cómo gargantúa fue educado en las letras latinas por un sofista

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LA HOJA VOLANDERA
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CÓMO GARGANTÚA FUE EDUCADO
EN LAS LETRAS LATINAS
POR UN SOFISTA
Francois Rabelais
1495 - 1553
Francois Rabelais (nació en Chinon, Turena, Francia; murió en París). Sus primeros
estudios los realizó en la abadía de Seuilly;
con los franciscanos cursó latín y teología escolástica; ya ordenado sacerdote secular, se
inscribió en la Universidad de Montpelier
donde se graduó primero como licenciado en
medicina y después como doctor.
Considerado uno de los máximos escritores franceses del siglo XVI, Rabelais,
aunque sin ninguna experiencia pedagógica,
tiene el mérito de combatir en forma humorística y a veces grosera la educación libresca, formalista, pedante y memorista de su
tiempo. Preconiza el estudio de las ciencias,
no en los libros, sino en la naturaleza y los
hechos, y acentúa el valor integral de la educación.
La obra en que Rabelais presenta sus
ideas sobre la educación es la novela humorística llamada Gargantúa y Pantagruel
(1532).
De la adolescencia de Gargantúa
Siguiendo lo dispuesto por su padre, Gargantúa,
desde los tres a los cinco años, fue alimentado y fue
instituido con arreglo a la más conveniente disciplina, y aquel tiempo lo pasó, como todos los niños
del país, a saber: bebiendo, comiendo y durmiendo;
comiendo, durmiendo y bebiendo; durmiendo, comiendo y bebiendo.
Continuamente se revolcaba en los charcos, se
tiznaba la nariz, se churreteaba la cara, se enfangaba los zapatos, resbalaba siguiendo a los moscardones, y corría voluntarioso detrás de las mariposas,
cuyo imperio tenía su padre.
Se orinaba en los zapatos y se ensuciaba en su
camisa, se desmocaba con las mangas, metía las
manos en la sopa, chapoteaba por todas partes, bebía en sus zapatillas, y ordinariamente se rascaba la
tripa con el cesto del pan.
Cómo Gargantúa fue educado en
las letras latinas por un sofista
Después de aquella conversación, el bueno de
Grandgousier quedó admiradísimo, deslumbrado
por el alto sentido y el maravilloso entendimiento
de su hijo Gargantúa, y dijo así a su servidumbre: Filipo, rey de Macedonia, conoció el buen sentido
de su hijo Alejandro al verlo manejar un caballo,
pues era éste tan terrible y desenfrenado, que nadie
se atrevía a montarlo; había derribado a todos sus
jinetes, rompiendo a uno el cuello, a otro las piernas, a otro el cráneo, a otro las mandíbulas.
Al observarlo Alejandro en el hipódromo (que es
lugar en donde se hace pasear y saltar a los caballos), advirtió que su furor no provenía sino del es-
Junio 25 de 2002
panto que le producía su propia sombra. Entonces
lo montó y le hizo correr contra el sol, de forma que
la sombra cayera detrás, y por este medio consiguió
que el caballo se mostrara dócil y se dejara dominar
perfectamente.
En esto conoció su padre el divino entendimiento que tenía y lo hizo educar bien por Aristóteles, estimado entonces como el más grande de los
filósofos griegos. Y yo os digo, que por la conversación que acabo de tener ante vosotros con mi hijo
Gargantúa, he reconocido que en su entendimiento
hay cierta divinidad: tal lo he visto de agudo, sutil,
profundo y sereno. Llegará a un grado supremo de
sabiduría si lo educamos bien.
Quiero, por tanto, entregarlo a un hombre sabio
que lo adoctrine según su capacidad. Para ello no
ahorraré ningún gasto.
Comenzó a educarlo un gran doctor sofista llamado el maestro Túbal Holofernes, que le enseñó la
cartilla, y llegó a decirla de corrido, al derecho y al
revés, cuando tenía cinco años y tres meses. Después le hizo leer el Donato, el Faceto y el Alanus in
parabolis, y así llegó a los trece años, seis meses y
dos semanas.
Considerar que durante este tiempo se le enseñó
además a escribir góticamente y escribió todos sus
libros, pues el arte de la imprenta no estaba en uso
aún.
Llevaba ordinariamente un gran cartapacio que
pesaba más de siete mil quintales; su pluma era tan
gruesa como los gruesos pilares de Enay, y el tintero, colgado de fuertes cadenas de hierro, tenía la
capacidad de un tonel de almacén.
Lo hizo leer luego el De modis significandi con los
comentarios de Hurtebise, de Faquin, de Tropditeux, de Gualechult, de Juan de Veau, de Bilonio,
de Brelinguandus y de muchos otros. Así pasó hasta los dieciocho años y once meses.
Los aprendió tan bien que en los exámenes los
decía al derecho y al revés y probó palmariamente a
su padre que De modis significandi non era scientia.
Después leyó el Compost, y cuando tuvo dieciséis años y dos meses, su preceptor murió.
En mil cuatrocientos veinte murió del mal venéreo que le entró.
Después tuvo otro maestro catarroso llamado Jobelin Bridé, que hizo leer el Hugutio, El Hebrard
Grecismo, el Doctrinal, las Partes, el Quid est, el
Supplementum, el Marmotret, De moribus in men-sa
seevandis, el Séneca De quatur virtutibus, Passa-vantus
cum comento y el Dormi secure, en los días festivos, y
muchos otros de la misma calidad.
Después de tales lecturas, quedó tan sabio como
antes de comenzarlas.
Fuente: Francois Rabelais, “De la adolescencia de Gargantúa” en Clásicos de la pedagogía, Ant. por Sergio
Montes García, 1ª reimp. UNAM-FES Acatlán, México, 2005, pp. 95-97.
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