procesos y metodologías de trabajo más eficientes para crear regulación, políticas públicas y mecanismos institucionales capaces de supervisar un sector privado dinámico y complejo. Más diversidad en las soluciones regulatorias y económicas. Minada la ascendencia del modelo desregulador anglosajón y desaparecida la idea de un solo modelo que inspiró el Consenso de Washington, veremos un más amplio repertorio de soluciones institucionales y políticas públicas “permisibles” para los gobiernos, especialmente en las economías emergentes. Descrédito del capitalismo popular y consiguiente retraimiento de la inversión popular. Está por ver si la actual aversión hacia la inversión en renta variable se convierte en una tendencia característica del nuevo orden. Pero de ser así tendría un importante impacto en las estructuras de propiedad de las empresas y en su capacidad para financiarse. Menos poder de los agentes económicos. Necesitados como estarán de la garantía o ayudas del Estado para sobrevivir, o a veces incluso con parte de su capital en manos públicas, le será mucho más difícil a las empresas presionar a los Estados con amenazas de deslocalización o fuga de capitales Cambio sustancial (aunque no revolucionarios), en el modelo productivo Es posible que la crisis catalice el cambio de modelo productivo y que la economía del conocimiento que se viene gestando en las últimas décadas 4 cristalice, aunque esto llevará su tiempo. Esto podría implicar una disminución en la importancia del capital en la toma de decisiones, en favor de los recursos naturales y el trabajo, lo que a su vez podría provocar la descentralización de las relaciones laborales, al convertirse la aptitud y no el lugar de trabajo el eje vector de organización de la fuerza laboral. Modelos de negocio de menos endeudamiento, menos riesgo, menos innovación y menos crecimiento. Se impondrá una nueva cultura corporativa, caracterizada por: el activismo de los medianos accionistas; una más conservadora gestión del riesgo y la innovación; menores niveles de endeudamiento de las empresas; un tejido financiero y empresarial más saneado pero de menor crecimiento (en teoría, un mayor apalancamiento permite mayor crecimiento, al poder disponer de más capital para invertir); y estrategias orientadas a corto plazo a la supervivencia y a medio plazo a la estabilidad, generación orgánica de recursos y saneamiento financiero, en lugar de la continua expansión y crecimiento que ha caracterizado las estrategias empresariales en los últimos años. Más que el sistema socioeconómico lo que va a cambiar pues es la forma de hacer negocios. Más presión para que las empresas actúen de una manera responsable, tanto por vía del Estado (supervisión, legislación) como por vía de la presión social, que se canalizará a través de la presión de inversores, accionistas y consumidores y también a través de legislación. Las diferencias salariales entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios medios de una compañía serán vistos negativamente y penalizados por accionistas, consumidores y gobiernos. Quizás se empiece a hablar de su responsabilidad no sólo social sino política. Reducción del endeudamiento de familias y empresas pero aumento del endeudamiento público. El pinchazo de la burbuja de crédito va a llevar a una sustancial reducción de la deuda de familias y empresa. Al mismo tiempo, las medidas de reactivación económica incrementará el endeudamiento público. A corto plazo este activismo del Estado será positivo al generar demanda de productos y servicios que ayuden a dar salida a la excesiva capacidad de producción que tiene el sector privado. Es decir, se generará un proceso de 5 crowding in del capital disponible en la economía (transvase de ahorro público a privado). Sin embargo, a medio plazo los Estados atraerán gran parte del ahorro privado, generando un crowding out de la inversión privada, que llevará a una menor efectividad en el uso del capital y por lo tanto menor crecimiento. Cambio de paradigma en la política monetaria, que sustituirá el estrecho mandato de estabilidad de precios por otro más amplio de estabilidad económica. Volverá a abrirse el debate sobre la idoneidad del control de la inflación como mandato único de los bancos centrales y probablemente se vire hacia un nuevo mandato de estabilidad económica, que haga referencia no sólo a la estabilidad de los precios (incluidos los activos, hasta ahora no computados en la inflación) sino también a la estabilidad macroeconómica en su conjunto, incorporando los déficits de balanza de pagos. Tensiones al respecto en la UE. Este nuevo paradigma de política monetaria hará surgir con más urgencia aún la necesidad de una coordinación fiscal más estrecha en la UE para reducir las actuales diferencias macroeconómicas y de balance comercial, lo que augura tensiones políticas en el seno de la Unión. También habrá presiones sobre el BCE por parte de algunos países para no subir los tipos de interés cuando, tras un período de deflación, lleguemos a otro más profundo de inflación (generada por el actual incremento de la masa monetaria), pero en el que las economías que tarden en salir de la recesión (quizás España) aún no hayan recuperado el crecimiento. Habrá una recomposición del mapa sectorial de la economía, con algunos sectores experimentando un declive estructural (el automovilístico tradicional, por ejemplo) y otros surgiendo. Los más importantes serán la economía verde y las energías renovables. Lo que hace veinte años fueron las tecnologías de la información lo será ahora el binomio medio ambiente/energía. La sostenibilidad en general será uno de los nuevos mantras. A más largo plazo, puede que disminuya el poder de las compañías energéticas si realmente se pasa a una de red de distribución energética de segunda generación, donde cada edificio y vehículo son no sólo consumidores sino también generadores y almacenadores de energía. 6 Economías emergentes debilitadas por la crisis pero parte ya del escenario económico mundial, conformando una economía multipolar aunque muy conectada (de momento). Veremos una economía con varias regiones económicas y de divisas. Buena parte del crecimiento, del consumo y del ahorro seguirá vendrá cada vez más de las economías emergentes. Los fondos soberanos de estos países jugarán un papel aún más importante que hasta ahora, no sólo porque están aprovechando la crisis para entrar en muchos bancos occidentales (por ejemplo Morgan Stanley) sino también porque comprarán mucha de la deuda que se va a emitir. La interconexión de la economía (lo que ha hecho diferente a esta crisis de todas las anteriores) hará que los movimientos, tanto alcistas como bajistas, se continúen reproduciendo con gran velocidad e intensidad. Incremento del consumo interno y reducción de los déficits comerciales. Incremento del consumo interno, especialmente en Asia, que es donde está el ahorro. Esto implicará menor comercio internacional. Si a esto se le añade las emergentes dudas sobre la globalización, esto puede indicar un declive del proceso de globalización económico que hemos vivido en las últimas décadas. Fin del consenso mayoritario entorno a los beneficios del libre comercio internacional y la globalización. Riesgo de proteccionismo. El gran debate ideológico no será Estado vs. Mercado, sino Globalización vs. Proteccionismo. La integración económica global ha coincidido con la desintegración social global desigualdad, incertidumbre, desconfianza). Cada vez serán más los ciudadanos, incluidas las clases medias, que se verán perdedores de la globalización, lo que minará el hasta ahora mayoritario apoyo político al comercio internacional y la globalización entre la mayoría del electorado de los países desarrollados. Sin apoyo político de las clases medias, la globalización será insostenible y puede que buena parte de los ciudadanos respalde propuestas de nacionalismo económico (una repetición del proceso que se vivió en el período de entreguerras). Es posible que se resquebraje también el consenso intelectual sobre los méritos de la globalización, el multilateralismo y los actuales mecanismos de gobernanza global. 7 Probablemente se imponga un cambio de enfoque orientado a afianzar la apertura conseguida hasta ahora más que seguir profundizándola. El objetivo será que la regulación, acuerdos, instituciones que regulan el comercio y las relaciones económicas y políticas internacionales se hagan mas efectivas, se integren y consoliden. En el caso del comercio internacional, por ejemplo este nuevo enfoque verá a la OMC no como impulsora de mayor apertura aún sino como coordinadora y garante de los acuerdos ya existentes. La conversión de los emergentes en emergidos pude generar un declive del atractivo del modelo de democracia capitalista. China, Singapur, los países del Golfo,… todos ellos son países que han logrado altos niveles de crecimiento sin regímenes democráticos e ignorando buena parte de la ortodoxia económica. Pueden resultar atractivos a otras economías emergentes, sobre todo dado que la crisis va a afectar sobre todo a los países en desarrollo más débiles. El descenso del precio de las materias primas está reduciendo su principal fuente de ingresos y exportaciones, que se ven reducidas aún más dada la restricción de crédito a la exportación. Además, el flight to safety hará que baje el valor de sus divisas y por tanto el valor de su deuda denominada en dólares. 8