REFLEXIONES "¿Quién me toco?" (Lucas 8, 45)

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REFLEXIONES
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"¿Quién me toco?"
(Lucas 8, 45)
FERNANDO MONTES, S.J.
J
esús iba camino de la casa de Jairo.
Centenares de personas se apretujaban en su entorno para poderlo oír.
Casi no podía avanzar por el gentío que lo
presionaba portodos lados. Era el barullo que
produce la curiosidad y la moda. Muchos querían acercarse al "profeta", para poder contar
que lo habían visto; que lo habían tocado. En
el lenguaje actual diríamos que todos hubiesen deseado sacarse una fotografía con él o
arrancarle un autógrafo... pero curiosamente
todos esos hombres fueron incapaces de
alcanzar al Señor. Se rozaron con El; lo apretaron sin llegar a tocarlo. Al Señor se va por
otros caminos... y de eso se trata en esta pregunta.
Sólo una mujer se acercó silenciosa y por
detrás tocó la orla del manto de Jesús. Iba
cargada de humillaciones y de dolor por una
enfermedad infamante que la hacía contagiosa e impura ante la ley. En ella no había curiosidad. Había necesidad y confianza. Llevaba
años sufriendo. Había acudido a otros inútilmente. Entonces sólo le quedaba Dios. Al extender su mano para tocar el borde del manto
del Señor, corrió por ella un flujo de soledad,
impotencia y vergüenza que qu iso ocultar con
el silencio. Eso era ella: un amasijo de ruinas
que esperaba en Jesús ... y el flujo de su
sangre se detuvo. "¿Quién me tocó?". Mientras la sangre dejaba de manar, del Señor
brotó una fuente de gracia, de comprensión y
paz.
Jesús percibió que allí había otra cosa.
Alguien de verdad se acercaba a El. Había
humanidad y sinceridad. Alguien se atrevía,
en secreto, a abrirle sus miserias. Alguien se
acercaba lleno de necesidades y no tenía otra
MENSAJE N° 397. MARZO-ABRIL 1991
voz que su total confianza. Ese lenguaje
llegó al corazón de Cristo: "¿ Quién me tocó?"
Este texto, a su modo, nos enseña sobre
el verdadero acceso a Jesús. Los géneros
literarios de los exégetas; las tesis más
nuevas de lacristología, con todo lo necesarias e importantes que sean, son incapaces
de tocar la orla del manto y llegar por ahí
hasta el Corazón de Cristo. Esa mujer no
pidió nada, se contentó con establecer un
contacto real con Jesucristo desde su verdad humana.
Ante Jesús no hay máscaras porque él
en lo secreto capta nuestro secreto. Todo
hombre tiene enfermedades que hacen sufrir
-confrecuencia son más graves las del alma
que las del cuerpo- pero solemos cubrirlas
con títulos, honores, con ciencia vana... y
con superficialidad. Así no podremos nunca
alcanzar a Jesús. Esta mujer anónima,
sencilla y sufriente nos enseña un modo de
acercarnos al Señor: con confianza, con
humildad, silenciosamente poniendo a su
sombra nuestra enfermedad. Con esa actitud, aunque esa mujer no hubiese sanado
en su cuerpo, habría encontrado su verdadera salvación. A través de esa mano temblorosa sus penas pasaron a Jesús y se
hicieron parte de la cruz redentora. Ese
dolor inmenso encontró un sentido salvador... y darle un sentido al sufrimiento es
más importante que curarlo.
Ahora cabe preguntarnos: ¿cómo nos
acercamos al Señor? ¿Desde dónde lo
buscamos? Esta mujer con su silencio nos
ha abierto una vía. Por esa vía caminan
sobre todo los pobres y sencillos de corazón, o
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