LA ARMONÍA Y LA INVENCIÓN Después de pasar tres años como maestro di capella da camera del nuevo duque de Mantua (1718-20), Vivaldi regresa a Venecia para retomar en 1723 el contacto con el Ospedale de la Pietà, con el que mantenía relaciones estrechas desde antiguo. El compositor está en la cima de su fama y su posición es ahora de superioridad: ya no se hace cargo de la enseñanza de las alumnas de la institución, sino que se dedica a venderle manuscritos de sus nuevas obras o a asumir funciones de dirección de la orquesta en ocasiones escogidas. Esta forma de difusión de su trabajo parecía tener indudables ventajas frente al de las ediciones regulares, imposible de controlar. Tal vez ello explique que, tras L’Estro Armonico op. III (1711) y La Stravaganza op. IV (1715), que publicó Estienne Roger en Ámsterdam, Vivaldi no se preocupara demasiado por agrupar nuevas obras en series para la estampa. Tanto es así que entre 1716 y 1717, Roger publicó tres nuevas colecciones de Vivaldi (opp.V-VII) sin dar ni siquiera noticias de ello al músico. No obstante, en 1725 el compositor retomó el control sobre su producción al publicar en la imprenta de Michel-Charles Le Cène, yerno y sucesor de Roger en Ámsterdam, su op. VIII, que incluía doce conciertos para violín, cuerdas y continuo (de dos de ellos se ofrecían versiones alternativas para oboe) y llevaba el significativo título de Il Cimento dell’armonia e dell’inventione (El combate entre la armonía y la invención), sin duda una de las colecciones más populares de toda la historia de la música, por las cuatro primeras obras, que, conocidas como Las cuatro estaciones, habían circulado ya por Europa antes de su publicación. Las cuatro estaciones se acompañaban de sonetos demostrativos, poemas posiblemente escritos por el propio compositor, sin especial valor literario, pero que reforzaban el sentido descriptivo de los cuatro conciertos, lo que unido a los números 5 (La tempesta di mare), 6 (Il piacere) y 10 (La caccia) colocaban a la serie en la vanguardia de la música italiana en un tiempo en el que los elementos programáticos eran muy valorados por el componente teatral y dramático que aportaban a la música instrumental, unos procedimientos que habían sido explotados generosamente en Francia y Alemania, pero muy poco en Italia. En Las cuatro estaciones, Vivaldi aplicaba los principios formales del concierto con solista que él mismo había desarrollado y llevado al máximo de su perfección en la década anterior, esto es: escritura a cuatro partes de cuerdas más el violín solista, forma ritornello con alternancia tutti-solo y estructura tripartita (rápido-lento-rápido), si bien su carácter descriptivo hace que las obras tengan unas peculiaridades que no son habituales en otros conciertos con solistas del músico. Los ritornelli, estribillos que funcionan como tema principal de la composición y que Vivaldi articula en al menos tres elementos contrastantes, son interpretados por el tutti de la orquesta y se alternan con los pasajes adjudicados al solista, habitualmente en ritmos más rápidos y continuos. El estilo ritornello se aplica por sistema al primer tiempo de cada concierto, en el que el tema principal se repite cuatro o cinco veces y es también casi indiscutible en los finales (en los que el estribillo figura por norma una vez menos que en el arranque), pero aparece muy pocas veces en el tiempo central, que Vivaldi suele destinar a la expansión lírica del solista, otorgándoles un desarrollo más lineal. El Concierto núm. 1 en Mi mayor RV 269, La primavera, arranca con uno de los temas más conocidos de la historia de la música, con el que se saluda la llegada de la estación primaveral. El solista responde con un auténtico festival ornitológico: los cantos de los pájaros lo llenan todo y retornan al final del movimiento tras un breve rugido de tormenta. El Largo presenta el canto lírico del solista en representación del sueño del pastor, con los dos primeros violines acompañando en pianissimo, sin continuo, y con una obsesiva figura en la viola, que describe los ladridos de un perro. El Allegro conclusivo desarrolla una bucólica danza en ritmo de siciliana que incluye en el ritornello inicial imitaciones de instrumentos pastoriles e intensos contrastes dramáticos tanto en los episodios solistas como en el retorno del estribillo. El Concierto núm. 2 en Sol menor RV 315, El verano, se abre con una evocación de los efectos de la canícula, un ritornello en pianissimo con un ritmo entrecortado y un uso muy expresivo de los silencios. El solista responde con una imitación del canto del cuco y luego con más cantos de pájaros que se acompañan por figuras de tresillos evocadoras de una brisa que se hace más intensa hasta la irrupción del viento del norte (el Bóreas) que presenta el tutti. El solista y el bajo continuo ofrecen en un último episodio el llanto del pastor por la llegada de la tormenta, un pasaje de audaz escritura cromática. El tiempo central se desarrolla mediante una original alternancia de pasajes en Adagio y en Presto: el solista glosa con una delicada línea sinuosa el sueño del pastor, que es interrumpido ocasionalmente por los insectos y los truenos que describe el tutti orquestal. El virtuosístico Presto conclusivo es una brillante descripción de una tormenta, que temáticamente se relaciona con los dos movimientos anteriores. Con el Concierto núm. 3 en Fa mayor RV 293, El otoño, vuelve la calma con una celebración campesina por el fin de la vendimia escrita en la tonalidad pastoral por excelencia (Fa mayor). Corre el vino y se impone la alegría, y el violín principal va describiendo la sensación provocada por la embriaguez a través de figuraciones ondulantes y sorprendentes saltos interválicos. Un silencio de negra introduce un episodio por completo diferente, que Vivaldi marca Larghetto y escribe en una tonalidad doliente (Fa menor), magistral parodia dramática del sueño del borracho. El Adagio molto, recreación del sueño de los pastores ebrios, presenta una línea intensamente cromática y con sordina por parte del tutti con un sutil acompañamiento de arpegios por parte del clave. Cierra la obra un Allegro de marcada rítmica en 3/8 que describe una escena de caza. El Concierto núm. 4 en Fa menor RV 297, El invierno, es una vuelta a los conflictos dramáticos del verano, bien expuestos en el Allegro non molto inicial en el que conviven las disonancias con los cambios de articulación (staccatolegato) y multitud de efectos que tratan de representar el castañeteo de los dientes a causa del frío o las carreras y los pataleos de los campesinos ateridos. El Largo central presenta, en la cálida tonalidad de mi bemol mayor, a un solista que se recrea con placidez y lirismo acompañado por un pizzicato de los violines que simula las gotas de lluvia al caer. El Allegro conclusivo en 3/8 vuelve al tono dramático del principio. El movimiento se caracteriza por la ausencia de ritornello real y en él se describe con extraordinaria audacia y virtuosismo la figura del hielo, que termina por romperse, hasta un final impetuoso, que describe la fuerza desatada y conjunta de todos los vientos. Vivaldi cultivó también el modelo de concerto ripieno, un concierto para cuerdas y continuo sin instrumentos solistas, en estructura igualmente tripartita, pero más breve que los conciertos con solistas y con una mayor concentración y más generoso empleo del contrapunto. En ocasiones, Vivaldi usó estos conciertos como sinfonías de apertura para sus óperas, en cuyo caso dominan la brevedad y la ligereza. Es el caso de RV 111a, una versión ligeramente modificada de la obertura de Il Giustino, obra estrenada en Roma en 1724. © Pablo J. Vayón