Para las casaderas: “Mr Right” o casarse bien Familias Católicas / Amor y Comunicación Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net Hablando del matrimonio con el hombre que resultó equivocado, muchas mujeres consideran que siempre está la salida del divorcio y de volver a empezar, o aún más, de “rehacer la vida”, cuando el matrimonio tiene ya más tiempo. ¿Y el matrimonio religioso? ¡Ni modo! ¿Qué pasó? Se equivocaron de hombre y hay que salir del atolladero. El problema principal es el de la violencia contra la mujer: de un golpeador o un psicópata, misógino, cuyo deporte favorito es destrozar psicológicamente a una mujer. Frente a estos extremos, hay muchas otras posibilidades de encontrar dificultades, sobre la marcha matrimonial, para convivir en armonía, para una verdadera ayuda mutua, en que la mujer se sienta no solamente amada, protegida, sino apoyada para su desarrollo personal, incluyendo el desarrollo profesional. Existe el concepto, creo que muy latino, del “príncipe azul”. No es sólo o principalmente el mejor marido, sino el hombre rico y poderoso (y hasta guapo, de buen ver, como el de Cenicienta), ese que dará a la esposa una vida de reina (él será rey, es el heredero). En el medio anglosajón, las mujeres hablan más bien de algo más modesto, es decir del marido adecuado, correcto: “Mr Right”, dicen. Buscando a Mr Right, tratan de encontrar al hombre con el que puedan compartir una vida, ese con el que no tendrían que preocuparse de cuánto tiempo pasará antes de decidir divorciarse. Mr Right es el buen marido. No es ni manipulable ni dominante, comparte la vida, las decisiones y los intereses con la esposa. En el medio latino, mucho se habla de que la mujer debe “casar bien”. Esto significa no sólo que sea un buen marido, sino que implique la superación en rango social, es decir, que tenga dinero, al menos más que la familia de la pretendida. (“Quiero un novio que tenga título y auto”, decía una chica humilde). Casarse bien incluye una fiesta de boda dispendiosa, echar la casa por la ventana; salir en “sociales”; ser la admiración o de preferencia la envidia de otras mujeres casaderas. “Qué bonita boda, ¿viste el arreglo de la iglesia? Qué hermoso vestido, y ni hablar de la lista de invitados, pero la fiesta ¡guau!” deben ser los comentarios de las amigas y parientas. De allí sigue que el novio tenga un buen empleo, que gane bien, para que le dé una buena vida, si no de lujos, sí de confort. Una buena casa en un buen barrio, que demuestre su buena suerte. Y si es guapo, tanto mejor: se lo ganó a otras mujeres, bravo. Desgraciadamente, muchas veces el proyecto de boda y matrimonio, se centra en un noviazgo de cortejo y obsequios, la boda misma y el inicio de la vida en común, y lo que vendrá después, ya veremos. Con casar bien, la novia y su madre, principalmente, desean un buen muchacho, un buen hombre, con seguridad económica. No está mal. Muchas mujeres buscan como prospecto de marido a un hombre en el que puedan apoyarse, que sea fuerte emocionalmente, que puedan admirar en su masculinidad, su saber, que las proteja y a quien puedan ellas mimar, agradar y cuidar (maternalmente). Que se amen siempre. Yendo más lejos, que sexualmente les complazca. Todo esto no está mal, no, pero no es suficiente. El problema, al seleccionar prospecto de marido, es que el éxito del matrimonio como feliz convivencia y ayuda mutua, depende en mucho de los hábitos y valores familiares de cada uno, de ella y de él. Aquí es donde las cosas pueden pintar mal, si se abren bien los ojos, o se descubren las diferencias entre cónyuges cuando ya están casados. Esto es clásico en matrimonios interculturales, de distinto país. Tomemos el caso extremo del hombre dominante (no el que se ve como cabeza de familia, sino mucho más), el que impone su autoridad a base de amedrentar, insultar o sobajar a la esposa, o peor aún, que la golpea. ¿Qué pasa? Que las cosas desagradables, violentas, ocurren de pronto, con gran sorpresa, cuando no debía ser así. En general, era previsible, abriendo bien los ojos. Lo mismo sucede con asuntos menores que la violencia y la dominación, esa que destruye el ego de la esposa y la vuelve servidora o esclava personal del marido. Se trata de la diferencia en la forma de ver la vida, en el concepto de familia, del rol que toca a la mujer y al marido en el matrimonio y a sus respectivas familias. De pronto, resulta que lo que cada recién casado esperaba del otro, y de la vida en común, es enormemente diferente, y ello cae a la pobre mujer como balde de agua fría (también a él, claro). ¿Qué pasó? Que en realidad no se conocían. El noviazgo, el cortejo y el dar buena cara, nublan la vista para ver cómo es el novio en su vida real. Trata tan bien a la noviecita, que la envuelve en un manto mágico de felicidad, que se concretará en un buen matrimonio de por vida. Para evitar estas trágicas sorpresas después de la boda, la mujer debe averiguar bien quién es, cómo es, cómo piensa y cómo vive su pretendiente. En el caso de la violencia, ésta normalmente viene de familia, se admite, se practica o se tolera, sobre todo la violencia verbal, a la que muchos no dan, irracionalmente, importancia: “es que tiene su genio, pero se le pasa”. No, no se le pasa, empeorará con el tiempo. ¿Y la infidelidad vista como normal, aceptable? Que el señor marido espera que su joven esposa sea su sirvienta, y que no tenga vida propia, eso, puede venir también de familia. Es necesario que la joven conozca mucho sobre la vida familiar del pretendiente, solamente así sabrá lo que él esperará y exigirá de ella con el matrimonio, sin sorpresas en general. En resumen, encontrar al hombre correcto, al buen marido, además de conocer sus valores, sus ideales, sus planes de vida, sus preferencias en todo, es conocer a su familia, la vida a la que está acostumbrado, a los roles que se asignan, en su medio familiar y social, a la mujer, y entonces decidir si aceptan el casorio. Comentarios al autor: siredingv@yahoo.com